Comencemos con 3 fotos: una
diputada opositora posa con remera argentina al momento de emitir el voto y
lleva a su fotógrafo pensando en sus redes sociales. A nadie le importa más que
a ella, pero pertenece a la generación de políticos performáticos, esa palabra
tan de moda que nadie sabe bien qué significa pero que hay que usar para sonar cool; un candidato opositor acaba de
perder en su distrito por más de 20 puntos pero en Twitter nos ofrece su imagen
compartiendo el balcón de San José 1111 con CFK. Además de performáticos, la
nueva dirigencia es fan de sus conductores. A propósito, la tercera imagen: la
expresidente sale al balcón a bailar cuando el resultado ya marcaba una
tendencia irreversible y una paliza llevada adelante por un gobierno que hace
seis meses está envuelto en un escándalo tras otro. Si no leyéramos a Mayra
Mendoza decir que “Cristina tenía razón, no importa cuando leas esto”, uno
estaría tentado a pensar que ese gesto no solo es un error, sino la señal de
alguien que hace tiempo está más enfocado en retener fragmentos de poder que en
construir mayorías.
El albertismo sin Alberto habla
de todo menos de lo ocurrido entre 2019 y 2023. El espacio que hace del
proyecto colectivo una bandera nos dice que la culpa la tuvo ese señor
innombrable que nadie sabe cómo llegó ahí ni cómo gobernó con los ministerios y
todas las líneas repletas de la gente que hoy hace albertismo sin Alberto.
Disputan con Bregman haciendo del país una inmensa asamblea universitaria en
vez de buscar los votos del ausentismo, el gran protagonista de la jornada
electoral. Y lo peor: han creado una militancia a imagen y semejanza que cada
vez se avergüenza más de ellos y, claro está, acaba votando a Bregman para
eludir toda responsabilidad de mayoría. Al fin de cuentas, si de tener razón y
de ser minoría intensa se trata, nada mejor que la izquierda.
Entonces llaman a un frente
antifascista y hablan difícil porque no buscan gobernar sino escribir un paper
sobre las nuevas derechas y las catástrofes siempre por venir. La oposición de
hoy en día no quiere gobernar porque tiene culpa. En eso se parecen a Alberto,
el innombrable… desprecian el poder, les quema. Prefieren ser víctimas, recibir
un subsidio o un contrato y señalar con el dedo al malo que hace. En frente
tuvieron un candidato que no hubiera podido ganar nunca en ninguna
circunstancia… y les vuelve a ganar… porque del otro lado llevamos más de una
larga década de errores y porque está muy fresco el último desastre. A los
genios de la estrategia electoral los pasa por encima la experimentada
estratega Karina Milei y nos dicen que el problema fue el desdoblamiento con el
argumento de que anticipar las elecciones locales “despertó” al antiperonismo.
O lo que es peor, el argumento gorila del progresismo: la culpa es de los
intendentes, retomando la ya mítica figura de Barones capaces de manipular a
las masas a través del clientelismo más vil. Nadie puede explicar cómo puede
perder y perder elecciones el peronismo si esa dinámica de los intendentes
estuviera tan aceitada pero igual el cliché se repite. Les mostrás los números,
les decís que entre septiembre y octubre el peronismo de la Provincia perdió
solo 300.000 votos y que al menos la mitad de ellos podría explicarse por el
hecho de que en las nacionales no votan los extranjeros… pero no… hay que decir
que la culpa es de los intendentes cuando son las autoridades nacionales del
partido las que deberían explicar cómo se perdió en dos tercios del país, en algunos
casos, frente a candidatos que no los conocía ni la madre ni el propio Milei. Entre
2015 y 2023 el peronismo perdió la misma cantidad de elecciones presidenciales
que había perdido en 70 años. Ya sabemos que CFK siempre tiene razón, así que
habrá que buscar en otro lado: ¿será la culpa de Magnetto? ¿Será Trump? ¿Será
la nueva pedagogía de la crueldad? ¿Será la posverdad y la “nenecha”? ¿Será que
la gente es mala y no merece?
Como hemos dicho varias veces
aquí, traigan ideas que votos sobran. Incluso visto fríamente, un 40% en
elecciones intermedias en la provincia de Buenos Aires es un resultado
aceptable, y si se perdió fue porque se compitió contra una coalición que
nucleó a toda la derecha. Naturalmente, la sensación de derrota se da por la
expectativa generada a partir de los resultados de septiembre, pero 40% en
Buenos Aires a dos años del gobierno de Alberto Fernández, no es para
despreciar.
En todo caso, victorioso o
perdidoso, el problema de Kicillof y de cualquier otro que pretenda disputar el
liderazgo y devenir un candidato autónomo de las directivas de San José, será
ofrecer algo diferente. Eso no implica defeccionar o resignar principios para
adecuarse a los valores de la época, pero sí plantear qué se va a hacer en 2027
a diferencia de lo que se hizo en 2019 y, por lo menos, entre 2011 y 2015. ¿Volver
a la “década ganada”? El país del 2003 no existe más. El del 2015 tampoco. Eso
no significa que esas experiencias no puedan enseñarnos cosas, pero hoy es otro
país aun cuando hay muchos estudios que muestran que a diferencia del voto a
Milei en 2023, su base electoral 2025 se parece demasiado a la del PRO,
dominada en especial por clases altas y medias. El gran problema es que esas
clases bajas que siempre votaron peronismo hasta 2023, hoy no votan a Milei
pero tampoco votan al peronismo. A duras penas si votan.
Son pocos los dirigentes que al
menos plantean un programa, equivocado o no, de cara al futuro. Pero en todo
caso, no se trata de los dirigentes con mayor proyección de voto. Kicillof
hasta ahora propone kirchnerismo sin Cristina o, al menos, sin la lapicera de
ella, como si el problema fuese nada más que la lapicera. Tiene razón Kicillof
en salir a dar esa disputa, especialmente cuando los dueños de la lapicera ponen
siempre a los mismos expertos en derrotas y malos gobiernos. Pero no es solo un
problema de nombres. Y claro que los nombres juegan, pero lo esencial es la
carencia de ideas. Que sea un lugar común no significa que sea menos cierto.
Milei trajo nuevas ideas o, en todo caso, arropó las ideas que fracasaron
largamente en la Argentina detrás de una nueva mascarada en un contexto muy
particular y, a caballo del clivaje casta versus anticasta, corrió el eje de la
discusión. No se trata de jubilar a nadie. De hecho, Milei no jubiló a nadie,
sino que, más bien, acabó subiendo al tren de “las ideas de la libertad” a toda
la casta fracasada de liberales, pseudorepublicanos y, sobre todo,
antiperonistas. Pero algo hay que hacer si lo que se busca es salir de la indignación
y el “comentarismo”. Si quieren indignarse y comentar, armen un programa de
radio o televisión. Pero no hagan política.
Por cierto, ¿la oposición ofreció
algo nuevo frente a Milei? No se trata de hacer autoayuda, pero una actitud
meramente reactiva no es lo que estaría esperando la gente, al menos en este
momento. Por ejemplo, ¿alguna alternativa para bajar la inflación a la que
ofrece Milei? Porque es muy importante bajar la inflación y la dirigencia
opositora actual pareciera no prestarle atención a ello como si la baja de la
inflación fuera un tema “de derecha”, como “la seguridad”. Y más allá del
antiperonismo, que hoy parece ser mucho más robusto y homogéneo que el
peronismo, una parte del electorado votó la baja de la inflación, votó que no
hay piquetes, votó que puede comprar dólares, votó que tiene ofertas para
alquilar, votó que ante el problema de la inseguridad la respuesta no fue “la
culpa es de la desigualdad” y votó, entre otras tantas cosas, advirtiendo que
las políticas públicas en torno a la “igualdad” debían repensarse por las
severas fracturas sociales que estaban generando. Que las recetas que utilizó
Milei para dar cuenta de cada uno de estos puntos pueda ser criticada
ampliamente por los “efectos secundarios” y los nuevos problemas que genera, no
invalida que la gente valore esas soluciones. Y no está mal que lo haga porque
es evidente que, por diversas razones, toda esta lista de puntos había generado
un hartazgo en la sociedad.
Y la oposición no tiene aportes
novedosos para encarar estos problemas. Más bien, en la lógica de “lo que
importa es tener razón”, todo hecho es interpretado como un reforzamiento del
paradigma. Nunca aparece una duda, una reflexión, un “quizás nos equivocamos”.
Al contrario. O en todo caso, si se habla de error, se dice que el problema fue
no haber ido a fondo. Así, la promesa de futuro no es otra que “vamos a volver
para hacer lo mismo más profundo”. Lo distinto sería así lo mismo radicalizado.
Con todo, el plan de volver en
2027 por defecto no puede descartarse pues frente al peronismo no hay
precisamente un gobierno que brille por su astucia. De hecho, el gobierno
tendrá unos días de calma, pero sigue teniendo los mismos problemas que tenía
el viernes anterior y ni siquiera el sostenimiento abierto de parte de los
Estados Unidos garantiza la estabilidad por los próximos dos años puesto que todos
ya sabemos cómo termina. Solo discutimos cuándo.
Y cuando eso suceda, si desde la
oposición no aparece una alternativa, se verá que estamos chocando con la última
instancia de la crisis de representación. Es que, desde nuestro punto de vista,
Milei estaría más cerca de ser el último político más que el primer
pospolítico. Y su eventual fracaso no redundará en el regreso del fracaso
anterior. En este sentido, la respuesta a la antipolítica no será el retorno de
la política sino la apoliticidad y con ello una crisis de legitimidad ya no de
la clase política sino del sistema mismo, de la democracia.
En este sentido, si observamos la
degradación de las instituciones, no será por el presunto fascismo de Milei
sino por el fracaso sucesivo de diversos espacios y coaliciones desde hace más
de 10 años. Entonces, la foto que no sale en las redes es la de millones de
argentinos viviendo siempre un poco peor desde hace muchos años. Yo no soy de
los que cree que el pueblo nunca se equivoca. Pero frente a la ineptitud, el
narcisismo, la venalidad y la carencia de ideas de nuestros dirigentes, al
momento de buscar responsabilidades, no habría que empezar por quienes cada dos
años se toman el trabajo de, encima, ir a votarlos.
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