He repetido varias veces en este espacio que quien mejor
definió al gobierno de Macri fue Cristina Kirchner cuando habló de un gobierno que nos
“desorganizó la vida”. En realidad, ella fue un poco más allá y habló de los
gobiernos liberales en general y nosotros podemos extenderlo en tanto signo de esta
posmodernidad donde todo es líquido. La idea de la desorganización de la vida,
supe escribir también alguna vez, me parece maravillosamente descripta por la
primera novela de Michel Houellebecq: Ampliación
del campo de batalla. Allí se observa el modo en que las políticas
neoliberales nos arrojan a una realidad cada vez más hostil, donde aquello que
pensábamos que estaba seguro ya no lo está. Por eso el campo de batalla se
amplía: ahora también hay que salir a pelear para que no se imponga la
flexibilización laboral, para que el sistema de salud te dé una cobertura
razonable, para que las empresas de servicios no cobren lo que quieren, para
que la educación pública sea de calidad, etc. Nadar incansablemente solo para
no retroceder demasiado; nadar frenéticamente hacia una orilla que siempre se
aleja. Bienvenidos a la batalla.
Si éste es el clima de época que se viene constituyendo desde
hace ya décadas y que se profundizó con el gobierno de Macri, la pandemia vino
a dar el último tiro de gracia a la poca organización que nos quedaba: un virus
de mierda hace que no sepas si perdés el trabajo o si, con suerte, por un
tiempo, lo harás desde tu casa; el pibe no va al colegio, o va a veces y cuando
va, en la farsa de la presencialidad, no aprende nada y quizás viene enfermo; quienes
tienen la suerte de irse unos días afuera pueden quedar varados en cualquier
momento o enfermarse y quedar internados en un país distante; vos estás
saludable, tuviste un descuido, una reunión y a los dos días estás en terapia
intensiva; te ibas a separar y ahora te arreglaste mientras te obligan a estar
encerrado tres meses; te estabas arreglando con tu pareja y, por la angustia de
estar un mes encerrado con los pibes en casa y la abuela internada, tu familia
se desmorona; también perdiste a tu amante porque a las 20hs nos convertimos en
calabaza aunque quizás sea por veinte días o quizás por dos meses…o por un año…
Ni hablar el sector de los comerciantes: abrís un negocio y cierran la
circulación; o quizás abren y la gente sale a consumir y te va bien; también
puede que el trabajo en casa te permita mudarte lejos y no trasladarte más
haciendo que tu vida sea mejor; pero tal vez en breve estés trabajando en casa
más horas compartiendo una única computadora. Todo es angustia; todo es
incertidumbre. Nada se puede organizar, ni siquiera lo que vas a hacer mañana
porque a la situación objetiva e ingobernable del virus la enfrentamos con una
oposición canalla que hace terrorismo epidemiológico alimentando los fantasmas
más arteros por el simple hecho de dañar a un gobierno que, a su vez, tiene
funcionarios que no funcionan e intenta enmascarar su incapacidad y sus
dubitaciones en las condiciones dinámicas de la pandemia.
Porque tenemos periodistas que adrede confunden dos vacunas
chinas para hacerte creer que lo que te inocularon no te sirve; payasos
mediáticos que tienen prensa por el simple hecho de sostener lo insostenible, a
saber, que los hisopados tienen unos hilitos que hacen que siempre te dé
positivo; que la vacuna mata cuando todos los estudios y las pruebas dicen lo
contrario (porque no me van a decir que una vacuna es inútil porque genera un
trombo por millón de inoculados. ¿no?), etc. Los periodistas especialistas en
nada se confunden a veces con probados inútiles funcionarios del gobierno
anterior que levantan el dedo diciendo “acá lo que hay que hacer…”. Hablan como
si tuvieran la solución y hasta puede que incluso se lo crean. A ellos bien les
cabe la frase de Albert Camus en, justamente, su novela, La peste: “No ha[n] visto morir bastante a la gente, por eso
habla[n] en nombre de una verdad”.
Por otra parte, dirigentes y miradas conspiranoides nos dicen
que éste es un plan del gobierno y del poder mundial para encerrarnos. En qué
se beneficiaría el gobierno de Alberto Fernández encerrándonos y haciendo
mierda la economía es un interrogante que nadie sensatamente puede responder
pero allí aparece la idea de que lo que se busca es controlarnos. Y entonces
preguntamos: ¿Controlarnos? ¿En qué sentido estamos fuera de control? ¿Qué
peligro le traemos al sistema como para que necesite controlarnos? ¿Había una
revolución en ciernes y se nos ha pasado por alto? ¿El pueblo estaría en la
calle exigiendo algo? ¿Quieren controlar la privacidad y los datos que ya
volcábamos voluntariamente en nuestras redes sociales? Ojalá hubiera razones
para controlarnos. Sería el síntoma de que hay un pueblo dispuesto a cambiar
las cosas. Sin ofender a nadie, me permito ser escéptico al respecto.
Con todo, lo más importante no es el contenido de estos
delirios sino su consecuencia: la duda. Hay mucha gente que duda cuando escucha
esto y la duda, el hecho de que todo sea relativo, de que al fin de cuentas
sobre nada haya una certeza, es una de las características de la
desorganización de la vida.
Asimismo, si se trata de poner orden al desorden heredado, el
gobierno no ayuda. De hecho en diez días el ministro de Turismo llamaba a irse
de vacaciones en Semana Santa, el ministro de Educación defendía con uñas y
dientes la presencialidad que no defendió el año pasado, la ministra de Salud explicaba
que el índice de contagios en los colegios es bajísimo y, esa misma noche, el
presidente, de repente, endurece las restricciones incluyendo los colegios. Una
medida que en lo personal considero sensata, por cierto, y que merece una
digresión porque puede que los contagios no se produzcan dentro del edificio
pero informes oficiales muestran que el regreso de las clases supuso un aumento
mayor al 20% de los usuarios de transporte público que, sumado a otros estudios
que demuestran cuánto aumentaron los contagios entre chicos de 0 a 19 años,
exponen que en todo lo que rodea a la actividad de los colegios había un
problema. Estos números fueron ocultados por funcionarios del gobierno nacional
y de la ciudad para intentar justificar el sostenimiento de las clases
presenciales y se nos intentó convencer mostrando solo los números de lo que
pasaba en las cuatro paredes del colegio. Entonces los colegios no explican
todos los contagios pero ayudan a la propagación. Es evidente. Y antes de parar
toda la actividad comercial y productiva, bien se puede exigir a los chicos y a
los padres que durante un lapso de tiempo regresen a las clases online. No es
lo ideal; altera la vida de los chicos; genera problemas. Sí, pero es lo que
hay. Todos contentos no podemos estar.
Hecha esta breve digresión, y para finalizar, convengamos
entonces que, los errores de gestión y la desordenada y contradictoria forma de
comunicar del gobierno no ayuda en un contexto en el que, digámoslo también, no
hay gobierno en el mundo que haya evitado quedar en ridículo con marchas y
contramarchas, tomando decisiones contradictorias e injustas. Pero esta angustia que padecemos trasciende
la eventual mala gestión de los gobiernos y se enmarca en un clima de época, un
sistema económico y determinados valores culturales. La ampliación del campo de
batalla es total y llega hasta la necesidad de proteger nuestra vida desnuda
ante la posibilidad de carecer de una cama donde hospitalizarnos. Incluso el coronavirus
mismo es impredecible y no respeta patrón ni certeza alguna demostrando que es
el virus que mejor representa la incertidumbre de los tiempos que nos tocan
vivir. Cualquier cosa puede pasar. La segunda (y definitiva) desorganización de
la vida ha llegado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario