sábado, 1 de noviembre de 2025

No hay elecciones, solo interpretaciones (editorial del 19.10.25 en No estoy solo)

 

En las últimas semanas la estabilidad de economía argentina depende de la forma en que interpretemos las palabras del secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent y de Donald Trump. Si cuando hablaban de apoyarnos o no apoyarnos se referían al 2025 o al 2027, si el SWAP es un SWAP, si el “los argentinos se están muriendo” suponía echar la responsabilidad al actual gobierno o refería a un proceso de agonía, casi constitutivo, del ser argentino…

Agreguemos a esto un montón de info que ya nadie sabe de dónde sale… si los bancos americanos van a poner otros 20.000 millones, si Sam Altman dijo lo que dijo o él mismo y sus inversiones fueron una invención de la IA…

Que un mercado pegue saltos diarios hacia arriba o hacia abajo habla menos de su perfil especulativo que de su dificultad para la comprensión de texto y contexto. Pero, sobre todo, describe que los fundamentos de nuestra economía son muy frágiles y que el crecimiento con o sin dinero no se efectiviza.

Pero el terreno de las interpretaciones tendrá su lugar estelar el lunes posterior a las elecciones, no solo porque siempre suele ser así sino porque aquí se agregan otros factores relativamente novedosos. Por lo pronto, el que generará mayor controversia es la forma en que se recuenten los votos, más allá de la decisión de la cámara electoral que, con buen tino, indicó que los votos se cuentan por distrito. Expuesto así, el gobierno ganará y perderá, y salvo en algunas provincias donde la elección está reñida, probablemente no haya grandes sorpresas. Pero simbólicamente la clave está en la sumatoria de votos a nivel país donde el gobierno quiere mostrar que es el ganador. Para hacerlo cuenta con una ventaja técnica: LLA está presente en los 24 distritos, sea en solitario, sea en alianza, y el peronismo ha utilizado diferentes sellos en cada distrito siendo el más común el Fuerza Patria, presente en 14.

Es de esperar que, entonces, con los resultados más o menos desarrollándose, ya comience una guerra en redes y medios tradicionales acerca del modo en que se cuentan los votos con la intención de la victoria pírrica de algún titular de diario a favor o de un conjunto de ciudadanos que se van a dormir pensando que el resultado fue distinto al que en realidad fue.

En todo caso, no será demasiado distinto a lo que viene sucediendo en los últimos meses con un gobierno al que cada día hábil se le hace muy largo y donde ya no hay semana en la que pueda mostrar estabilidad. Es que, al fin de cuentas, sumados de una manera o de otra, en las cámaras, los sellos peronistas van a ser parte de la misma bancada. ¿Acaso alguien podría imaginar, por ejemplo, que el peronismo de Formosa que no va con el sello Fuerza Patria piensa formar un bloque aparte? Absurdo.

En este sentido, números más, números menos, no habrá mucha sorpresa y se descuenta que el gobierno con aliados alcance el tercio mágico en diputados, por ejemplo.

A propósito de ello, como para agregar una complejidad al recuento de votos: el debut a nivel nacional de la boleta única puede deparar sorpresas y facilitar la elección de candidatos a distintas fuerzas que el sistema anterior dificultaba. Por citar un ejemplo, las encuestas marcan que la candidata de LLA en Ciudad de Buenos Aires, Patricia Bullrich, obtendría muchísimos votos más que el candidato a diputado por la misma fuerza, Alejandro Fargosi. ¿Allí cuál va a ser el número que tomaremos para sumar a nivel nacional? ¿El de Bullrich o el de Fargosi? La pregunta retórica muestra que, aunque a los fines simbólicos los números se simplifiquen, lo cierto es que cada distrito y, dentro de ellos, cuando correspondiere, cada elección, sea de diputados o de senadores, es distinta y debería analizarse en sí misma.

Dicho esto, el escenario más probable, cuenten como se cuenten los votos a nivel nacional, es desfavorable al gobierno por razones que él mismo creó, en un error estratégico llamativo: me refiero al modo en que nacionalizó la elección de la provincia de Buenos Aires para luego recibir una paliza electoral. En este sentido, salvo un milagro que muy pocos avizoran, esto es, que la lista encabezada por el diputado sospechado de ser apoyado por narcos, sí, la del pelado que ahora es colorado, reduzca drásticamente la desventaja, será difícil que los análisis dejen a un lado que el peronismo está vivo y tiene en Kicillof a un candidato con fortaleza para disputar en 2027. Si la diferencia no solo no se achica, sino que se agranda, ya podríamos estar hablando de una catástrofe. ¿Qué se puede salir a decir el lunes si, pongamos, perdiste por 20 puntos en la Provincia de Buenos Aires?

Pero, como decíamos, ya no hay elecciones, solo interpretaciones, y el lunes se analizará la performance de un gobierno que, tras los escándalos y los errores no forzados de los últimos meses, ha pasado de una pretensión arrasadora a contentarse con una performance digna alrededor del 35% de los votos, resultado mediocre si se lo compara con los resultados que suelen tener los oficialismos en sus elecciones de medio término y más mediocre aún si se toma en cuenta que es un número alcanzado gracias a una alianza con quien hasta hace poco era el espacio de derecha más importante. Naturalmente no sería lo mismo 32% que 38% y no será indiferente lo que sume realmente el peronismo en los 24 distritos, pero en cualquier caso pareciera imponerse un golpe de timón o al menos un golpe de efecto que a la vista del electorado recupere parte de la expectativa que el gobierno supo generar durante su primer año. Y nótese que no hablo de resultados pues allí nos adentraríamos en una cierta realidad concreta. Hablo de expectativas, al fin de cuenta, proyecciones que pueden estar más o manos basadas en condiciones objetivas pero que tienen mucho de valoración personal y subjetiva.

Aun cuando, filosóficamente hablando, el supermercado ofrezca los últimos espasmos de una realidad que se resiste a desaparecer, es natural que una política que solo aspira a sostenerse en expectativas, devenga terreno de disputas donde las únicas batallas son las de las interpretaciones.

Para finalizar, en un país en el que incluso ya sin PASO, los años electorales se hacen larguísimos, el ausentismo crece y buena parte del electorado ya no sabe ni lo que vota, no faltará mucho para que el día de las elecciones sea una simple formalidad a la que nadie asista y cuyos resultados sean números arbitrarios creados por algoritmos.

No está lejos el día en que gobernar sea simplemente interpretar.

 

 

 

 

 

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