La libertad está en el centro de la discusión de la agenda
pública. No porque efectivamente esté amenazada o no al menos en el sentido en
que algunos afirman que lo está. Ha sido un mérito de la oposición que los
asuntos de la política se discutan en términos de libertad especialmente porque
de todas las concepciones de la libertad se ha elegido una libertad
individualista y naif que ha llevado el clásico sentido de la no interferencia
hasta límites delirantes. Así, la obligación de usar barbijo o la invitación a
ponerse una vacuna es vista como una medida stalinista; o que se impidan
fiestas multitudinarias en el marco de una pandemia se traduce como un intento
de trasladar el régimen chino a occidente, como si al gobierno argentino le
importaran tus modos de ganarte una resaca o las selfies pelotudas con un trago
en la mano. Pero también la cuestión de las clases presenciales se planteó en
estos términos. No se discute si ello produce más o menos contagios ni si los
pibes aprenden algo en este sistema de presencialidad (des)administrada. Lo
único que se discute es si la Ciudad es autónoma para decidir políticas.
Entonces allí aparece el Estado nacional como cuco de una ciudad que no es
provincia pero que busca las prerrogativas de un sistema federal. No
discutiremos aquí los aspectos técnicos del fallo de la Corte pero el debate se
planteó en términos libertarios: la ciudad busca ser libre ante la injerencia
del poder central y la épica de la libertad vence a la pedagogía del cuidado,
esa pedagogía buenista, protocolizante y progresista con visos de paternalismo
que apela a una sensatez aburrida. Frente a ello no es casual que buena parte
de la juventud se oponga. Porque hay “otra juventud” que ya no es maravillosa
ni militante sino que reacciona contra esa construcción y contra esa pedagogía;
una juventud que se forma a través de youtube y las redes, y a la que le seduce
más la lógica del Joker que la campaña de la “Cuidadanía”. Todo esto mientras se pagan ingentes masas de
dinero de pauta oficial para que la TV reproduzca en “cadena nacional privada”
los discursos del presidente todos los mediodías y las espadas mediáticas del
oficialismo sigan discutiendo la tapa de un diario en papel mientras se
preguntan por qué perdió Pablo Iglesias en España.
La épica de la libertad, además, sirvió para minar un poco
más la autoridad de la palabra presidencial que no puede imponer algo a través
de un DNU, fracasa cuando apela a la buena voluntad de los empresarios para que
no le suban los precios y recibe un nuevo cachetazo de la justicia cuando lejos
de la ya mítica ley de medios, hoy ni siquiera puede sentarse con las empresas
de telecomunicaciones a consensuar un aumento. El colmo fue cuando tampoco logró
echar a un subsecretario en lo que fue la novela de la semana que derivó en una
foto de unidad para disipar, temporariamente, fantasmas.
Para Rodríguez Larreta todo es ganancia porque asumió un rol
de víctima y encontró la oportunidad de aparecer como abanderado de la
educación y los chicos. Imposible luchar contra eso. Decir en Argentina
“educación” y “chicos” supone cancelar todo debate. Que los números expongan la
desinversión en materia educativa del PRO en sus años de gestión no importa y
que las fotos empiecen a mostrar a los chicos en sus pupitres con acolchados
cubriéndoles el cuerpo para no morir de frío por la ventana abierta es un
detalle. Solo interesa que el gobierno nacional, imponiendo una medida sensata como
la suspensión de clases, le dio a Rodríguez Larreta todo servido y lo ubicó
como el héroe blanco que resiste el poder presuntamente omnímodo de los
peronistas negros y malos que buscan encerrar a los chicos porque prefieren las
alpargatas o The Wall. Entonces ya ni
siquiera es por los chicos. Es por la libertad. Total, si hay más muertos los
va a pagar el gobierno nacional. Por lo tanto Larreta puede cometer todo tipo
de irresponsabilidades en nombre de la libertad y de un electorado con un
antiperonismo patológico que lo puede llevar hasta el negacionismo zonzo de la
gravedad epidemiológica. En este caso el antiperonismo se transformó en una
verdadera cruzada que los lleva a arriesgar su vida más allá del detalle de que
lamentablemente también arriesgan la vida de los demás. Dicho esto, no podemos
dejar pasar que había sido el gobierno nacional el que se había puesto delante
de la gesta del regreso a las clases presenciales (a las que se había opuesto
el año pasado) para que Rodríguez Larreta no se lleve esa bandera. Pero es tanto
el desconcierto que mientras Vizzotti y Trotta defendían que los colegios son
seguros, el presidente mandaba el DNU de cierre. Cosas que pasan cuando se
gobierna según el humor social y sin plan b ante la escasez de vacunas.
A propósito, el gobierno se deja llevar por la agenda pública
impuesta la cual cree que representa a la gente. Es un triple error: creer que
hay una agenda pública objetiva, creer que ésta representa lo que la gente
piensa y, por último, seguir lo que se cree que la gente piensa. A esto sumemos
un cuarto error: si vas a gobernar según lo que la gente piensa al menos habría
que comprenderla. Y no parece el caso. Todo se juega en el humor social de la
caja de resonancia de CABA, los medios capitalinos y un puñado de influencers
en redes sociales. Eso es hoy “lo que el argentino piensa” según un gobierno
que funciona como compartimentos estancos: espantado por una inflación que
vuelve a acercarse a la del último año de Macri, Guzmán recorta mientras la
militancia está en otra cosa, cada ministerio juega su juego y el presidente,
sobreexpuesto, toma decisiones inconsultas que lo desgastan. No falla solo la
comunicación. Falla la coordinación y las políticas. Por poner dos ejemplos, ¿en el marco de qué
plan de gobierno se enmarca el “lunes sin carne” que impulsa el Ministerio de
Ambiente junto a personajes del espectáculo? No digo ni que esté mal ni que
esté bien la propuesta pero la pregunta que cabe es, ¿en qué cosmovisión, en
qué idea de país se incluye esta iniciativa? ¿Hacia allí vamos? ¿Fue
consensuada esta propuesta con el resto de los ministerios, especialmente con
los de producción, energía y agroindustria, por ejemplo? Asimismo, las declaraciones
del flamante ministro de transporte sobre la hidrovía, declaraciones con un
tono despectivo que fue poco feliz y que hacían alusión al presunto
desconocimiento de la ciudadanía y a la falta de aptitud por parte del Estado
para hacerse cargo, ¿representan el sentir del presidente y del Frente? Para
algunos es una causa nacional y puede que lo sea o puede que no pero hay un
país que pensar más allá de la pandemia.
En este punto también uno puede hacer hincapié en el silencio
de CFK, no en el sentido de la interpretación que hacen esos periodistas
opositores que sueñan con ella y chillan cuando habla y gritan cuando calla
porque encuentran en su figura la excusa perfecta para justificar su limitada
capacidad de análisis. CFK se transformó para ellos en algo más que el objeto
de sus exabruptos y una recurrencia digna de diván. Es peor que una obsesión.
Les surge involuntariamente a través de su garganta como un acto reflejo
maldito, una suerte de hipo incurable. En realidad, me refería al silencio de
CFK en el sentido de que si bien yo soy de los que cree que la única razón por
la que CFK siguió en la política pos 2015 fue por responsabilidad partidaria y
no por las ansias de poder ni por la búsqueda de fueros como le endilga la
oposición, su silencio es incómodo también para sus votantes. Porque, en un
sistema como el nuestro, el que decide es el presidente, pero ella no es
meramente una comentarista de Twitter. Su perfil institucionalista y la
conciencia de que un mayor protagonismo minaría la figura desgastada de
Alberto, probablemente sea lo que explique sus contadísimas intervenciones
pero, insistimos: Cristina no es un particular. Es la actual vicepresidenta. Un
eventual fracaso del gobierno de Alberto también la implicará a ella. Algo
debería decir y algo debería incidir. Sabemos desde hace tiempo que los poderes
fácticos son más fuertes que los formales. Pero si desde el rol de
vicepresidenta no se puede determinar alguna política o un conjunto de acciones
¿qué nos queda a los ciudadanos de a pie en nuestro afán de pretender cambiar
algo?
Por último, la pandemia ha sido una tragedia para todos los
gobiernos del planeta y el argentino no ha sido la excepción. Pudo jugarle a
favor que recién asumía y como excusa para ocultar las propias incapacidades
pero nadie hubiera querido tomar el timón en semejantes condiciones. Sin
embargo, la vida sigue y la pandemia también. El punto es que en la medida en
que el gobierno sigue sin un perfil definido o en todo caso ha elegido como
marca de gestión un perfil indefinido, la pandemia es una bendición indeseada porque
le permite al gobierno reducir toda su gestión a un monotema. A tal punto que todo
el éxito de su política de salud y de su política en general pasa por evitar la
foto de un muerto en un pasillo. Todo se reduce a que no colapse el sistema. El
gobierno compró el nuevo número de cuantificador de la angustia que no es ni el
dólar oficial, ni el dólar blue, ni el riesgo país sino el porcentaje de camas
de terapia intensiva ocupadas. Se le teme más a que ese número llegue al 100%
que a la cantidad de muertos. Es curioso. Pueden morir los que tengan que morir
siempre y cuando el sistema les haya dado asistencia. Asimismo, el
cuantificador de la angustia debería actuar como efecto disciplinador para una
ciudadanía que posee un sector que vive en una suerte de anomia que, en algunos
casos, genera rebeldías que saben a estudiantina. Mientras tanto a esperar que
lleguen las vacunas y que el rebote natural de la economía alcance para ganar
la elección. A eso se han reducido nuestras expectativas mientras nos debatimos
entre los pedagogos del cuidado y la épica libertaria. No mucho más que eso.
Parece poco. Y lo es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario