De un libro armado como una
suerte de collage con textos escritos a lo largo de 30 años, en polaco y en
inglés, uno espera muchas cosas menos coherencia. Y, sin embargo, Mi vida en fragmentos del sociólogo
polaco Zygmunt Bauman, editado por Paidós, es una grata sorpresa que nos ofrece
pasajes biográficos y, a la vez, conceptuales, perfectamente hilados, con
reflexiones profundas acerca de la historia, la memoria y la identidad.
El trabajo de edición es de
destacar porque el libro comienza con un fragmento que hará de introducción
para justificar el sentido del texto, una suerte de marco teórico:
“Vivimos dos veces. Una rompiendo
y esparciendo; la segunda vez, reuniendo las piezas y ordenándolas conforme a
un patrón. Primero, vivimos; luego, narramos la experiencia. Esta segunda vida,
por la razón que sea, parece más importante que la primera. Solo en la segunda
aparece el sentido”.
Tomando en cuenta que la primera
vida simplemente pasa y que es la segunda, la narrada, la que perdura, y motivado
por las revelaciones que poco tiempo antes había ofrecido el libro de su mujer,
Janina, sobreviviente del gueto de Varsovia, (revelaciones que eran
desconocidas para el propio marido y toda la familia), Bauman se propone legar un
texto personal, su segunda vida, para sus hijas y nietos.
De aquí que el capítulo 2 narre
su infancia en la ciudad polaca de Poznan donde Bauman aparece signado por su
gordura y por su judaísmo, dos razones por las que era continuamente hostigado,
especialmente conforme se acercaba la segunda guerra mundial y el antisemitismo
arreciaba:
“Poznan se convirtió en bastión y
fuerza impulsora de Democracia Nacional, un partido que pretendía cautivar el
pensamiento y los corazones del resto del país con la embrujadora utopía de una
vida libre de judíos”.
Continuamente hostigado, Bauman
relata que, sin embargo, el hecho que más lo marcó de esos años previos a la
guerra, fue aquel día en que caminaba por la calle junto a su madre y dos
chicos comenzaron a insultarle por ser judío. La actitud de la madre, que pasó
de la omnipotencia habitual al silencio de la humillación, le brindó a Bauman una
sensación de indefensión que tardó muchos años en desaparecer.
El inicio de la guerra y las
vicisitudes que padecería junto a su familia son desarrollados en el capítulo
3. Allí aparecen facetas menos conocidas del autor, primero como refugiado y
luego como soldado.
Poznan estaba a casi 100 km de la
frontera. Era la primera gran ciudad en el camino de la invasión nazi, de modo
que la huida era la única posibilidad de supervivencia. Finalmente consiguen escapar
hacia la Polonia controlada por los soviéticos. Allí Bauman menciona una
anécdota risueña que será más que pertinente para comprender lo que vendrá posteriormente.
Es que el padre había conseguido
trabajo en una suerte de almacén que abastecía a la guarnición local. Su rol
era el de llevar la contabilidad, actividad que resultó imposible porque el
primer día notó la cantidad enorme de faltantes. Cuando fue a indicarle el
problema al director del almacén, éste le espetó: “No te preocupes; es verdad,
todos robamos, pero piensa: ¡Cuánto roba un solo capitalista allá, al otro
lado!”
La anécdota viene a cuento porque
Bauman luego forma parte del ejército polaco impulsado por Stalin que
finalmente puede retornar a la Varsovia recuperada, pero, sobre todo, en las
décadas posteriores, fue señalado por los nacionalistas y los espacios de
derecha en Polonia por su defensa del comunismo. En este sentido, no sería
descabellado afirmar que, al menos buena parte de este libro, se propone
explicar su relación con la Unión Soviética y realizar una autocrítica
valiente, de las que no abundan.
A propósito, en el capítulo 4,
“Maduración”, recoge un chiste interno al Partido: “¿En qué se diferencia un
comunista de una manzana? (…) En que una manzana cae de madura, pero un
comunista madura cuando cae (…)”.
