¿Qué
es lo que define al periodismo actual? ¿La velocidad? ¿El cinismo de los
periodistas? ¿La era de las imágenes? ¿La baja calidad? Probablemente todo eso
pero sobre todo, lo que lo define, es la ausencia completa de contexto a la que
nos invita y que puede ejemplificarse con lo que llamaré “la ideología detrás
de las “y””. Aunque suene raro me estoy refiriendo efectivamente a la partícula
lógica “y”, al conector que permite decir, por ejemplo, “Había una casa y un
árbol” o “Fuimos al cine y a comer”.
Quien
ha hecho énfasis en las “y” como uno de los elementos esenciales para describir
el periodismo actual, o el modo en que el periodismo es determinante en la
propagación del sentido común en sociedades como las nuestras, es el filósofo Peter
Sloterdijk. Para el alemán “El “y” es la moral de los periodistas”. ¿Por qué?
Porque lo que hace el periodismo es atomizar, separar la noticia y quebrar las
relaciones entre las cosas; instalar que cada átomo, cada noticia, vale por sí
misma y se inscribe en una suerte de cinta que las va exhibiendo de a una por
vez. Todas valen una unidad y esa es la gran operación cínica. Porque afirmar
que todo vale una unidad significa que la “y” ya deja de ser una partícula que
permite adicionar cosas para transformarse en aquello que hace que las cosas se
conviertan en iguales. Así, es igual la muerte de hoy, el hecho de corrupción
de ayer, la pelea de la farándula de la tarde, el estado del clima para el
resto de la semana y el partido de Boca. Todo vale uno, por lo tanto, todo vale
lo mismo y en tanto tal solo hace falta separarlo por una “y”: hubo un
asesinato hoy “y” un funcionario se quedó con dinero del Estado ayer “y” a la
tarde se pelearon dos vedettes “y” mañana va a llover “y” a la noche juega
Boca. Esta falta de relación se enmarca
en la ausencia total de una narrativa y de un sentido. No hay horizonte ni una
línea de continuidad. Solo existen puntos separados sin contexto. En Crítica de la razón cínica, Sloterdijk
lo explica así: “Una cosa es “una cosa” y en medio no permite nada
más. Establecer contextos entre “cosas” supondría ideología. Por ello, quien
establece contextos es despedido. Quien piensa debe bajarse (…) El empirismo de
los medios solo tolera informes aislados, y este aislamiento es más efectivo
que cualquier censura, ya que a menudo se preocupa de que aquello que está
contextuado no aparezca coherentemente e incluso se encuentre con dificultad en
la cabeza de las personas. Si no hay contexto ni relaciones cualquiera puede
decir cualquier cosa. Porque ese decir
cualquier cosa, que tan bien se refleja en las entrevistas a Durán Barba por
ejemplo, se basa en un vaciamiento de sentido de las palabras, una igualación
por la que, justamente, todo vale lo mismo. ¿Qué importa decir que Macri es
revolución y es de izquierda si inmediatamente nos informan que existe una
señora que da de comer a 30 gatos en Villa Adelina y que un niño afgano quiere
una remera de Messi?
Pero
es más, la igualación y, con ello, el vaciamiento y la banalización de todo
sentido, que en el periodismo se expone a través de las “y”, se puede trasladar
a un fenómeno que está en pleno auge en los programas políticos de la Argentina
comenzando el 2016. No se trata simplemente del “panelismo”, esto es, la
instalación de que todo programa tiene que tener un conductor y unos panelistas
que discutan sobre todo con indignación y espectacularizadamente; se trata de la
cantidad de invitados que rodean al panelismo. En otras palabras, salvo
excepciones que son vistas como anacrónicas, los programas políticos de hoy ya
no llevan a una o dos personas para dialogar con el conductor sino que llevan
al menos media docena de invitados que se suman a la ya media docena de
panelistas. Asimismo, como se trata de programas extensos de, como mínimo, dos
horas, los panelistas quedan pero los invitados van pasando y a duras penas
pueden intervenir, en el medio del griterío, una o dos veces. Así, para locura
de los productores, alguno de esos programas, de frecuencia diaria, puede
llegar a contar con hasta 25 o 30 personas en escena durante una emisión. ¿Un
programa en el que circulan los comentarios y las opiniones de entre 25 y 30
personas no es un culto a las “y”, a la igualación de la mejor y la peor
opinión? Si más de dos docenas de personas salen a dar un debate televisivo en
“los tiempos” de la TV, ¿es capaz el televidente de recordar qué ha dicho cada
uno? Es más, probablemente, el televidente ni siquiera sepa los nombres de los
involucrados.
Frente
a esto, Sloterdijk le propone al ciudadano un utópico “retiro de los medios
masivos” si lo tomamos en sentido literal, o una necesaria toma de distancia,
un salirse de esa lógica para poder, desde la lejanía, reflexionar mejor. En
sus propias palabras: “[Los medios de información] inundan nuestras capacidades
de conciencia de una manera antropológicamente amenazadora. Efectivamente, hay
que haber abandonado durante largo tiempo –quizás meses o años- la civilización
de medios de una manera total y absoluta para a la vuelta, estar de nuevo
centrado y concentrado, de tal manera que la renovada distracción y
desconcentración que produce la participación en los modernos medios de
información se pueda observar en sí misma. Visto desde un punto de vista
psicohistórico, el proceso de urbanización e informatización de nuestras
conciencias en la alianza de medios supone el hecho de la modernidad que más
profundamente ha incidido sobre nuestras vidas”.
Para finalizar, lo interesante es,
además, la conexión que Sloterdijk establece entre esta lógica del periodismo y
el capital, conexión que, claramente, nunca debemos olvidar pues este tipo de
periodismo es el periodismo propio de la era del poscapitalismo. En palabras de
Sloterdijk: “El capital se puede leer tan a menudo como se quiera y no se habrá
entendido lo decisivo mientras no se sepa por propia experiencia y se haya
absorbido en la propia estructura mental y modo de sentir que vivimos en un
mundo que pone las cosas en una relación de falsa semejanza, de falsa
uniformidad, de falsa equivalencia (pseudoequivalencias) entre todas y cada una
de las cosas, llegando así a una desintegración espiritual y a una indiferencia
en la que los hombres pierden la capacidad de diferenciar lo correcto de lo
erróneo, lo importante de lo que no lo es, lo productivo y lo destructivo…, ya
que están acostumbrados a tomar lo uno por lo otro”.
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