lunes, 10 de noviembre de 2025

Un nuevo humanismo contra la cultura de la muerte (publicado en www.theobjective.com el 9.11.25)

 

¿Es posible una nueva civilización que recupere el espíritu humanista en este tiempo de fascismos, exhibicionismos y adoración hacia el dios dinero? Esta es la pregunta central que atraviesa el nuevo libro de Rob Riemen, La palabra que vence a la muerte. Cuentos de verdadera grandeza, editado por Taurus.

Fundador y presidente del Nexus Institute, este ensayista nacido en Países Bajos, con formación en Teología y Filosofía, retoma a través de cuatro historias el tópico que impulsó la creación de su instituto y buena parte de sus libros: el humanismo.

La primera es, nada y nada menos, que la historia de los últimos días de Thomas Mann, entre el amor de su esposa y las convicciones que supo forjar especialmente a partir de La montaña mágica; la segunda entrecruza los caminos del pedagogo Janusz Korczak, Antoine de Saint-Exupéry y Robert Oppenheimer, tres personas que, como indica el título del libro y por diferentes razones, supieron pronunciar la palabra que vence a la muerte; la tercera, por su parte, reflexiona sobre el arte de leer a partir de la anécdota del nacionalista chino que leía un libro mientras daba sus últimos pasos hacia la guillotina y, la cuarta, refiere a la importancia de la educación en las artes a partir de la utopía que nos propone George Orwell.

Ya desde la introducción, Riemen deja bien en claro un posicionamiento sin espacio para ambigüedades y afirma que estas cuatro historias son susurradas por Clío, la Musa de la Historia, aquella que le viene a contar que la verdadera grandeza no es la de los nuevos líderes mesiánicos ni la de los banqueros ni los Ceos de las grandes tecnológicas, sino la de resistir la cultura de la muerte y adorar al Hombre en lugar de venerar el poder, las máquinas y la tecnología. Frente a esta cultura que todo lo corrompe y lo destruye, Riemen afirma que solo el lenguaje, el amor y el arte serán capaces de impedir que gobierne Ares, el dios de la guerra. 

En el caso de la historia de Mann, Reimen hace énfasis en la transformación que atravesó al autor de La montaña mágica desde su temprano abrazo a ese romanticismo alemán en el que la metafísica, el arte, la religión y la muerte confluían al son de las óperas de Wagner, hasta la pregunta con la que culmina su gran obra, publicada seis años después del fin de la Primera guerra: ¿de esta fiesta mundial de la muerte surgirá el amor? Los acontecimientos posteriores lo negarían, pero en la dedicatoria al ejemplar del libro que le acerca su médico personal un día antes de morir, Mann seguía sosteniendo que era el amor la palabra que vencería a la muerte. 

El segundo ensayo lo protagoniza Janusz Korczak, el pedagogo y pediatra que el 6 de agosto de 1942, a pesar de haber tenido la posibilidad de escapar, permaneció en el orfanato junto a los casi 200 niños judíos que ese día serían llevados en tren hasta Treblinka para ser asesinados. El amor tuvo allí la forma de la bandera del trébol de cuatro hojas y la estrella de David que los chicos portaban ese día y que para Korczak representaba la bandera de la esperanza; la misma que se dibuja en los rostros de cada uno de los niños que leyeron El Principito, libro que Saint-Exupéry publicara 15 días antes de decidir ir a pelear a favor de los aliados para finalmente fallecer el 31 de julio de 1944 cuando el avión que pilotaba fuera derribado. En ese mismo ensayo, queda todavía lugar para la declaración de principios de Reimen a propósito del caso Oppenheimer: el hombre es libre y si bien es capaz de construir el arma letal para la humanidad, tiene su bandera de la esperanza en el humanismo europeo y su amor por el alma humana.

El tercer ensayo lo protagoniza Hugo von Hofmannsthal, quien oye la historia de un incidente ocurrido en 1900, en China, durante la rebelión del movimiento nacionalista contra las potencias occidentales. Un alemán observa una larga cola de chinos que iban a la guillotina y uno de ellos está leyendo un libro. El alemán le pregunta cómo puede estar leyendo justo ahora, y el chino le dice “Sé que cada renglón leído es un enriquecimiento”. Este ejemplo le permite a Reimen resaltar la importancia de la lectura, práctica que las nuevas tecnologías y la cultura del desprecio hacia el conocimiento estarían echando a perder, para luego agregar, en otro tópico clásico del romanticismo, que solo el poeta a través de la palabra es capaz de alcanzar una verdad vedada a la lógica y la razón.

