miércoles, 9 de abril de 2025

El Dios de los palazos (y el eternauta en el geriátrico) [editorial del 15.3.25 en No estoy solo]

 

El gobierno sigue empeñado en dispararse a los pies. Es como si no supiera hacer otra cosa que tensar suponiendo que el hilo no se va a romper. Pero en 45 días hubo 3 errores no forzados que son inexplicables. Desde el exabrupto en Davos que derivó en la marcha de la comunidad LGBT, pasando por el surrealista episodio LIBRA que se dirimirá como el acto de un presidente estúpido o estafador, hasta las espantosas escenas de una represión desmedida en la marcha de los jubilados del último miércoles.

Se trata de demasiados errores que no toman en cuenta que hay un momento en que la sucesión de hechos conmocionantes minan la confianza en el gobernante, aun cuando éste sea efectivo en dispersar las culpas. Es más, a veces hay hechos que no son responsabilidad del gobernante, como podría ser el desastre de Bahía Blanca, pero es tal el estupor que la ciudadanía se lo hace pagar al partido de gobierno. Nunca se sabe de antemano cuándo ni cómo esto puede suceder. En este sentido, al igual que la filosofía, la ciencia política siempre llega tarde y evalúa post facto. En el mientras tanto hay especulaciones, deseos enmascarados en análisis, presunciones, operaciones… pero nadie sabe nada porque los tiempos y las circunstancias siempre son distintos.   

En todo caso, como definición general, podría decirse que la sociedad no puede vivir en estado de alerta y crispación permanente. Eso no se sostiene en el tiempo. Termina mal y transita peor. Asimismo, otra regla general podría advertir que lo que sirve para ganar una elección no necesariamente sirve para gobernar, y desbordar todo el tiempo los límites, en una especie de construcción diaria de nuevas y nuevas ventanas de Overton que corren siempre la frontera de lo admisible, al principio seduce, luego agota.

Hay en el gobierno, y en buena parte de la derecha, una grave confusión entre orden y violencia institucional. Como si las leyes fueran blandas, permeables y funcionales al caos. De aquí que, o se las endurece o se las pasa por encima. Lo más curioso es que el propio gobierno no se ha dado cuenta que pese a la retórica bullrichista, el orden observado durante todo 2024, al menos en lo que refiere a las manifestaciones que diariamente enloquecían a la Ciudad de Buenos Aires, no lo logró el ministerio de seguridad sino el de capital humano. En otras palabras, si hoy no hay piquetes, no es porque la policía te caga a palos y te hace subir a la vereda, sino porque se les cortó el financiamiento. Era más fácil. No había que reprimir. Había que dejar de financiarlos con la plata del Estado, es decir, con la plata nuestra. El mejor ejemplo de orden sin violencia lo tiene a mano el gobierno… y no lo quiere ver.       

En lo sucedido el último miércoles, sin dudas, hayan participado o no los barrabravas, (por la información que circula de buena fuente, eso no habría sucedido y, si sucedió, fueron participaciones a título personal, espontáneas y pasibles de ser contadas con los dedos de una mano), hubo gente que fue a pudrirla. Son más o menos los de siempre: minúsculos grupos de marginales y lúmpenes, fuerzas de choque, mercenarios de tetrabrik, en algunos casos identificados con espacios de izquierda radical, anarquistas, entremezclados con servicios de inteligencia infiltrados en una simbiosis que muchas veces los hace indistinguibles. Son los menos, pero enchastran todo lo que tocan, en este caso, una reivindicación justa y la expresión genuina de la gran mayoría de las personas que fueron a expresarse. Negar esto es una tontería. Pero marcarlo no supone igualar responsabilidades porque, como todos deberíamos saberlo, el accionar del Estado, encarnado en este caso en la policía, no puede equipararse a los desmadres de la población civil incluso si fueran violentos y adrede. Vale aclararlo mientras el inventario canalla de las pérdidas, realizado por periodistas oficialistas, cuan lista de almacenero, busque equipararlo todo. Así, la vereda rota, el fotógrafo con la cabeza destrozada, la ofrenda sacrificial del patrullero sagrado que arde para que el Dios de los palazos nos bendiga, la vieja que no se murió de casualidad tras ser empujada por el valiente policía, el tacho de basura quemado y las detenciones al voleo, se narran de corrido separados por la conjunción “Y” para que todo valga lo mismo. Sí, efectivamente: 2 demonios reloaded. El regreso. 

Sin embargo, advertir distintos niveles de responsabilidad, no supone abrazar el abolicionismo ni una doctrina que transforme a la policía en una representación de la impotencia estatal. A quién se le habrá ocurrido que la policía no puede reprimir, no lo sabemos, pero sí podemos decirles a los que consideran que la única función de la policía es reprimir, que se puede hacerlo respetando las normas constitucionales, esto es, sin detener gente al voleo ni pegarle a una vieja de 87 años ni volarle la cabeza a un fotógrafo. En la lógica del péndulo, la confusión atrapa a los extremos: para unos, la policía no puede reprimir, con lo cual se nos incendian todas las definiciones de Estado posible, y para los otros, el momento de la represión es un momento en el que la policía/el Estado entra en un terreno límbico por encima de la Ley, decisionismo puro que funciona como un tiempo de liberación para unas fuerzas tan dueñas del orden como del desorden.

Ahora bien, del mismo modo que al principio indicamos que hoy el principal enemigo del gobierno es el propio gobierno con al menos 3 episodios claramente evitables en 45 días, debemos indicar que su aparente invulnerabilidad se ve facilitada por una oposición que demuestra evidente falta de conducción. Sin líder, pero, sobre todo, sin proyecto, sin ideas acordes a los tiempos, reivindicando nostalgias jóvenes, se sube a todas las causas y, acorde a los tiempos de fluidez, encarna un día en unas y luego en otras de manera evanescente. Un arco opositor en busca de una columna vertebral; un proyecto en busca de un sujeto político que de repente cree que es posible construir desde la agenda LGBT que dice luchar contra el enemigo abstracto del fascismo para diluir sus reivindicaciones en un par de días; y algunas semanas más tarde se sube a la convocatoria de la supuesta barra/hinchada de Chacarita, como si desde allí pudiera estructurarse algo sano. Cuando notaron que hablar de barras apoyando un reclamo sería funcional a la degradación de la manifestación, eligieron un slogan aún peor: “Todos seremos jubilados”, esto es, una convocatoria desde el individualismo y el autointerés. No lo hagas por los viejos como colectivo, ni siquiera por tus abuelos; hacelo porque te va a tocar a vos y parece que no hay nada en la vida que valga la pena si no sos vos.

La patria ya no es el otro sino la proyección tuya como viejo. El eternauta llegando al geriátrico se encuentra rodeado de Jokers.

 

    

    

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