El mundo de los burócratas y el
sistema de reglas surgido después de la Segunda Guerra Mundial, cede frente a
la nueva camada de políticos que incentivan el caos desde el poder y a los
Señores de la Tecnología que entienden los límites como una ofensa. He aquí el
diagnóstico de La hora de los
depredadores, el nuevo libro del sociólogo y ensayista ítalo-suizo,
Giuliano da Empoli, publicado por Seix Barral tras el éxito de El mago del Kremlin y Los ingenieros del caos.
La referencia a sus libros
anteriores tiene sentido porque este nuevo texto parece tomar algo de ambos:
por un lado, se construye a partir de las anécdotas surgidas de su actividad
como asesor político, aquellas que le permitieron dar verosimilitud a la
ficción del hombre de confianza de Putin en El
Mago del Kremlin; por otro lado, hay una clara continuidad con las
elaboraciones de Los ingenieros del caos
más allá de que, en este caso, el punto de partida no es el Movimiento 5
Estrellas italiano sino la irrupción de los dueños de las grandes compañías
tecnológicas y su relación con lo que el autor llama “los políticos borgianos”
del momento, esto es, los herederos del César Borgia que tanta enseñanzas le
legara a Maquiavelo.
Para comprender el nuevo
escenario, Da Empoli utiliza una particular comparación: la relación entre las
élites que actualmente están siendo cuestionadas, aquellas del “Consenso de
Davos”, y los Señores de la Tecnología, los Zuckerberg, los Musk, los Altman,
los Bezos, etc., es la misma que se dio entre Moctezuma II y Hernán Cortes.
En aquel momento, el emperador
azteca dudaba entre masacrar a los visitantes o tratarlos como dioses y eligió
la peor salida posible: no hacer nada. Y esto último es lo que estaría haciendo
el poder político actual frente a la prepotencia desregulatoria de los dueños
de la IA y del futuro de la humanidad. La novedad, en todo caso, sería que, con
el nuevo triunfo de Trump, los Señores de la Tecnología se han dado cuenta que
ya no necesitan de esa vieja élite que, sea a través de la ONU, sea en Bruselas,
sea en la Casa Blanca cuando gobiernan los demócratas, oscila entre implorarle
a la IA que vaya más despacio o pergeñar nuevas regulaciones que, por
definición, nacen obsoletas.
¿Qué necesitan, entonces, los
dueños de los algoritmos? De los “borgianos”, los depredadores de la política
que vienen a reemplazar a aquella élite.
“‘A los hombres hay que mimarlos
o aplastarlos: se vengarán de las injurias ligeras; pero no podrán hacerlo
cuando estas sean muy grandes; de lo que se colige que, cuando se trata de
ofender a un hombre hay que hacerlo de tal manera que no se pueda temer su
venganza’ (…) Maquiavelo hará de César Borgia el modelo para su príncipe; no el
soberano ideal, sino la bestia de poder real, mitad zorro, mitad león, que sabe
utilizar la astucia para adular a los hombres y la fuerza para someterlos”.
Trump, Milei, Bukele, el príncipe
saudí serían así ejemplos de políticos borgianos, los cuales, no casualmente,
gobiernan otorgándoles grandes beneficios a los Señores de la Tecnología.
A pesar de sus diferencias
ideológicas, lo que tienen en común los borgianos es algo que está presente en Maquiavelo:
la importancia de la acción. Pero no se trata de cualquier acción. La clave
está en que se trate de una acción temeraria, aquella capaz de sorprender a
propios y extraños. Es que actuar por necesidad es cosa de tecnócratas; el
poder, en cambio, es exactamente lo contrario: es actuar cuando no es necesario
hacerlo.
Esto nos lleva a la cuestión del
caos y a un cambio que ha sido abrupto: si hace 10 años provenía de grupos
marginales y rebeldes, hoy el caos es la marca de los más fuertes. Podría decirse,
entonces, que antes se utilizaba como herramienta para desestabilizar al poder,
mientras que, ahora, se utiliza desde el poder para desestabilizar al sistema.
En este punto, Da Empoli entiende
que, lógicamente, los apuntados sean “los abogados”, los representantes del
sistema de reglas, de pensar la democracia como un conjunto de procedimientos
formales, esto es, todo aquello que los líderes populistas pretenden derribar.
No es casual que el gran partido de los abogados sea el partido demócrata estadounidense
y no se trata de una metáfora: Tim Walz, el compañero de lista de Kamala Harris,
fue el primero en no haber estudiado Derecho entre los candidatos demócratas
desde 1980. Pasaron 20 candidatos y 10 elecciones durante 40 años: todos eran
abogados.
A propósito del partido
demócrata, Da Empoli ilustra el fenómeno de la reacción trumpista a partir de
una anécdota muy particular ocurrida en la Fundación Obama en Chicago, de la
cual él fue testigo directo, en el año 2017. Mientras esperaban el menú confeccionado
por chefs especializados en comida ecológica, Da Empoli compartió la mesa con
“líderes del futuro” y una “facilitadora de conversación” para que la gente hable
entre sí. En el caso de su mesa, la facilitadora se presentó inmediatamente
como una mujer transgénero mestiza adoptada. La situación no mejoró cuando al
otro día la agenda ofrecía una meditación opcional a las 7 AM, una entrevista
con el príncipe Harry sobre la juventud como vector de la transformación
social, un diálogo entre Michelle Obama y una poetisa de moda a propósito de
sus fuentes de inspiración y un concierto de un rapero rebautizado como Community Event. Da Empoli concluye de
ese episodio que cualquier ciudadano de a pie que hubiera participado del mismo
hubiera salido de allí siendo un ferviente trumpista.
En este sentido, el autor
considera que el wokismo ha hecho una
gran contribución para el actual estado de cosas pues, “para compensar su falta
de valentía frente a los retos decisivos, los abogados se lanzaron de inmediato
a una batalla por los derechos cada vez más dura que los ha llevado a adoptar
posiciones mucho más radicales que la mayoría de sus propios electores”. Esta
radicalidad fue combustible para la radicalidad opuesta.
Para finalizar, y conectando de
nuevo con Maquiavelo, una interesante analogía se da entre la acción temeraria
propia de los borgianos, aquella que impulsa el caos, y la herramienta estrella
de los Señores de la Tecnología, la IA, que Da Empoli llama “Inteligencia
autoritaria”.
Según el autor, lo propio de la
IA es también la ausencia de límite, el derribar toda regla, la reacción
intempestiva e impredecible. De hecho, ni siquiera los propios ingenieros saben
cómo se comportará la IA con el fin de alcanzar sus objetivos. En este sentido,
es una tecnología borgiana hecha a medida de los nuevos liderazgos.
No casualmente, el libro termina
narrando el caso de una pequeña ciudad residencial francesa la cual, de
repente, empieza a ser invadida por autos que se desvían de la autopista
gracias a una aplicación que les indica que, por allí, el trayecto será más
rápido. Ni incluir semáforos ni llamar a Google ni entrevistarse por fin con
los representantes de la compañía que no tenía empleados en el país permitió un
regreso a la normalidad de los vecinos; ningún humano pudo modificar la
prepotencia del algoritmo.
¿Queda lugar para el optimismo
frente a este panorama? Pareciera que no. De hecho, hacia el final, Da Empoli
recuerda el ejemplo de Las Veladas,
uno de los libros del filósofo reaccionario Joseph De Maistre, quien, a
propósito de la revolución francesa, establece un diálogo en el que se le dice
a la condesa: “Durante mucho tiempo no hemos entendido nada de la revolución de
la que somos testigos; hemos creído que es un mero acontecimiento. Estábamos en
un error: es una época”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario