sábado, 1 de noviembre de 2025

De Twitter a San José. De San José a Twitter (editorial del 1.11.25 en No estoy solo)

 

Comencemos con 3 fotos: una diputada opositora posa con remera argentina al momento de emitir el voto y lleva a su fotógrafo pensando en sus redes sociales. A nadie le importa más que a ella, pero pertenece a la generación de políticos performáticos, esa palabra tan de moda que nadie sabe bien qué significa pero que hay que usar para sonar cool; un candidato opositor acaba de perder en su distrito por más de 20 puntos pero en Twitter nos ofrece su imagen compartiendo el balcón de San José 1111 con CFK. Además de performáticos, la nueva dirigencia es fan de sus conductores. A propósito, la tercera imagen: la expresidente sale al balcón a bailar cuando el resultado ya marcaba una tendencia irreversible y una paliza llevada adelante por un gobierno que hace seis meses está envuelto en un escándalo tras otro. Si no leyéramos a Mayra Mendoza decir que “Cristina tenía razón, no importa cuando leas esto”, uno estaría tentado a pensar que ese gesto no solo es un error, sino la señal de alguien que hace tiempo está más enfocado en retener fragmentos de poder que en construir mayorías.

El albertismo sin Alberto habla de todo menos de lo ocurrido entre 2019 y 2023. El espacio que hace del proyecto colectivo una bandera nos dice que la culpa la tuvo ese señor innombrable que nadie sabe cómo llegó ahí ni cómo gobernó con los ministerios y todas las líneas repletas de la gente que hoy hace albertismo sin Alberto. Disputan con Bregman haciendo del país una inmensa asamblea universitaria en vez de buscar los votos del ausentismo, el gran protagonista de la jornada electoral. Y lo peor: han creado una militancia a imagen y semejanza que cada vez se avergüenza más de ellos y, claro está, acaba votando a Bregman para eludir toda responsabilidad de mayoría. Al fin de cuentas, si de tener razón y de ser minoría intensa se trata, nada mejor que la izquierda.

Entonces llaman a un frente antifascista y hablan difícil porque no buscan gobernar sino escribir un paper sobre las nuevas derechas y las catástrofes siempre por venir. La oposición de hoy en día no quiere gobernar porque tiene culpa. En eso se parecen a Alberto, el innombrable… desprecian el poder, les quema. Prefieren ser víctimas, recibir un subsidio o un contrato y señalar con el dedo al malo que hace. En frente tuvieron un candidato que no hubiera podido ganar nunca en ninguna circunstancia… y les vuelve a ganar… porque del otro lado llevamos más de una larga década de errores y porque está muy fresco el último desastre. A los genios de la estrategia electoral los pasa por encima la experimentada estratega Karina Milei y nos dicen que el problema fue el desdoblamiento con el argumento de que anticipar las elecciones locales “despertó” al antiperonismo. O lo que es peor, el argumento gorila del progresismo: la culpa es de los intendentes, retomando la ya mítica figura de Barones capaces de manipular a las masas a través del clientelismo más vil. Nadie puede explicar cómo puede perder y perder elecciones el peronismo si esa dinámica de los intendentes estuviera tan aceitada pero igual el cliché se repite. Les mostrás los números, les decís que entre septiembre y octubre el peronismo de la Provincia perdió solo 300.000 votos y que al menos la mitad de ellos podría explicarse por el hecho de que en las nacionales no votan los extranjeros… pero no… hay que decir que la culpa es de los intendentes cuando son las autoridades nacionales del partido las que deberían explicar cómo se perdió en dos tercios del país, en algunos casos, frente a candidatos que no los conocía ni la madre ni el propio Milei. Entre 2015 y 2023 el peronismo perdió la misma cantidad de elecciones presidenciales que había perdido en 70 años. Ya sabemos que CFK siempre tiene razón, así que habrá que buscar en otro lado: ¿será la culpa de Magnetto? ¿Será Trump? ¿Será la nueva pedagogía de la crueldad? ¿Será la posverdad y la “nenecha”? ¿Será que la gente es mala y no merece?

Como hemos dicho varias veces aquí, traigan ideas que votos sobran. Incluso visto fríamente, un 40% en elecciones intermedias en la provincia de Buenos Aires es un resultado aceptable, y si se perdió fue porque se compitió contra una coalición que nucleó a toda la derecha. Naturalmente, la sensación de derrota se da por la expectativa generada a partir de los resultados de septiembre, pero 40% en Buenos Aires a dos años del gobierno de Alberto Fernández, no es para despreciar.

En todo caso, victorioso o perdidoso, el problema de Kicillof y de cualquier otro que pretenda disputar el liderazgo y devenir un candidato autónomo de las directivas de San José, será ofrecer algo diferente. Eso no implica defeccionar o resignar principios para adecuarse a los valores de la época, pero sí plantear qué se va a hacer en 2027 a diferencia de lo que se hizo en 2019 y, por lo menos, entre 2011 y 2015. ¿Volver a la “década ganada”? El país del 2003 no existe más. El del 2015 tampoco. Eso no significa que esas experiencias no puedan enseñarnos cosas, pero hoy es otro país aun cuando hay muchos estudios que muestran que a diferencia del voto a Milei en 2023, su base electoral 2025 se parece demasiado a la del PRO, dominada en especial por clases altas y medias. El gran problema es que esas clases bajas que siempre votaron peronismo hasta 2023, hoy no votan a Milei pero tampoco votan al peronismo. A duras penas si votan.