La última historia la protagoniza Orwell y su 1984 como ejemplo de la distopía que se concreta eliminando el valor de la privacidad al tiempo que es apropiada por la industria del entretenimiento y por el paradigma de la hiperseguridad con cámaras de vigilancia y control por doquier. Esto le da pie a su vez a amonestar a una sociedad que, según él, utiliza diferentes eufemismos para no hablar del regreso real del fascismo en el marco de un capitalismo salvaje y un orden neoliberal que ataca los valores espirituales.

La palabra que vence a la muerte es un libro bello con historias que conmueven y con un mensaje al que resulta imposible oponerse. Con todo, no se puede obviar que es un libro que lleva al paroxismo ciertas miradas binarias y maniqueas presentes por lo menos desde el siglo XVIII: el corazón frente a la razón; el Hombre frente a la máquina; la poesía frente a la lógica; el libro y la educación frente a la barbarie, y todos los lugares comunes de una divisoria que opera en Occidente desde la querella entre la Ilustración y el Romanticismo. Sumemos a esto una lectura simplificada de la actualidad política que ubica cualquier tipo de liderazgo o forma de gobierno alternativa a la de las repúblicas liberales democráticas europeas como parte del eje del mal mesiánico fascista, y el combo es completo.

De aquí que, si se busca un enfoque original donde sobresalgan complejidades y matices, no estamos frente al libro adecuado. Con todo, se puede resaltar el intento de refundar una civilización humanista que reivindique los valores occidentales contra la gran tendencia relativista, oikofóbica y culposa que se ha impuesto en el viejo mundo. En este sentido, hay aquí un texto que deja espacio a cierto optimismo al cual abrazarse y ello, en estos tiempos, no es poco.

 

sábado, 1 de noviembre de 2025

De Twitter a San José. De San José a Twitter (editorial del 1.11.25 en No estoy solo)

 

Comencemos con 3 fotos: una diputada opositora posa con remera argentina al momento de emitir el voto y lleva a su fotógrafo pensando en sus redes sociales. A nadie le importa más que a ella, pero pertenece a la generación de políticos performáticos, esa palabra tan de moda que nadie sabe bien qué significa pero que hay que usar para sonar cool; un candidato opositor acaba de perder en su distrito por más de 20 puntos pero en Twitter nos ofrece su imagen compartiendo el balcón de San José 1111 con CFK. Además de performáticos, la nueva dirigencia es fan de sus conductores. A propósito, la tercera imagen: la expresidente sale al balcón a bailar cuando el resultado ya marcaba una tendencia irreversible y una paliza llevada adelante por un gobierno que hace seis meses está envuelto en un escándalo tras otro. Si no leyéramos a Mayra Mendoza decir que “Cristina tenía razón, no importa cuando leas esto”, uno estaría tentado a pensar que ese gesto no solo es un error, sino la señal de alguien que hace tiempo está más enfocado en retener fragmentos de poder que en construir mayorías.

El albertismo sin Alberto habla de todo menos de lo ocurrido entre 2019 y 2023. El espacio que hace del proyecto colectivo una bandera nos dice que la culpa la tuvo ese señor innombrable que nadie sabe cómo llegó ahí ni cómo gobernó con los ministerios y todas las líneas repletas de la gente que hoy hace albertismo sin Alberto. Disputan con Bregman haciendo del país una inmensa asamblea universitaria en vez de buscar los votos del ausentismo, el gran protagonista de la jornada electoral. Y lo peor: han creado una militancia a imagen y semejanza que cada vez se avergüenza más de ellos y, claro está, acaba votando a Bregman para eludir toda responsabilidad de mayoría. Al fin de cuentas, si de tener razón y de ser minoría intensa se trata, nada mejor que la izquierda.

Entonces llaman a un frente antifascista y hablan difícil porque no buscan gobernar sino escribir un paper sobre las nuevas derechas y las catástrofes siempre por venir. La oposición de hoy en día no quiere gobernar porque tiene culpa. En eso se parecen a Alberto, el innombrable… desprecian el poder, les quema. Prefieren ser víctimas, recibir un subsidio o un contrato y señalar con el dedo al malo que hace. En frente tuvieron un candidato que no hubiera podido ganar nunca en ninguna circunstancia… y les vuelve a ganar… porque del otro lado llevamos más de una larga década de errores y porque está muy fresco el último desastre. A los genios de la estrategia electoral los pasa por encima la experimentada estratega Karina Milei y nos dicen que el problema fue el desdoblamiento con el argumento de que anticipar las elecciones locales “despertó” al antiperonismo. O lo que es peor, el argumento gorila del progresismo: la culpa es de los intendentes, retomando la ya mítica figura de Barones capaces de manipular a las masas a través del clientelismo más vil. Nadie puede explicar cómo puede perder y perder elecciones el peronismo si esa dinámica de los intendentes estuviera tan aceitada pero igual el cliché se repite. Les mostrás los números, les decís que entre septiembre y octubre el peronismo de la Provincia perdió solo 300.000 votos y que al menos la mitad de ellos podría explicarse por el hecho de que en las nacionales no votan los extranjeros… pero no… hay que decir que la culpa es de los intendentes cuando son las autoridades nacionales del partido las que deberían explicar cómo se perdió en dos tercios del país, en algunos casos, frente a candidatos que no los conocía ni la madre ni el propio Milei. Entre 2015 y 2023 el peronismo perdió la misma cantidad de elecciones presidenciales que había perdido en 70 años. Ya sabemos que CFK siempre tiene razón, así que habrá que buscar en otro lado: ¿será la culpa de Magnetto? ¿Será Trump? ¿Será la nueva pedagogía de la crueldad? ¿Será la posverdad y la “nenecha”? ¿Será que la gente es mala y no merece?

Como hemos dicho varias veces aquí, traigan ideas que votos sobran. Incluso visto fríamente, un 40% en elecciones intermedias en la provincia de Buenos Aires es un resultado aceptable, y si se perdió fue porque se compitió contra una coalición que nucleó a toda la derecha. Naturalmente, la sensación de derrota se da por la expectativa generada a partir de los resultados de septiembre, pero 40% en Buenos Aires a dos años del gobierno de Alberto Fernández, no es para despreciar.

En todo caso, victorioso o perdidoso, el problema de Kicillof y de cualquier otro que pretenda disputar el liderazgo y devenir un candidato autónomo de las directivas de San José, será ofrecer algo diferente. Eso no implica defeccionar o resignar principios para adecuarse a los valores de la época, pero sí plantear qué se va a hacer en 2027 a diferencia de lo que se hizo en 2019 y, por lo menos, entre 2011 y 2015. ¿Volver a la “década ganada”? El país del 2003 no existe más. El del 2015 tampoco. Eso no significa que esas experiencias no puedan enseñarnos cosas, pero hoy es otro país aun cuando hay muchos estudios que muestran que a diferencia del voto a Milei en 2023, su base electoral 2025 se parece demasiado a la del PRO, dominada en especial por clases altas y medias. El gran problema es que esas clases bajas que siempre votaron peronismo hasta 2023, hoy no votan a Milei pero tampoco votan al peronismo. A duras penas si votan.

 

Son pocos los dirigentes que al menos plantean un programa, equivocado o no, de cara al futuro. Pero en todo caso, no se trata de los dirigentes con mayor proyección de voto. Kicillof hasta ahora propone kirchnerismo sin Cristina o, al menos, sin la lapicera de ella, como si el problema fuese nada más que la lapicera. Tiene razón Kicillof en salir a dar esa disputa, especialmente cuando los dueños de la lapicera ponen siempre a los mismos expertos en derrotas y malos gobiernos. Pero no es solo un problema de nombres. Y claro que los nombres juegan, pero lo esencial es la carencia de ideas. Que sea un lugar común no significa que sea menos cierto. Milei trajo nuevas ideas o, en todo caso, arropó las ideas que fracasaron largamente en la Argentina detrás de una nueva mascarada en un contexto muy particular y, a caballo del clivaje casta versus anticasta, corrió el eje de la discusión. No se trata de jubilar a nadie. De hecho, Milei no jubiló a nadie, sino que, más bien, acabó subiendo al tren de “las ideas de la libertad” a toda la casta fracasada de liberales, pseudorepublicanos y, sobre todo, antiperonistas. Pero algo hay que hacer si lo que se busca es salir de la indignación y el “comentarismo”. Si quieren indignarse y comentar, armen un programa de radio o televisión. Pero no hagan política.

Por cierto, ¿la oposición ofreció algo nuevo frente a Milei? No se trata de hacer autoayuda, pero una actitud meramente reactiva no es lo que estaría esperando la gente, al menos en este momento. Por ejemplo, ¿alguna alternativa para bajar la inflación a la que ofrece Milei? Porque es muy importante bajar la inflación y la dirigencia opositora actual pareciera no prestarle atención a ello como si la baja de la inflación fuera un tema “de derecha”, como “la seguridad”. Y más allá del antiperonismo, que hoy parece ser mucho más robusto y homogéneo que el peronismo, una parte del electorado votó la baja de la inflación, votó que no hay piquetes, votó que puede comprar dólares, votó que tiene ofertas para alquilar, votó que ante el problema de la inseguridad la respuesta no fue “la culpa es de la desigualdad” y votó, entre otras tantas cosas, advirtiendo que las políticas públicas en torno a la “igualdad” debían repensarse por las severas fracturas sociales que estaban generando. Que las recetas que utilizó Milei para dar cuenta de cada uno de estos puntos pueda ser criticada ampliamente por los “efectos secundarios” y los nuevos problemas que genera, no invalida que la gente valore esas soluciones. Y no está mal que lo haga porque es evidente que, por diversas razones, toda esta lista de puntos había generado un hartazgo en la sociedad.

Y la oposición no tiene aportes novedosos para encarar estos problemas. Más bien, en la lógica de “lo que importa es tener razón”, todo hecho es interpretado como un reforzamiento del paradigma. Nunca aparece una duda, una reflexión, un “quizás nos equivocamos”. Al contrario. O en todo caso, si se habla de error, se dice que el problema fue no haber ido a fondo. Así, la promesa de futuro no es otra que “vamos a volver para hacer lo mismo más profundo”. Lo distinto sería así lo mismo radicalizado.

Con todo, el plan de volver en 2027 por defecto no puede descartarse pues frente al peronismo no hay precisamente un gobierno que brille por su astucia. De hecho, el gobierno tendrá unos días de calma, pero sigue teniendo los mismos problemas que tenía el viernes anterior y ni siquiera el sostenimiento abierto de parte de los Estados Unidos garantiza la estabilidad por los próximos dos años puesto que todos ya sabemos cómo termina. Solo discutimos cuándo.

Y cuando eso suceda, si desde la oposición no aparece una alternativa, se verá que estamos chocando con la última instancia de la crisis de representación. Es que, desde nuestro punto de vista, Milei estaría más cerca de ser el último político más que el primer pospolítico. Y su eventual fracaso no redundará en el regreso del fracaso anterior. En este sentido, la respuesta a la antipolítica no será el retorno de la política sino la apoliticidad y con ello una crisis de legitimidad ya no de la clase política sino del sistema mismo, de la democracia.

En este sentido, si observamos la degradación de las instituciones, no será por el presunto fascismo de Milei sino por el fracaso sucesivo de diversos espacios y coaliciones desde hace más de 10 años. Entonces, la foto que no sale en las redes es la de millones de argentinos viviendo siempre un poco peor desde hace muchos años. Yo no soy de los que cree que el pueblo nunca se equivoca. Pero frente a la ineptitud, el narcisismo, la venalidad y la carencia de ideas de nuestros dirigentes, al momento de buscar responsabilidades, no habría que empezar por quienes cada dos años se toman el trabajo de, encima, ir a votarlos.

 

 

Elecciones en Argentina: triunfo y resurrección de Milei (publicado el 27.10.25 en www.theobjective.com)

 

Finalizado el escrutinio de las elecciones de medio término en Argentina, no hay demasiado espacio para matices: en una jornada marcada por un récord de ausentismo, La Libertad Avanza, el partido que lidera Javier Milei, obtuvo un contundente apoyo alcanzando más del 40% de los votos y superando por 9% al peronismo.

Si bien el resultado no es histórico y más bien suele ser habitual que los oficialismos triunfen en este tipo de elecciones, la sorpresa ha girado en torno a la sorprendente recuperación del gobierno si se lo compara con los resultados adversos conseguidos en las elecciones locales que se desarrollaron en los últimos meses. En especial, es de destacar el resultado en la Provincia de Buenos Aires, el distrito que reúne al 37% del padrón electoral y que ha sido históricamente un bastión del peronismo. En las elecciones locales que allí se celebraron el 7 de septiembre, los candidatos de Milei habían perdido por 14 puntos. Sumemos a esto que el candidato que encabezaba la lista para la votación de ayer debió renunciar algunas semanas antes de la elección por claras sospechas de haber recibido financiamiento narco, con la particularidad de que la renuncia fue tan sobre el filo de la votación que en la boleta seguía figurando su rostro. En ese escenario, contra todo pronóstico y mientras se incendian todos los manuales de Ciencia Política, el mileísmo revirtió el resultado y le ganó al oficialismo provincial por 0,6%.

