El gobierno sigue empeñado en
dispararse a los pies. Es como si no supiera hacer otra cosa que tensar
suponiendo que el hilo no se va a romper. Pero en 45 días hubo 3 errores no
forzados que son inexplicables. Desde el exabrupto en Davos que derivó en la marcha
de la comunidad LGBT, pasando por el surrealista episodio LIBRA que se dirimirá
como el acto de un presidente estúpido o estafador, hasta las espantosas
escenas de una represión desmedida en la marcha de los jubilados del último
miércoles.
Se trata de demasiados errores
que no toman en cuenta que hay un momento en que la sucesión de hechos
conmocionantes minan la confianza en el gobernante, aun cuando éste sea
efectivo en dispersar las culpas. Es más, a veces hay hechos que no son
responsabilidad del gobernante, como podría ser el desastre de Bahía Blanca,
pero es tal el estupor que la ciudadanía se lo hace pagar al partido de
gobierno. Nunca se sabe de antemano cuándo ni cómo esto puede suceder. En este
sentido, al igual que la filosofía, la ciencia política siempre llega tarde y
evalúa post facto. En el mientras tanto hay especulaciones, deseos enmascarados
en análisis, presunciones, operaciones… pero nadie sabe nada porque los tiempos
y las circunstancias siempre son distintos.
En todo caso, como definición
general, podría decirse que la sociedad no puede vivir en estado de alerta y
crispación permanente. Eso no se sostiene en el tiempo. Termina mal y transita
peor. Asimismo, otra regla general podría advertir que lo que sirve para ganar
una elección no necesariamente sirve para gobernar, y desbordar todo el tiempo
los límites, en una especie de construcción diaria de nuevas y nuevas ventanas
de Overton que corren siempre la frontera de lo admisible, al principio seduce,
luego agota.
Hay en el gobierno, y en buena
parte de la derecha, una grave confusión entre orden y violencia institucional.
Como si las leyes fueran blandas, permeables y funcionales al caos. De aquí
que, o se las endurece o se las pasa por encima. Lo más curioso es que el
propio gobierno no se ha dado cuenta que pese a la retórica bullrichista, el
orden observado durante todo 2024, al menos en lo que refiere a las manifestaciones
que diariamente enloquecían a la Ciudad de Buenos Aires, no lo logró el
ministerio de seguridad sino el de capital humano. En otras palabras, si hoy no
hay piquetes, no es porque la policía te caga a palos y te hace subir a la
vereda, sino porque se les cortó el financiamiento. Era más fácil. No había que
reprimir. Había que dejar de financiarlos con la plata del Estado, es decir,
con la plata nuestra. El mejor ejemplo de orden sin violencia lo tiene a mano
el gobierno… y no lo quiere ver.
En lo sucedido el último miércoles,
sin dudas, hayan participado o no los barrabravas, (por la información que
circula de buena fuente, eso no habría sucedido y, si sucedió, fueron
participaciones a título personal, espontáneas y pasibles de ser contadas con
los dedos de una mano), hubo gente que fue a pudrirla. Son más o menos los de
siempre: minúsculos grupos de marginales y lúmpenes, fuerzas de choque,
mercenarios de tetrabrik, en algunos casos identificados con espacios de
izquierda radical, anarquistas, entremezclados con servicios de inteligencia
infiltrados en una simbiosis que muchas veces los hace indistinguibles. Son los
menos, pero enchastran todo lo que tocan, en este caso, una reivindicación
justa y la expresión genuina de la gran mayoría de las personas que fueron a
expresarse. Negar esto es una tontería. Pero marcarlo no supone igualar
responsabilidades porque, como todos deberíamos saberlo, el accionar del
Estado, encarnado en este caso en la policía, no puede equipararse a los
desmadres de la población civil incluso si fueran violentos y adrede. Vale
aclararlo mientras el inventario canalla de las pérdidas, realizado por
periodistas oficialistas, cuan lista de almacenero, busque equipararlo todo.
Así, la vereda rota, el fotógrafo con la cabeza destrozada, la ofrenda
sacrificial del patrullero sagrado que arde para que el Dios de los palazos nos
bendiga, la vieja que no se murió de casualidad tras ser empujada por el
valiente policía, el tacho de basura quemado y las detenciones al voleo, se narran
de corrido separados por la conjunción “Y” para que todo valga lo mismo. Sí,
efectivamente: 2 demonios reloaded.
El regreso.
Sin embargo, advertir distintos
niveles de responsabilidad, no supone abrazar el abolicionismo ni una doctrina
que transforme a la policía en una representación de la impotencia estatal. A
quién se le habrá ocurrido que la policía no puede reprimir, no lo sabemos,
pero sí podemos decirles a los que consideran que la única función de la
policía es reprimir, que se puede hacerlo respetando las normas
constitucionales, esto es, sin detener gente al voleo ni pegarle a una vieja de
87 años ni volarle la cabeza a un fotógrafo. En la lógica del péndulo, la
confusión atrapa a los extremos: para unos, la policía no puede reprimir, con
lo cual se nos incendian todas las definiciones de Estado posible, y para los
otros, el momento de la represión es un momento en el que la policía/el Estado
entra en un terreno límbico por encima de la Ley, decisionismo puro que
funciona como un tiempo de liberación para unas fuerzas tan dueñas del orden
como del desorden.
Ahora bien, del mismo modo que al
principio indicamos que hoy el principal enemigo del gobierno es el propio
gobierno con al menos 3 episodios claramente evitables en 45 días, debemos
indicar que su aparente invulnerabilidad se ve facilitada por una oposición que
demuestra evidente falta de conducción. Sin líder, pero, sobre todo, sin
proyecto, sin ideas acordes a los tiempos, reivindicando nostalgias jóvenes, se
sube a todas las causas y, acorde a los tiempos de fluidez, encarna un día en
unas y luego en otras de manera evanescente. Un arco opositor en busca de una
columna vertebral; un proyecto en busca de un sujeto político que de repente
cree que es posible construir desde la agenda LGBT que dice luchar contra el
enemigo abstracto del fascismo para diluir sus reivindicaciones en un par de
días; y algunas semanas más tarde se sube a la convocatoria de la supuesta
barra/hinchada de Chacarita, como si desde allí pudiera estructurarse algo
sano. Cuando notaron que hablar de barras apoyando un reclamo sería funcional a
la degradación de la manifestación, eligieron un slogan aún peor: “Todos
seremos jubilados”, esto es, una convocatoria desde el individualismo y el
autointerés. No lo hagas por los viejos como colectivo, ni siquiera por tus
abuelos; hacelo porque te va a tocar a vos y parece que no hay nada en la vida
que valga la pena si no sos vos.
La patria ya no es el otro sino
la proyección tuya como viejo. El eternauta llegando al geriátrico se encuentra
rodeado de Jokers.
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