 

Son pocos los dirigentes que al menos plantean un programa, equivocado o no, de cara al futuro. Pero en todo caso, no se trata de los dirigentes con mayor proyección de voto. Kicillof hasta ahora propone kirchnerismo sin Cristina o, al menos, sin la lapicera de ella, como si el problema fuese nada más que la lapicera. Tiene razón Kicillof en salir a dar esa disputa, especialmente cuando los dueños de la lapicera ponen siempre a los mismos expertos en derrotas y malos gobiernos. Pero no es solo un problema de nombres. Y claro que los nombres juegan, pero lo esencial es la carencia de ideas. Que sea un lugar común no significa que sea menos cierto. Milei trajo nuevas ideas o, en todo caso, arropó las ideas que fracasaron largamente en la Argentina detrás de una nueva mascarada en un contexto muy particular y, a caballo del clivaje casta versus anticasta, corrió el eje de la discusión. No se trata de jubilar a nadie. De hecho, Milei no jubiló a nadie, sino que, más bien, acabó subiendo al tren de “las ideas de la libertad” a toda la casta fracasada de liberales, pseudorepublicanos y, sobre todo, antiperonistas. Pero algo hay que hacer si lo que se busca es salir de la indignación y el “comentarismo”. Si quieren indignarse y comentar, armen un programa de radio o televisión. Pero no hagan política.

Por cierto, ¿la oposición ofreció algo nuevo frente a Milei? No se trata de hacer autoayuda, pero una actitud meramente reactiva no es lo que estaría esperando la gente, al menos en este momento. Por ejemplo, ¿alguna alternativa para bajar la inflación a la que ofrece Milei? Porque es muy importante bajar la inflación y la dirigencia opositora actual pareciera no prestarle atención a ello como si la baja de la inflación fuera un tema “de derecha”, como “la seguridad”. Y más allá del antiperonismo, que hoy parece ser mucho más robusto y homogéneo que el peronismo, una parte del electorado votó la baja de la inflación, votó que no hay piquetes, votó que puede comprar dólares, votó que tiene ofertas para alquilar, votó que ante el problema de la inseguridad la respuesta no fue “la culpa es de la desigualdad” y votó, entre otras tantas cosas, advirtiendo que las políticas públicas en torno a la “igualdad” debían repensarse por las severas fracturas sociales que estaban generando. Que las recetas que utilizó Milei para dar cuenta de cada uno de estos puntos pueda ser criticada ampliamente por los “efectos secundarios” y los nuevos problemas que genera, no invalida que la gente valore esas soluciones. Y no está mal que lo haga porque es evidente que, por diversas razones, toda esta lista de puntos había generado un hartazgo en la sociedad.

Y la oposición no tiene aportes novedosos para encarar estos problemas. Más bien, en la lógica de “lo que importa es tener razón”, todo hecho es interpretado como un reforzamiento del paradigma. Nunca aparece una duda, una reflexión, un “quizás nos equivocamos”. Al contrario. O en todo caso, si se habla de error, se dice que el problema fue no haber ido a fondo. Así, la promesa de futuro no es otra que “vamos a volver para hacer lo mismo más profundo”. Lo distinto sería así lo mismo radicalizado.

Con todo, el plan de volver en 2027 por defecto no puede descartarse pues frente al peronismo no hay precisamente un gobierno que brille por su astucia. De hecho, el gobierno tendrá unos días de calma, pero sigue teniendo los mismos problemas que tenía el viernes anterior y ni siquiera el sostenimiento abierto de parte de los Estados Unidos garantiza la estabilidad por los próximos dos años puesto que todos ya sabemos cómo termina. Solo discutimos cuándo.

Y cuando eso suceda, si desde la oposición no aparece una alternativa, se verá que estamos chocando con la última instancia de la crisis de representación. Es que, desde nuestro punto de vista, Milei estaría más cerca de ser el último político más que el primer pospolítico. Y su eventual fracaso no redundará en el regreso del fracaso anterior. En este sentido, la respuesta a la antipolítica no será el retorno de la política sino la apoliticidad y con ello una crisis de legitimidad ya no de la clase política sino del sistema mismo, de la democracia.

En este sentido, si observamos la degradación de las instituciones, no será por el presunto fascismo de Milei sino por el fracaso sucesivo de diversos espacios y coaliciones desde hace más de 10 años. Entonces, la foto que no sale en las redes es la de millones de argentinos viviendo siempre un poco peor desde hace muchos años. Yo no soy de los que cree que el pueblo nunca se equivoca. Pero frente a la ineptitud, el narcisismo, la venalidad y la carencia de ideas de nuestros dirigentes, al momento de buscar responsabilidades, no habría que empezar por quienes cada dos años se toman el trabajo de, encima, ir a votarlos.

 

 

No hay comentarios: