viernes, 29 de agosto de 2025

Es estúpido o es corrupto (editorial del 30.8.25 en No estoy solo)

 

Al surgir el escándalo LIBRA, en este espacio hablamos de la fábula del león y el mandril ciego para referirnos al dilema que se le planteaba al presidente: o seguía sosteniendo su supuesta superioridad cognitiva y su expertise en economía mostrándose como un león que las sabe todas y asume que lo de LIBRA fue una estafa; o acepta su falibilidad, se responsabiliza por un error y deviene un mandril ciego que, al igual que muchos de sus colegas, “no la vio”. Moral o inteligencia. Había que elegir sabiendo que las dos cosas al mismo tiempo no se podían sostener. Sin embargo, claro está, el dilema no era tal porque elegir uno de los cuernos lo eyectaba del gobierno. De modo que tuvo que aceptar algo del orden del error, y lo decimos así porque ni siquiera pudo aceptarlo del todo a pesar de los generosos micrófonos de sus periodistas amigos. Pero digamos que, políticamente, (aunque no judicialmente), pasó.

Algunos meses después, la exCanciller Diana Mondino, en una extraña entrevista a la que se sometió, se vio acorralada por un hábil y prepotente periodista y dictaminó, de manera menos metafórica, lo mismo que habíamos dicho aquí: es estúpido o es corrupto.

Ahora se conoce el escándalo de supuestas coimas en torno al ANDIS y la salpicadura de mierda vuelve a picar demasiado cerca del presidente, más precisamente, sobre su hermana, quizás la persona más poderosa del gobierno, El Jefe, a pesar de que a duras penas se le conoce la voz y que ha sido incapaz, hasta ahora, de brindar al menos una entrevista. Los antecedentes indican que la retórica no es su fuerte, algo que se corrobora en sus minimalistas intervenciones en actos, pero queda abierta la duda acerca de sus cualidades como armadora política a pesar de su nula formación y su total inexperiencia en la materia. 

Denuncias de corrupción en el gobierno existían incluso desde la campaña. Si no hicieron roncha fue por la protección mediática y porque la estabilidad económica lo perdona todo, hasta que un día deja de hacerlo. Con todo, desde este espacio me atrevería a decir que lo que se presentó como “venta de candidaturas” bien puede ser visto como una forma de financiar la campaña. Efectivamente, si querés ser candidato tenés que poner plata para la campaña. Incluso el gobierno podría hasta “blanquear” esta práctica como una demostración de que son sus propios dirigentes los que la ponen de su bolsillo.

Pero el eventual afano en discapacidad justo cuando se han hecho recortes que, como suele ocurrir, este gobierno realiza como elefante en un bazar, toca una fibra sensible además de estar conectado a la más alta esfera del poder. Porque hay un momento en la vida en que uno puede aceptar hijos de puta pero no idiotas improvisados. Y esto es lo que parece saltar a la vista: incluso si Milei no fuera el corrupto, y al menos hasta ahora no hay nada que lo incrimine, lo que es claro es que no hay filtros y que cualquier advenedizo llega al presidente y/o a la hermana. Llámese Hayden Davis, llámese la nueva generación Menem, primero como tragedia, luego como comedia, es evidente que el gobierno está pagando, como mínimo, fuertes errores de gestión, a lo cual se le agrega ahora un silencio comunicacional apabullante. Al momento de escribir estas líneas, el gobierno está groggy, los que se paseaban desnudos golpeándosela sobre la mesa, hacen silencio de Twitter y los heridos y humillados de todos estos meses, preparan la cuenta.

Nadie imaginó que la destrucción del Estado llevada adelante por el topo fuera una destrucción mimética que emularía en corrupción e impericia a los gobiernos que Milei suele criticar.

Porque no se trata solo de la presunta corrupción: la estabilidad del dólar está sostenida artificialmente a un costo altísimo por una serie sucesiva de errores que, off the record, “Toto” Caputo atribuye a Milei: el no haber comprado dólares cuando el precio era accesible; el cambio de Letras del BCRA por Letras del Tesoro que hizo que el gobierno libertario más loco del mundo obligara a los bancos a retener pesos a través de encajes mientras les ofrecía un nivel de tasa delirante para la inflación proyectada; el amesetamiento con claro riesgo de recesión evidente de los últimos meses, etc. El experto en crecimiento con y sin dinero pasó a experto en dinero, con o sin crecimiento. 

Pero hay más: sorprendentemente, en el plano de la negociación política, al gobierno le fue muy bien en el primer año y mucho peor en el segundo aun cuando en este 2025 hizo una alianza explícita con el PRO. El politólogo Andrés Malamud, en X, llevó adelante la cuenta:

“Desde que asumió, el gobierno enfrentó 34 votaciones legislativas. Hubo 17 hasta marzo 2025: ganó 15. Hubo 17 desde abril 2025: perdió 16. La composición del congreso no cambió, el daño es todo autoinfligido”.

Ahora bien, si con la sucesión de errores el gobierno demuestra su “mandrilismo” o, para decirlo con Mondino, su estupidez e inoperancia, y con ello hace caer el pilar de la supuesta eficacia del “privado” al frente del Estado, con el eventual caso de corrupción de los Menem y su hermana, cae el otro pilar, el moral, aquel que le permitía levantar el dedo contra la casta y establecer un vínculo esencial entre Estado-política-corrupción.

¿Significa esto que estamos ante una inminente caída del gobierno o, para no irnos tan lejos, frente a la posibilidad de un castigo severo en las urnas? La primera opción creo que habría que descartarla de plano y la segunda está por verse. El antecedente de Menem en el 95 reelegido después de años y años de escándalos de corrupción demostraría que, después de una inflación alta, el electorado está dispuesto a hacer la vista gorda a cambio de cierta estabilización de la economía. Nuestra intuición es que su influencia será relativamente marginal y que, en todo caso, el peronismo no podrá capitalizarlo, de modo que, a lo sumo, aumentará el caudal de ausentismo. Con todo, dejemos la puerta abierta.

¿Y cómo se sale de esta crisis? En su editorial del lunes, Carlos Pagni hablaba de una crisis sin fusibles porque no hay posibilidad alguna de que Milei se cargue a la hermana, no por ese despropósito aberrante que han repetido algunas periodistas de una presunta relación incestuosa, sino porque Karina funciona como un sostén psicológico de alguien que se lleva mejor con los números que con las emociones.

Karina es, para Milei, menos una cajera que su ayudante terapéutico. De modo que, si no hay fusible, todos lo serán menos quien debería serlo.

 

viernes, 22 de agosto de 2025

Candidatos sin futuro que, de lejos, parecen moscas (editorial del 23.8.25 en No estoy solo)

 

Lo primero que cabe decir tras el cierre de las listas es que éste refleja el estado de cosas al interior de los espacios. En LLA hay una conducción clara: Milei a través de Karina y los Menem, los cuales a su vez se han deglutido al PRO y a un Macri que parece estar más afuera que adentro de la política. Sin embargo, claro, ante la carencia de cuadros, LLA debe salir a buscar gente “afuera”, “lobos solitarios”, en algunos casos sin ningún tipo de experiencia política y, por qué no decirlo, tan improvisados como impresentables.

En el peronismo es al revés: está fragmentado y tiene demasiada gente adentro desde hace mucho tiempo, de modo que no hay lugar para los de afuera y el armado acaba obedeciendo a la lógica de que ningún espacio se quede sin nada. Es la misma dinámica del Frente de Todos que gobernaba para que nadie se enoje (lo cual derivó en que se acaben enojando todos).

Si tomamos los primeros 15 lugares de la lista, el kirchnerismo se llevó más del doble que el massismo, el kicillofismo y el graboísmo. Pero esa cuenta puede ser mentirosa porque es poco probable que ingresen 15. De modo que si, por ejemplo, tomamos los primeros 10, (los cuales entrarían seguro) 6 corresponden a CFK, 1 a Kicillof, 1 a Massa, 1 a Grabois (él mismo, claro) y el otro es Taiana, quien pertenece al universo.

A propósito de Grabois, su amenaza de ruptura funcionó bien: se vendió más de lo que vale y sus adversarios internos decidieron pagarle lo que pidió a un dirigente que en la última elección sacó 6% de los votos y que sin la estructura del PJ a disposición y cortada la ayuda estatal que intermediaba, se ha transformado en un Self Made Man popular beneficiado por “no tener pasado” y no haber formado parte del gobierno de Alberto Fernández como sí lo han hecho sus compañeros de lista. Asimismo, su pasión por las cámaras, su respuesta radical a la radicalidad de Milei, un discurso anticasta dirigido al interior del propio peronismo y su actitud frente a la corrección política y los latiguillos gastados de la gran mayoría de los dirigentes de Fuerza Patria, convencieron al resto de los dirigentes de ubicarlo como un par.

De hecho, podría decirse que Grabois ha sido el gran ganador de la repartija, obteniendo el primer candidato a diputado en CABA, estando él tercero en la lista de Provincia y existiendo la posibilidad de que alguien de su tropa también ingrese en tanto ocupa el puesto 12 en Provincia de Buenos Aires.

Ahora bien, aunque nadie arma una lista para perder, algo de razón tiene Moreno cuando dice que es una lista “soft” en al menos dos sentidos: frente a un francotirador violento como Espert, se elige un armado sin nombres rutilantes y con Taiana al frente, esto es, su némesis, un tipo con trayectoria y una historia de compromiso inobjetable con el peronismo, el cual, además, parece tener un carácter apacible.

¿Se trató de una estrategia electoral? No lo descartemos, pero la razón probablemente sea más miserable: ninguno de los pesos pesado quiso jugar, probablemente por miedo a la derrota y, a su vez, está todo tan roto al interior del espacio, son tantos los vetos cruzados, los perros del Hortelano, que eligieron a Taiana porque no es de nadie. Me atrevería a decir, incluso, que si hubiese existido la posibilidad de dejar vacante ese puesto, lo hubieran hecho solo para no catapultar a alguno de los adversarios internos.

Sin embargo, hay algo más triste y esto no va en contra de Taiana, por cierto, pero el exministro del gobierno de Alberto Fernández resultaba ideal porque no tiene futuro ni voluntad de poder, como sí la tiene Grabois, que está ante su gran oportunidad, incluso si la lista pierde. Es él quien tiene todo por ganar y es Kicillof quien tiene todo para perder, salvo que se diera un triunfo amplio en las elecciones, tanto de septiembre como de octubre, algo no imposible pero poco probable. En cualquier otro escenario, la derrota caerá sobre Kicillof: si gana en septiembre y pierde en octubre, la culpa la tendrán los intendentes (que responderían a Kicillof); si pierde las dos, la culpa es de Kicillof por el desdoblamiento; y si el peronismo gana en octubre pero pierde en septiembre, también tendrá la culpa porque se dirá que se ganó en octubre a pesar del error del desdoblamiento. Jaque mate. Cronos devorando a sus hijos, sobre todo a aquellos que se tomaron al pie de la letra lo de “tomen el bastón de mariscal” sin darse cuenta que quien pedía que lo tomen, no se los quiere dar. Mensaje tan paradojal como el que se le dirigía a Alberto Fernández: si no agarraba la lapicera era un timorato; si la agarraba era un traidor. Hay que ponerse de acuerdo. De los mensajes contradictorios no sale nada bueno.

En cuanto al kirchnerismo, pareciera una demostración más de esa estrategia de permanecer con los cargos y, si es posible, con las cajas, al tiempo que se denuncia al poder y se afirma que el que gobierna es el otro. Quizás sea herencia de alguna reminiscencia de izquierda: se está más cómodo siendo oposición al punto que son opositores incluso cuando son parte del gobierno como entre 2019 y 2023. Lo opuesto a lo que siempre fue el peronismo, que con tal de gobernar puede adoptar las mil caras. El kirchnerismo ha decidido adoptar una sola cara que cada vez representa menos y que se parece demasiado a la de la derrota. Una lectura benevolente sería pensar que lo hacen por principios. Una lectura más realista podría arrojar que lo hacen porque no sabrían qué hacer con el poder.

A propósito de la representación, es curioso pero las listas de Fuerza Patria ni siquiera se han ocupado de dar cuenta de esa dinámica tan propia del contexto de la destrucción de los partidos donde los candidatos representan a un pedacito del electorado con la fantasía de que, al final, sumando los átomos, se logra el triunfo: un candidato que represente a los pobres, otro a la clase media, otro a los docentes, otro a los trabajadores, otro a las feministas, otro a los LGBT, otro a los científicos y su estrella culona, y así hasta el infinito. Aquí no ha sucedido eso: se ha pensado en candidatos que no representan sectores de la sociedad sino sectores de la casta política (este es de Ella, este es de Sergio, este es de Axel…). Si la representación funciona como un espejo de la sociedad, el espejo está roto y la clase política solo se mira entre sí.

Naturalmente esto no va necesariamente contra todos los candidatos, quienes efectivamente pueden representar a uno u otro sector de la población y hacerlo muy bien como lo han hecho. Me refiero al método de selección y a las razones de esa selección.

En el caso del gobierno, decíamos, al no haber demasiados “sectores”, salvo algo que haya que pagarle al PRO, y al estar clara la conducción, la selección fue más fácil y vertical pero el hecho de tener que salir a buscar afuera lo que no hay adentro, ha hecho que la lista se conforme con políticos frustrados, alquimistas, payasos, periodistas ágrafos, místicos, amantes de los animales y personas de dudosa reputación. Prácticamente, me recordaba esa famosa descripción de Borges en “El idioma analítico de John Wilkins” donde afirmaba que los animales del emperador se dividían en (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”.

Pero hay algo curioso y positivo en este armado: es una lista que proyecta. En otras palabras, es una lista que pretende un resultado presente pero mira al futuro: Bullrich es número puesto para candidata a Jefe de Gobierno 2027; Petri se catapultará a gobernador de Mendoza; Espert pretenderá lo propio en la Provincia de Buenos Aires. En el caso de Fuerza Patria es una lista para el presente que mira al pasado o, en el mejor de los casos, que intenta guardar las formas para salvar una unidad presente de candidatos, aunque no de ideas ni de proyecto. Por eso, en general, se trata de candidatos sin futuro aun cuando hay buenas posibilidades de que ganen, como es el caso de la lista de la Provincia.  

Distinto es el caso de la ciudad de Buenos Aires donde ahí la lógica es la misma pero encima todos sabemos que se va a perder y la única novedad es saber quiénes son los candidatos que ponen Olmos, Santamaría y la Cámpora.

Volviendo a la Provincia de Buenos Aires agreguemos que habrá una enorme confusión y mucha gente querrá votar en septiembre candidatos que se presentan en octubre y viceversa, con distintos tipos de boletas y tras la conmoción que ha generado el renunciamiento histórico de Mayra Mendoza a que se incluya su rostro en la boleta a pesar de que la ley se lo impedía por ocupar el tercer lugar.

No sabemos cuál será el resultado final, pero, entre candidatos sin futuro y candidatos que de lejos parecen moscas, no debería extrañar que el gran triunfador sea el ausentismo. 

 

No es el fascismo: es la velocidad (publicado el 21.8.25 en www.disidentia.com)

 

En los primeros 6 meses de gobierno, Trump firmó más decretos que Biden en toda su gestión. Son unos 170 de los cuales 26 fueron firmados el primer día de mandato. Evidentemente, Trump tuvo claro eso de los “primeros 100 días” de gobierno que surge casi de una intuición de sentido común, esto es, aquella que indica que las grandes transformaciones y las decisiones más difíciles es mejor tomarlas rápido y al principio.

Refiriendo a Maquiavelo, el filósofo Leo Strauss recuerda que en el capítulo 26 de Los discursos del florentino, se indica que el príncipe que desee un poder absoluto “debe renovarlo todo, debe establecer nuevos magistrados con nuevos nombres, nuevas autoridades y nuevos hombres; debe hacer pobres a los ricos y ricos a los

pobres (…) En suma, no debe dejar intacto nada en su país, y no debe

haber ningún rango o riqueza que sus posesores no reconozcan que se deben al príncipe. Los modos que debe emplear son, casi siempre, crueles y hostiles, no solo para cada vida cristiana, sino, incluso, para cada vida humana”.

 

Sin embargo, claro está, esto que cuadra bien para describir la figura del tirano no hace justicia con Trump, quien utiliza instrumentos perfectamente constitucionales ni, por caso, con Milei, quien también ha gobernado dentro de los límites constituciones, si bien el congreso ha sido generoso al otorgarle un instrumento que durante un año le dio enorme capacidad de acción. Podremos discutir los diseños constitucionales, el peso que tiene los presidentes, etc., y hasta, quizás, podríamos preferir otras formas de administración, pero aquí no hay una deriva autoritaria salvo que se asuma como tal los insultos a la inmaculada profesión de los periodistas que ambos mandatarios suelen proferir. Desde aquí, preferimos discursos públicos más sosegados pero la democracia no está en peligro por los eventuales exabruptos contra algunos periodistas. No son tan importantes, muchachos.

 

Pero esta larga introducción no pretendía dar razones a favor o en contra de este tipo de liderazgos, los cuales podríamos denominar, populistas, sino de advertir la relación conflictiva entre velocidad y democracia. Con esto quiero decir que más allá de la harto sabida regla de los “100 días”, no solo los mencionados, sino cualquier gobierno democrático se enfrenta a una problemática novedosa: los tiempos de la sociedad son mucho más veloces que los tiempos de la política. Dicho con otras palabras, con nuestras subjetividades moldeadas algorítmicamente, la democracia debe ajustarse a un frenesí que paradójicamente es antipolítico porque va en contra de los tiempos de la deliberación, de discusiones que, para hacerse carne en la sociedad y crear una masa crítica, no pueden acelerarse.

 

¿De qué manera? En primer lugar, para bien o para mal, la subjetividad algorítmica a la que nos hemos acostumbrado, celular en mano, nos lleva a suponer que todos nuestros requerimientos pueden y deben ser respondidos automáticamente. Cualquier duda la resuelve el buscador de Google o cualquier IA alternativa de una manera que un político o el Estado, aun cuando se haya modernizado, no podría hacerlo jamás. Ese hiato de velocidad y la consecuente frustración que genera conlleva una insatisfacción crónica.

 

Una segunda característica, una vez más, para bien o para mal, es la sensación y, por qué no, la efectiva constatación de que gracias a internet hoy podemos hacer las cosas por nosotros mismos. Esto en un doble sentido: por un lado, con una imponente capacidad asociativa capaz de conectar a nivel masivo a usuarios de todo el mundo para sumarlos a una causa, y, por el otro, para encarar proyectos personales, laborales, artísticos, etc. De hecho, no es casual esta explosión de emprendedorismo asociada, claro está, a la pauperización y a la tendencia inevitable y acelerada de la pérdida de puestos de trabajo. Si nos podemos asociar, o lo puedo hacer por mí mismo: ¿para qué necesitaría al Estado? ¿Para qué legitimar democráticamente a una casta gobernante a la cual, encima, le pagamos el sueldo?

 

Un tercer punto, asociado al primero: imbuidos de la lógica de los likes y las sobredosis de dopamina que produce una eventual viralización de nuestro contenido, no solo, como decíamos, enfrentamos la insatisfacción de la dilación constante por parte del Estado, sino que vivimos en una cambiante demanda casi siempre asociada a la queja y la victimización, casualmente, aquello más viralizable, es decir, exitoso, en la lógica virtual. Con nuestro narcisismo sostenido a base de likes, estamos obligados a los mensajes y a la exposición constante en una espiral adictiva que luego se replica en la relación que tenemos con nuestros representantes. El “no sé lo que quiero, pero lo quiero ya”, a su vez, se enmarca en un clima de época donde el deseo irrefrenable e inducido no solo es impulsado por algunos políticos. Es algo peor aún: en una mixtura de malas interpretaciones entre la máxima evitista del “donde hay una necesidad, nace un derecho” y la máxima feminista “lo personal es político”, cualquier capricho individual se transforma en una demanda “legítima” frente al Estado y, de nuevo, frente a la democracia. En la sociedad infantilizada donde la competencia de víctimas tiene dos objetivos, la inimputabilidad y la legitimación pública para que la palabra de quien se presente como víctima sea incontrovertible, los problemas personales siempre son generados o por el sistema o por representantes individuales sobre los que, presuntamente, encarna el sistema. Por ello, lo tiene que resolver el Estado con diversas formas de reconocimiento, desde el simbólico hasta el material. Sin embargo, de la misma manera que se necesita el próximo mensaje, la próxima foto para ser likeado, la demanda contra el sistema no cesa: lo propio de quien se siente adeudado en la sociedad infantil, es que la deuda no termina nunca. Por eso hay sectores que son esencialmente insatisfechos. Y no lo hacen porque quieren cambiar el mundo o por revolucionarios; o en todo caso, lo hacen para cambiar su mundo, ese de revoluciones pequeñitas donde todo lo que tienen para ofrecer es una identidad.

 

 

¿Supone esto exculpar a la política y a la dirigencia? Para nada. De hecho ya indicamos que son los demagogos los que le hacen creer al electorado que detrás de cualquier deseo hay un derecho, como si el Estado fueran los reyes magos.

Y algo más: las máximas políticamente correctas de la participación popular atravesadas por una naif versión de solucionismo tecnológico para progres con culpa, instala que haciendo un video de tik tok, firmando un change.org, escrachando el mensaje incorrecto del día y aportando una suscripción en la plataforma de periodistas precarizados o colaborando en un crowdfunding para que Pablo Iglesias junte 150.000 euros y abra un nuevo bar antifascista, estás haciendo algo por el bien de la humanidad. Lo paradójico es que inmediatamente se cae en la cuenta de que todas esas acciones no conducen a nada, pero en lugar de poner en entredicho el modelo de subjetividad sobre el cual se ha constituido esta forma de participación, firmamos una segunda solicitada en Change y devenimos una patrulla perdida de la virtualidad que expresa sentimientos mientras scrollea.

Pero hay más, en la lógica influencer, la política de hoy necesita abrir frentes todos los días. No es solo la obvia recomendación de cualquier asesor de “controlar la agenda”; ni siquiera el espíritu confrontativo de algunos presidentes. Es también la dinámica de las redes llevada al extremo. La discusión pública se transforma en Twitter: sin mediación, con carencia de vocabulario, a los insultos limpios y rodeados de bots, hashtags y energúmenos para ganar la batalla por un par de horas hasta la batalla de mañana.

 

Hay que mantener a la opinión pública engaged como pretende el algoritmo de la red social para que permanezcas allí mucho tiempo. Porque no vienen ni siquiera por nuestras mentes: vienen por un ratito de nuestra atención. Y ni siquiera es un plan de gente oscura. Son gobiernos con funcionarios que han crecido en la dinámica de las redes y trasladan ese modelo a la discusión pública.

 

No es casualidad que esa lógica produzca crédulos manipulables destinados a expresar sus frustraciones y sus odios, por derecha o por izquierda, o, en el mejor de los casos, incrédulos y apáticos que ven el circo desde afuera y se decantan por otros estímulos.

 

A los gobiernos, por lo pronto, ya no se les exige que hagan políticas públicas. En todo caso, no estorben y entreténganos. De aquí que para muchos gobiernos populistas su peor enemigo no sean las instituciones sino el aburrimiento de los usuarios. Las instituciones no tienen ninguna legitimidad en el mundo veloz. Lo que queremos son memes y ser parte del tema del día. La democracia debería temerle menos al fascismo que a la velocidad.

 

martes, 19 de agosto de 2025

Soltar amarras: una experiencia filosófica en altamar (publicado el 16.8.25 en www.theobjective.com)

 

Se le atribuye al filósofo escita Anacarsis (siglo VI a. C.) la siguiente frase: “Hay tres tipos de hombres: los vivos, los muertos y los que salen a navegar”. A partir de esta sentencia enigmática, el licenciado en filosofía y experimentado navegante, Claude Obadia, nos ofrece, gracias a Siruela, Pequeña filosofía del océano, un tratado breve donde la vida en altamar funciona como metáfora para una filosofía del cuidado de sí deudora de la tan de moda filosofía estoica.

Efectivamente, si navegar es lanzarse a una aventura para descubrir continentes y regiones, filosofar supone también una exploración, en este caso, de nuestras opiniones, aunque no para regocijarse en ellas sino para transgredirlas con conciencia crítica. Se trata de un ejercicio para el que se necesita el coraje de enfrentar la incertidumbre, el mismo que, según Obadia, requiere la navegación cada vez que abandona un refugio para trasladarse a otro o cuando encara travesías que pueden durar semanas sin tocar tierra.

Asimismo, la reflexión filosófica y la navegación (especialmente la de grandes trayectos en altamar) requieren compromiso porque ambas son actividades solitarias tendientes a alcanzar el valor de la autonomía. No por casualidad los ejemplos elegidos por Obadia son mayormente los de aquella regata transoceánica en solitario y sin escalas llamadas Vendée Globe, donde las anécdotas de supervivencia y, al mismo tiempo, de colaboración entre los competidores en caso de accidentes, son conmovedoras.

Porque en altamar estamos obligados a resolver el aprieto, aceptar la situación presente y, sobre todo, comprender las contingencias que nunca son del todo previsibles ni para el más prudente navegante. Esto contrasta, según Obadia, con ese ideal contemporáneo que indica que ser feliz es satisfacer los propios deseos y que ser libre es hacer lo que uno quiere. Lejos de ello, el autor recurre al saber de los estoicos y recuerda a Epicteto cuando afirma que la libertad y la felicidad dependen de que seamos capaces de desear que las cosas sucedan tal y como han de suceder. Esto que suena a una filosofía de la resignación o a un fatalismo no lo es tal si lo entendemos como una forma racional y reflexiva de encarar nuestras vidas, opuesta a esta tiranía del deseo como falta: “Quien espera que las cosas sucedan como él desea es, por así decirlo, esclavo de todo aquello que no depende de él”.

Es más, desde la perspectiva de Obadia, no existe contradicción entre la felicidad y el miedo puesto que la primera se basa en la plena conciencia de estar vivo, incapaz de disociarse de la conciencia del riesgo y los peligros circundantes. Esta concomitancia del miedo y la felicidad es una gran paradoja y por ello resulta de difícil aceptación en estos tiempos de eternos jóvenes de cristal y padres obsesionados por la seguridad y el control. Sin embargo, Obadia aconseja evitar las preocupaciones inútiles pues el miedo no evita el peligro.

A propósito, el libro también nos recuerda que los estoicos indican que el mundo se divide en dos categorías: lo que no depende de nosotros, por ejemplo, el clima; lo que sí depende de nosotros: nuestras opiniones y juicios, nuestros deseos y sentimientos.

Lo más sensato, en este sentido, es ocuparnos de aquello que depende de nosotros. Si tenemos un sueño, perseguirlo hasta agotar las instancias. Y cuando las instancias se agotan, no ser obstinado. Reconocer lo que podemos y lo que tenemos, aun cuando no sea aquello a lo que alguna vez aspiramos, es lo que nos da felicidad porque es la aceptación de lo posible.

Una última referencia a los griegos, sin pasar por alto que quizás su mayor héroe, Ulises, era marinero, refiere a un concepto que, una vez más, es central para la navegación como así también para la política y para la vida en general: el kairós.

Se trata de la virtud que poseen aquellos capaces de actuar en el momento justo. En política, ese “tiempismo” es esencial al momento de perdurar en el poder, y para referencia, podríamos consultarlo a Maquiavelo o a cualquier asesor mínimamente serio; pero también lo es para la navegación, cuando se debe planificar un viaje según las previsiones meteorológicas, y para la vida misma. Es que muchas veces no se trata del qué hacemos o el qué decimos sino de cuándo lo hacemos y lo decimos. El arte del sentido de la oportunidad, el tener un “buen kairós”, lo es (casi) todo.

Para culminar, y en línea con las frases enigmáticas, en Vidas paralelas, Plutarco atribuye a Cneo Pompeyo Magno, allá por el año 56 a. C., la mítica frase “Navegar es necesario, vivir no es necesario”, pronunciada, aparentemente, frente a un amotinamiento de los marineros que, tras haber recogido alimentos en Sicilia, Cerdeña y África para paliar la hambruna en Roma, se negaban a volver inmediatamente a casa por las malas condiciones climáticas.

Aquella frase fue popularizada mucho más tarde por Fernando Pessoa, pero con una variante: “Navegar es preciso; vivir no es preciso”, si bien su poema luego vuelve sobre la sentencia, tal como la reprodujera Plutarco, para afirmar que crear, y crear la propia vida en particular, es lo verdaderamente necesario.

Algo de este espíritu atraviesa el libro de Obadia: la filosofía y la navegación no pueden quedarse en saberes meramente teóricos, sino que deben servir para entender que vamos a ser libres y felices cuando asumamos que no controlamos todo, que somos vulnerables y que debemos aceptar la contingencia.

Con este agregado, entonces, podemos entender mejor la frase de Anacarsis: los que navegan no pertenecen al reino de los vivos ni de los muertos. Se trata solo de gente en tránsito que sabe que el proceso de crearse a uno mismo nunca se erige sobre tierra firme. 

 

 

viernes, 8 de agosto de 2025

El mileísmo de Grabois en la Argentina anticasta (editorial del 9.8.25 en No estoy solo)

 

Algunos días atrás leía una nota al historiador francés que se ha especializado en la Revolución francesa, Jean-Clément Martin, en la cual se refería a la manera en que los propios protagonistas de aquel hito interpretaban lo ocurrido. https://legrandcontinent.eu/es/2024/08/13/entrar-en-revolucion-es-comprender-lo-irreversible-la-violencia-de-julio-de-1789-y-el-mito-del-gran-miedo/

El punto viene al caso porque nunca está de más tener en cuenta que los grandes acontecimientos suelen no ser vistos como tales mientras suceden y que muchas veces son resignificados, para bien o para mal, según lo determine la historiografía oficial.

Acerca del término “revolución”, Martin incluso nos recuerda que era propio de la astronomía y que, paradójicamente, hacía alusión a un movimiento circular que tras un repentino trastorno vuelve al punto de partida, es decir, una suerte de restauración de un orden perdido.

Si bien hubo algunas referencias al término allá por julio de 1789, lo cierto es que la idea de una revolución (francesa), entendida como un hecho conmocionante, se fue adoptando con el tiempo en la medida en que se empezó a tomar conciencia de que se estaba frente a una novedad que no tenía parangón ni con los sucesos de un siglo atrás en Gran Bretaña ni con la más cercana independencia de los Estados Unidos. De aquí que Martin afirme que “Entrar en Revolución es comprender lo irreversible”.

La frase, un verdadero hallazgo, me llevó a preguntarme si el mileísmo es o no una revolución y si, en caso de que así lo fuera, está sucediendo que cierto sector de la población se está “negando a entrar en Revolución”, no en el sentido obvio de que rechazan al mileísmo, sino en el sentido de estar negándose a comprender los cambios irreversibles que se han producido en la sociedad argentina.

Más allá de la discusión etimológica acerca del término revolución, podríamos acordar que, el menos desde lo discursivo, la propuesta mileísta es refundacional. No importa que se base en mitos como el de la Argentina de 1910, que prometa cosas que luego no cumple como la quema del BCRA y la dolarización, o que repita la cantinela de la casta para luego aliarse con Ritondo y Santilli: desde lo discursivo, al menos, insisto, Milei viene a poner la Argentina patas para arriba y en algunos aspectos lo ha logrado. Por lo pronto, invalidó todos los manuales de Ciencia Política para ganar una elección imposible, hizo el recorte del Estado más salvaje de la historia sin perder apoyo popular, ha gobernado a decreto y veto sin grandes costos políticos, inauguró nuevas formas de comunicar, etc.

De modo que queda posarnos en el segundo interrogante: ¿estamos negando un fenómeno irreversible? Probablemente la palabra “irreversible” le quede grande a casi todo, de modo que me conformaría con sostener que hay un sector de la sociedad, digamos, dentro de ese 50% que no votaría a Milei hoy, que no es consciente de la transformación que produjo el propio Milei pero que, sobre todo, se había producido antes de su llegada para hacer de él, justamente, un emergente de esos cambios. En otras palabras, Milei había nacido antes que el propio Milei llegara a ser Milei. Y no lo sabía ni él.

Lo hemos dicho muchas veces aquí, pero el gran fracaso de las dos grandes coaliciones que alternaron el poder en Argentina en los últimos ocho años, la pandemia que puso en el eje de la agenda la cuestión de la libertad, una línea progresista que extravió el horizonte, dejó de representar mayorías y le agregó a una sociedad rota desde lo económico otra gran ruptura macro y un sinfín de minifracturas sociales, permitían imaginar que cualquier cosa podía salir de allí. Sería tonto afirmar que la emergencia de un Milei era la consecuencia necesaria de ese contexto, pero era una de las probabilidades que, unida a una infinita cantidad de azares, derivó en el resulta imposible.

Si en la última década, la dirigencia progresista no percibió esos cambios e incluso fue responsable de profundizarlos, el escenario actual no invita a la ilusión. De hecho, no les falta razón a quienes dicen que Fuerza Patria es el Frente de Todos sin Alberto Fernández, como si éste hubiera sido el único responsable del descalabro. Se trata de una continuidad de la insólita perspectiva que intentó instalar el kirchnerismo en relación a su rol durante 2019-2023. Nadie estuvo allí; nadie fue parte del gobierno. Se lo preguntan a CFK, se lo preguntan a Máximo y es como si hubiera habido un salto cuántico, un abismo espacio-temporal en el que no se supo qué paso ni qué hizo el kirchnerismo Schrödinger, ese que era oficialismo y oposición al mismo tiempo.

Sus presuntos nuevos dirigentes deben usar camperas adidas para que podamos seguir identificándoles como jóvenes a pesar de que la verdadera juventud, biológicamente entendida y no autopercibida, vota mayoritariamente al espacio que el progresismo define como fascismo.

En este sentido, el diagnóstico de Ofelia Fernández y Juan Grabois es el correcto: el espacio podrá recibir los votos porque, frente a Milei, los únicos que se erijan como alternativa serán competitivos, además de que, como ya hemos dicho aquí, el problema del progresismo y del peronismo no es que le falten votos sino ideas. Pero es un espacio que no entusiasma, que no anima a ser militado, que no transgrede, que no ofrece futuro, que amonesta antes de reivindicar la alegría, etc. Es decir, lo mismo que viene haciendo hace una larga década, incluso cuando Alberto Fernández no era parte del espacio.

Y hay otra cosa más donde Ofelia Fernández y Grabois aciertan, especialmente este último: en el discurso anticasta. Solo que se trata de un discurso dirigido a la casta del propio espacio progresista. Se abre allí un interesante interrogante que habrá tiempo de desarrollar, especialmente si las amenazas de Grabois de ir por afuera se confirman.

Por todo esto es que podemos decir que Grabois está haciendo mileísmo al interior del Frente más allá de que Grabois es, ante todo, graboísta. Es decir, está marcando la necesidad de renovación y los privilegios de un espacio político en el que las mismas caras de siempre se disputan los mismos cargos de siempre para obtener los magros resultados de siempre o, en todo caso, para ocupar posiciones de poder que no le han mejorado la vida a la gente en los últimos 10 años. Lo curioso en este caso es que Grabois (y Ofelia) son hijos de ese mismo espacio pues, recordemos, Ofelia fue legisladora siendo muy joven por el dedo del espacio progre en pleno auge del feminismo. Si su participación como legisladora fue bueno o malo o si hoy mereciese un rol destacado en las listas es otra cosa, pero en un principio, y que nadie se ofenda, fue puesta allí sin los méritos suficientes por la sencilla razón de que nadie a esa edad tiene los méritos suficientes para ocupar ese cargo. Y Grabois que, por supuesto, tiene una larga trayectoria en movimientos sociales, no fue parte de la década ganada y fue un invento electoral del kirchnerismo al que se le ofreció el aparato y la logística para joderlo a Massa y darle al electorado palermitano, tentado a la trotskeada y poco afecto a la ingesta de veleidosos sapos peronistas, un candidato que corra por izquierda. Grabois perdió por paliza contra Massa (80 a 20), pero el monstruo ya estaba creado y en este tiempo en el que son los extremos los que arrastran a los centros, Grabois apuntará a repetir la movida de Milei que acabó deglutiendo al PRO. En este sentido, el kirchnerismo logró crear alguien que los corra por izquierda sin ser trotskista, lo cual los deja en un lugar sumamente incómodo tras años y años de crear un electorado acostumbrado a señalar con el dedo a la derecha, a lo conservador, a lo carente de alegría, a lo viejo. Ahora surgen nuevas figuras que advierten que la campera adidas tiene manchas de tuco y que las tres líneas del pantalón están meadas, lo cual, a su vez, seguirá siendo cierto aun si Grabois finalmente transa y va por adentro. Es que como decíamos antes, el espacio está ahí: lo puede capitalizar Grabois o lo capitalizará otro ahora o más adelante.

Algo ha cambiado en la Argentina y resulta irreversible: anticasta somos todos. Quizás estemos entrando en Revolución.