Bauman reconoce haber madurado
tarde, justamente, tras haber “caído en desgracia”, esto es, después de que el
propio comunismo acabara persiguiéndolo. De hecho, confiesa que hasta 1953 era
un comunista convencido de que, en todo caso, la culpa no era del sistema ni de
la ideología sino de los “excesos” o los “errores individuales”.
Efectivamente, Bauman creía que
los dirigentes estaban de verdad motivados por el deseo de justicia social;
que, en todo caso, reconocerían sus errores y que, como se decía tras la
Primavera de Praga, podrían restituirle al socialismo un rostro humano. Esa
esperanza duró demasiado tiempo, reconoce Bauman.
“No se me cayó una capa de
escamas de los ojos y no dejé de engañarme con la idea de que el comunismo era
una versión de la ‘vía hacia el socialismo’ (…) hasta que Jruschov pronunció su
memorable discurso y llamó explícitamente a los crímenes estalinistas por su
nombre”.
El capítulo 5 se ocupa del
problema de la identidad, en particular, de la “polonidad”. Se trata de un
texto escrito en inglés como modo de poder desapegarse emocionalmente.
Para el autor de Modernidad líquida, ser polaco no
significa custodiar unas fronteras claras sino, más bien, una creación y una
elección. Es como si la polonidad se caracterizara por una constante
precariedad, una identidad en sí misma provisoria. El aspecto creativo de esa
identidad y el factor decisional, pese a lo que puedan decir la gran mayoría de
los polacos, hace que Bauman no encuentre ninguna contradicción en afirmarse
polaco y judío al mismo tiempo.
“Sí, soy polaco. La polonidad es
mi hogar espiritual, la lengua polaca es mi mundo. Esa ha sido mi decisión. (…)
Yo soy un judío polaco. Jamás me despojé de mi judaísmo, entendido como la
pertenencia a una tradición que dio al mundo su sentido moral, su conciencia,
su anhelo de perfección, su sueño milenarista. No veo la dificultad de cuadrar
mi judaísmo con mi polonidad”.
En el capítulo 6, Bauman reflexiona
aún más sobre el presente político polaco y marca diferencias entre los 5 años
de horror de la ocupación nazi y los casi 50 años de la República Popular de
Polonia. Allí, claramente, pese a sus críticas, nuestro autor afirma que no se
puede incluir en un mismo paquete ambos hechos. Sin embargo, entiende que la
producción en masa de la hipocresía, ausente en la barbarie nazi, fue uno de
los rasgos distintivos del comunismo soviético.
Para finalizar, a propósito de lo
que mencionábamos al principio, esto es, el mérito de darle unidad a un libro
conformado por textos tan disímiles, en el último capítulo, Bauman parece
desafiar a sus críticos adoptando una suerte de espíritu existencialista
sartreano. Es que, si de dejar un mensaje y de salvar al mundo se trata, lo
mejor que podemos hacer es tratar de ser libres porque, justamente, esa condición
es la que nos hace responsables de nuestros actos.
“Me siento responsable de mi
polonidad en el mismo sentido en que acepto la responsabilidad por mi comunismo
puntual de antaño, mi socialismo de toda la vida, mi repudio de Israel y mi
decisión de pasar mis últimos años siendo una persona desplazada,
extraterritorial y súbdito leal de la Corona”.
En una época de competencia de
víctimas, donde todo el tiempo se señala con el dedo al otro como el culpable
de las propias limitaciones y se exigen derechos sin asumir responsabilidades,
Bauman levanta la cabeza y, tras luchar en la segunda guerra mundial y sobrevivir
a persecuciones varias, afirma, con orgullo “esto es lo que fui”.
Es en ese momento, esto es, en el
preciso instante en que el autor se hace cargo tanto de lo bueno como de lo
malo de su primera vida, que el relato se cierra para mostrar que, en ésta, su
segunda vida, la narrada, Bauman nos quiere decir, sobre todo y contra todo,
que ha sido un hombre libre.
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