Del mismo modo que nadie había imaginado que Donald Trump
pudiera llegar a la presidencia de Estados Unidos, Jair Bolsonaro ganó el
balotaje en Brasil con alrededor de 55% de los votos. Sí, el candidato que ha
sobresalido por reivindicar militares que torturaron, que promete mano dura y
armas para todos, que ha anunciado un programa de ajuste neoliberal y que ha
tenido infelices declaraciones de carácter racista, homofóbico y misógino, ha
recibido casi 58 millones de votos.
Antes de cualquier análisis, eso sí, no se puede obviar que
Bolsonaro ganó unas elecciones en las que el candidato que lideraba las
encuestas quedó imposibilitado de presentarse por una resolución judicial. Si
bien todos sabemos que los contrafácticos no son ni verdaderos ni falsos, no
hay duda que Lula como candidato hubiera presentado un escenario distinto.
Otro elemento del contexto que no puede pasarse por alto es
que el gobierno de Michel Temer, producto del impeachment que se cargó a Dilma Rousseff, llega a su fin con
números de impopularidad alarmantes, pues al plan de ajuste y empobrecimiento,
se le agrega una población que observa que Temer está lejos de ser un sinónimo
de transparencia.
Dicho esto podría indicarse que lo que más sorprende de un
candidato que hasta los medios de centro derecha presentan como
“ultraderechista”, es que más allá de algunos matices propios de campaña, en
principio, no ocultó lo que era ni lo que viene a hacer. Si bien habrá que ver
cuántas de esas promesas se cumplirán en el ejercicio de la presidencia, es
difícil que algún votante de Bolsonaro pueda decir dentro de unos años que se
ha sentido engañado.
Por otra parte, y seguramente tras el fracaso del gobierno de
Temer, se debe tomar en cuenta que Bolsonaro ocupa el espacio y el espectro
ideológico de una derecha que carecía de candidato y que se enfrentaba a una
izquierda del PT implosionada que, hasta último momento, especuló con la
posibilidad de algún vericueto legal para que Lula pudiera presentarse.
Cabe indicar también que es difícil sostener que Bolsonaro,
de formación militar, sea un outsider
de la política, pues lleva treinta años de carrera ocupando diferentes cargos y
ha sido varias veces reelegido como diputado. Quizás la confusión se da porque
Bolsonaro, al igual que los outsiders,
suelen tener discursos antipolítica pero no será ni la primera ni la última vez
que un dirigente que lleva años ocupando cargos pregone la antipolítica. Al fin
de cuentas, vivimos tiempos en que nadie puede exigir nada a nadie. Menos aún
coherencia.
Pero detengámonos un momento aquí para subrayar dos cosas al
menos. En primer lugar: el contexto de la antipolítica es el caldo de cultivo
para personajes como éstos, que prometen darlo vuelta todo, y que en un
principio parecen una broma digna de consumo irónico hasta que un día se
transforman en tu presidente. En segundo lugar, una vez más, la historia enseña
a los espacios socialdemócratas, populares y de centro izquierda que las crisis
de las derechas, no derivan necesariamente en el regreso a un voto de
izquierdas sino que suelen derivar en opciones a la derecha de la derecha. Y
esto a pesar de que Bolsonaro no ha sido el candidato de los medios y del establishment, al menos hasta que los
medios y el establishment entendieron
que podía ganar. En todo caso, sí podría decirse que los medios y el establishment hicieron todo lo posible
para destruir al candidato del PT sea quien fuere, pero sería injusto decir que
hicieron campaña directa en favor de Bolsonaro.
Sin medios a favor, ¿fueron las fake news las que llevaron a Bolsonaro al triunfo? Seguidores del
PT denunciaron una campaña sucia y mensajes viralizados con mala fe, lo cual ha
sido cierto, pero tenemos que tener en cuenta que la referencia a las fake news es el último invento de la
progresía iluminista para explicar la derrota de sus candidatos. Así,
aparentemente, si gana Trump, se quiere abandonar la Unión Europea y gana
Bolsonaro, se trata de un resultado que se explica porque la gente es tonta y
es engañada por unos muchachitos muy inteligentes que comparten aviesamente
contenido falso detrás de una computadora. Y las fake news existen, se utilizan cada vez más en las campañas
electorales pero no son determinantes. Si decir que se perdió una elección por
las fake news consuela a los
derrotados…allá ellos… pero sería deseable que al menos en privado se miraran
al espejo.
Y este punto se enlaza con que el triunfo de Bolsonaro expresa
también el gran fracaso de los discursos de centro izquierda que provienen de
los laboratorios onanistas de las universidades y que desprecian inquietudes de
la gente en tanto “agenda de la derecha”. Es que para los espacios populares y
progresistas, la inseguridad de los ciudadanos, en especial vinculada a los
ataques contra la propiedad, es agenda de derecha. Esto lleva a que no se
ofrezcan políticas de seguridad razonables y alternativas a las propuestas
punitivistas y lo único que se termina haciendo es pontificando desde un
pedestal que la responsabilidad individual en los delitos no existe y que todo
es fruto de la desigualdad social. Tampoco hay alternativa para el discurso
transparentista del oenegismo lo cual genera, o bien que los espacios
populares, de centro izquierda, hagan un seguidismo bobo a ese tipo de discursos,
o bien que los desprecien completamente y presenten que los controles y la
eficiencia estatal son políticas de derecha. Sería bueno que los intelectuales
populares expliquen que la desigualdad no tiene que ver con que un gobierno
robe un poco más o un poco menos sino con los modelos económicos que llevan
adelante estos gobiernos pero que también se debe avanzar hacia una propuesta
de Estado inteligente y eficaz.
También ha sorprendido cómo el tema de la supuesta
necesidad de recuperar los valores de la familia tradicional contra lo que,
incluso en un spot que circuló por la web, aparecía explícitamente como
“ideología de género”, fue eje de la campaña. Esto se explica no solo por la
fuerte tradición cristiana que tiene Brasil sino especialmente por la conservadora
variante protestante pentecostal que lleva años ganando adeptos y ocupando
espacios de representatividad política. Frente a esta situación no hay que
enojarse ni indignarse sino comprender el lugar que ocupa la religión
especialmente en los sectores populares y el trabajo social que realizan las
iglesias evangélicas allí donde el Estado no aparece. Si frente a este
escenario, la solución que propone la progresía es avanzar en la separación
definitiva de la Iglesia del Estado y entender Brasil releyendo a Max Weber
mientras se acusa de conservadores fanáticos a los protestantes, lo que
podremos ganar son unos votos en un centro de estudiantes universitario pero
una elección nacional en un país como éste la perderemos por escándalo incluso
frente a un candidato “fácil” como Bolsonaro.
Por último, muchos se preguntaron con indignación cómo un
negro puede votar a un racista, cómo un gay puede votar a un homofóbico y cómo
una mujer puede votar a un misógino. La respuesta no es simple pero está a la
vista, aunque les incomode a los que dicen ser referentes de la reivindicación
de los derechos de las minorías. Es que la identidad de un negro no se reduce a
su condición de negro, ni la de gay a ser gay ni la de una mujer a ser mujer.
Pensar que es así supone subestimarlos. Porque los individuos pertenecientes a
determinados grupos minoritarios, al igual que los individuos que pertenecen a
grupos denominados “mayoritarios”, tienen un sinfín de dimensiones que van más
allá del color de piel, el objeto de deseo o el género. Entonces, en vez de
decirle a un gay que es un idiota porque votó a un homofóbico habría que pensar
que un gay puede votar por otras razones además de la de ser gay. Quizás cree
que es más importante que la clase política deje de robar y considera que
Bolsonaro es la persona adecuada para acabar con la corrupción; quizás trabaja
haciendo delivery en bicicleta y en el último año le robaron cinco veces, y
cree que la solución es armarse y poner más policías. Desde mi punto de vista, ese
votante está equivocado y no está allí la solución pero ¿quién soy yo para
decirle que esas no son razones para votar?
En síntesis: ganó Bolsonaro y hay motivos para preocuparse.
No solo por lo que puede hacer sino porque quienes se oponen a Bolsonaro en
Brasil y en el continente parecen no querer entender las razones por las que
alguien como él pudo haber llegado tan lejos.
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