lunes, 26 de abril de 2021

Macedonio presidente y el candidato del sinsentido (editorial del 24/4/21 en No estoy solo)

 

El plan era generar zozobra y sensación de anomia. ¿Cómo? Una opción podría haber incluido que los pibes vayan al colegio intermitentemente y que la decisión de que asistan a las clases la determine el gobierno de turno todas las noches a las 23hs mediante conferencias de prensa. Eso sin duda alteraría los ánimos de los chicos, los padres y la opinión pública. En esa misma línea podría formar parte del plan que los funcionarios expongan datos duros contradictorios, a saber, que los colegios contagian y no contagian. Eso enloquecería a cualquiera; o que un juez municipal voltee un DNU y el Jefe de Gobierno decida que la justicia federal no cuenta; quizás que la Corte Suprema falle de manera obsoleta cuando los hechos en cuestión ya no están en litigio. Este último punto se le pasó a los protagonistas del plan: ¿qué sería de un país en el que el máximo tribunal llegue siempre tarde a todo?

Otra opción podría haber sido que llegara un virus y que se diga que no existe; o que digan que te mata pero que luego te digan que no; o que se afirme que se transmite por las superficies y que luego afirmen lo contrario; o que la gente use un tapaboca que te debe tapar la nariz; incluso podría crearse un enorme dispositivo comunicacional para instalar que la vacuna no sirve, que te cambia el ADN, que te hace comunista y te envenena pero, al mismo tiempo, que se exija al gobierno que las traiga inmediatamente porque la gente se angustia. Todo ese contexto ya podría haber bastado para que incluso algún periodista de esos serios exija “formatear la Argentina de un modo autoritario”.

Pero no desestimemos un plan para generar zozobra cuyo foco esté en los precios: imaginemos que vas a comprar el mismo producto con diferencia de días u horas y éste cuesta 20% más. O que el mismo kilo de naranja tenga un precio distinto en dos verdulerías de la misma cuadra como si viviéramos en temporalidades  paralelas como jardines que se bifurcan.

Con todo eso era suficiente pero podría agregarse el hecho de cuarentenas de las cuales se entra y se sale; permisos para circular que caducan constantemente; gobiernos que impulsan el turismo y a la otra semana imponen restricciones; falta de papel higiénico; categorías de esenciales que alcanzan a la totalidad de la población. En síntesis, podría haber bastado con vivir en Argentina.

Sin embargo, el plan fue otro. Ocurrió a principios de los años 20 del siglo anterior. A un grupo de amigos se les ocurrió, en el marco de las elecciones que finalmente llevarían al gobierno a Marcelo T. de Alvear, proponer a Macedonio Fernández como presidente. Nacido en Buenos Aires en 1874, Macedonio, quien muriera en la misma ciudad, allá por 1952, es de esos personajes inclasificables de los cuales existen cientos de anécdotas. Podría llamársele filósofo o escritor pero lo cierto es que se recibió de abogado y alcanzó el cargo de fiscal en Misiones pero se dice que no acusaba a nadie porque no era muy afecto al castigo y lo echaron; en Buenos Aires publicó textos vanguardistas y experimentales como la póstuma Museo de la Novela de la Eterna cuya estructura se compone de decenas de prólogos distintos a una novela que siempre se demora en comenzar. El propio Borges, con exceso de modestia, ha declarado varias veces que él no ha hecho otra cosa más que imitar al genial Macedonio con quien compartía una amistad que había heredado de su padre, además de su fina ironía y esa pasión por la metafísica.

En lo ideológico Macedonio era un anarquista conservador, al igual que, justamente, Borges, a tal punto que hasta intentó fundar junto a Julio Molina y Vedia y al padre de Borges una colonia anarquista en el Paraguay. ¿Qué significaba ser un anarquista conservador? El mínimo necesario de Estado para un mundo compuesto por individuos a los que hay que garantizarle el máximo de libertad. Lo más parecido a los libertarios de hoy, aunque, en el caso de Macedonio y Borges, con sobradas muestras de inteligencia. Sin embargo, a Macedonio no le interesaba llegar al poder para imponer sus ideas. De hecho, el propio Borges conversando con su amanuense, Roberto Alifano, reconoce que Macedonio era una suerte de oficialista compulsivo que simpatizaba con todos o en todo caso alguien al que la política no le interesaba mucho y fue partidario de Yrigoyen, Uriburu, Perón y hasta hubiera simpatizado con la revolución libertadora en caso de haber continuado con vida.

 Lo cierto es que el plan estaba en marcha y se basaba en la potencia de la estadística: muchas personas se proponen abrir una cigarrería pero muy pocos ser presidente. Ese dato, según Macedonio, lo ponía en carrera y, convengamos, cualquier asesor de imagen se haría un festín con un nombre tan fácil de instalar como “Macedonio”.

En un principio la hermana de Borges y sus amigas comenzaron a escribir “Macedonio presidente” en papeletas que fingían olvidar, presas del descuido, en cafés, cines, zaguanes, tranvías, veredas. Y en paralelo, para proyectar su imagen en el mundo, el propio Macedonio contó que una vez, en el Club Alemán, dejó un ejemplar de un libro de Schopenhauer, al que le faltaban páginas, lleno de anotaciones de su puño y letra como señal. Estaba todo bien pensado: el nombre de Macedonio comenzaría a circular mundialmente y en la Argentina se produciría un fenómeno de abajo hacia arriba que transformaría a nuestro hombre en una necesidad, en un puro clamor popular. Sin embargo, hay quienes dicen que la tragedia familiar de la muerte de la esposa de Macedonio hizo que finalmente el proyecto se abortara o que, más bien, adoptara otro formato. Es que habiendo ya obtenido la presidencia Marcelo T. de Alvear, los miembros de la peña que se reunía los sábados en La Perla del Once alrededor de la figura del decano Macedonio, (un grupo que incluía al propio Borges pero también a Raúl Scalabrini Ortiz, Leopoldo Marechal, Eduardo González Lanuza, Santiago Dabove y Enrique Fernández Latour, entre otros), consideraron que aquel plan debía llevarse al terreno de la literatura. Así se propusieron escribir “a varias manos” una novela titulada El hombre que será presidente.

El proyecto quedó en la nada pero, según Borges en Prólogos con un prólogo de prólogos, la obra se constituía a partir de dos argumentos:

uno, visible, las curiosas gestiones de Macedonio para ser presidente de la República; otro, secreto, la conspiración urdida por una secta de millonarios neurasténicos y tal vez locos, para lograr el mismo fin. Éstos resuelven socavar y minar la resistencia de la gente mediante una serie gradual de invenciones incómodas. La primera (la que nos sugirió la novela) es la de los azucareros automáticos, que, de hecho, impiden endulzar el café. A ésta la siguen otras: la doble lapicera, con una pluma en cada punta, que amenaza pinchar los ojos; las empinadas escaleras en las que no hay dos escalones de la misma altura; el tan recomendado peine-navaja, que nos corta los dedos; los enseres elaborados con dos nuevas materias antagónicas, de suerte que las cosas grandes sean muy livianas y las muy chicas pesadísimas, para burlar nuestra expectativa; la multiplicación de párrafos empastelados en las novelas policiales; la poesía enigmática y la pintura dadaísta o cubista”.

Estas invenciones incómodas irían apareciendo a lo largo de la novela, comenzando con el azucarero que no endulza, hasta generar un escenario de conmoción social que derivase en la caída del gobierno y la llegada de Macedonio a la presidencia como el único capaz de poner orden ante esta realidad que decidía ceder al desatino y al delirio. Sin embargo, Borges agregaba que la llegada al poder de Macedonio no significaría nada ante un mundo que había devenido anárquico.

A la lista de invenciones incómodas que Borges recuerda como parte del plan cabría agregarles otras que el autor de Ficciones olvidó mencionar, a saber: salivaderas móviles que impidiesen que el salivador cumpla su cometido; solapas desmontables que se quedaran en la mano del primero que intentara acomodarlas, cucharitas que se derritieran en el café, etc. Todo eso derivaría en que la gente pidiera a gritos un nuevo presidente.

Para concluir, entonces, si bien el plan de Macedonio y sus amigos ni siquiera pudo plasmarse literariamente, nos queda el interrogante acerca de qué gobierno puede surgir de una realidad que empieza a interactuar con el delirio y el absurdo, máxime cuando el delirio y lo absurdo se han naturalizado y forman parte de nuestra cotidianeidad. Que las invenciones que nos incomodan no sean azucareros que no endulzan, lapiceras con doble punta o escaleras empinadas con escalones de distintos tamaños habla de la gravedad del fenómeno al que asistimos. Es que en el horizonte próximo la zozobra y la anomia serán tales que la gente va a pedir un presidente y allí lamentablemente no estará el bueno de Macedonio sino alguien que tome decisiones acordes al sentir de una sociedad que por malos o buenos motivos está siempre a punto de estallar. Y no necesariamente se tratará de un candidato “del orden” que tome decisiones rodeado de amigos interesados en muchas cosas, salvo la buena literatura. Puede ser algo peor que eso porque probablemente sea un candidato del sinsentido, una respuesta absurda a lo absurdo que nos toca vivir. Al principio nos podrá dar tanta risa como las invenciones de Macedonio. Pero no hay que menospreciar lo que puede producir una sociedad atravesada por mensajes paradojales y contradictorios. La razón es sencilla: del sinsentido puede provenir mucha violencia. Incluso más violencia que la que puede ofrecer un eventual candidato del orden. 

1 comentario:

Gabriela Mac Maney dijo...

El futuro promete violencia y no serán ingenuos literatos inocentes los que estarán llamados a conjurarla