viernes, 26 de septiembre de 2025

No pienses en Karina (editorial del 27.9.25 en No estoy solo)

 

Mientras el gobierno intenta digerir el cachetazo recibido en la provincia de Buenos Aires, consultores, políticos y analistas discutimos las razones de aquel resultado. Como comentábamos días atrás en este mismo espacio, entendemos, a diferencia de lo expresado por Milei, que el castigo en las urnas contra el gobierno obedeció no solo a su desconcierto político sino también a una economía que no ha mejorado para muchos sectores, lo cual tiene como consecuencia la pérdida de uno de los grandes activos del gobierno: cierto monopolio de la esperanza.

A su vez, también decíamos, si las encuestas que daban una elección más o menos pareja estaban en lo cierto y, dado que la crisis económica, en todo caso, no fue repentina, lo único que cabe pensar es que el escándalo de las presuntas coimas en ANDIS, con los Menem y la propia hermana de Milei, involucrados, tuvo una incidencia mucho más grande de la imaginada. Aunque es difícil de saberlo, quisiera tomar como hipótesis ese escenario para algunas reflexiones acerca de lo que podría y de lo que debería hacer la oposición.

Podría decirse, entonces, que, salvo algunas excepciones, la oposición y, por tal, me refiero exclusivamente al peronismo, hizo lo que más o menos debería hacer: llamarse a silencio, no hacer olas, que todos los focos se posen sobre el gobierno y utilizar las herramientas a mano para sostener lo más posible el tema. Con todo, esa estrategia, aunque correcta en lo inmediato, tiene sus riesgos en el mediano y el largo plazo. En otras palabras, poner en el centro de la agenda la cuestión de la transparencia es jugar en el terreno simbólico del discurso del adversario, y allí los triunfos solo pueden ser pírricos.

Lo hemos citado aquí hasta el hartazgo, pero, en este sentido, siempre vale la pena recordar el famoso libro de George Lakoff, No pienses en un elefante, un manual de comunicación política que advertía a los demócratas que debían evitar dar la disputa dentro de los marcos conceptuales, los valores morales y la “neolengua” republicana si querían volver a ganar elecciones.

Lakoff fundamenta su posición en la idea de ciertos marcos cognitivos que todos tenemos y que se activan con determinadas palabras. Los marcos son estructuras mentales que conforman nuestra manera de ver el mundo y, en Estados Unidos, hay dos grandes tipos de marcos vinculados a la concepción de familia que tienen demócratas y conservadores (por cierto, con las diferencias idiosincrásicas correspondientes, estos dos modelos pueden servir, al menos en parte, para comprender las grandes divisorias existentes, al menos, en algunos países como Argentina). Los conservadores tienen un modelo familiar de “padre estricto” que supone que el mundo es un lugar peligroso en el que hay que competir; que existe el bien y el mal absolutos y que los niños nacen “malos”, en el sentido de que solo buscan hacer lo que les place y, en tanto tal, necesitan ser “enderezados” para poder vivir en sociedad. Lo que se busca es un padre estricto que impulse la autodisciplina porque solo el sujeto autónomo tiene posibilidad de ser exitoso en un mundo donde reina la ley de la selva. Esto, claro está, tiene consecuencias a la hora de pensar políticas públicas: un Estado que funciona como padre estricto debe propiciar el mayor campo de libertad para el sujeto autónomo; pensar a sus habitantes como ciudadanos y no como sujetos a ser tutelados; debe intervenir lo menos posible y debe acabar con el proteccionismo. Por último, tiene que comprometerse con evitar políticas sociales que generen clientelismo y dependencia.

En cuanto al modelo de familia demócrata-progresista, Lakoff lo llama “modelo de padre protector”. Desde este punto de vista, a diferencia del modelo anterior donde era el padre el que imponía las condiciones, aquí padre y madre son corresponsables de la crianza en igual medida; los niños nacen buenos y, si se los cría fomentando la empatía y la responsabilidad, pueden ser mejores; el mundo incluso puede ser más agradable de lo que es y no hay un destino ineludible de competencia individualista, a tal punto que la única manera de realizarse es en el marco de una comunidad sana e igualitaria donde todos tengan las mismas oportunidades. Si este modelo lo trasladamos al Estado, naturalmente nos daremos cuenta que aquí pensamos en un Estado mucho más grande, preocupado por una redistribución más equitativa, que tiene en cuenta a los grupos desaventajados por quienes vela a través de subsidios o políticas de acción afirmativa, etc.

Los marcos son tan importantes que son capaces de hacer rebotar los hechos que los contradicen. Así, acomodamos la realidad a la necesidad de nuestras estructuras y valores. Lakoff escribió este libro antes de la omnipresencia de los algoritmos que no hacen otra cosa que reforzar creencias, de modo que ustedes pueden imaginar cuál es la situación en este momento.

Si la perspectiva de Lakoff es correcta, el eje puesto en la transparencia y la lucha contra la corrupción, activaría los marcos de la cosmovisión liberal-republicana y antiperonista. Naturalmente, y en estos tiempos donde todo hay que explicarlo, creo que resulta claro que no estamos aquí diciendo que la transparencia y la lucha contra la corrupción sean elementos secundarios o poco relevantes de un gobierno. Todo lo contrario. Pero sí advertimos que ese tipo de agenda volverá como un búmeran contra un peronismo que nunca fue ni pretendió parecer inmaculado.

Hacer eje en la transparencia, entonces, es subirse a la verba oenegista y suponer que el Estado es sospechoso porque siempre se habla de transparentar el Estado y nunca, por ejemplo, de transparentar la financiación de las ONG preocupadas por la transparencia del Estado. Por alguna extraña razón, nadie se preocupa por transparentar al transparentador. Igualmente, gracias al berrinche de centenares de ONG en Argentina y en el mundo cuando Trump les cortó el chorro, nos enteramos de las ingentes millonadas de dólares que repartía la administración Biden para difundir agenda progre a través de la USAID, dinero que fue bien recibido por instituciones de un amplio espectro ideológico, incluyendo organizaciones de izquierda y hasta trotskistas que hacían discurso antiimperialista con financiamiento imperialista.

Asimismo, hacer énfasis en la lucha contra la corrupción, corre el eje de lo político a lo moral, igualándolo todo. Contra la corrupción van a estar el “gato” Silvestre y Majul gritando al mismo tono porque la indignación moral supera las diferencias ideológicas y va a ser el mejor refugio para los micrófonos que fueron generosos con este gobierno: son los primeros que van a decir que el gobierno fracasó en lo moral y no en su plan económico. En otras palabras, se deja abierto el escenario a un reemplazo de nombres que no afecte el modelo. Saldrá Milei y entrará cualquiera que acepte las condiciones del poder real.

Si la Alianza de la UCR y el FREPASO finalmente no ofrecía otra cosa que un menemismo con moral, un menemismo con la bragueta cerrada, no debería extrañarnos que en breve vengan a ofrecernos anarcocapitalismo posmileísta con buenos modales, sin el loco que grita ni la hermana que (presuntamente) afana.

 

 

 

 

 

¿Hacia una guerra civil? (publicado el 25.9.25 en www.disidentia.com)

 

Charlie Kirk, el joven polemista conservador fuertemente identificado con Trump, fue asesinado mientras participaba de un debate público. Las imágenes del horror dan la vuelta al mundo, se transforman en una cuestión de Estado y llevan la polémica allende los Estados Unidos.

El debate era para Kirk su lugar natural y este evento iba a ser el primero de su gira semestral, titulada The American Comeback Tour, por la cual iría a terrenos hostiles, ideológicamente hablando, y abriría el micrófono a quien deseara intercambiar opiniones. En este caso, era la Universidad de Utah, pero se trataba de una práctica habitual más allá de que muchas veces su participación era boicoteada y cancelada por quienes no pensaban como él y, evidentemente, consideraban estar tan en lo cierto que no necesitaban debatir.

Nacionalista cristiano, Kirk, era un defensor de la libre portación de armas y muchas de sus declaraciones siguen siendo hoy reproducidas por sectores de izquierda como ejemplos de sentencias racistas, misóginas o transfóbicas. Con apenas 18 años había creado Turning Point, una organización que buscaba promover un gobierno limitado, el libre mercado y los valores tradicionales, y en poco tiempo se había convertido ya en una referencia, lo cual le permitió nuclear a cientos de miles de jóvenes conservadores y ser una de las organizaciones que más activamente participó de la campaña presidencial de Trump difundiendo su mensaje y recaudando fondos. Para tener una idea de la magnitud, Turning point afirma tener presencia en 3500 universidades y escuelas secundarias estadounidenses además de emplear a 450 personas.

Si el asesinato a plena luz del día y frente a las cámaras fue lo suficientemente conmocionante, la miserabilidad de las polémicas posteriores no se quedó atrás.

Antes de conocer al asesino, automáticamente el gobierno republicano culpó a la izquierda de la violencia política y, como contraparte, en redes sociales miles de mensajes o bien celebraban la muerte del “fascista” o bien, al menos, la justificaban.

En este último caso, hasta se publicaron estadísticas que mostrarían que hubo más casos de violencia política de derecha a izquierda que viceversa y se apeló a la idea del efecto búmeran que la izquierda progresista suele esgrimir contra la derecha cada vez que el atacado no es de su bando: la violencia es de derecha, por lo tanto, si es alguien de izquierda el que la ejerce, solo se trata de un vehículo que canaliza la violencia original hacia su verdadera fuente. Se sigue de aquí que, si el asesino es de derecha, la culpa la tiene la derecha; y si el asesino es de izquierda, la culpa la tiene la derecha también.

Incluso hasta que se confirmó la identidad del asesino se lo intentó vincular con sectores de ultra ultra derecha más a la derecha del ultraderechismo de Kirk; también se llegó a afirmar que los mensajes antifascistas que el asesino había dejado eran señuelos, etc. Por estas horas, las investigaciones están mostrando que se trataría de un joven que se habría radicalizado en ideas de izquierda y que aparentemente tenía una pareja transgénero, información que, naturalmente, los sectores radicales de derecha utilizan para vincular el transgenerismo con la violencia. Un poco de su propia medicina a los sectores progresistas que por alguna razón insondable afirman que las personas transgénero son más buenas que las que no lo son o que el amor entre personas del mismo sexo es un espacio libre de violencia.

Hablando de propia medicina, las redes y los medios progresistas ahora se horrorizan por algunos casos de despidos de aquellas personas que se burlaron o justificaron el asesinato de Kirk. Los mismos que impulsaron la cultura de la cancelación, ahora invocan la libertad de expresión, y los que invocaban esta última frente a la selectividad cancelatoria del progresismo, devuelven gentilezas.

En el medio, demostraciones flagrantes de la presencia de hecho del derecho penal de autor, aquel identificado con el nazismo donde no importan los hechos sino las características personales del autor. Esto se complementa con otra cara: la de la víctima esencial sobre la cual tampoco importa qué hizo sino qué es. ¿Mataron a alguien? OK.  Pero, ¿el agresor es mujer o varón? ¿Es negro o blanco? ¿Es de izquierda o de derecha? ¿Es gay o hetero? ¿Y la víctima? ¿A qué grupo pertenece? Eso es todo lo hay que juzgar porque, hoy en día, determinadas identidades o determinados posicionamientos políticos te ubican como agresor o víctima independientemente de lo que hagas, a nivel civil, sin dudas, y, a nivel legal, también, al menos en algunos casos. Por cierto, se trata de una violencia que, en este punto hay que decirlo, no comenzó la derecha. 

Pero un elemento tan sorprendente como preocupante ha sido el modo en que a poco a poco la violencia política se instala coqueteando, al menos desde lo discursivo, con la idea de una guerra civil. Probablemente sea una exageración, pero The New York Times https://www.nytimes.com/2025/09/12/technology/charlie-kirk-shooting-civil-war.html se ocupó de medir las menciones a “civil war” en las redes tras los últimos eventos de violencia política y el número va dramáticamente en aumento. Por ejemplo, cuando, en 2022, la justicia estadounidense perseguía a Donald Trump y realizó un allanamiento en Mar-a-Lago, hubo más de 118.000 menciones a “civil war” en 48hs; cuando sucedió el intento de asesinato a Trump, en la misma cantidad de tiempo, la cifra ascendió a más de 260.000 y tras el asesinato de Kirk el número superó los 340.000. Insisto en que el dato sea probablemente anecdótico y de las menciones en redes sociales no se sigue un hecho, pero en todo caso sí parece una prueba del recalentamiento de una polarización que ya viene demasiado recalentada.

A propósito, en este mismo espacio, el año pasado les comentaba sobre la película Civil War, del británico Alex Garland, el mismo de Ex Machina, Devs y Annihilation, quien confesara que comenzó a imaginar la trama tras los incidentes de la toma del Capitolio en 2020.

De aquí que no sea casual que el film esté ambientado en Estados Unidos, pero lo interesante es que la película es reacia a cualquier identificación con alguna de las partes en pugna. De hecho, hay momentos en que no queda claro a qué bando pertenecen los combatientes que circunstancialmente aparecen en escena. Sabemos que el presidente habría ingresado en una deriva autoritaria intentando ir por un tercer mandato inconstitucional y que habría disuelto el FBI. También sabemos que esta guerra enfrenta a las fuerzas leales al gobierno con las fuerzas occidentales secesionistas de Texas y California, no casualmente, un Estado, digamos, republicano, y un Estado claramente identificado con los demócratas, como para no dar lugar a interpretaciones tendenciosas o segundas lecturas. Sin embargo, no sabemos si el presidente es republicano o demócrata.

Esta es una de las razones por las que la película resulta incomodísima porque no nos da digerido quién es el malo y quién es el bueno, de modo que nos impide tomar posición, lo único relevante en el debate público moralista de la actualidad. Y lo que es peor: nos obliga a juzgar hechos sin conocer la identidad de los ejecutantes; la obra con autores anónimos.

Para cerrar, Ezra Klein, un columnista progresista del The New York Times escribió un artículo https://www.nytimes.com/2025/09/11/opinion/charlie-kirk-assassination-fear-politics.html que le valió muchas críticas de sus lectores donde, tras listar los casos de violencia política en Estados Unidos de los últimos años, afirmó que Kirk hacía política de la manera correcta aun cuando los separara un abismo ideológico. Pero, sobre todo, lo más interesante es que Klein señaló que, con la excepción de las más brutales dictaduras, la violencia política nunca es unidireccional y nunca va solo contra “nuestros enemigos”.

En esta misma línea, podemos afirmar que, de tanto preguntarnos quiénes son los buenos y quiénes son los malos para saber de qué lado ponernos, nos hemos olvidado de acordar qué es lo malo y lo bueno en sí y, sobre todo, cuáles son los límites que nuestras guerras culturales no deberían superar si es que queremos que esas guerras no destruyan aquello poco que todavía tenemos en común.

 

 

 

 

 

 

lunes, 15 de septiembre de 2025

¿Gobernar para las mayorías o tener razón? (editorial del 13.9.25 en No estoy solo)

 

Pasó la elección de la provincia con un resultado que nadie previó: un triunfo abrumador del peronismo. A diferencia de esas elecciones donde “todos ganan”, en el sentido de que cada uno de los actores puede adoptar una perspectiva desde la cual sentirse vencedor, aquí el resultado fue contundente. ¿El escándalo de presunta corrupción de la hermana de Milei fue relevante? Si le creemos a las encuestas previas y queremos ser condescendientes con ellas, golpeó mucho más de lo que se preveía y es lo que permitiría justificar que la distancia fue mayor a la esperada.

En cuanto a los números, dicho rápidamente y para no marear: diferencia de casi 14 puntos; ganador en 6 de las 8 secciones; más de 100 de los 135 municipios en manos del peronismo; 34 de las 69 bancas a favor del oficialismo provincial lo que le permitirá tener quorum propio en la cámara de Senadores; municipios como los de Ensenada, Malvinas Argentinas, Avellaneda y Berazategui con alrededor de 2/3 de los votos de sus electores a favor de los oficialismos municipales; triunfos en municipios “del campo”, siempre reticentes al peronismo desde 2009. No hay mucho más que agregar. El león tuvo culo de mandril y hocicó, si se me permite un poco de teratología soez.

Ahora bien, aunque no sea del todo real, en cada elección acaba siendo más importante el lunes posterior que el domingo de la votación, en el sentido de cuál es la narrativa capaz de imponerse al momento de explicar los resultados.

Si dejamos de lado los exabruptos (gente que vota mal porque son negros que les gusta cagar en baldes), para entender cómo recibió el golpe el gobierno, alcanza con prestar atención al discurso de Milei el domingo por la noche en el búnker.

A propósito de ello, se trató del acto cúlmine de una serie de errores en la estrategia electoral rayanos en el amateurismo: hacer de una elección provincial, en la que los aparatos de los intendentes jugarían todo, un plebiscito de la gestión nacional; ponerse al frente de la campaña con su hermana al lado; elegir candidatos mayoritariamente desconocidos y, finalmente, dar la cara el día de la derrota en vez de dejarle ese privilegio a los artífices de la estrategia. El mileísmo es Milei y en vez de cuidar lo único que tienen, lo exponen a que trague todo el costo político gratis.

Volviendo al discurso, que algunos interpretaron como contradictorio, cabe decir que, por el contrario, fue muy claro y coherente: cuando se refirió a revisar los errores y a corregir, habló de la política; cuando se refirió a no moverse ni un centímetro del plan, habló de la economía. Una demostración más de que en la cabeza de Milei ambas están separadas y que, para él, lo que está fallando es aquello esencialmente corrupto, a diferencia de esa ciencia que insólitamente él cree exacta.

De la devaluación inminente, de la desconfianza del mercado, de la recesión, de los dólares que se acaban… nada. Falló la política, nos peleamos mucho entre nosotros. Vamos a tener que generar una mayor armonía y establecer diálogos constructivos con los hijos de puta.

Quien escribe estas líneas entiende que efectivamente ha fallado la política. Es más, varias veces hemos escrito que el mayor enemigo del gobierno está adentro y que la interna se lo iba a fagocitar. Pero también está fallando la economía pues, a no engañarnos: ni los votantes de Milei en 2023 eran todos anarcocapitalistas, ni los que le retiran el apoyo hoy son todos republicanos que duermen abrazados a la estampita de Carrió y al gesto indignado de Nelson Castro. Habrá un sector cuyo antiperonismo rabioso justifique votar cualquier cosa, pero hay otros donde el bolsillo prima y si bien este gobierno nunca ofreció bonanza, sí brindó control de la inflación y, sobre todo, esperanza de que la cosa iba a mejorar. Casi que en términos económicos podría decirse que el activo de Milei, junto con la baja de la inflación, era esa esperanza que puede traducirse en una compra anticipada de tiempo. Los argentinos compramos dólares; el gobierno había logrado esperanzar a un sector y, con ello, comprar tiempo (cuando, como el resto de los argentinos, hubiera sido mejor que comprara dólares). El punto es que, siguiendo con la analogía, el dólar sigue bajo, pero el tiempo ya está cotizando demasiado alto y se está acabando. Dar un golpe de timón o al menos ofrecer varios golpes de efecto, ya que nadie le exige a Milei que se vuelva keynesiano, parece la única posibilidad de un relanzamiento del gobierno de cara a su segunda parte del mandato. El punto es que a Milei le interesa más tener razón que gobernar. Su accionar está comandado por una mezcla de delirio místico y una nostalgia de estudiantina universitaria mal saldada por la cual su enfrentamiento con Kicillof deviene académico-personal. Milei no conoce lo que es una asamblea universitaria, pero en su fantasía juvenil, él le gana el debate al representante de los keynesianos y demuestra ser el mejor liberal. Todos tenemos de esas fantasías pero, en la mayoría de los casos, pasado los 20 entramos en razón y nos damos cuenta que no valía la pena o, en todo caso, que hay cosas más importantes donde depositar la libido.

¿Y qué ocurrió del otro lado? El gran ganador fue Kicillof, hacia afuera, contra Milei, y, hacia adentro, contra el sector de CFK y la Cámpora que lo torpederaron hasta el final, incluso en plena campaña, por la osadía del gesto político de autonomía que suponía desdoblar. Porque fue nada más y nada menos que eso: mentía Kicillof cuando decía que desdoblaba para que se evalúe la gestión provincial y era mentira que el kirchnerismo se opusiera porque aquello nacionalizaba la campaña y auguraba un mal resultado: estaban midiéndose y el gobernador, que todavía debe las nuevas canciones, estaba diciendo “Yo no quiero ser Alberto”. Y jugó y ganó de la única manera que le podía salir bien, esto es, ganando por lejos. Aun cuando el kirchnerismo duro pueda achacarle algo a él y a los intendentes si el resultado en octubre es menos holgado, lo cierto es que Kicillof sale enormemente fortalecido y la foto del acto, sin Máximo y con representantes de La Cámpora al costado, lejos del centro de la escena, fue elocuente. Y quienes afirmen que el triunfo de Kicillof fue posible gracias a los resultados obtenidos por los municipios que gobierna La Cámpora, o que esos resultados demostrarían que esos intendentes jugaron con el gobernador, son miopes o nos toman el pelo. Pues, ¿qué esperaban? ¿Que los intendentes de La Cámpora jueguen para atrás y pierdan peso en sus Concejos para joderlo a Kicillof? No nos subestimen. Somos grandes.

El discurso de Kicillof también fue correcto y generoso: volvió a agradecer a Massa, a quien subió al escenario, y tuvo un gesto de magnanimidad señalando a Cristina y exigiendo su liberación. Podría no haberlo hecho, como sucedió, por ejemplo, con el comunicado del PJ que olvidó mencionar el nombre del gobernador.

Ahora bien, el clima de euforia que rodeó el triunfo, no solo entre muchos dirigentes, sino en militantes y formadores de opinión cercanos al kirchnerismo, merece una advertencia y abre una pregunta acerca de si se están comprendiendo adecuadamente las razones del triunfo.

Tomemos algunos datos y algunas declaraciones casi al azar como para llamar a la cautela: comparado con 2021, Kicillof obtuvo unos 375.000 votos más. Es algo para destacar porque el ausentismo respecto de esa elección aumentó casi un 10 por ciento. Sin embargo, también hay que decir que al padrón se sumaron alrededor de 1.600.000 nuevos electores. Podría decirse entonces que Kicillof obtuvo algo menos que la elección legislativa pasada pero, en todo caso, se trata de una diferencia poco relevante. De modo que, número más, número menos, Kicillof obtuvo los mismos votos. Los que perdieron votos escandalosamente fueron sus adversarios: 1.500.000 respecto de la legislativa 2021 si sumamos lo que obtuvieron LLA y PRO por separado. ¿A dónde se fueron esos votos? A la casa de cada uno de los electores porque entre aquella votación y ésta, hubo 2.500.000 votos “perdidos” extra si se suman los ausentes, los blancos y los nulos que pasaron de unos 3.800.000 en 2021 a unos 6.300.000 en 2025. Dicho en buen criollo, por las razones que fueran, quien no votó a la LLA/PRO, no votó al peronismo ni a ninguna de las otras fuerzas: anuló o se quedó en la casa. Ese voto está ahí, entonces, latente, esperando una motivación, sea por la positiva (una nueva esperanza blanca) sea por la negativa (no permitir que vuelva al gobierno la esperanza de los negros).

Naturalmente, la última frase es una provocación: ya hemos dicho hasta al hartazgo aquí que la composición social del mileísmo se alejaba de ese conglomerado clasista antiperonista más tradicional que apoyó al PRO. Así fue, por lo menos, en 2023. Si eso comienza a cambiar ahora, como podría inferirse de algunos datos donde Milei empieza a tener más apoyos en sectores altos y comienza a perder fuerza en sectores bajos, deberá confirmarse.

Pero en todo caso, el desencanto mileísta no devino apoyo al peronismo. Con que los desencantados se queden en su casa, le alcanzará al peronismo para obtener buenos resultados. Pero confiar en que ello será siempre así es peligroso. Por otra parte, de manera arbitraria, viene a mi mente una declaración de una periodista afirmando algo así como que al final el ministerio de la mujer no era tan piantavotos, o la propia Mayra Mendoza adjudicando el triunfo a CFK.  ¿En serio alguien cree que el triunfo de Kicillof obedece a una reivindicación del ministerio de las mujeres? Seguramente habrá votantes que consideren el ministerio como algo de enorme relevancia, pero suponer que ello es determinante de este resultado o que por sí mismo podría explicar el regreso del gobierno que prometía “Volver Mujeres” parece, una vez más, una demostración de un espacio que prefiere tener razón a gobernar. En el mismo sentido, nadie puede pasar por alto que Kicillof fue una creación de Cristina y que muchos de sus votos se deben a su identificación con ella, pero este triunfo no es de Cristina. Sería exagerado decir que ha sido contra ella porque eso supondría que los votantes fueron allí a dirimir una interna, lo cual sería una tontería. Pero hace tiempo que el kirchnerismo no hace gestos en pos de favorecer la unidad, más bien lo contrario, y los principales artífices de este triunfo han sido Kicillof, con su estrategia, y los intendentes.

En síntesis, el poder de fuego de todo gobierno (recordemos si no la remontada de Macri pos PASO) más la posibilidad de una lectura equivocada de las razones del triunfo, deberían llamar a la cautela. El mismo gobierno que hoy parece en estado de descomposición, un mes atrás arrasaba. La política argentina vive una temporalidad vertiginosa. Rodeada de cisnes negros, su excepción es la aparición de un cisne blanco, quizás uno que plantee que es mejor gobernar para las mayorías que pretender tener siempre la razón.

 

domingo, 7 de septiembre de 2025

Karina: efecto Streisand, posverdad y kirchnerismo Shrödinger (editorial del 6.9.25 en No estoy solo)

 

En el año 2002, un proyecto que intentaba concientizar acerca de la erosión de las costas de California, publicó varias imágenes entre las que se encontraba, de manera casual, la mansión perteneciente a Barbra Streisand. La reacción de la actriz fue inmediata: denuncia al fotógrafo y exigencia de compensación económica y retiro de la foto. Pero el resultado no deseado también se evidenció rápidamente: si la imagen original había sido descargada solo 6 veces hasta ese momento, en los siguientes 30 días el número llegó a 420.000. La intención de que algo no se vea, la lisa y llana pretensión de censura, generó el efecto contrario haciendo que esa información llegara incluso a aquellos a los que nunca hubiera llegado. Tomó tal estado público este evento que, desde aquel momento, se habla del Efecto Streisand para describir cómo los intentos de censura acaban, paradójicamente, difundiendo aún más la información que se quería ocultar. “Le prohibieron la manzana, solo entonces la mordió. La manzana no importaba. Nada más la prohibición”, reza la canción.

Hace 15 días que la opinión publicada no hace otra cosa que hablar de “los audios” y diversas encuestas muestran que la gran mayoría de la ciudadanía está al tanto del tema. Sospecho que, por torpeza, aunque también podría ser una estrategia comunicacional, tras días de zozobra y silencio, el gobierno logró ahora enlodar la discusión pública de modo tal que ya nadie sabe qué es lo que se está discutiendo. Porque los audios de Karina no dicen nada, pero hoy parecen más importantes que los verdaderos audios escandalosos: los de Spagnuolo. Asimismo, la delirante denuncia impulsada por Bullrich, la cual incluía pedidos de allanamientos a periodistas y conexiones ruso-venezolanas corrió el eje del debate a “libertad de expresión” y le pareció exagerada hasta al propio fiscal Stornelli, si bien halló buena recepción en un juez que necesita hacer favores para que se los devuelvan rápido en el Consejo de la Magistratura.

A la hipótesis ruso-venezolana, el presidente le agregó la advertencia de un presunto intento de magnicidio, no sabemos si a partir de ese brócoli volador que lo sorprendió en plena caravana, inaugurando así un período de anarco-capitalismo mágico donde su soledad no necesitará 100 años para quedar en evidencia.

El enlodamiento de la discusión pública, insisto, sea como estrategia, sea como efecto casual de la inoperancia y los delirios, traslada el terreno de la discusión desde la verdad al de la posverdad. Es que cuando el escenario está tan saturado de información tóxica, ya nadie toma en cuenta los hechos en sí sino cuál es la interpretación de ellos que mejor se ajusta a su ideología previa. Se trata de una estrategia de repliegue porque pierde eficacia en los sectores moderados, pero garantiza el núcleo duro cuando todo parece desmoronarse.

En cuanto a las elecciones, resta ver cuánto de este escándalo repercutirá en los números finales, si bien, salvo un resultado sorprendente a favor o en contra, será muy difícil de medir. Por ahora, la mayoría de encuestas hablan de paridad, con cierto favoritismo del peronismo para septiembre y cierto favoritismo para LLA en octubre. Pero todo cerca del margen de error y con dificultades para medir el impacto de un gobierno al que le está costando “estar en control”.

La semana pasada ya mencionamos una lista enorme de errores no forzados de la administración Milei. A ella podemos agregar una decisión político-electoral también errada: presentar la elección de septiembre/octubre como un plebiscito de la gestión cuando incluso antes de la revelación de los audios había buenas razones para suponer que el gobierno podía perder. Uno entiende el factor simbólico, la relevancia de la provincia de Buenos Aires, pero el gobierno entró solito a una batalla a la cual podría haber ingresado con pretensiones modestas para, ante una eventual derrota, poder construir la épica del derrotado digno en terreno hostil. La temeridad y el impulso a quemar las naves le ha resultado útil a Milei. Pero cuando deja de ser una estrategia para convertirse en un modo de gobernar, falla. No siempre hay que ir alocadamente al frente, especialmente cuando delante solo te espera la pared y cuando los tiempos vienen muy acelerados: hace un mes, el presidente, el ministro de economía y un conjunto de funcionarios que conocen la calle por Street View, a pesar de hacerse los cocoritos en Twitter, se mofaban indicando que el dólar flota. Ahora los estamos viendo hocicar cuando anuncian la intervención del BCRA y cuando le echan la culpa a un banco chino de mover el precio del dólar por comprar 30 millones de dólares. Si no aceptan su inoperancia y/o su complicidad, al menos acepten la sugerencia de ser menos soberbios.

El error de la estrategia se podrá ver, además, si, como es más que factible, al final de octubre, incluso habiendo perdido la provincia de Buenos Aires, el acumulado de los 24 distritos dé ganador al gobierno. Sin embargo, el hecho de haber puesto todo contra la provincia gobernada por Kicillof y, eventualmente, haber fracasado, dejará flotando la idea de una mala elección que objetivamente no sería tal pues estaría ganando cuando tiene, en el haber, la baja de la inflación pero, en el debe, el resto de las variables de la economía las cuales prometen agravarse en lo inmediato, incluso si el gobierno recibe apoyo en las urnas. Es que los votos no multiplican los dólares que hacen falta para que la economía se sostenga sin irse a la mierda. En todo caso, en el mejor escenario, un apoyo popular podría darle margen para algunos ajustes extra y recibir nuevos endeudamientos hasta llegar a la nueva cosecha y así… hasta que un día el mercado diga “Basta”. Y no es que lo afirmemos por adivinos: es que ya hemos estado ahí.

Es más, y con esto podemos cerrar, es claro que el gobierno no quiere perder, pero si gana, deberá hacerse cargo de la explosión de la macro que hoy todavía mantiene a raya dilapidando dólares y con tasas en pesos astronómicas. En cambio, una eventual derrota le permitiría hacer la Gran Macri del día posterior a las PASO 2019 y adjudicarle el lunes negro que vendrá al tránsito de la potencia al acto del riesgo Kuka. La devaluación no sería así la consecuencia necesaria de la impericia y de un modelo que no cierra sino fruto del temor a que vuelvan los Orcos.

Es curioso, porque el kirchnerismo se parece cada vez más a la Armada Brancaleone auspiciada por Adidas. Sin embargo, el gobierno lo señala como a tiro de recibir el último clavo del cajón y, a su vez, como una fuerza maligna a nivel internacional capaz de la operación de inteligencia más sofisticada.

No sabemos, entonces, si estamos ante un kirchnerismo Shrödinger, muerto y vivo a la vez, o simplemente frente a un gobierno carente de buenas excusas y en acelerado proceso de descomposición.

 

 

Reflexiones sobre la estupidez (publicado el 4.9.25 en www.theobjective.com)

 

¿Por qué las personas inteligentes creen en tonterías? ¿Pueden las redes sociales transformarnos en imbéciles? ¿Por qué los más estúpidos creen que el estúpido es el otro? ¿Hay categorías de estupidez? Reunidos por Jean-Francois Marmion, un psicólogo francés que se hizo mundialmente conocido como divulgador, psicólogos, filósofos, sociólogos y escritores, reflexionan sobre estos tópicos en La psicología de la estupidez. Explicada por las mentes más brillantes del mundo, un libro que fue multiventas en Francia y que Península acaba de editar en español. 

No se trata, por cierto, de preguntas simples y las diferencias en los enfoques de los miniartículos y entrevistas que componen este volumen dan cuenta de ello. De hecho, podría decirse que la falta de unidad y los distintos registros, algunos más humorísticos y otros con pretensión académica, incluso con una edición atractiva con colores y resaltados, dificulta la continuidad de la lectura.

Con todo, y a favor del libro, podría decirse que tratar de definir la estupidez resulta tan controversial como cualquier intento de definir la inteligencia, de aquí que muchos de los artículos vayan de un campo a otro sin más, como también es natural que resulte muy presente, probablemente por razones de coyuntura, la cuestión de la manipulación mediática y el adjudicarle estupidez a determinados referentes políticos por el simple hecho de que discrepan con las ideas del autor.

Sin ir más lejos, el profesor de Filosofía, Aaron James, confunde al estúpido con el idiota tal como se lo entendía en la antigüedad, y define al primero como un ser individualista con un gen egoísta que se encuentra sobre todo en Estados Unidos. Otros como el psicólogo Serge Ciccotti, corren el eje del comportamiento cívico para vincular al estúpido con la (ausencia de) inteligencia e indicar que éste posee la tendencia a sobreestimar su nivel de competencia y “sobresale por su capacidad de creer en todo lo habido y por haber, desde las teorías de la conspiración hasta la influencia de la Luna en el comportamiento, pasando por la homeopatía”.

Asimismo, Ciccotti agrega que la irracionalidad (aquí equiparada a la estupidez) estaría vinculada a nuestra necesidad atávica de controlarlo todo, algo que, por ejemplo, se observa en aquellos individuos que frecuentan personas que dicen ser capaces de predecir el futuro.

Por su parte, el filósofo Pascal Engel, hace uno de los intentos más serios del libro tratando de trazar una taxonomía de la estupidez y complejizar el panorama cuando rompe la presunta contraposición entre estupidez e inteligencia. En este sentido, Engel habla de el necio, quien no carece de inteligencia ni es hostil al conocimiento si bien no sabe cómo aplicarlo; o del estúpido inteligente aquel que puede ser muy sabio y culto para brillar en sociedad, pero su inteligencia no acuerda con sus afectos.

“Esta clasificación de tipos de estupidez puede parecer rudimentaria, pero tiene la ventaja de subrayar que la estupidez no es (o no es solo) una incapacidad para comprender o un defecto intelectual, ni es una privación del juicio que dejaría al individuo, de manera permanente o temporal, en un estado de inercia o falta de libertad”.

En este punto se abren distintos aspectos conceptuales que son recogidos por algunos de los participantes del libro. El primero, refiere al derribo del otro gran mito clásico de Occidente: la contraposición entre racionalidad y emoción que, en este caso, se traduciría en la contraposición entre la inteligencia como vinculada al ámbito de lo racional, y la estupidez como emergencia de un comportamiento prerreflexivo gobernado por lo afectivo.

Es aquí donde aparece el gran trabajo de Kahneman sobre los sesgos cognitivos en la que es otra de las grandes discusiones del libro. Como ustedes sabrán, en una investigación que le valió el premio Nobel, Kahneman dio en el eje de flotación de todas aquellas teorías que, entrado ya el siglo XXI, seguían apoyándose en la idea de hombre racional, aquí entendido como homo oeconomicus, mostrando que al momento de tomar decisiones los sesgos cognitivos resultan centrales. No podríamos llamar a éstos fuentes de estupidez, pero explican buena parte de los errores que tomamos como agentes racionales.

Los sesgos cognitivos son errores sistemáticos de nuestra forma de pensar basados en determinadas estructuras y lógicas. En épocas de algoritmos e información cada vez más personalizada, el sesgo más famoso es el de confirmación, esto es, la tendencia a buscar información que confirme nuestras creencias y a desacreditar toda aquella que las contradiga, si bien, sin dudas, el más nocivo de todos es el que algunos llaman sesgo de punto cero, esto es, aquel sesgo que, justamente, nos impide reconocer nuestros sesgos.

Por último, se podría destacar la entrevista al psicólogo, escritor y diplomático, Tobie Nathan quien entiende que la cultura puede ser un antídoto contra la estupidez y responde a esta sensación que seguramente nos ha invadido a todos alguna vez en los últimos años: ¿existen en la actualidad más estúpidos que antes? De ser así, ¿cómo podría explicarse ese fenómeno con un desarrollo civilizatorio como el que ha demostrado la humanidad en el último siglo?

Sin embargo, Nathan es taxativo: “En nuestra época, al renunciar a las filosofías comunes, las personas se han visto obligadas a exponer más sus estupideces. No son más estúpidas de lo que solían ser, yo diría que lo son bastante menos, pero se nota más”.

Seguramente a esto habría que agregar que la combinación entre esta renuncia a las filosofías comunes que daban un marco de creencia más o menos coherente, y la posibilidad de que cualquier estúpido pueda, a través de las redes sociales, ofrecernos una opinión o una conducta capaz de devenir viral al instante, ayuda a confundirnos y creer confirmada la suposición de que, en la actualidad, la cantidad de estúpidos está creciendo en grandes proporciones. No se trataría, entonces, de mayor cantidad de estúpidos sino de mayores canales a través de los cuales dar a conocer la estupidez, uno de los grandes privilegios de estos tiempos.

En síntesis, La psicología de la estupidez es un libro desparejo y algo inclasificable en el que las elaboraciones interesantes coexisten con intervenciones que, quizás ayudadas por el objeto del libro, se prestan a desarrollos donde el afán por la divulgación y la lectura entre amena y jocosa, conspira contra la precisión. Con todo, nos permite conocer pensadores, ideas y reflexiones que bien vale la pena rastrear.