En las últimas semanas la
estabilidad de economía argentina depende de la forma en que interpretemos las
palabras del secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent y de Donald
Trump. Si cuando hablaban de apoyarnos o no apoyarnos se referían al 2025 o al
2027, si el SWAP es un SWAP, si el “los argentinos se están muriendo” suponía
echar la responsabilidad al actual gobierno o refería a un proceso de agonía,
casi constitutivo, del ser argentino…
Agreguemos a esto un montón de
info que ya nadie sabe de dónde sale… si los bancos americanos van a poner
otros 20.000 millones, si Sam Altman dijo lo que dijo o él mismo y sus
inversiones fueron una invención de la IA…
Que un mercado pegue saltos diarios
hacia arriba o hacia abajo habla menos de su perfil especulativo que de su
dificultad para la comprensión de texto y contexto. Pero, sobre todo, describe
que los fundamentos de nuestra economía son muy frágiles y que el crecimiento
con o sin dinero no se efectiviza.
Pero el terreno de las
interpretaciones tendrá su lugar estelar el lunes posterior a las elecciones,
no solo porque siempre suele ser así sino porque aquí se agregan otros factores
relativamente novedosos. Por lo pronto, el que generará mayor controversia es
la forma en que se recuenten los votos, más allá de la decisión de la cámara
electoral que, con buen tino, indicó que los votos se cuentan por distrito.
Expuesto así, el gobierno ganará y perderá, y salvo en algunas provincias donde
la elección está reñida, probablemente no haya grandes sorpresas. Pero
simbólicamente la clave está en la sumatoria de votos a nivel país donde el
gobierno quiere mostrar que es el ganador. Para hacerlo cuenta con una ventaja
técnica: LLA está presente en los 24 distritos, sea en solitario, sea en
alianza, y el peronismo ha utilizado diferentes sellos en cada distrito siendo
el más común el Fuerza Patria, presente en 14.
Es de esperar que, entonces, con
los resultados más o menos desarrollándose, ya comience una guerra en redes y
medios tradicionales acerca del modo en que se cuentan los votos con la
intención de la victoria pírrica de algún titular de diario a favor o de un
conjunto de ciudadanos que se van a dormir pensando que el resultado fue
distinto al que en realidad fue.
En todo caso, no será demasiado
distinto a lo que viene sucediendo en los últimos meses con un gobierno al que
cada día hábil se le hace muy largo y donde ya no hay semana en la que pueda
mostrar estabilidad. Es que, al fin de cuentas, sumados de una manera o de
otra, en las cámaras, los sellos peronistas van a ser parte de la misma
bancada. ¿Acaso alguien podría imaginar, por ejemplo, que el peronismo de
Formosa que no va con el sello Fuerza Patria piensa formar un bloque aparte? Absurdo.
En este sentido, números más,
números menos, no habrá mucha sorpresa y se descuenta que el gobierno con
aliados alcance el tercio mágico en diputados, por ejemplo.
A propósito de ello, como para
agregar una complejidad al recuento de votos: el debut a nivel nacional de la
boleta única puede deparar sorpresas y facilitar la elección de candidatos a
distintas fuerzas que el sistema anterior dificultaba. Por citar un ejemplo,
las encuestas marcan que la candidata de LLA en Ciudad de Buenos Aires,
Patricia Bullrich, obtendría muchísimos votos más que el candidato a diputado
por la misma fuerza, Alejandro Fargosi. ¿Allí cuál va a ser el número que
tomaremos para sumar a nivel nacional? ¿El de Bullrich o el de Fargosi? La
pregunta retórica muestra que, aunque a los fines simbólicos los números se
simplifiquen, lo cierto es que cada distrito y, dentro de ellos, cuando
correspondiere, cada elección, sea de diputados o de senadores, es distinta y
debería analizarse en sí misma.
Dicho esto, el escenario más
probable, cuenten como se cuenten los votos a nivel nacional, es desfavorable
al gobierno por razones que él mismo creó, en un error estratégico llamativo:
me refiero al modo en que nacionalizó la elección de la provincia de Buenos
Aires para luego recibir una paliza electoral. En este sentido, salvo un
milagro que muy pocos avizoran, esto es, que la lista encabezada por el diputado
sospechado de ser apoyado por narcos, sí, la del pelado que ahora es colorado,
reduzca drásticamente la desventaja, será difícil que los análisis dejen a un
lado que el peronismo está vivo y tiene en Kicillof a un candidato con
fortaleza para disputar en 2027. Si la diferencia no solo no se achica, sino
que se agranda, ya podríamos estar hablando de una catástrofe. ¿Qué se puede
salir a decir el lunes si, pongamos, perdiste por 20 puntos en la Provincia de
Buenos Aires?
Pero, como decíamos, ya no hay
elecciones, solo interpretaciones, y el lunes se analizará la performance de un
gobierno que, tras los escándalos y los errores no forzados de los últimos
meses, ha pasado de una pretensión arrasadora a contentarse con una performance
digna alrededor del 35% de los votos, resultado mediocre si se lo compara con
los resultados que suelen tener los oficialismos en sus elecciones de medio
término y más mediocre aún si se toma en cuenta que es un número alcanzado
gracias a una alianza con quien hasta hace poco era el espacio de derecha más
importante. Naturalmente no sería lo mismo 32% que 38% y no será indiferente lo
que sume realmente el peronismo en los 24 distritos, pero en cualquier caso
pareciera imponerse un golpe de timón o al menos un golpe de efecto que a la
vista del electorado recupere parte de la expectativa que el gobierno supo
generar durante su primer año. Y nótese que no hablo de resultados pues allí nos
adentraríamos en una cierta realidad concreta. Hablo de expectativas, al fin de
cuenta, proyecciones que pueden estar más o manos basadas en condiciones
objetivas pero que tienen mucho de valoración personal y subjetiva.
Aun cuando, filosóficamente
hablando, el supermercado ofrezca los últimos espasmos de una realidad que se
resiste a desaparecer, es natural que una política que solo aspira a sostenerse
en expectativas, devenga terreno de disputas donde las únicas batallas son las
de las interpretaciones.
Para finalizar, en un país en el
que incluso ya sin PASO, los años electorales se hacen larguísimos, el
ausentismo crece y buena parte del electorado ya no sabe ni lo que vota, no
faltará mucho para que el día de las elecciones sea una simple formalidad a la
que nadie asista y cuyos resultados sean números arbitrarios creados por
algoritmos.
No está lejos el día en que
gobernar sea simplemente interpretar.
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