Desde que el discurso de la izquierda progresista devino hegemónico, la agenda pública se ha inundado de debates y controversias inexploradas apenas algunos años atrás.
De repente, escuelas,
universidades, fundaciones y empresas animan a las personas a definir su
identidad ya no en tanto seres humanos sino a partir de su género, su raza, su
origen cultural o su orientación sexual como si fueran estos sus atributos
definitivos.
La clase social, que era la
categoría explicativa central de la izquierda, al menos hasta bien entrados los
ochenta, va perdiendo espacio y se inaugura así la era Woke, mientras el Occidente liberal y universalista que consideraba
que la igualdad debía alcanzarse siendo ciego a las diferencias, entra en una
crisis profunda.
Rastrear este proceso, advertir
las consecuencias presentes y futuras de este giro, y reivindicar ese
liberalismo filosófico de tradición universalista como el camino adecuado para
un mundo más justo e igualitario, son las principales motivaciones del nuevo
libro del politólogo nacido en Alemania, Yascha Mounk, titulado La trampa identitaria y editado por
Paidós.
¿Por qué una trampa? Porque el wokismo, que Mounk denominará “síntesis
identitaria”,
“dificulta la sustentación de
sociedades diversas cuyos ciudadanos confíen unos en otros y se respeten
mutuamente. También es una trampa personal, que hace promesas engañosas acerca
de cómo obtener ese sentimiento de pertenencia y ese reconocimiento social al
que aspiran de forma natural la mayoría de los humanos. En una sociedad
integrada por comunidades étnicas, de género, y sexuales rígidas, habrá una
enorme presión para que los ciudadanos se definan en virtud del grupo identitario
al que supuestamente pertenecen”.
Aunque no haya un desarrollo
original, algo difícil para un tema sobre el cual se ha escrito mucho, es de
destacar el intento de sistematizar los principales postulados de esta síntesis
identitaria y el desarrollo histórico de ese conjunto de ideas.
A propósito de este último punto,
aunque de manera inexplicable Mounk apenas le dedica las tres páginas al final
a modo de apéndice, es interesante su posicionamiento respecto a la polémica
acerca de si este wokismo es una
forma de marxismo cultural como muchos teóricos afirman. Y su postura es clara:
si bien existe una matriz común y alguien podría afirmar que simplemente
estamos frente a un marxismo cultural que ha reemplazado con categorías de
nuevas identidades a la vieja clase social, Mounk sostiene que a la base de la
síntesis identitaria está el posmodernismo y, con éste, el poscolonialismo y la
teoría crítica de la raza. Más Foucault (y sus derivaciones) que Marx, para
decirlo con nombres propios.
Efectivamente, cuando se examinan
con detenimiento los que podrían ser los principales postulados de esta nueva
corriente, se puede ver la crítica a los grandes relatos, el rechazo a la
verdad objetiva, la denuncia al lenguaje como instrumento del poder y, sobre
todo, la desaparición del ideal de una sociedad sin clases en detrimento de una
sociedad fracturada en múltiples identidades. No es tan fácil encontrar
marxismo allí.
En cuanto a los principales
postulados, según Mounk, se pueden reducir a cinco: la teoría del punto de
vista, esto es, la idea de que existe una inconmensurabilidad entre los
miembros de distintitos grupos, es decir, una imposibilidad de comprensión de
los padecimientos del otro, de lo cual se sigue que el grupo presuntamente
privilegiado debería aceptar acríticamente como “verdadera” la perspectiva de
los desaventajados. En segundo lugar, la idea de apropiación cultural, esto es,
la suposición de que los grupos poseen una propiedad colectiva sobre sus
productos y creaciones culturales que no pueden ser tomados por otros grupos.
El postulado tres, por su parte,
implica la justificación de la limitación a la libertad de expresión como
medida para proteger a los grupos minoritarios, el cuarto nos habla del
“separatismo progresista” que refiere al modo en que se considera que las
instituciones deben promover que las personas no se identifiquen en tanto tales
sino por su grupo de pertenencia, y el quinto apunta a las políticas públicas
dirigidas a priorizar a los grupos desaventajados.
Ahora bien, ¿cómo llegan unas
ideas propias de nicho académico estadounidense a transformarse en aquellas que
hoy dominan la agenda y las políticas públicas de Occidente?
El proceso fue vertiginoso y
coincidieron varios aspectos: por un lado, las redes sociales y su tendencia al
etiquetado, esto es, un potente impulso a la diferenciación identitaria, el qué
eres por encima del qué haces. De allí, claro, los medios tradicionales cada
vez más dependientes de las redes, al fin de cuentas, su más potente canal de
difusión hoy en día, adoptan el lenguaje “de la identidad” y fomentan los
relatos en primera persona, casi siempre en torno a padecimientos, resiliencia,
etc. No casualmente y como parte del mismo proceso, aparecieron superventas
hablando de privilegio blanco, patriarcado e interseccionalidad como si nada. Evidentemente, la síntesis
identitaria se había popularizado.
Por otro lado, está lo que Mounk
llama “la corta marcha a través de las instituciones”, esto es, la forma en que
los egresados de aquellas universidades donde imperaba el canon progresista
fueron ocupando los espacios de las principales instituciones tanto públicas
como privadas. Esto explica que una política pública de un gobierno
progresista, de repente, coincida con el mensaje de grandes corporaciones como
Coca Cola o Google.
Otro aspecto interesante
mencionado por Mounk para Estados Unidos pero que, con sus particularidades, se
repitió en España y otros países, fue el avance vertiginoso de esa agenda, en
el caso del país americano, después del triunfo de Trump en 2016. Lo que
plantea Mounk es interesante porque afirma que, una vez aceptado que Trump
había triunfado y que culminaría su mandato, el progresismo dirigió su ira y su
afán persecutorio hacia las instituciones y la sociedad toda.
“Los profesores que trabajaban en
las universidades y colegios universitarios de artes liberales; los poetas,
pintores y fotógrafos adscritos a sus principales instituciones artísticas, e
incluso los empleados de las organizaciones progresistas de Estados Unidos
podían hacer desesperadamente poco para defender a su nación contra Donald
Trump. Pero lo que sí podían hacer era identificar a cualquiera que, deliberada
o inadvertidamente, en la realidad o en su imaginación, no acatara las nuevas
certidumbres políticas con las que se habían comprometido las comunidades más
progresistas del país”.
Ese clima de persecución
neopuritana contra el jefe, el vecino, el usuario de redes, el colega, fracturó
a las sociedades y, según Mounk, explica el regreso de la ultraderecha que, con
el progresismo, serían las dos caras de una misma moneda.
De aquí que para Mounk la salida
esté en un retorno a esa tradición universalista y liberal que se hizo carne en
la declaración de los Derechos Humanos y que cuenta con todos los instrumentos
para tomar en consideración las diferencias sin crear un separatismo absurdo
que derive en una suerte de competencia de víctimas y grupos desaventajados.
¿Parece una propuesta utópica
vista desde la actualidad? Sin dudas, pero no debemos olvidar que no es otra
cosa que el espíritu y el fundamento constitutivo de nuestras repúblicas
democráticas.
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