En las últimas décadas han llegado hasta el gran público
discusiones propias de la ciencia política y de la historiografía acerca de
cuándo ha comenzado y terminado el siglo XX. Por citar solo dos ejemplos
famosos, en el caso de Francis Fukuyama, la caída del Telón de Acero no solo
marcaba el final del siglo sino el fin de la historia, y en el caso de Eric Hobsbawm
se hablaba del siglo XX como un “siglo corto” que transcurre entre la primera
guerra mundial y la caída de la Unión Soviética.
Tanto los autores mencionados como otros menos masivos
tienen buenas razones para determinar qué hechos determinan cuándo un siglo, en
este caso, el XX, comienza y termina.
Ahora bien, la discusión acerca de esos criterios
finalmente es la discusión acerca de los elementos que tomamos en cuenta para
justificar que un proceso continúa o se interrumpe. ¿La primera guerra mundial
supone un quiebre con lo anterior o hay que esperar a la revolución rusa para
encontrar algo “nuevo”? ¿Y el fin de la segunda guerra no marca una ruptura?
¿Acaso el mayo del 68? ¿Se trata de hechos que establecen un corte radical e
inauguran un tiempo original o son fenómenos conmocionantes pero que forman
parte de un mismo proceso?
Si dejamos de lado los enfoques más metafísicos de
autores como Immanuel Kant y G. W. F. Hegel con sus respectivas filosofías de
la historia, en el ámbito de la epistemología, Thomas Kuhn trató de responder
estos interrogantes cuando hablaba de los períodos de ciencia normal como
contraparte de las revoluciones científicas que establecen una nueva manera de
ver el mundo, tal como ocurrió con la teoría de la evolución o la teoría
heliocéntrica.
Es en el marco de estas discusiones que deberíamos
incluir el nuevo libro del historiador José Enrique Ruiz-Domènec, Un duelo interminable. La batalla cultural
del largo siglo XX, editado por Taurus.
Para Ruiz-Domènec, los valores humanistas que inspiraron en 1871 lo que
conocemos como La comuna de París, dan
inicio a un siglo largo que parece estar en una crisis terminal. En otras
palabras, el modo en que se está procesando culturalmente la salida de la
pandemia de COVID-19 estaría mostrando el agotamiento de los principios que
inspiraron aquel episodio de resistencia insurreccional liderado por marxistas,
socialistas y anarquistas frente a la ocupación extranjera, y ofrecería buenas
razones para suponer que en el 2021 estaría culminando el siglo XX, un siglo
largo que se extendió por 150 años.
En cuanto a la batalla cultural que vertebra los distintos capítulos
del libro, no tiene que ver con Gramsci ni con los sentidos que se le da a ese
término en la actualidad, tironeado tanto por derecha como por izquierda, sino
con el debate de ideas que se sostiene a lo largo del tiempo en esa disputa
entre continuidad o ruptura de la que hablábamos al principio.
“Propongo
seguir los pasos de una batalla cultural con múltiples caras durante ciento
cincuenta años, desde 1871 a 2021, que nos permita una renovación en
profundidad del curso de los acontecimientos del largo siglo XX y una lectura
prometedora de los principales dualistas que se enfrentaron con claridad y
carácter a un duelo interminable por definir en la nueva era que está por
llegar si la historia debe cambiar o, por el contrario, ha de continuar”.
La lista de los contendientes es interminable, tan amplia
como heterogénea y ambiciosa, e incluye, entre otros, a Nietzsche y Wagner,
Husserl y Heidegger, Orwell y Ortega, Sartre y Kerouac, Salinger y Pasternak,
Eco y Marcuse, Baudrillard y Debord, Habermas y Foucault, y a Harari y
Ratzinger.
Hacia el final, en la medida en que el largo siglo avanza
y el autor es testigo de los acontecimientos pareciera como que el registro
cambiara siendo el propio Ruiz-Domènec el que interviene de lleno en los debates actuales
para llegar a un final abierto.
Es que,
como ya había desarrollado en su libro pospandemia, El día después de las grandes epidemias, al menos la historia de
las epidemias más recordadas, (aquella de peste bubónica en Constantinopla
durante el año 542, la peste negra en Europa a mediados del siglo XIV, las epidemias
en Mesoamérica entre 1492 y 1520, la sucedida durante la guerra de los treinta
años en el siglo XVII y la llamada “gripe española” ya en el siglo XX), demostró
que cuando las sociedades reaccionan con responsabilidad, son capaces de
establecer esas tragedias como puntos de partida hacia algo nuevo y mejor, a
contramano de lo que sucede cuando la reacción es pusilánime y partidista. En
este sentido, Ruiz-Domènec
no es muy optimista cuando observa cómo ha salido el mundo de la última
pandemia. Se trata de una lectura necesaria porque durante aquellos meses, los
principales pensadores hablaron indistintamente del inicio del poshumanismo, del
fin del capitalismo, de la llegada de un nuevo humanismo con un Hombre
solidario y en armonía con la naturaleza en el centro, de una etapa de
neoautoritarismos, de capitalismos de vigilancia… y otros tantos neologismos.
El
desasosiego respecto a lo que viene es bien graficado cuando en las últimas
páginas el autor indica:
“Lamentablemente,
la imagen del mundo que nos queda no aparece con la claridad que había deseado
al comenzar el trabajo. Solo conocer la abundante información acumulada en los
últimos tiempos sobre lo que somos y dejamos de ser me lleva a considerar una
humanidad en la sala de espera de un aeropuerto con los vuelos suspendidos a
causa de la niebla, donde las personas devienen mendigos de una esperanza que
tarda en llegar en forma de indicación de la puerta de salida”.
Un duelo
interminable no es un libro fácil: tiene una extensión impactante con una erudición y
un sinfín de referencias que a veces atentan contra el eje del trabajo,
escritos en una prosa cuyo alto vuelo crea, por momentos, pasajes no del todo
inteligibles.
Aun
así, la formación enciclopédica del autor y la cantidad de disparadores que
ofrece el análisis detallado de cada una de las controversias, hacen del libro
una referencia obligada que merece ser destacada en el contexto de una
industria editorial donde libros de este calibre ya no abundan.
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