Muchas veces en este espacio hemos mencionado, como una
de las variables para entender el triunfo de Milei, el modo en que la “gente
rota” se identificó con su figura. No se trataba, por cierto, de una
estigmatización, sino de la simple descripción enfocada en un sector de la
población a la que sucesivas crisis económicas y sociales había destruido en
todo sentido, también en lo que respecta a su subjetividad.
Muy conectado a esto, estaba una sed de revancha, una
necesidad de castigo guiado por una bien fundamentada ira por el malestar
padecido: había que acabar con los privilegiados y el privilegio era la casta,
una categoría que tenía como referente principal a la política y a todo lo
vinculado con el Estado pero que también se podía extender a sectores
empresariales, periodistas, universidades, etc., es decir, los creadores de
sentido común hegemónico. Por supuesto que detrás de esa necesidad de castigo
había una esperanza, falsa, mentirosa y tramposa, pero esperanza al fin, al
menos para los que no se daban cuenta de que era falsa, mentirosa y tramposa:
me refiero a la idea de que el fin de los privilegios beneficiaría al conjunto
de la población. El ejemplo más evidente era la zoncera de suponer que reducir
el gasto político era la solución al problema de los argentinos. Se trata de
una afirmación que no resiste el menor análisis, más allá de que, por supuesto,
hacía falta reducir el gasto político y Milei tenía razón en apuntar a todos
los privilegios de la casta. Lo que no era verdad es que de la eliminación de
esos privilegios se siguiese el bienestar general.
Los que me leen hace años, saben que suelo emparentar la
figura de Milei con el de la película Joker 1, cuando esa violencia
generalizada explota y no busca ninguna otra finalidad que la violencia misma.
Es una generalización y, por tanto, es injusta, pero podemos decir que una
buena parte de los votos que recibió Milei provinieron de un montón de gente
que, con razón, harta de gobiernos de distinto color que le jodieron la vida,
decide votar al “loco”, al “roto”, al “desequilibrado” que estaban tan loco,
roto y desequilibrado como la mayoría de los argentinos… y que rompa todo,
porque peor de lo que estábamos no se puede estar. Esta última afirmación es
falsa pero no importa: la sensación era esa y la posmodernidad nos dice que lo
único que no se puede contradecir son las autopercepciones.
Ahora bien, más allá de algunas decisiones y de mucha
gestualidad en torno a algunas disputas de la “batalla cultural”, en el ámbito
económico el gobierno de Milei solo puede mostrar la baja de la inflación. No
es poco. De hecho, es mucho. Mi intuición era que ese logro alcanzaría para
validar al gobierno en estas elecciones de medio término, pero quizás no sea
así, especialmente a partir de la infinita cantidad de errores y escándalos que
envuelve a la administración desde hace unos meses. La Argentina ha tenido
gobiernos horribles, pero llama la atención tantos errores, uno detrás de otro,
en tan poco tiempo y especialmente después de haber sorteado con holgura un
primer año en el que tenía todo en contra y en el que los más optimistas
auguraban helicóptero antes de cumplir el semestre. Incompetencia, soberbia, egos
y un plan para un país que no existe, de repente confluyen en ese momento
trágico de la política que es impredecible pero que, cuando aparece, se hace
evidente: el momento en el que, metafóricamente, empiezan a entrar todas las
balas, el inicio de un fin que puede extenderse más o menos pero que es inexorable.
Incluso el contraejemplo de la reacción kirchnerista a la derrota de 2009, con
un triunfo arrasador en 2011, podría ajustarse a este vaticinio: tras aquel
conflicto con las patronales del campo y con los medios, algo se rompió y la
sutura fue solo provisional. Tardó bastante en explotar, pero explotó.
Todo puede pasar pero cuesta imaginar cómo el gobierno
podría acortar esos casi 14 puntos de desventaja en la provincia de Buenos
Aires, tras el escándalo Espert, de lo cual se seguiría que es más que probable
que el gobierno pierda, al menos por un voto, la elección nacional o que, en
todo caso, si la magia de la contabilidad de los sellos arrojara un número
distinto, aun así tuviera que cargar con la derrota simbólica por paliza en el
distrito más importante y contra quien pretende sucederlo en el cargo. Sumemos
a esto que el lunes posterior a la elección, todo esperamos cambios drásticos
en la economía, de esos que no van a favorecer a las mayorías, por cierto.
Tras 2009 el kirchnerismo se relanza con una serie de
medidas audaces, radicales y profundas. ¿Tiene margen Milei para algo así? ¿Qué
tipo de medidas podría tener en la manga más que más guita de algún lado para
extender el atraso del dólar? Si el peronismo no alcanza para ganar una
elección, tampoco parece alcanzar con el antiperonismo, de modo que el roto
debería poder ofrecer algo más que su cualidad de roto, especialmente cuando
del otro lado la principal referente está presa y el “riesgo kuka” es un hombre
de paja.
Por otra parte, lo que sirve para ganar una elección no
necesariamente alcanza para gobernar. El “¡Viva la libertad, Carajo!” se parece
demasiado a aquel capítulo de los Simpsons en el que Bart repite una frase
estúpida una y otra vez y todos sus amigos le dicen “haz lo tuyo, Bart”, repite
esa frase estúpida, ya nadie espera otra cosa de vos. Lo que al inicio
pretendía crear una mística, hoy es un meme con la cara de ALF. Es que los que
tenían esperanza, la están perdiendo, y aquellos Jokers que solo querían
incendiarlo todo, empiezan a darse cuenta que su Joker quizás sea parte del
problema o, dicho de otra manera, observan que, quizás, antes que una novedad, están
frente el último y decadente paso de la descomposición de la política, aquella
contra la cual reaccionaban incendiándolo todo. Porque, o bien asistimos al
modo en que Milei se ha rodeado de la casta, o bien cabe preguntarse hasta qué
punto estamos frente a un escenario superador después de los escándalos LIBRA,
ANDIS, y del presunto narcodiputado que pedía “Cárcel o Bala” para ahora
abrazarse al Estado de derecho que, eventualmente, podría brindarle el
beneficio de la primera opción.
Por último, especialmente a partir de 2010, aquel
kirchnerismo había sabido conectar e interpretar lo que estaba pasando, del
mismo modo que Milei lo entendió previo a la elección 2023. El punto es que
ahora parece desconectado de la realidad, envuelto en conspiranoias y la
repetición de su fórmula muestra que aquel aprovechamiento fue menos una
estrategia que una carambola, un ejemplo más del “momento justo en el lugar
justo”. Nada más. La disrupción constante puede ser efectiva fuera del poder y,
en la administración, puede funcionar un tiempo. Pero hay un momento en el que
un sector de la población, al menos, pide soluciones y, sobre todo, aunque no
esté tanto de moda, en un contexto en el que queda expuesto cómo mintió “El
Profe” que firmaba acuerdos por 1 millón de dólares para asesorar presuntos narcos,
todavía hay algunos conservadores que valoraríamos cierto sentido del pudor,
ese que estuvo ausente en el concierto que brindó el presidente en el Movistar
Arena. A propósito, permítaseme cerrar con algo de mitología griega.
Según el catedrático español Carlos García
Gual, en la Antigüedad se consideraba que el pudor, el respeto y el sentido
moral (aidós, en griego) eran
esenciales para la convivencia humana.
De hecho, el mito cuenta que cuando los dioses
dieron forma a las distintas especies encomendaron a dos de los titanes,
Prometeo y Epimeteo, la tarea de distribuir características a cada uno de los
seres vivos, de modo tal que todos tuvieran fortalezas y debilidades, para de
ese modo lograr un equilibrio. El problema es que Epimeteo, cuyo nombre significa
“el que reflexiona tarde” o “el que piensa después de actuar”, repartió todo y
se olvidó del Hombre. De aquí que Prometeo (“el que piensa antes de actuar”),
robara el fuego a los dioses y se lo ofreciera a los hombres que, gracias a
ello, fueron también los únicos seres capaces de reconocer y venerar a las
divinidades.
Sin embargo, de la posesión del fuego no se
sigue la sabiduría política, y la mejor prueba de ello es que cuando los
hombres se unieron y vivieron juntos comenzaron a tener conflictos entre sí al
punto de poner en riesgo la continuidad de la especie. Fue por eso que Zeus
envió al Dios Hermes a que repartiera a todos los seres humanos la mencionada “aidós” y la “díke” (sentido de la justicia), porque sin ellas no habría
posibilidad de vida en sociedad. Platón resume este pasaje, en su diálogo Protágoras, del siguiente modo:
A todos, dijo Zeus, y
que todos participen. Pues no existirían las ciudades si tan sólo unos pocos de
ellos lo tuvieran, como sucede con los saberes técnicos. Es más, dales de mi
parte una ley: que a quien no sea capaz de participar de la moralidad y de la
justicia lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad
A propósito del término “aidós”, Pedro Olalla, un especialista en cultura griega, nos
recuerda que proviene de “aitho”,
esto es, un fuego interior que aflora, en ocasiones, sobre nuestro rostro en forma
de rubor.
Si los argentinos hemos perdido ya el sentido de
justicia y con ello la posibilidad de una convivencia pacífica, no permitamos
que se lleven también ese otro don: el de ponernos colorados sea por vergüenza
propia, sea por vergüenza ajena.
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