jueves, 27 de mayo de 2021

El cagazo que no alcanza y un interrogante final (editorial del 22/5/21 en No estoy solo)

 

Catorce meses después del inicio del confinamiento, a primera vista Argentina parecería estar viviendo el día de la marmota que se desarrolla idéntico una y otra vez. Pero no es así: Argentina empeora y atraviesa el momento más angustiante de la pandemia con una paradoja: la apelación a la sociológica “inmunidad del cagazo” ya no alcanza. ¿Por qué ya no alcanza? Por necesidad, hartazgo e imitación.

Es que la necesidad solo podía ser refrenada con ayuda directa de parte del Estado: IFE, Repro, etc. se multiplicaron en el año 2020 y permitieron disminuir la circulación. Sin embargo, el gobierno parece mantenerse firme en la idea de que inyectar dinero en el bolsillo de la gente puede espiralizar más una inflación que ya está en los mismos números que dejó Macri. Y es verdad que son muy pocos los países del mundo sin acceso a crédito externo y con estos niveles de inflación pero también es verdad que a pocos países se les puede ocurrir un equilibrio en el déficit fiscal primario después de una caída en la actividad como la que hubo en el 2020 cuya consecuencia fue la explosión de la cantidad de pobres. Se dirá que para enfrentar los nueve días de confinamiento estricto se ha ampliado la ayuda económica y es cierto. Sin embargo, también es cierto que esta ayuda todavía ni se acerca a la que hubo en 2020.

En segundo lugar, el hartazgo, naturalmente, no es propiedad de la oposición y sus seguidores, aunque algunas interesantes encuestas muestran que la gran mayoría de los votantes opositores están en contra de las medidas de restricción mientras que la gran mayoría de los votantes del gobierno está a favor. ¿Posiciones estrictamente ideológicas en el peor sentido del término? No lo sabemos pero en buena parte del mundo se ha dado que las restricciones suelen ser impulsadas por gobiernos de centro a la izquierda mientras que la retórica libertaria anticonfinamiento quedó en manos de los gobiernos del centro a la derecha. Si bien todos coinciden en que la menor circulación de la gente ayuda a evitar la propagación del virus, lo cierto es que las distintas estrategias no parecen haber logrado resultados demasiado diferentes. Sin ir más lejos, esta semana Argentina alcanzó el triste récord de 16,46 muertos por millón de habitantes transformándose en el país con mayor cantidad de muertos en un día y superando a Brasil y a la India quienes eran, desde nuestra perspectiva, países desbordados con un colapso sanitario total.

Por último, el factor imitación es importante y nos permite hablar de la clase política. Es un lugar común pero no por eso una afirmación falsa, decir que el ejemplo deben darlo los de arriba. Y esto no está sucediendo. Y ni siquiera me refiero a los eventuales deslices del gobierno nacional cuando se ve al presidente sin la protección adecuada en algunas fotos. Eso es menor. No tan menor, es cierto, es que Carlos Zannini dé una entrevista en el que defiende su vacunación (algo más o menos atendible) pero también defiende la de Verbitsky (algo que no hay manera de justificar). ¿Cómo puede reaccionar alguien que vive encerrado hace catorce meses cuando un funcionario le dice que un periodista se vacunó antes porque es una “personalidad que necesita ser protegida por la sociedad”? Tampoco es determinante pero molesta cuando se prohíben las reuniones sociales y se pone excesivo celo en el cuidado pero, al mismo tiempo, no existe la decisión política para, por ejemplo, desalojar a veinte tipos que protestan cortando una vía y jodiendo el regreso de miles y miles de trabajadores los cuales, a su vez, corren riesgo de contagiarse. Allí se ve que el gran problema es que los gobiernos están tomando decisiones  justificadas ad hoc por mera especulación electoral y que están persiguiendo agendas propias. Porque no poder desalojar a veinte tipos de una vía sacralizando el derecho a cualquier protesta, por casquivana que sea, no es más que un prejuicio progresista de quienes a su vez se la pasan explicando que ningún derecho es absoluto. La única manera de comprender semejante inacción, y dejarle servido a la derecha un argumento, es por razones ideológicas y como un regalo a la hinchada propia (sin darse cuenta que, en realidad, la hinchada propia que les hará ganar la elección son los trabajadores que no pudieron volver a su casa por el corte).  A su vez, si hablamos del gobierno nacional, se toma como un hecho que no hay margen para un nuevo confinamiento y, como se gobierna para que nadie se enoje, las medidas son siempre tibias o, como supimos decir alguna vez aquí, siguen el modelo de Xuxa de “un pasito para adelante y un pasito para atrás”. Un gobierno que asume que no puede imponer nada y que ahora ya ni siquiera puede decretar un confinamiento necesario de catorce días para que se cumpla un ciclo de la enfermedad, negocia apoyos a cambio de parar todo nueve días más dos días más el fin de semana del 5 y 6 suponiendo que el virus es salidor y solo se propaga sábado y domingo. Pero por si esto fuera poco, reinstala el feriado puente del 24 que había quitado diez días antes para decir que, al fin de cuentas, volvemos a Fase 1 por nueve días de los cuales solo tres son hábiles. La justificación de este último cambio es el mejor ejemplo de la improvisación y la lógica de las justificaciones ad hoc puesto que los mismos que habían dicho que quitarían el feriado puente para desincentivar las salidas del fin de semana largo ahora lo vuelven a poner para incentivar que te quedes en casa. Excede el ámbito de estas líneas ingresar en las razones por las que las personas obedecen la ley o determinadas medidas pero el aspecto racional de las mismas algún rol juega. Sin entrar en disquisiciones académicas, si la medida implementada resulta irracional para el que debe obedecer es natural que haya más razones para desobedecerla. Este parece ser el caso y se suma a la ingente cantidad de medidas y contramedidas, marchas y contramarchas que han ofrecido los gobiernos de todos los niveles bajo la excusa de la condición dinámica real del virus. Pero no nos confundamos: una situación dinámica no lleva necesariamente a la improvisación constante; sobre lo dinámico también se puede planificar.

Asimismo, si se trata de hablar de agendas propias, el gobierno nacional y su principal usina comunicacional (C5N) están enfrascados en el escándalo de “Pepín”, lo cual, claro está, hubiera valido una cadena nacional privada en caso de tratarse de un operador K. Por si no queda claro lo diré sin ambigüedad: “Pepín” es probablemente uno de los cerebros del lawfare y resulta imposible avanzar hacia una Argentina más igualitaria con un poder judicial que actúa como partido político opositor a favor del poder real. Sin embargo, a la inmensa mayoría de la gente, “Pepín” y lo que le sucedió a Cristóbal López, le importa un carajo. Se trata de una agenda importante pero chiquita que solo es relevante para la casta política y para algunos empresarios. En ese sentido, es una pelea que se puede y se debe dar pero si mientras tanto el poder adquisitivo cae y la pobreza y la desigualdad aumentan, la sensación es que la política está persiguiendo una agenda que no es la de los votantes. Eso quiebra el vínculo particular que tiene buena parte del sector que vota FDT, aquel que cree en la política, en los proyectos, en las construcciones colectivas, en las transformaciones de fondo. Si del “volvimos mejores” ya estamos condenados a consolarnos con el “pero los otros son peores”, la sensación no puede ser más que amarga.

Naturalmente, cuando uno mira hacia el otro lado no sabe si graficar el horror con “La cabeza de Medusa” de Caravaggio, “El grito” de Munch o la colección completa de El Bosco. A la apelación al sinsentido constante, a la falta de respeto cínica hacia algo de lo real, (a lo que ya nos tiene acostumbrado aquel sector de la oposición que no tiene responsabilidades de gestión), le sumamos un Gobierno de la Ciudad que actúa bajo especulación política electoral constante mientras gestiona una pandemia. El mejor ejemplo es la insólita sobreactuación con el tema de las clases presenciales. Sí, el mismo espacio que avaló las clases virtuales todo el año pasado y que viene desinvirtiendo en materia educativa desde la gestión de Macri en la ciudad, ahora se dio cuenta que defender las clases presenciales “garpa” electoralmente de cara a sus votantes. Si en todas partes del mundo, ante un nivel de contagiosidad como la existente, los colegios se cerraron, no importa. Poniendo a los chicos como escudo humano y aprovechando el clima cultural del victimismo, son capaces de exponer a la enfermedad y, como mínimo, a la angustia, a familias enteras por no poder implementar un sistema de clases virtuales que no es el ideal pero que podría ayudar enormemente hasta que, en las próximas semanas, se acelere la vacunación. El éxtasis de la sobreactuación se dio cuando se anunció que en estos tres días hábiles no habría ni siquiera clases virtuales porque se recuperarían a fines de diciembre. ¿Pero si las clases virtuales no sirven para nada por qué las implementaron para los alumnos del secundario? Por otra parte, si la idea es no perder clases, ¿por qué no adelantar las vacaciones de invierno o, eventualmente, pasar a clases virtuales hasta agosto y, si es que fuera necesario recuperar, extender el ciclo hasta enero inclusive? La respuesta es simple: porque, con razón, los docentes sumados a los padres que se quieren ir de vacaciones con todo derecho, los van a reputear. Y este año hay elecciones. Entonces la educación de los chicos no importa. Importa darle de comer mierda a los votantes propios y ganar.

Especulación política electoral ha habido siempre y es muy entendible pero cuando las decisiones de todos los niveles de gobierno juegan durante tanto tiempo directamente con la vida y la muerte de nosotros mismos y de nuestros afectos, es natural que el cagazo no alcance y la gente reaccione. Claro que si a esto le sumamos que la necesidad no es satisfecha, el hartazgo gana en fundamentos y no hay ejemplos para imitar, el problema es que, sin conducción y con agendas fragmentadas, la gente va a reaccionar y puede hacerlo mal o, lo que quizás sea peor, dirigirá esa reacción hacia un terreno que aún resulta desconocido.

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