Al momento de escribir estas
líneas sigue la interna a cielo abierto en la provincia de Buenos Aires entre
el axelismo (si es que ello existe) y el cristinismo (si es que ello continuará
existiendo). Hasta ahora, el gobernador amaga, pero no se anima, a dar el salto
que, al menos, sería una demostración de autoridad frente a lo que es (o fue)
su jefatura política. Del otro lado le mandan solicitadas públicas y hasta
dejan entrever que, si hubiera desdoblamiento, la propia CFK podría jugar para
ocupar un cargo en la legislatura provincial. Uno supone que se trata de una
operación. Si no fuera el caso, marcaría un escalón más de descenso en una
figura que se viene desgastando gracias a un cúmulo de errores que llevan a
muchos a pensar si CFK ha dejado de ser parte de la solución para transformarse
en parte del problema.
Volviendo a Kicillof, su
situación es, al menos incómoda: sabe que si no rompe corre el riesgo de
albertofernandizarse con la Cámpora haciéndole el vacío o, lo que es peor,
ocupándole las cajas de un eventual gobierno para hacer oficialismo opositor;
pero, a su vez, si rompe, no solo deberá asumir el costo y la ingratitud del
“parricidio político”, tan propio de la política, por cierto, sino que, además,
corre el riesgo de propiciar una fractura que deje a todos con las manos vacías.
Todo esto cuando un Milei, aun en la versión “pato criollo modelo 2025”, es
probable que traduzca en votos lo que, gracias al apoyo del FMI, alcanzaría a
sostener durante este año: inflación a la baja, estabilidad del dólar y
recuperación, despareja, pero recuperación al fin, de la economía.
En todo caso, será materia de
discusión si Milei será capaz de lograr sostener esas virtudes hasta 2027. Hay
buenos fundamentos para afirmar que, siguiendo como hasta ahora, la ausencia de
dólares, más temprano que tarde, obligará a una corrección del tipo de cambio
que tendrá algunos beneficios competitivos al tiempo que supondrá, como mínimo,
un sacudón inflacionario. Asimismo, si bien no hay leyes en política, el
electorado no te paga dos veces en las urnas por el mismo objetivo cumplido.
Esto significa que en 2025 podrá pagar “la baja de la inflación” pero eso no
sucederá en 2027. Puede que sea injusto, pero es así y le pasa a todos los
gobiernos: la gente se acostumbra rápido a las cosas (a las buenas y a las
malas) y las naturaliza.
Mientras tanto, como nos hemos
cansado de advertir en este espacio, se desconocen las diferencias
programáticas entre el axelismo y el kirchnerismo y los dos mienten en las
razones para justificar su postura, sea la de desdoblar, sea la de unificar las
elecciones provinciales. Porque seamos buenos con nosotros mismos: no convence
a nadie ni el argumento de “necesitamos que la gente evalúe los problemas de la
provincia sin que se empañe con los temas nacionales” ni la postura contraria
de “debemos unificar porque, frente el proyecto hambreador, toda elección debe
nacionalizarse”. Es lo que se tiene que decir porque, con librito de Kant bajo
el brazo, la mejor forma de conocer si una acción es buena o mala es imaginar
si podrá pasar indemne el tribunal de la opinión pública. Y todos sabemos que,
salvo algunos cínicos, no es posible justificar públicamente que la interna del
PJ es una interna por liderazgos, lapicera y cajas. Queda mejor decir que es “a
favor del pueblo”. Pero no lo es. O en todo caso, podría ser que las políticas
del bando victorioso favorezcan al pueblo (algo que habrá que demostrar en la
administración y que, evidentemente, no sucedió entre 2019 y 2023 donde todos
los que discuten la interna, excepto el de presidente, ocuparon todos los
cargos de relevancia); pero esta interna, así como se está jugando, no tiene
nada que ver con políticas públicas o medidas que favorezcan a las mayorías.
Hoy, cuando cerca de cada
elección es un clásico que los candidatos saquen un libro en el que exponen su
programa, (escrito por otro, pero firmado por ellos), de la interna del PJ no
puede salir más que un librito para colorear buscando las siete diferencias
entre uno y otro bando y una versión recopilatoria en PDF de los “Che, Milei”.
En este sentido, ha hecho más por el peronismo y por la discusión acerca de un
modelo de país, un video de 2 minutos de Kim, el candidato de Moreno en la
ciudad, en el que explica que, por ejemplo, el peronismo es capitalista y que
no hay que tomar en sentido literal la estrofa de la marcha que habla de
“combatiendo al capital”, que todo este internismo que, incluso a los ojos de
los votantes propios, huele a casta.
Este punto es central, aunque
suene trillado, porque suponemos que mejor o peor y con más o menos heridos, en
algún momento algo del orden de la unidad va a aparecer, y allí habrá que
explicar por qué, hacia dónde, para qué y con quién, y las respuestas a esos
interrogantes solo podrán hallarse parcialmente (para ser generosos) en las
fórmulas que dieron un sentido y unos cuantos buenos resultados hasta 2015, por
la sencilla razón de que el mundo y la Argentina son otros.
Y no se trata de vanguardias,
pero el espacio progresista, desbordante de intelectuales, no sale del pánico
moral, el paper, la bequita y el tono agudo de la indignación viendo fascismo
hasta debajo de la mesa. Leyeron a Marx y están más preocupados por transformar
su mundo que por explicar el mundo de la mayoría. Y nadie pide una dirigencia
política con doctorados en Filosofía. De hecho, desde aquí mismo hemos
mencionado varias veces ese berretín que parece tener Cristina con la academia
y que la ha llevado a dejar de hacer actos políticos para realizar
“conferencias” donde nos expone la Argentina bimonetaria sin que nadie de su
alrededor le diga que ese “paper” tiene problemas.
Pero hace falta una dirigencia
que interprete el mundo que nos toca vivir y que se identifique con el sentir
popular, algo que, y que nadie se ofenda por favor, ha hecho mucho mejor Milei.
Sí, aquel al que se señala como “medicado”, “esquizo”, “demente”, “místico”, y
“mesiánico”. Ese fue el que conectó y entendió lo que estaba pasando: una
sociedad rota; una clase política ensimismada; un nuevo paradigma que incluía
formas de comunicar, liderar y gobernar distintas; un hartazgo contra la
ingeniería social y una pretensión de mayor libertad frente al agotamiento del
discurso de un Estado con recursos ilimitados y un grupo de privilegiados que confunde
deseos y problemas personales con derechos adquiridos. Por si hiciera falta
aclararlo, aceptar el hecho de esta conexión alcanzada por Milei,
independientemente de si se trata de una virtud, de un azar que lo puso en el
lugar y en el tiempo justo, o las dos cosas a la vez, no supone avalar su
gobierno ni haberlo votado. Tampoco es un llamamiento a la quietud, como si
hacer política solo fuese acompañar el espíritu de época y el político fuera un
mero ejecutor, el médium entre una entelequia clara y distinta llamada “pueblo”
y la realidad concreta.
Sin embargo, sí es una llamada de
atención a una dirigencia que todo el tiempo cree tener algo para decir cuando,
en realidad, debería, más bien, hacer silencio ya que tiene demasiado para
escuchar.
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