viernes, 8 de agosto de 2025

El mileísmo de Grabois en la Argentina anticasta (editorial del 9.8.25 en No estoy solo)

 

Algunos días atrás leía una nota al historiador francés que se ha especializado en la Revolución francesa, Jean-Clément Martin, en la cual se refería a la manera en que los propios protagonistas de aquel hito interpretaban lo ocurrido. https://legrandcontinent.eu/es/2024/08/13/entrar-en-revolucion-es-comprender-lo-irreversible-la-violencia-de-julio-de-1789-y-el-mito-del-gran-miedo/

El punto viene al caso porque nunca está de más tener en cuenta que los grandes acontecimientos suelen no ser vistos como tales mientras suceden y que muchas veces son resignificados, para bien o para mal, según lo determine la historiografía oficial.

Acerca del término “revolución”, Martin incluso nos recuerda que era propio de la astronomía y que, paradójicamente, hacía alusión a un movimiento circular que tras un repentino trastorno vuelve al punto de partida, es decir, una suerte de restauración de un orden perdido.

Si bien hubo algunas referencias al término allá por julio de 1789, lo cierto es que la idea de una revolución (francesa), entendida como un hecho conmocionante, se fue adoptando con el tiempo en la medida en que se empezó a tomar conciencia de que se estaba frente a una novedad que no tenía parangón ni con los sucesos de un siglo atrás en Gran Bretaña ni con la más cercana independencia de los Estados Unidos. De aquí que Martin afirme que “Entrar en Revolución es comprender lo irreversible”.

La frase, un verdadero hallazgo, me llevó a preguntarme si el mileísmo es o no una revolución y si, en caso de que así lo fuera, está sucediendo que cierto sector de la población se está “negando a entrar en Revolución”, no en el sentido obvio de que rechazan al mileísmo, sino en el sentido de estar negándose a comprender los cambios irreversibles que se han producido en la sociedad argentina.

Más allá de la discusión etimológica acerca del término revolución, podríamos acordar que, el menos desde lo discursivo, la propuesta mileísta es refundacional. No importa que se base en mitos como el de la Argentina de 1910, que prometa cosas que luego no cumple como la quema del BCRA y la dolarización, o que repita la cantinela de la casta para luego aliarse con Ritondo y Santilli: desde lo discursivo, al menos, insisto, Milei viene a poner la Argentina patas para arriba y en algunos aspectos lo ha logrado. Por lo pronto, invalidó todos los manuales de Ciencia Política para ganar una elección imposible, hizo el recorte del Estado más salvaje de la historia sin perder apoyo popular, ha gobernado a decreto y veto sin grandes costos políticos, inauguró nuevas formas de comunicar, etc.

De modo que queda posarnos en el segundo interrogante: ¿estamos negando un fenómeno irreversible? Probablemente la palabra “irreversible” le quede grande a casi todo, de modo que me conformaría con sostener que hay un sector de la sociedad, digamos, dentro de ese 50% que no votaría a Milei hoy, que no es consciente de la transformación que produjo el propio Milei pero que, sobre todo, se había producido antes de su llegada para hacer de él, justamente, un emergente de esos cambios. En otras palabras, Milei había nacido antes que el propio Milei llegara a ser Milei. Y no lo sabía ni él.

Lo hemos dicho muchas veces aquí, pero el gran fracaso de las dos grandes coaliciones que alternaron el poder en Argentina en los últimos ocho años, la pandemia que puso en el eje de la agenda la cuestión de la libertad, una línea progresista que extravió el horizonte, dejó de representar mayorías y le agregó a una sociedad rota desde lo económico otra gran ruptura macro y un sinfín de minifracturas sociales, permitían imaginar que cualquier cosa podía salir de allí. Sería tonto afirmar que la emergencia de un Milei era la consecuencia necesaria de ese contexto, pero era una de las probabilidades que, unida a una infinita cantidad de azares, derivó en el resulta imposible.

Si en la última década, la dirigencia progresista no percibió esos cambios e incluso fue responsable de profundizarlos, el escenario actual no invita a la ilusión. De hecho, no les falta razón a quienes dicen que Fuerza Patria es el Frente de Todos sin Alberto Fernández, como si éste hubiera sido el único responsable del descalabro. Se trata de una continuidad de la insólita perspectiva que intentó instalar el kirchnerismo en relación a su rol durante 2019-2023. Nadie estuvo allí; nadie fue parte del gobierno. Se lo preguntan a CFK, se lo preguntan a Máximo y es como si hubiera habido un salto cuántico, un abismo espacio-temporal en el que no se supo qué paso ni qué hizo el kirchnerismo Schrödinger, ese que era oficialismo y oposición al mismo tiempo.

Sus presuntos nuevos dirigentes deben usar camperas adidas para que podamos seguir identificándoles como jóvenes a pesar de que la verdadera juventud, biológicamente entendida y no autopercibida, vota mayoritariamente al espacio que el progresismo define como fascismo.

En este sentido, el diagnóstico de Ofelia Fernández y Juan Grabois es el correcto: el espacio podrá recibir los votos porque, frente a Milei, los únicos que se erijan como alternativa serán competitivos, además de que, como ya hemos dicho aquí, el problema del progresismo y del peronismo no es que le falten votos sino ideas. Pero es un espacio que no entusiasma, que no anima a ser militado, que no transgrede, que no ofrece futuro, que amonesta antes de reivindicar la alegría, etc. Es decir, lo mismo que viene haciendo hace una larga década, incluso cuando Alberto Fernández no era parte del espacio.

Y hay otra cosa más donde Ofelia Fernández y Grabois aciertan, especialmente este último: en el discurso anticasta. Solo que se trata de un discurso dirigido a la casta del propio espacio progresista. Se abre allí un interesante interrogante que habrá tiempo de desarrollar, especialmente si las amenazas de Grabois de ir por afuera se confirman.

Por todo esto es que podemos decir que Grabois está haciendo mileísmo al interior del Frente más allá de que Grabois es, ante todo, graboísta. Es decir, está marcando la necesidad de renovación y los privilegios de un espacio político en el que las mismas caras de siempre se disputan los mismos cargos de siempre para obtener los magros resultados de siempre o, en todo caso, para ocupar posiciones de poder que no le han mejorado la vida a la gente en los últimos 10 años. Lo curioso en este caso es que Grabois (y Ofelia) son hijos de ese mismo espacio pues, recordemos, Ofelia fue legisladora siendo muy joven por el dedo del espacio progre en pleno auge del feminismo. Si su participación como legisladora fue bueno o malo o si hoy mereciese un rol destacado en las listas es otra cosa, pero en un principio, y que nadie se ofenda, fue puesta allí sin los méritos suficientes por la sencilla razón de que nadie a esa edad tiene los méritos suficientes para ocupar ese cargo. Y Grabois que, por supuesto, tiene una larga trayectoria en movimientos sociales, no fue parte de la década ganada y fue un invento electoral del kirchnerismo al que se le ofreció el aparato y la logística para joderlo a Massa y darle al electorado palermitano, tentado a la trotskeada y poco afecto a la ingesta de veleidosos sapos peronistas, un candidato que corra por izquierda. Grabois perdió por paliza contra Massa (80 a 20), pero el monstruo ya estaba creado y en este tiempo en el que son los extremos los que arrastran a los centros, Grabois apuntará a repetir la movida de Milei que acabó deglutiendo al PRO. En este sentido, el kirchnerismo logró crear alguien que los corra por izquierda sin ser trotskista, lo cual los deja en un lugar sumamente incómodo tras años y años de crear un electorado acostumbrado a señalar con el dedo a la derecha, a lo conservador, a lo carente de alegría, a lo viejo. Ahora surgen nuevas figuras que advierten que la campera adidas tiene manchas de tuco y que las tres líneas del pantalón están meadas, lo cual, a su vez, seguirá siendo cierto aun si Grabois finalmente transa y va por adentro. Es que como decíamos antes, el espacio está ahí: lo puede capitalizar Grabois o lo capitalizará otro ahora o más adelante.

Algo ha cambiado en la Argentina y resulta irreversible: anticasta somos todos. Quizás estemos entrando en Revolución.

 

Un futuro entre idiotas, anticristos y monarquistas (publicado el 7.8.25 en www.disidentia.com)

 

1)    Zuckerberg

Quien puede que sea uno de los hombres más poderosos del mundo casi pierde una entrevista con un presidente porque es incapaz de levantarse de la cama antes del mediodía; se trata de la misma persona que antes de una reunión donde hablaría para los más importantes mandatarios del mundo retrasa el vuelo porque se ha olvidado su pasaporte; exige que le construyan un espacio de recepción propio aislado de los mosquitos que pueden transmitir el virus zika, muy riesgoso para la salud de los embriones, ya que no quiere perder la oportunidad de la ovulación de su mujer, y le pide a su asesora que le explique qué son las Naciones Unidas.

Hablamos, ni más ni menos, que de Mark Zuckerberg, el actual CEO de META, a partir de las revelaciones que se pueden encontrar en Los irresponsables, un libro de reciente aparición escrito por Sarah Wynn-Williams, una exempleada de Facebook que fue cesada de sus funciones tras una serie de conflictos con la empresa.

Si bien la propia compañía ha afirmado que las revelaciones que en este libro se vierten son falsas y/o tendenciosas, el perfil de Zuckerberg, y de los principales cerebros de la empresa, coincide con comentarios de otras fuentes. De aquí que no sorprenda cuando la autora afirma que el trabajo diario en Facebook, antes que interpretar capítulos de Maquiavelo, se parecía más a “cuidar de una pandilla de chavales de catorce años a los que les habían dado superpoderes”.

Según este perfil, Zuckerberg se parece bastante a un idiota en el sentido más moderno que se la da al término como sinónimo de alguien carente de inteligencia, pero también en el sentido original y antiguo de aquel que desprecia la vida pública completamente ensimismado en su yo y su vida privada.

 

2)    Thiel

Algunas semanas atrás me topé con una entrevista al fundador de Paypal y Palantir, Peter Thiel. https://legrandcontinent.eu/es/2025/04/20/peter-thiel-no-hay-nada-mas-aceleracionista-que-el-katechon-primera-parte/  Se trata de una figura mucho más formada que Zuckerberg y en el extenso reportaje reflexiona acerca de la IA y la tecnología en clave teológica.

Thiel afirma que la IA es una incógnita y que frente a la eventual pérdida de trabajo de millones y millones de personas alrededor del mundo, se inclinaría por el altruismo efectivo, una suerte de beneficencia en la que estarían pensando desde hace algo más de una década buena parte de los cerebros de Silicon Valley. Almas tan caritativas como ingenuas.

Pero lo más interesante de la conversación es su planteamiento acerca de dos grandes peligros para el futuro próximo de la humanidad: por un lado, la guerra nuclear, las armas biológicas descontroladas y una IA militarizada con sistemas de armas autónomos; por otro lado, la posibilidad de un gobierno totalitario. Y el problema está en que muchos creen que lo segundo es la solución para lo primero.

Dicho de otra manera, Thiel refiere al Apocalipsis indicando que el avance descontrolado de la tecnología puede llevar al Armagedón y observa que muchos entienden que solo un Estado mundial sería capaz de evitarlo. Pero, claro está, lejos de la tradición kantiana, su espíritu libertario ve en ello la gran amenaza pues peor que el Estado sería un Estado mundial el cual se erija, justamente, azuzando el temor de la autodestrucción de la humanidad.

“El Anticristo hablará todo el tiempo del Armagedón. Asustará a la gente y luego les ofrecerá salvarlos”, su lema es “paz y seguridad”, advierte Thiel, y el Anticristo es el gran Estado supranacional. Sin embargo, se habla demasiado del Armagedón y poco del Anticristo, el cual, a su vez, si seguimos la Biblia, llegará primero. De hecho, se puede inferir que para Thiel ya está entre nosotros.

Si bien el fundador de Palantir plantea la urgencia con que debemos enfocar estos temas, al mismo tiempo refiere al concepto de “katechon” (lo que retiene) y lo extrae de la epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, que Thiel interpreta como una fuerza capaz de mantener contenido al caos y al mal, logrando que no se desborden.

Si había lugar para la esperanza, aquí Thiel solo aporta incertidumbre: Estados Unidos es un candidato ideal tanto para el katechon como para el Anticristo, afirma. O sea, si hace un giro soberanista, de repliegue sobre sí, puede ser “lo que contiene”; pero su fuerza también lo puede llevar a ser el que lidere el autoritario gobierno mundial si es que se lo propusiese, en la línea mundialista en la que pensaran Roosevelt y los herederos del New Deal.

De aquí que Thiel entienda que las elecciones en Estados Unidos son de total relevancia a diferencia de lo que sucede en una Europa debilitada que parece ir por detrás sin control alguno sobre los acontecimientos.

 

3)    Yarvin

La última referencia a la que quería aludir es a Curtis Yarvin, un bloguero que defiende una monarquía de CEOs tecnológicos, critica al Deep State conformado por el Congreso, las agencias y los tribunales, como así también a lo que él llama La Catedral, esto es, las ONG, la prensa y las universidades que hegemonizan los discursos y determinan el alcance de lo decible y lo pensable. “El Estado profundo es el cuerpo del régimen, la catedral es su cerebro”, indicaba en un artículo a propósito de los seis meses de la nueva gestión de Trump. https://legrandcontinent.eu/es/2025/07/19/tras-seis-meses-de-trump-curtis-yarvin-llama-al-golpe-de-estado/

Considerado parte central de una corriente neorreaccionaria defensora de una ilustración oscura, Yarvin ha escrito mucho y sus textos pueden encontrarse en libros compilatorios, pero me serviré de algunas de sus últimas declaraciones públicas.

Apenas algunos días después de la asunción de Trump, Yarvin afirmaba que Roosevelt, Washington o Lincoln finalmente manejaban el poder de manera totalizante y administraban el país como una start up, en otras palabras, eran CEOs nacionales que fueron presidentes que exigieron poderes especiales y gestionaron de manera fuertemente verticalista.

Para Yarvin, además, el nazismo y el comunismo son hijos de la revolución democrática global que invade Europa desde la última mitad del siglo XVIII. En este sentido, la democracia representativa no se opondría a esos regímenes totalitarios, sino que éstos serían variantes de aquélla, lo cual le permite justificar su pretensión monarquista para Estados Unidos.

Yarvin además dice no creer en el voto y frente a la objeción de que un país no es una empresa, responde que los objetivos de una compañía no son solamente maximizar los beneficios sino hacer que la empresa prospere, algo que podría aplicarse a los países.

En el artículo antes mencionado, Yarvin entiende que, en la primera gestión, Trump no se animó a cruzar el Rubicón contra el Estado profundo y que ahora al menos lo ha intentado, aunque con la excepción de haber cortado los fondos de la USAID, no ha hecho mucho daño. Además, reparte críticas al populismo republicano, a la corporación demócrata e incluso al espíritu Silicon Valley de los Señores Tech.

Pero hay algo más: Yarvin afirma que quienes componen la administración Trump están atrapados y que la única manera de que el poder real no acabe llevándolos a la cárcel es no perder más una elección. Esta afirmación conectada a su insistencia en las bondades de la monarquía, independientemente de quién esté al mando (un Obama con el 100% de poder haría mucho mejor gobierno que un Trump que solo tiene un 0,1%, indica), abren, para ser generosos e ingenuos, un interrogante acerca de lo que está proponiendo para el futuro inmediato del país más poderoso del mundo.

Incluir estos tres ejemplos de figuras, en principio, dispares, tanto en lo que respecta a su importancia en el debate público como en su formación y su capacidad de injerencia en la toma de decisiones a nivel global, no deja de ser arbitraria pero pretendió mostrar que mientras estamos discutiendo el día a día, quien ha sido determinante en la constitución de la subjetividad de más de una generación, es un idiota que no sabe qué son las Naciones Unidas;  el fundador de algunas de las empresas más importantes del mundo entiende que el futuro se dirime entre el Armagedón y el Anticristo; y, en Estados Unidos, un bloguero neorreaccionario cuyas ideas circulan a gran velocidad incluso entre miembros de la administración Trump, propone una monarquía y da a entender que la única posibilidad de supervivencia del actual gobierno es una suerte de autogolpe de Estado.

Si el futuro va a estar moldeado por idiotas, anticristos y monarquistas, hay razones para preocuparse (y para ocuparse).