miércoles, 25 de junio de 2008

Los idiotas

Debo confesar que a partir de los sucesos de público conocimiento, desde hace ya más de 100 días estoy tentado a escribir una nota que se llame “los idiotas”. Finalmente, creo haber encontrado el momento. Pero para que no se malinterprete diré que no me refiero a la cadena nacional de los medios privados que transmite en vivo y en directo cualquier exabrupto de un De Angeli que más que un Blumberg campechano parece cada vez más un Jacobo Winograd patriotero; tampoco a la supuesta demostración de militancia que suponen las carpas K ni a la insólita persistente cobertura que se les da; tampoco voy a referirme al Gobierno de la Ciudad que en su ineficacia ni siquiera puede lograr el desalojo de esas carpas ni a las poco felices acciones y declaraciones de Delia ni a la funcionalidad de ex líderes sociales como Castells; no se tratará tampoco de hacer un análisis de las cadenas de mails ciberrevolucionarias ni de los valientes comentarios de anónimos en blogs.
También es necesario aclarar que cuando digo idiotas no me refiero a los que ponen en primera plana el sismo político que produjo la conmocionante derrota del kirchnerismo en una ciudad termómetro de la Argentina como lo es aquella que es conocida por el crimen de Nora Dalmasso, ni hago alusión a aquellos que consideran que Riquelme es el jugador número 1 de la Argentina. Permítaseme agregar que en este caso tampoco voy a decirles idiotas a aquellos que, una vez muerto, consideran que Neustadt, al fin de cuentas y más allá de algunas opiniones controvertidas, era un gran comunicador y un hombre fiel a sus ideas; tampoco llamaré idiotas a los idiotas que consideran que el Congreso tiene una oportunidad histórica de demostrar su utilidad. A ninguno de estos personajes citados llamaré hoy idiotas.
Más bien llamaré idiotas a un conjunto de ciudadanos comunes algunos de los cuales ocupan espacios en medios de comunicación, que han interpretado que la nota escrita por Verbitsky este domingo en Página 12 ( http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-106452-2008-06-22.html ) suponía un viraje en el pensamiento del periodista hacia posiciones anti K.
Para explicar esta oligofrenia interpretativa, Orlando Barone hizo mención a un libro de Wiñazki, cuyo título resulta bastante explicativo: La noticia deseada. En este caso, es tal el deseo de ciudadanos comunes y vecinos de escuchar críticas al gobierno de parte de intelectuales que alguna vez fueron afines a éste, que llovieron comentarios a las radios anunciando la buena nueva del cambio de Verbitsky sin percatarse la ironía, que por momentos ni siquiera fue fina, que desarrolló a lo largo de todo su artículo.
Entiendo que Verbitsky introdujo en su nota, a modo de mofa y con el fin de desnudar la precariedad de algunos argumentos, la catarata de pareceres del sentido común que intentan dar cuenta de la realidad política y que poco tienen que ver con las verdaderas falencias que tiene este gobierno. En su nota, el periodista afirma que los problemas de la Argentina son: la confusión que genera el doble comando ya que la gente no sabe quién gobierna; las peleas de la Presidenta con el ex presidente; el afán de dividir el país; el odio de Kirchner; la utilización de las madres de Plaza de Mayo; la soberbia de la Presidenta: la falta de conferencias de prensa; la no invitación al diálogo; la ausencia de calidad institucional; las joyas de la Presidenta; las apariciones públicas de Kirchner. Verbitsky también exigió emular a España en la resolución del conflicto de las rutas (como pedían muchos analistas) y también reclamó que la Presidenta oiga las palabras del humilde líder agrario Alfredo de Angeli, como así también que acceda a que líderes democráticos como Buzzi, alguien con declaradas convicciones religiosas, imparta clases de democracia.
Siguiendo con el juego, el periodista de Página 12 también criticó al ex presidente por no confrontar con Duhalde, por no hacer una exégesis del pensamiento de Delía y por no reconocer la brutal y genocida represión realizada a los cientos de miles de hambreados campesinos revolucionarios de Gualeguaychú.
Todo esto dijo Verbitsky irónicamente en una nota que muchos idiotas interpretaron literalmente. Detrás de este deseo de viraje está la idea de que el arrepentimiento es una vía de acceso a una verdad privilegiada. Casi a la manera de la dialéctica hegeliana, el arrepentido llega a una verdad superior porque ha pasado por el error, por el mal, y la salida de allí supone una superación jerarquizada por contener en sí su negación. Además, mejor si el arrepentido es un intelectual pues al fin de cuentas siempre se nos siembran dudas cuando alguien formado piensa distinto que nosotros.
Si bien para algunos, esta interpretación dialéctica es la muestra fiel de que Cristina no es alguien especial ya que la Argentina estaría llena de hegelianos como ella, a mí me interesaría regresar al tema de esta nota y cerrar con una pregunta: ¿a qué nivel de idiotez hemos llegado para no darnos cuenta que a muchos de los argumentos que se repiten a diario no les hace falta nada para conformar una perfecta ironía?

viernes, 13 de junio de 2008

Política y verdad

Tras casi 100 días de conflicto con el campo, la sensación de estancamiento se debe menos a la parálisis en la comercialización de productos que al desfile incesante de analistas, políticos y amplificadores del sentido común cuya única salida a la repetición hartante de lugares comunes es la exageración de calamidades y desastres por venir. Si bien la aparición repentina de casos de inseguridad y las vergonzosas imágenes de Charly García tomada por un celular de aquellos vecinos que trabajan gratis para grandes multimedios con la misma lógica de invasión a la intimidad de los programas vespertinos de infundios parece mostrar cierto aplacamiento del conflicto con el campo, no deja de sorprender la capacidad para exprimir un tema que, más allá de sus matices, no es más complejo que otros.
La estrategia del gobierno, en los últimos días, está dando resultados: el desgaste de los representantes de la Mesa de Enlace resulta visible y junto a De Angeli hay más cámaras que seguidores. La tarima de Gualeguaychú parece el escenario de una comedia Stand Up y el frío hizo que la gente se fuera a la casa. Sin embargo, la estrategia del gobierno es peligrosa puesto que en situación de acorralamiento, la víctima puede reaccionar de diversas maneras. Los dirigentes del campo han quedado presos de su propia radicalidad y la misma crítica paroxística que por momentos los llevó a plantear el cambio de un modelo de país, es la que hace que cualquier triunfo en la negociación se juzgue nimio. Jugar a la expectativa de máxima incentivados por la fama de la repetición en cadena, no es siempre la mejor manera de obtener resultados. Absurdo sería conseguir un poquito de rebaja en las retenciones y salir a justificar públicamente que 100 días de paro tuvieron que ver nada más que con unos puntitos de más o de menos. A estos grupos y a la oposición, lamentablemente, lo que les queda es la apuesta al caos: alguna cadena de mails reenviada por idiotas y algún gatillo fácil que contribuya a construir un mártir anónimo bastará para hacer olvidar las razones originales del conflicto.
El gobierno tiene razón en la aplicación de las retenciones móviles y más acertado estuvo cuando modificó buena parte del plan inicial bajando el porcentaje que, pasado determinado umbral, llegaba al 95% del excedente; cuando discriminó entre grandes y medianos y pequeños a través de devoluciones y subsidios y cuando facilitó los trámites burocráticos delegándolos a las respectivas provincias. También, ante el insólito argumento de que no debía pagarse porque no se sabía a dónde iba la plata, el gobierno acertó en inventar un destino social para los fondos. Esta última estrategia hizo imposible oponerse a tal punto que los representantes del campo no pudieron decir más que “estamos de acuerdo con el destino de los fondos, nada más que no queremos que se nos saque a nosotros la plata”. Ningún periodista repreguntó. La necesidad de diálogo es un latiguillo pero nadie repregunta para que avance el diálogo. Se habla de redistribución y nunca falta un ignorante que plantea que la redistribución es correcta si no afecta a nadie. Lo que estos analistas no parecen entender es que la redistribución supone sacarle a algunos para darle a otros. Si se puede hacer dialogando y a través de la persuasión mejor pero si no el gobierno deberá imponerlo. Si tiene fuerza, decisión política y una buena estrategia comunicacional lo hará. Si no no (por cierto, de las 3 mencionadas, la que seguro no tiene es la tercera).
Pero el gobierno se equivoca en un elemento que va más allá de cualquier plan y que es más grave que esto. El gobierno se equivoca al encarar mal el juego de la política, al creer que en este tipo de conflictos está en juego la verdad. La verdad no necesariamente genera estabilidad política, paz y prosperidad, lo cual, por supuesto no significa que el precio por éstas deba ser la mentira. Pero la fantasía de que la verdad pacifica es la de aquellos fundamentalistas de la verdad que creen que ella es tan fuerte como para sojuzgar voluntades e ignorancias. Piensan la política como piensan la religión. Es la misma idea de Carrió quien cree que el problema de la política es el de la verdad y que el escenario de la política argentina no se divide según ideologías ni programas sino por la decencia en los comportamientos.
Insisto con esto: no se trata de un llamamiento a la mentira y a la construcción de burbujas de consumo y felicidad. Simplemente trato de decir que el juego de la política es más bien el de la persuasión y la negociación antes que el de la verdad. Aún los que tienen la verdad deben, a veces, sentarse a negociar pues la mesa de negociación no es sólo la que admite a equivocados e interesados. También admite a los que tienen razón. Por eso el gobierno debe entender que aún teniendo la razón y la verdad de su lado, debe negociar para resolver el conflicto. La negociación supondrá otorgarle algo a aquellos que mienten lo cual no debilita la verdad, más bien, simplemente, muestra que la política planteada en términos de Verdad/Mentira generalmente no sirve de mucho.
En este sentido, pragmáticamente hablando, el gobierno debe sopesar cuál es el precio que está pagando por poseer la verdad y quizás deba darse cuenta que la verdad de su lado no le permitirá resolver un conflicto que le está quitando el caudal político que merecidamente se ganó.

jueves, 5 de junio de 2008

La corporación blogger

Hace unos días el portal de Clarín se hizo eco de una controversia que tuvo como disparador unas declaraciones de José Pablo Feinmann acerca de los blogs. El escritor argentino afirmó, palabras más palabras menos, que detesta los blogs, que no hay pelotudo que no tenga un blog (SIC), que a la gran mayoría de los que escriben un blog cualquier jefe de redacción les pegaría una patada en el culo (SIC); que hay que saber escribir para no hacerle perder el tiempo al que lee y que los blogs son utilizados muchas veces por idiotas que hacen de la puteada un deporte (Ver las declaraciones en http://weblogs.clarin.com/camara-libre/archives/2008/04/post_40/ ).
Estas declaraciones me hicieron recordar unas de Horacio González que en tono más críptico y academicista también se referían despectivamente a los blogs en tanto promotores de una “disentería verbal” y el elogio de una espontaneidad sin control de calidad. Al igual que Feinmann, el director de la Biblioteca Nacional abre un interrogante respecto de la aparente revolución de la libertad y la democracia que los blogs estarían llevando adelante y concluye que tras una suerte de explosión burbujeante, en unos años, renacerá el estilo clásico y necesario de la escritura, aquel que compromete al escritor con nombre y apellido y que restaura una suerte de objetividad del texto. (Ver el artículo de González en http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2007/12/21/01569971.html )
Confieso que me ha llamado la atención las vehementes respuestas que se les han dirigido tanto a González como a Feinmann. Por supuesto, las críticas provinieron, en su mayoría, de aquellos lectores y editores de blogs que se sintieron tocados en su amor propio, por cierto, para nada virtual. Aun blogs de personas con pretensiones de seriedad y capacidad argumentativa se ocuparon del tema y tildaron a los escritores mencionados de vetustos oficiales de una resistencia extemporánea. Yo, por mi parte, considero que tanto grito desaforado, tanto ofuscamiento contra Feinmann y González, parece más una exageración de espíritus entre ingenuos y limitados por un horizonte umbilical.
Sin intentar hacer una hermenéutica de algunos exabruptos de Feinmann podría decirse que, más allá de algunas generalizaciones poco fundadas, éste tiene razón. Es verdad que cualquier pelotudo tiene un blog, lo cual no significa que el que tenga un blog sea necesariamente un pelotudo. La diferencia perece sutil, pero no lo es y también habría que preguntarse por qué tanto enojo ante una afirmación que parece valorativa pero es casi descriptiva: cada vez son más aquellos que creen tener algo para decir y lo dicen y seguramente, en la medida en que este fenómeno se amplíe, serán más los contenidos obligatoriamente olvidables. En esta línea también es correcta la aseveración de que ningún jefe de redacción podría aprobar la gran mayoría de los contenidos que son vertidos en los blogs. Más allá de ello, en este punto, debería aclararse que hay gente que no tiene pretensión alguna de hacer de la información de su blog un potencial candidato a ser contenido de algún tipo de publicación seria. Más bien habría que preguntarse cuáles son las razones por las que muchos jóvenes tienen una compulsión a mostrar una representación de su aparente intimidad. En todo caso, la crítica de Feinmann se dirige más a aquellos blogs que pretenden plantear una alternativa respetable a las corporaciones mediáticas.
Tan real como las anteriores es la afirmación de Feinmann respecto a la utilización abusiva del anonimato para proferir todo tipo de agravios. Mediocridad y carencia de valentía suelen aunarse en un cocktail que atraviesa la mayoría de los comentarios en los blogs. Tanto guapo virtual, tanto revolucionario de cibercafé y Ipod son más una muestra de decadencia que de ejercicio de la libertad. En esta línea, tanto Feinmann como González tienen razón en, al menos, abrir un interrogante respecto de las aparentes bondades de los blogs. Sin duda, los blogs son un espacio muy útil para muchas personas que por diferentes razones ven vedadas sus posibilidades de participación en grandes medios que pudieran promover sus ideas. Ante tanta homogeneidad y linealidad en los análisis de los grandes multimedios, algunos blogs parecen ser una caricia al intelecto. Sin embargo, muchos otros reproducen, desde el humilde y pobre espacio de poder que supone ser el editor de un blog, lo peor de las grandes corporaciones. Censura, pretensiones de exclusividad y pedidos de contribuciones sin retribución son, entre muchas otras, monedas corrientes en los blogs, lo cual nos lleva a pensar que no existe una conciencia, por llamarlo antisistémica, en los bloggers, sino más bien, se trata, en su gran mayoría, de sujetos que no ejercen toda la vehemencia despótica del poder sólo porque no tienen la posibilidad de hacerlo. En este sentido, esta reacción exagerada y en bloque contra los dichos de González y de Feinmann parece propio de corporaciones, esto es, estructuras interesadas y acríticas, con un despotismo tan monolítico que no parece entender que debería generar mecanismos para que lo que se democratice no sea solamente la política del agravio anónimo y los mediocres balbuceos pseudo libertarios de editores censores.

jueves, 29 de mayo de 2008

El individuo y el Estado

Entre tanta coyuntura y repetición; entre tanto vedetismo y tanto grito, entre tanta amenaza y tanta escarapela, un humilde intento de abstracción que propone sumar algunas categorías para intentar entender el conflicto del Gobierno con el Campo. A mi parecer, existe un pequeño ensayo de Borges llamado “Nuestro pobre individualismo” que puede ayudar a comprender algo de lo que está pasando.
Si bien, sería insólito destacar a Borges por sus, no sólo conservadoras, sino pobres ideas políticas, el autor de Ficciones es citado aquí a partir de una afirmación simple y clara: el argentino no es ciudadano sino individuo. En otras palabras, no tiene un sentido de pertenencia a la República, no concibe su libertad al estilo clásico en el sentido de ser autónomo por participar de las decisiones de la polis; más bien, es el claro ejemplo de la libertad moderna que considera que se es libre en la medida en que nada se interpone en el camino. Derivada de esta última forma de entender la libertad, cierto liberalismo extremo, a veces llamado libertarismo, afirma que ese “nada” incluye al Estado. Es decir, la libertad del individuo florecerá en la medida en que el Estado sólo se ocupe de garantizar la propiedad privada y los derechos que me permitan elegir el ideal de buena vida que yo prefiera.
Desde este punto de vista, el Estado aparece como un otro, un algo ajeno, un enemigo. El individuo no se siente parte del Estado y cualquier clase de impuesto que suponga un extra (es decir, que se utilice para algo más allá de la protección de la propiedad privada) es considerado confiscatorio.
En la disputa Gobierno-Campo esta relación de ajenidad respecto del Estado es clara. Paradójicamente, a diferencia de los nacionalismos contra los que Borges discutía, esto es, aquellos que pregonaban por un “Estado más grande”, el nacionalismo de los dirigentes del campo es mucho más lábil, escurridizo. Parece liberal/libertario cuando se discuten ganancias extraordinarias y es socialista redistributivo cuando los precios internacionales bajan y hacen falta subsidios estatales. Hay algunos elementos más que en el ensayo de Borges pueden ayudarnos a pensar. Me refiero a las razones por la cual los argentinos sienten que son individuos enfrentados al Estado. Resulta interesante porque hay argumentos que son muy actuales. El primero es que, dado que los gobiernos argentinos siempre han sido un desastre y se emparenta gobierno con Estado, no queda otra que la salvación individual a-política; el segundo argumento, mucho más filosófico y con el que Borges juega socarronamente, es que el Estado es un artificio colectivo, un invento y que en tanto tal sería imposible que nos sintamos parte de algo que sólo existe como ficción. Sobre el primer argumento, los dirigentes del campo machacaron una y otra vez desde el momento en que el gobierno corrigió su error inicial de subir las retenciones sin discriminar entre grandes y pequeños y medianos. Se decía que no tenía sentido el aumento de los impuestos porque el gobierno se lo robaba o lo utilizaba para el tren bala; también se decía que los reintegros no servían porque “se quedaban en el camino” y nunca volvían a las manos de los productores. Decir que el gobierno roba me parece exagerado y propio del sentido común del porteño medio clarividente y engreído con aparente saber empírico surgido del mero transcurrir de años y de calles, que afirma “los políticos son todos ladrones”. No me parece que este sea un gobierno con una corrupción estructural como algunos afirman. Hay casos de corrupción, algunos más o menos probados y otros sospechados pero probables. Por otra parte, en esta línea, los paladines de la transparencia, los que viven de la compulsión a la denuncia, nunca caen en la cuenta, de que la crítica a la corrupción no es nunca una crítica sistémica. Son los mismos que afirman que el gran vicio del gobierno de Menem fue solamente su nivel alto de corrupción.
En cuanto al tren bala, no hay mucho que decir. Resulta una erogación insólita con la cual se podrían mejorar todas las líneas existentes o restablecer el sistema ferroviario nacional previo a los 90. También podría utilizarse para construir todas las redes de subte que hacen falta para que transitar la Capital sea menos agobiante. La lista puede seguir pero eso no es en lo único en que gasta el dinero el gobierno. Decir “no” a las retenciones porque con esto se paga el tren bala es tan parcial como afirmar “sí” a las retenciones porque ese dinero se utilizará sólo para redistribuir entre los que menos tienen a través de subsidios o de los aumentos existentes a jubilaciones y sueldos de empleados públicos.
En cuanto a que los reintegros no llegan, es verdad: no llegan porque para que lleguen hay que estar en blanco y pagar impuestos.
En lo que respecta al segundo argumento, este que afirmaba que no podíamos sentirnos parte de una ficción, resulta un puntapié interesante para pensar el conflicto actual en clave nacional. Dejando de lado la fantasía de una reedición del combate entre federales y unitarios, que algunos interesadamente quieren reflotar, cabe preguntarse qué elemento hace que regiones, intereses y tradiciones tan dispares puedan formar parte de un mismo territorio llamado Argentina. Pero eso es asunto de otro artículo.
Por último, una mención a una de las tantas cadenas de mails que andan pululando. Hoy me llega la de un muchacho que propone solidarizarse con el campo quitando los ahorros de los bancos, comprando moneda extranjera y retrasando los adelantos impositivos. Hay muchos pseudo guevaristas de cibercafé que ocupan su tiempo en tales revoluciones virtuales. Creo que esos mails ya llegan con un nombre que se va borrando, se va haciendo anónimo para transformarse en el del argentino medio: cree que afectar al Estado, es afectar al gobierno y cree que él no forma parte del Estado. Seguro que debe ser de aquellos que critican los modales de Moreno pero le recriminan que en tanto agente del Estado no controle los precios de los colegios privados; seguro que es de los que dice “yo le pago el sueldo” y se olvida que también le paga el sueldo a los obispos a pesar de formar parte de un Estado laico; seguro que debe ser de aquellos que rescatando el mero vinculo que promueve la continuidad de la cercanía espacial, antes que “ciudadano” prefiere que le llamen “vecino”.

lunes, 19 de mayo de 2008

Los auténticos

En la actualidad política argentina suelen oírse una serie de conceptos y terminología propia de aquella tradición romántica que surgió como respuesta al pensamiento iluminista del siglo XVIII.
El romanticismo resaltaba la fe y la religión por sobre la razón; lo espiritual por sobre lo material; lo cualitativo por sobre lo cuantitativo; lo emocional/pasional por sobre lo racional; el elogio de lo natural por sobre la maquinaria del progreso; lo particular como auténtico por sobre lo universal como artificio; el provincianismo por sobre el cosmopolitismo; la espontaneidad por sobre el cálculo racional y “economicista”, etc. Además, muchos autores románticos fueron antecedentes de los nacionalismos más beligerantes defendiendo la idea de “Espíritu nacional” como la esencia que hace a un pueblo ser lo que es. El espíritu nacional se transforma así en una entidad homogénea que subyace a los accidentes históricos y que funda una referencia que permite construir una historia nacional de mitos, epopeyas, santos y héroes que viene a manifestar ese espíritu. De este modo, algunos pensadores románticos, critican al Estado en tanto artificial y rescatan, en cambio, a la nación, esto es, las costumbres, la geografía, la tradición y el lenguaje como el elemento unificador constitutivo del pueblo.
La disputa entre románticos e iluministas llegó al territorio del Río de la Plata, de aquí que no resulte casual que la generación del 37 sea considerada romántica más allá de defender paralelamente muchos principios iluministas. Esta tensión, tan propia de estos lares, reaparece a lo largo de la historia argentina y puede ser útil para notar algunas paradojas de una actualidad en la que la palabra más mencionada es una muy poco romántica: “diálogo”.
El elogio inconsciente de los ideales románticos aparece en varios órdenes. Por un lado, se hipostasia a “el campo”, se le da entidad, voluntad y se lo hace un sujeto claramente delineable y homogéneo. Se lo dota de un espíritu y no se cae en la cuenta de que este espíritu que se presenta como preexistente es siempre construido a posteriori. A esto contribuyó el error de la medida indiferenciada que en un principio adoptó el gobierno, la ignorancia de la clase media porteña y unos vivos y unos idiotas útiles que forman parte de la Sociedad rural y la Federación agraria respectivamente. De este modo, la Argentina parece todo el tiempo disputarse una serie de ficciones esenciales románticas: “nosotros somos el campo”, “nosotros somos la gente”, “nosotros somos el pueblo”. La disputa, claro está, tiene que ver con quién es el representante de la ficción hipostasiada puesto que en tanto tal, la ficción se moverá al compás de quien se imponga como cabeza. Por eso es tan grande la puja y a su vez tan difícil de legitimar: dado que no existe sustento material que dé cuenta de estas construcciones cualquiera puede erigirse como cabeza y cualquiera puede poner en tela de juicio la legitimidad. Por ejemplo, en los últimos días todos dicen representar al pueblo: Moyano, cada una de las federaciones agrarias, los caceroleros de Belgrano y Cristina. De todos estos, el que tiene más legitimidad es ella pues ha sido votada hace muy poco por casi el 50 porciento de la gente. Que tenga legitimidad, claro está, no la acerca a las decisiones correctas ni a la verdad pero al menos, los gobiernos elegidos por el pueblo han sido sometidos en algún momento al escrutinio de todos los ciudadanos. Pero también es necesario decir, que la legitimidad formal, el hecho de haber sido elegido por las urnas, no garantiza a los gobiernos una legitimidad fáctica, en el sentido de que una serie de errores o medidas antipopulares puede generar un descontento que seguramente le quitará caudal político y margen de maniobra. En este sentido, la estrategia de desgastar al campo seguramente será efectiva pero a mi juicio ha tenido costos muy altos.
Como la legitimidad fáctica es difícil de medir, todos construyen sus sensaciones térmicas de manera arbitraria y a través de un movimiento sinecdótico: se designa a un todo tomando sólo una de sus partes. Así 100 manifestantes con cacerolas haciendo ruido en una esquina se transforman en el sentir popular “de todos” y los operadores de siempre hablan de “la gente”.
A la hipostatización de entidades inexistentes y al movimiento sinécdótico debemos agregarle cómo se resaltan otra serie de cualidades románticas. La más visible fue el elogio a la “espontaneidad” como aquello que rescata un perfil de pureza y bondad. El espontáneo es auténtico en franca oposición al calculador que parece seguir una lógica racional y autointeresada.
El exaltamiento de los valores románticos también se vio claramente la última semana en un ámbito que es muy proclive a este tipo de acciones: el fútbol. Un jugador de River tuvo la mala idea de decir que su hinchada no alienta lo suficiente y que en ese sentido es claramente superada por su rival, Boca. Hace algunos años ya, un episodio similar había tenido como protagonista a un jugador de Vélez que se quejó de su propia hinchada por haber sido superada en número y presencia ensordecedora en su propia cancha. Fue el mayor sacrilegio que se le pudo hacer a un hincha. Hubo manifestaciones y escándalos. Al jugador de River lo quieren echar del club, hinchas, dirigentes y periodistas hinchas. Se había tocado el “sentimiento inexplicable” y lo inexplicable, románticamente hablando, es un valor.
Ni que hablar, si de elementos románticos se trata, del acto del partido justicialista en el que asumió Kirchner. La liturgia peronista a pleno, con un presentador que parecía referirse a luchadores de catch antes que a autoridades de un partido político. Referencias a “el pueblo” por doquier en una presentación que no debe ser criticada por anacrónica sino por hacer referencia a una entidad inexistente. La misma falsa referencia es aquella a la que apuntó el campo cuando propuso utilizar las escarapelas arrogándose, como tantas otras veces a lo largo de la historia, el rol de ser “la argentina real y auténtica” frente al “clientelismo vil”. Así no resulta casual que el campo prepare un acto para el 25 de mayo, como también lo hace el gobierno y que empiece a circular ya la idea de “el país del bicentenario”. Parece que en la corta historia argentina los aniversarios seculares exacerban la discusión acerca del ser nacional. Que está discusión se diera en 1910 tenía algún sentido pero darla en 2010 es una repetición más cercana a la comedia.
Entre los intelectuales también hay una solapada discusión en términos de autenticidad romántica. Los que se oponen al gobierno se consideran objetivos, realistas y acusan a los otros de inauténticos, es decir, consideran que nadie puede defender políticas del oficialismo si no tiene intereses directos o indirectos. Es interesante porque no los acusan ni de tontos ni de errados sino de farsantes. La racionalidad es reconocida pero lo que no se les admite es la (supuesta) falta de autenticidad que hace que algunos cerebros cooptados por el dinero y la ideología estén al servicio del mal. Esto es muy interesante porque a aquellos que no están completamente en contra del gobierno ni siquiera se les da el beneficio del error. Se los acusa de venales y de defender oscuros intereses. De este modo, hay un grupo importante de intelectuales, periodistas y opinólogos que no pueden entender que exista otra gente tan respetable como ellos que defienda opiniones distintas. Eso no es posible: la capacidad argumentativa es de muchos pero la autenticidad es sólo de los opositores rabiosos. Al resto de los argentinos no rabiosos se nos adscribe impostura, inautenticidad y mentira.
En este punto me quiero detener. El valor de la autenticidad está en que no admite el error. Quien es auténtico cree no poder equivocarse. Que la pasión por un color sea un sentimiento inexplicable le da una gran mano al que lo exhibe porque no lo deja elegir. No hay argumentos racionales que puedan poner en tela de juicio la autenticidad inexplicable de su pasión puesto que si los hubiera se podría cambiar de camiseta y eso no lo admite el ideal de autenticidad. La autenticidad se presenta como aquello que nos permite contactarnos con la verdad y que sea inexplicable permite soportar mejor las decisiones porque no nos da lugar a ninguna pregunta. La autenticidad es primigenia, original, siempre lejana, lo suficiente como para no saber de dónde viene.
Y en el medio de esta orgía romántica, la gran paradoja es que la palabra más escuchada en las últimas semanas es “diálogo” y el diálogo es justamente muy poco romántico pues supone una racionalidad y una relación entre al menos dos personas que incluye una exteriorización y que no queda circunscripto al ámbito monológico de la espontaneidad auténtica. Esta relación entre hablantes, como ya observaba Sócrates, supone que aquellos que entablan el diálogo están abiertos a la posibilidad de reformular su punto de vista pues la verdad nunca se presenta de forma simple y clara. Hay que trabajarla, elaborarla. De aquí que Sócrates se inclinara por las posibilidades de modificación propias de la oralidad frente a la fijeza del texto escrito.
El gobierno ha cedido, sólo en parte, con los retornos y los subsidios diferenciados además de acuerdos por la carne, etc. El campo pide diálogo pero no ha cedido nunca. Entonces no hay diálogo, hay soliloquios amplificados por transmisiones “en cadena” desde una tarima de Gualeguaychú. Allí, la radicalidad es virtud y los gritos y las amenazas son perdonados, pues son “verdaderos”, son “auténticos”.