¿Cómo pudo darse vuelta un resultado así en algo más de 45 días? Se pueden arriesgar varias hipótesis: ¿acaso una reacción del antiperonismo ante el temor de un regreso del kirchnerismo? ¿Quizás una menor movilización de la estructura territorial de los caudillos locales del peronismo que en la elección de septiembre jugaban su gobernabilidad y en octubre no jugaban nada? ¿Tendrá algo que ver el nuevo sistema de votación con boleta única idealmente visto como menos proclive a la manipulación? Quizás algo de cada una de ellas.

Recordemos, además, que aquel resultado de septiembre había profundizado una crisis política con consecuencias económicas marcadas y una atmósfera de inestabilidad de cara al futuro cercano, producto de lo que en la jerga política podrían llamarse “errores no forzados” de parte del gobierno.

A una mala praxis económica que aceleró la devaluación del peso argentino alrededor de un 30% en los últimos tres meses y que implicó un rescate del gobierno de Trump, a través de un SWAP de 20.000 millones de dólares, y la intervención inédita del propio Tesoro estadounidense para sosegar al mercado, se le sumaron escándalos de presunta corrupción alrededor de la Agencia Nacional de Discapacidad que salpicaron a la propia hermana de Milei, su persona de máxima confianza en el gobierno.

Asimismo, a diferencia de lo que había sucedido durante el primer año donde a pesar de tener muy poca presencia en el Congreso (menos del 15% de las bancadas en la Cámara de Diputados y menos del 10% en la Cámara de Senadores), el gobierno había logrado avanzar en un paquete de medidas profundamente ambicioso, una disputa con los gobernadores llevó a la administración de Milei a padecer serios reveses legislativos. Puesto en números, entre febrero y mayo de 2025, el gobierno había ganado el 69,8% de las votaciones en el parlamento. Sin embargo, con la misma composición, entre junio y septiembre, perdió el 82,9% de las mismas.

Por último, si bien Milei logró el milagro de bajar la inflación (desde el heredado 211,4% anual en 2023 al 31,8%), mantuvo el superávit fiscal, contuvo el dólar, disminuyó la pobreza, tras el pico alcanzado en su primer semestre de gestión, aumentó en términos reales la ayuda a los más desaventajados y les dio alguna racionalidad a los precios relativos de la economía, comenzaba a notarse cierta impaciencia en la calle y los mercados. La razón es que la economía se encuentra actualmente estancada; hay un aumento del empleo informal; el consumo de los hogares ha disminuido; los asalariados con empleo público han perdido el 14% del poder adquisitivo; los jubilados que cobran la mínima (más de la mitad) vieron disminuidos sus ingresos en un 5,2% respecto a la inflación, y la capacidad instalada de la industria alcanza números similares a los de la pandemia. Por último, la falta de dólares en las reservas del Banco Central ha aumentado la desconfianza y, con ello, la previsión de un salto inminente en el precio de la divisa estadounidense y la imposibilidad de salir al mercado a obtener nuevo financiamiento para pagar la deuda.

Es en ese marco que las encuestas eran mayoritariamente esquivas para el gobierno y que Milei se contentara con alcanzar un número cercano al 35% que le garantizara un tercio de alguna de las Cámaras para obturar cualquier intento de juicio político y poder sostener los vetos a las leyes que la oposición le venía imponiendo desde el Congreso.

El resultado, claro está, superó sus propias expectativas. Según los últimos cálculos, junto a sus aliados de la centro-derecha liderados por el expresidente Mauricio Macri, el mileísmo alcanzaría unos 107 diputados (sobre 257) y unos 26 senadores (sobre 72). Si bien no alcanza el quorum propio, se encuentra a tiro del número mágico si negocia con los sectores dialoguistas de la oposición. Aun cuando el peronismo continuaría siendo fuerte con unos 28 senadores y unos 97 diputados, el equilibrio de fuerzas será radicalmente diferente.

De cara al futuro inmediato, restan definir algunas incógnitas: en el caso del gobierno, se esperaban cambios inminentes en materia económica frente a un mercado que entiende que el precio del dólar está sostenido artificialmente y, en el plano político, se descontaba la salida de varios ministros para relanzar la administración de cara a los próximos dos años. ¿Modificará el triunfo electoral este escenario?

En cuanto al peronismo, más dudas que certezas: carente de propuestas, con su último fracaso todavía demasiado cercano, sin un liderazgo claro y con Cristina Kirchner en prisión domiciliaria representando una minoría intensa que obtura una nueva camada de dirigentes carentes de originalidad, su futuro parece depender exclusivamente de la capacidad que pueda ofrecer Milei para sostener su gestión.

Por ello, con un peronismo debilitado y una ciudadanía que parece haber refrendado en las urnas algunos de los logros económicos, en particular, la baja de la inflación, de cara al 2027, año de las próximas elecciones presidenciales, toda la responsabilidad recaerá, sin excusas, sobre Milei. Algunos dirán que para bien. Otros dirán que para mal. 

 

 

No hay elecciones, solo interpretaciones (editorial del 19.10.25 en No estoy solo)

 

En las últimas semanas la estabilidad de economía argentina depende de la forma en que interpretemos las palabras del secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent y de Donald Trump. Si cuando hablaban de apoyarnos o no apoyarnos se referían al 2025 o al 2027, si el SWAP es un SWAP, si el “los argentinos se están muriendo” suponía echar la responsabilidad al actual gobierno o refería a un proceso de agonía, casi constitutivo, del ser argentino…

Agreguemos a esto un montón de info que ya nadie sabe de dónde sale… si los bancos americanos van a poner otros 20.000 millones, si Sam Altman dijo lo que dijo o él mismo y sus inversiones fueron una invención de la IA…

Que un mercado pegue saltos diarios hacia arriba o hacia abajo habla menos de su perfil especulativo que de su dificultad para la comprensión de texto y contexto. Pero, sobre todo, describe que los fundamentos de nuestra economía son muy frágiles y que el crecimiento con o sin dinero no se efectiviza.

Pero el terreno de las interpretaciones tendrá su lugar estelar el lunes posterior a las elecciones, no solo porque siempre suele ser así sino porque aquí se agregan otros factores relativamente novedosos. Por lo pronto, el que generará mayor controversia es la forma en que se recuenten los votos, más allá de la decisión de la cámara electoral que, con buen tino, indicó que los votos se cuentan por distrito. Expuesto así, el gobierno ganará y perderá, y salvo en algunas provincias donde la elección está reñida, probablemente no haya grandes sorpresas. Pero simbólicamente la clave está en la sumatoria de votos a nivel país donde el gobierno quiere mostrar que es el ganador. Para hacerlo cuenta con una ventaja técnica: LLA está presente en los 24 distritos, sea en solitario, sea en alianza, y el peronismo ha utilizado diferentes sellos en cada distrito siendo el más común el Fuerza Patria, presente en 14.

Es de esperar que, entonces, con los resultados más o menos desarrollándose, ya comience una guerra en redes y medios tradicionales acerca del modo en que se cuentan los votos con la intención de la victoria pírrica de algún titular de diario a favor o de un conjunto de ciudadanos que se van a dormir pensando que el resultado fue distinto al que en realidad fue.

En todo caso, no será demasiado distinto a lo que viene sucediendo en los últimos meses con un gobierno al que cada día hábil se le hace muy largo y donde ya no hay semana en la que pueda mostrar estabilidad. Es que, al fin de cuentas, sumados de una manera o de otra, en las cámaras, los sellos peronistas van a ser parte de la misma bancada. ¿Acaso alguien podría imaginar, por ejemplo, que el peronismo de Formosa que no va con el sello Fuerza Patria piensa formar un bloque aparte? Absurdo.

En este sentido, números más, números menos, no habrá mucha sorpresa y se descuenta que el gobierno con aliados alcance el tercio mágico en diputados, por ejemplo.

A propósito de ello, como para agregar una complejidad al recuento de votos: el debut a nivel nacional de la boleta única puede deparar sorpresas y facilitar la elección de candidatos a distintas fuerzas que el sistema anterior dificultaba. Por citar un ejemplo, las encuestas marcan que la candidata de LLA en Ciudad de Buenos Aires, Patricia Bullrich, obtendría muchísimos votos más que el candidato a diputado por la misma fuerza, Alejandro Fargosi. ¿Allí cuál va a ser el número que tomaremos para sumar a nivel nacional? ¿El de Bullrich o el de Fargosi? La pregunta retórica muestra que, aunque a los fines simbólicos los números se simplifiquen, lo cierto es que cada distrito y, dentro de ellos, cuando correspondiere, cada elección, sea de diputados o de senadores, es distinta y debería analizarse en sí misma.

Dicho esto, el escenario más probable, cuenten como se cuenten los votos a nivel nacional, es desfavorable al gobierno por razones que él mismo creó, en un error estratégico llamativo: me refiero al modo en que nacionalizó la elección de la provincia de Buenos Aires para luego recibir una paliza electoral. En este sentido, salvo un milagro que muy pocos avizoran, esto es, que la lista encabezada por el diputado sospechado de ser apoyado por narcos, sí, la del pelado que ahora es colorado, reduzca drásticamente la desventaja, será difícil que los análisis dejen a un lado que el peronismo está vivo y tiene en Kicillof a un candidato con fortaleza para disputar en 2027. Si la diferencia no solo no se achica, sino que se agranda, ya podríamos estar hablando de una catástrofe. ¿Qué se puede salir a decir el lunes si, pongamos, perdiste por 20 puntos en la Provincia de Buenos Aires?

Pero, como decíamos, ya no hay elecciones, solo interpretaciones, y el lunes se analizará la performance de un gobierno que, tras los escándalos y los errores no forzados de los últimos meses, ha pasado de una pretensión arrasadora a contentarse con una performance digna alrededor del 35% de los votos, resultado mediocre si se lo compara con los resultados que suelen tener los oficialismos en sus elecciones de medio término y más mediocre aún si se toma en cuenta que es un número alcanzado gracias a una alianza con quien hasta hace poco era el espacio de derecha más importante. Naturalmente no sería lo mismo 32% que 38% y no será indiferente lo que sume realmente el peronismo en los 24 distritos, pero en cualquier caso pareciera imponerse un golpe de timón o al menos un golpe de efecto que a la vista del electorado recupere parte de la expectativa que el gobierno supo generar durante su primer año. Y nótese que no hablo de resultados pues allí nos adentraríamos en una cierta realidad concreta. Hablo de expectativas, al fin de cuenta, proyecciones que pueden estar más o manos basadas en condiciones objetivas pero que tienen mucho de valoración personal y subjetiva.

Aun cuando, filosóficamente hablando, el supermercado ofrezca los últimos espasmos de una realidad que se resiste a desaparecer, es natural que una política que solo aspira a sostenerse en expectativas, devenga terreno de disputas donde las únicas batallas son las de las interpretaciones.

Para finalizar, en un país en el que incluso ya sin PASO, los años electorales se hacen larguísimos, el ausentismo crece y buena parte del electorado ya no sabe ni lo que vota, no faltará mucho para que el día de las elecciones sea una simple formalidad a la que nadie asista y cuyos resultados sean números arbitrarios creados por algoritmos.

No está lejos el día en que gobernar sea simplemente interpretar.

 

 

 

 

 

Trump según Dugin: ¿un nuevo orden para el mundo? (publicado el 16.10.25 en www.disidentia.com)

 

Más allá de que estemos recién frente a los primeros pasos y que, ante la desconfianza de los adversarios, la inestabilidad sea la norma, la efectiva intervención de Trump en la crisis de Medio Oriente desatada tras el ataque del 7 de octubre del 23, es un acontecimiento político de enorme envergadura.

Contra los manuales berretas de progresismo, la presunta nueva encarnación del fascismo, aun impredecible y caprichoso como es, deja expuesta la impotencia de los líderes europeos y echa por tierra el avieso intento de los demócratas de endilgarle a los republicanos ser los señores de la guerra.

Por si esto no fuera suficiente, Trump parece estar decidido a terminar con el otro gran conflicto mundial, el que protagonizan Rusia y Ucrania, y aquí también estaría siendo clave en el acercamiento de las partes hacia un acuerdo.

Más allá de que todo esto tiene un final abierto, este segundo mandato de Trump confirma el triunfo del ala, llamemos, “aislacionista” que exige que Estados Unidos no se involucre en nuevas guerras ni en conflictos lejanos a contramano de la dinámica injerencista de los “halcones” cuyos magros resultados han quedado a la vista después de las “aventuras” de las últimas décadas. La discusión ha sido tan fuerte al interior del partido que el sector MAGA ha hecho críticas potentes contra la política de Israel y Netanyahu, algo difícil de imaginar algunos años atrás dentro del partido republicano.

A propósito, en su último libro, Trump Revolution, Aleksandr Dugin, considerado por algunos el “filósofo de Putin” por ser un claro defensor de las políticas del mandatario ruso, entiende que el triunfo de Trump confirma la decadencia del Occidente liberal progresista y de toda la línea atlantista. En este sentido, recoge la división propuesta por Carl Schmitt entre civilizaciones de tierra y mar, para afirmar que estamos ante un triunfo de las primeras por sobre las segundas y que, con Huntington y versus Fukuyama, el mundo ha ingresado en una fase de multipolaridad alrededor de una serie de civilizaciones: Occidente (aunque allí quizás haya que separar a Estados Unidos de Europa), Rusia-Eurasia, India, China, el mundo musulmán, África y Latinoamérica. Lejos del fin de la historia, entraríamos en una nueva fase de la misma donde muchos actores pugnan por escribirla.

En cuanto a la distinción de Schmitt, recordar que las civilizaciones de tierra son aquellas de perfil más soberanista/nacionalista, donde prevalece el orden, los valores conservadores, la religión y cierto carácter estático, siendo Rusia un ejemplo en este sentido; mientras que las civilizaciones de mar son aquellas que, por el contrario, se caracterizan por lo que hoy llamaríamos “globalismo”, van más allá de sus fronteras, son más progresistas, inestables y expansionistas. El ejemplo clásico en este sentido sería Inglaterra. Para Dugin, con Trump, la disputa entre las civilizaciones de tierra y mar se estaría dando no solo a nivel global sino al interior de los Estados Unidos entre las costas (demócratas y liberales asociadas al paradigma expansionista del mar) y el interior (republicano, conservador y soberanista asociado al paradigma de la tierra).

De hecho, según Dugin, la gran diferencia entre Trump y Biden es la política internacional: la del primero enfocada en la defensa de los intereses nacionales (America First); la del segundo, apuntando a la eliminación de las fronteras y la imposición de los valores occidentales a través de la fuerza y/o las instituciones de la gobernanza global.

Ahora bien, a diferencia de su primera presidencia, la novedad de este segundo mandato es el giro que los CEO de las compañías tecnológicas han dado a favor de Trump tras varios años de alto nivel de wokismo en sangre. Cómo se procesará la tensión entre este sector desregulador y anarcocapitalista, con Musk, Thiel y Altman a la cabeza, entre otros, con el sector más conservador, populista, nacionalista y fuertemente religioso representado por el movimiento MAGA de Steve Bannon, es una incógnita, pero para muestra baste la entrevista que Tucker Carlson le hiciera hace apenas algunas semanas atrás al fundador de OpenAI. 

¿Hay conciliación posible entre el aceleracionismo propuesto por los grandes Tech y el aislacionismo conservador del populismo MAGA? Si, como indica Giuliano Da Empoli en Los ingenieros del caos y refuerza en su flamante La hora de los depredadores, Musk y otros eventuales “aliados” de Trump como Putin o Milei serían agentes del caos cuyo avance depende de la fractura del orden establecido más que de su conservación, ¿es de esperar una inminente división en el trumpismo o se hallará un punto de conciliación?

A propósito de Milei, un día después de su viaje para decretar la paz en Medio Oriente, Trump recibió al presidente argentino para demostrar que el aislacionismo y la defensa de los intereses nacionales está lejos de la neutralidad, máxime cuando se trata de figuras como Milei que, esto hay que reconocerlo, apostaron por el triunfo del republicano cuando muy pocos se atrevían a manifestarlo en público. Pensado geopolíticamente, el anuncio de un SWAP de 20.000 millones de dólares, además de la inédita e histórica intervención directa del Tesoro estadounidense en el mercado argentino para evitar una devaluación del peso, es la demostración de que Trump está jugando todas las batallas y que observa a Milei como el único actor de relevancia en Latinoamérica con el cual puede contar, al menos por ahora. 

Por último, será central observar el futuro de la OTAN con Trump en la presidencia de los Estados Unidos, como así también el conjunto de instituciones del orden globalista. ¿Podrá Trump reconfigurar, literalmente, el mundo?

En su discurso en el mítico Valdai Club, en 2024, Putin defendió un ideal de democracia que siga la regla de la mayoría y no la imposición de las minorías como, según el líder ruso, ha reinterpretado el Occidente globalista. Asimismo, aseguró que el nuevo orden es aquel que regresa a los valores tradicionales contra el intento de acabar con la familia, el borrado de las distinciones de género y el proyecto deshumanizador del transhumanismo. Además, agregó que, antes que Occidente, el enemigo de Rusia es un neoliberalismo que habría degenerado, según sus palabras, en un régimen autoritario, intolerante y liderado por una élite global fanática de la ingeniería social.

Dugin pareciera ser bastante optimista respecto a que el triunfo de Trump confirma un cambio de época y ha asestado el tiro de gracia a un modelo de destrucción de las fronteras nacionales que estaba agotado.

Aun aceptando lo que pareciera ser una tendencia, desde aquí nos permitimos ser un poquito más cautelosos al respecto.