Que la
revolución de las telecomunicaciones ha modificado nuestra concepción del
tiempo y la distancia es, a esta altura del siglo, una obviedad tanto como que
la velocidad de la información parece atravesarlo todo sin respetar frontera
alguna. Los ejemplos en este sentido sobran.
Sin embargo, los
agricultores de Egipto siguen dependiendo del agua de Etiopía, las montañas que
rodean a Irán hacen de aquel país una fortaleza casi inexpugnable y las
características del territorio español pueden explicar su pasado imperial, pero
también su dificultad para alcanzar una identidad homogénea.
En otras
palabras, aun cuando el vertiginoso avance de la información parezca “aplanar”
el mundo, la geografía juega un papel preponderante. Esta es la hipótesis del
nuevo libro de Tim Marshall, El poder de
la geografía, editado por Península, continuando la línea que se encontraba
presente ya en uno de sus textos más reconocidos: Prisioneros de la geografía.
Naturalmente, la
tesis de Marshall está lejos de ser original pero no es menos cierto que los
análisis de los conflictos pasados, presentes y por venir, muchas veces suelen
pasar por alto esa dimensión, más allá de que geopolítica sea una de las palabras de moda que muchos repiten, aunque,
sospecho, sin entender muy bien de qué se trata.
En este caso el
libro está dividido en diez capítulos: Australia, Irán, Arabia Saudita, Reino
Unido, Grecia, Turquía, El Sahel, Etiopía, España y el espacio. El criterio de
selección obedece a geografías, como mínimo, potencialmente conflictivas.
Tomando en cuenta que la lista no es exhaustiva, podríamos decir que hay
razones para alarmarse.
Es curioso, pero
desde la euforia pos caída del Telón de Acero y los pronósticos del triunfo
inexorable de las democracias liberales, a este mundo multipolar en el que todo
el tiempo reaparecen conflictos, algunos de ellos ancestrales, no ha pasado
tanto tiempo. Asimismo, esto también hay que decirlo, la multipolaridad ha sido
“la norma” a lo largo de la historia de la civilización humana y ya en los años
90, autores como Samuel Huntington, nos advertían que, más que fin de la
historia, lo que venía era un choque de civilizaciones.
Los recientes
sucesos de Siria, por supuesto, no están incluidos en el libro, pero allí
podemos ver condensado cómo juega esa multipolaridad entre buena parte de los
principales actores de la política internacional: desde Estados Unidos junto a
los kurdos en su disputa contra el fundamentalismo islámico pasando por Turquía
contra al Asad y los kurdos ante la amenaza de un Kurdistán que reclama
territorio hoy turco; hasta Rusia e Irán apoyando al gobierno depuesto e Israel
jugando su rol también para evitar ese “corredor” que le permitiría a Irán
llegar al mediterráneo. Prácticamente no hay conflicto hoy en el mundo en el
que las distintas potencias no jueguen algún tipo de rol y, en este sentido, no
podemos olvidar a China, que para Marshall será uno de los dos protagonistas,
junto a Estados Unidos, de un nuevo mundo bipolar hacia finales del siglo XXI.
Se trata de una afirmación temeraria, tomando en cuenta lo cambiante que ha
sido la historia del mundo en los últimos 100 años, pero no deja de ser una
posibilidad.
Australia y su
relación con China desde un territorio cuya lejanía es, a su vez, una defensa y
una dificultad para el comercio; Grecia, como puerta de la inmigración africana
y, al mismo tiempo, testigo de las pretensiones expansionistas turcas en su
ensoñación neootomana; la problemática de El Sahel, esa franja desde la cual
cientos de miles de desesperados parten intentando superar el desierto, las
condiciones de los traficantes de personas y las inclemencias del mar para
llegar a Europa, y la incógnita del rol que pretende jugar Reino Unido tras el
proceso de descolonización y el Brexit, son otras de las problemáticas que
aborda el libro realizando un trabajo minucioso de contextualización histórica.
Ahora bien, si
tuviéramos que detenernos en algún capítulo en particular, el de España es
destino obligado:
“España no iba a
perder Cataluña sin luchar. Hay muchas razones que explican eso, entre ellas el
orgullo nacional y la economía, pero un motivo que a veces se pasa por alto es
el geográfico. A lo largo de la historia de España, las Fuerzas Armadas
procedentes del norte han entrado en el país aprovechando las estrechas rutas
por las tierras llanas que hay a ambos lados de los Pirineos: el País Vasco al
oeste y Cataluña al este. La forma más eficaz de defender España por el norte
es bloquear esos corredores, por eso Madrid no quiere ni imaginar que estén
bajo control de un Estado catalán o vasco independiente”.
Pero, además,
para Marshall, una Cataluña independiente podría ser una puerta de acceso para
China porque España usaría su poder de veto para dejar a los catalanes fuera de
la UE y el gigante asiático busca hacer pie en todos los Estados europeos que
por diversas razones no forman parte del bloque europeo. De aquí que Marshall
concluya que España seguirá lidiando con problemas externos pero sus
principales retos provendrán del frente interno y se basan, justamente, en su
geografía.
Por último, el
capítulo sobre el espacio merece también un énfasis particular, especialmente
porque el mundo está ante la gran oportunidad de crear una legislación que no
reproduzca las relaciones de poder y los desequilibrios ya existentes en el
planeta Tierra.
Todos hemos oído
hablar del caso de Dennis Hope, un empresario estadounidense que identificó el
vacío legal que hay sobre la Luna y, ante la ausencia de respuesta de la ONU,
se asumió su dueño para comenzar a vender parcelas desde 25 dólares. Más allá
de la anécdota y de los miles de idiotas que dispusieron de su dinero para
ostentar un presunto título de propiedad sobre un pedacito de la Luna, lo
cierto es que la discusión acerca de la legislación del espacio exterior es tan
apasionante como urgente y nos obliga a revisar los grandes filósofos, los
fundamentos de las teorías de la propiedad, los experimentos mentales que
dieron lugar a las tradiciones políticas predominantes en Occidente, y por qué
no, los principales escritores de ciencia ficción como Arthur C. Clarke, Philip
Dick o Ray Bradbury, por mencionar solo algunos.
Marshall habla
del paso de la realpolitik a la
astropolítica, lo cual incluye, por lo pronto, una legislación respecto a los
satélites, hoy por hoy, elementos centrales de la comunicación y la defensa.
Pero a su vez se impone ya una discusión seria acerca de la propiedad en la
Luna y en Marte que vaya más allá de los acuerdos desactualizados a los que no
han suscripto todos aquellos países que están hoy en condiciones de disputar
“la batalla del espacio exterior”: hablamos, claro está, de China, Rusia y
Estados Unidos.
El libro culmina
con cierto halo de esperanza recordando el mítico lanzamiento del Pioneer 10
que llevaba un mensaje, elaborado por Carl Sagan, que pretendía representar a
la humanidad toda frente a una civilización extraterrestre, y los casos de
colaboración en el espacio de los astronautas que pertenecen a las potencias en
pugna en la Tierra.
Es que, para
Marshall, la posibilidad de alejarnos y observar la Tierra a la distancia puede
ayudarnos a comprender que, más allá de la geografía y de una cultura que
pretende fragmentarnos en átomos diversos, es más lo que tenemos en común que
aquello que nos diferencia. Aunque simple y hasta voluntarista, se trata de un
mensaje valioso que, por cierto, nunca está de más recordarlo.
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