lunes, 19 de abril de 2021

La segunda (y definitiva) desorganización de la vida (editorial del 17/4/21 en No estoy solo)

 

He repetido varias veces en este espacio que quien mejor definió al gobierno de Macri fue Cristina Kirchner  cuando habló de un gobierno que nos “desorganizó la vida”. En realidad, ella fue un poco más allá y habló de los gobiernos liberales en general y nosotros podemos extenderlo en tanto signo de esta posmodernidad donde todo es líquido. La idea de la desorganización de la vida, supe escribir también alguna vez, me parece maravillosamente descripta por la primera novela de Michel Houellebecq: Ampliación del campo de batalla. Allí se observa el modo en que las políticas neoliberales nos arrojan a una realidad cada vez más hostil, donde aquello que pensábamos que estaba seguro ya no lo está. Por eso el campo de batalla se amplía: ahora también hay que salir a pelear para que no se imponga la flexibilización laboral, para que el sistema de salud te dé una cobertura razonable, para que las empresas de servicios no cobren lo que quieren, para que la educación pública sea de calidad, etc. Nadar incansablemente solo para no retroceder demasiado; nadar frenéticamente hacia una orilla que siempre se aleja. Bienvenidos a la batalla.

Si éste es el clima de época que se viene constituyendo desde hace ya décadas y que se profundizó con el gobierno de Macri, la pandemia vino a dar el último tiro de gracia a la poca organización que nos quedaba: un virus de mierda hace que no sepas si perdés el trabajo o si, con suerte, por un tiempo, lo harás desde tu casa; el pibe no va al colegio, o va a veces y cuando va, en la farsa de la presencialidad, no aprende nada y quizás viene enfermo; quienes tienen la suerte de irse unos días afuera pueden quedar varados en cualquier momento o enfermarse y quedar internados en un país distante; vos estás saludable, tuviste un descuido, una reunión y a los dos días estás en terapia intensiva; te ibas a separar y ahora te arreglaste mientras te obligan a estar encerrado tres meses; te estabas arreglando con tu pareja y, por la angustia de estar un mes encerrado con los pibes en casa y la abuela internada, tu familia se desmorona; también perdiste a tu amante porque a las 20hs nos convertimos en calabaza aunque quizás sea por veinte días o quizás por dos meses…o por un año… Ni hablar el sector de los comerciantes: abrís un negocio y cierran la circulación; o quizás abren y la gente sale a consumir y te va bien; también puede que el trabajo en casa te permita mudarte lejos y no trasladarte más haciendo que tu vida sea mejor; pero tal vez en breve estés trabajando en casa más horas compartiendo una única computadora. Todo es angustia; todo es incertidumbre. Nada se puede organizar, ni siquiera lo que vas a hacer mañana porque a la situación objetiva e ingobernable del virus la enfrentamos con una oposición canalla que hace terrorismo epidemiológico alimentando los fantasmas más arteros por el simple hecho de dañar a un gobierno que, a su vez, tiene funcionarios que no funcionan e intenta enmascarar su incapacidad y sus dubitaciones en las condiciones dinámicas de la pandemia.

Porque tenemos periodistas que adrede confunden dos vacunas chinas para hacerte creer que lo que te inocularon no te sirve; payasos mediáticos que tienen prensa por el simple hecho de sostener lo insostenible, a saber, que los hisopados tienen unos hilitos que hacen que siempre te dé positivo; que la vacuna mata cuando todos los estudios y las pruebas dicen lo contrario (porque no me van a decir que una vacuna es inútil porque genera un trombo por millón de inoculados. ¿no?), etc. Los periodistas especialistas en nada se confunden a veces con probados inútiles funcionarios del gobierno anterior que levantan el dedo diciendo “acá lo que hay que hacer…”. Hablan como si tuvieran la solución y hasta puede que incluso se lo crean. A ellos bien les cabe la frase de Albert Camus en, justamente, su novela, La peste: “No ha[n] visto morir bastante a la gente, por eso habla[n] en nombre de una verdad”.

Por otra parte, dirigentes y miradas conspiranoides nos dicen que éste es un plan del gobierno y del poder mundial para encerrarnos. En qué se beneficiaría el gobierno de Alberto Fernández encerrándonos y haciendo mierda la economía es un interrogante que nadie sensatamente puede responder pero allí aparece la idea de que lo que se busca es controlarnos. Y entonces preguntamos: ¿Controlarnos? ¿En qué sentido estamos fuera de control? ¿Qué peligro le traemos al sistema como para que necesite controlarnos? ¿Había una revolución en ciernes y se nos ha pasado por alto? ¿El pueblo estaría en la calle exigiendo algo? ¿Quieren controlar la privacidad y los datos que ya volcábamos voluntariamente en nuestras redes sociales? Ojalá hubiera razones para controlarnos. Sería el síntoma de que hay un pueblo dispuesto a cambiar las cosas. Sin ofender a nadie, me permito ser escéptico al respecto.       

Con todo, lo más importante no es el contenido de estos delirios sino su consecuencia: la duda. Hay mucha gente que duda cuando escucha esto y la duda, el hecho de que todo sea relativo, de que al fin de cuentas sobre nada haya una certeza, es una de las características de la desorganización de la vida.

Asimismo, si se trata de poner orden al desorden heredado, el gobierno no ayuda. De hecho en diez días el ministro de Turismo llamaba a irse de vacaciones en Semana Santa, el ministro de Educación defendía con uñas y dientes la presencialidad que no defendió el año pasado, la ministra de Salud explicaba que el índice de contagios en los colegios es bajísimo y, esa misma noche, el presidente, de repente, endurece las restricciones incluyendo los colegios. Una medida que en lo personal considero sensata, por cierto, y que merece una digresión porque puede que los contagios no se produzcan dentro del edificio pero informes oficiales muestran que el regreso de las clases supuso un aumento mayor al 20% de los usuarios de transporte público que, sumado a otros estudios que demuestran cuánto aumentaron los contagios entre chicos de 0 a 19 años, exponen que en todo lo que rodea a la actividad de los colegios había un problema. Estos números fueron ocultados por funcionarios del gobierno nacional y de la ciudad para intentar justificar el sostenimiento de las clases presenciales y se nos intentó convencer mostrando solo los números de lo que pasaba en las cuatro paredes del colegio. Entonces los colegios no explican todos los contagios pero ayudan a la propagación. Es evidente. Y antes de parar toda la actividad comercial y productiva, bien se puede exigir a los chicos y a los padres que durante un lapso de tiempo regresen a las clases online. No es lo ideal; altera la vida de los chicos; genera problemas. Sí, pero es lo que hay. Todos contentos no podemos estar.

Hecha esta breve digresión, y para finalizar, convengamos entonces que, los errores de gestión y la desordenada y contradictoria forma de comunicar del gobierno no ayuda en un contexto en el que, digámoslo también, no hay gobierno en el mundo que haya evitado quedar en ridículo con marchas y contramarchas, tomando decisiones contradictorias e injustas.  Pero esta angustia que padecemos trasciende la eventual mala gestión de los gobiernos y se enmarca en un clima de época, un sistema económico y determinados valores culturales. La ampliación del campo de batalla es total y llega hasta la necesidad de proteger nuestra vida desnuda ante la posibilidad de carecer de una cama donde hospitalizarnos. Incluso el coronavirus mismo es impredecible y no respeta patrón ni certeza alguna demostrando que es el virus que mejor representa la incertidumbre de los tiempos que nos tocan vivir. Cualquier cosa puede pasar. La segunda (y definitiva) desorganización de la vida ha llegado.    

 

       

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