viernes, 11 de julio de 2025

El milagro (editorial del 12.7.25 en No estoy solo)

 

Podría decirse que en la Argentina hubo al menos un antecedente de milagro inverso: la gente tenía dólares y, cuando los fue a buscar, se habían convertido en pesos. Corría el año 2001 y el conversor no había sido ningún demiurgo sino el fracaso de una política económica en complicidad con los banqueros. De tanto en tanto vuelven a aparecer señales o se producen otros milagros inversos como el de la pérdida de valor de un billete sin ningún tipo de misericordia. De hecho, en Argentina, aquellos que pueden convertir una moneda en otra o deteriorar el valor de todo lo que tocan, están muy lejos de los valores cristianos y se parecen más a los dioses paganos, aquellos capaces de actos sobrenaturales, pero también de manifestarse guiados por pasiones propias de los humanos.

A partir de la visita del presidente Milei a una iglesia evangelista en Chaco, la locuacidad de los organizadores hizo que nos enteráramos de varios milagros, entre ellos, uno contable: 100.000 pesos se convirtieron en 100.000 dólares. Finalmente, no fue otra cosa que lo que muchos votantes de Milei habían entendido por “dolarización”: las fuerzas del cielo no multiplicarán ni panes ni peces, pero trocarían los pesos en dólares. De ser cierto no hubiera estado mal. Pero falló. Y si, en las declaraciones juradas, ARCA no incluye el ítem “Milagro”, se necesitará otro milagro, en este caso, el de un gobierno que haga un blanqueo generoso.

Naturalmente, la declaración de los pastores, sea por impunes, sea por inimputables, y a costa de la fe genuina de miles de personas, despierta como mínimo sorna y, en el peor de los casos, indignación.

Sin embargo, quedarse en ello es un error, especialmente cuando se pretende hacer análisis político. Dicho de otra manera, el lugar más cómodo, curiosamente impulsado mayoritariamente por analistas progresistas que pretenden ser populares, es equiparar la chantada de estos vivos con el fenómeno de la religiosidad. Es más, los presuntamente más incisivos nos cuentan que en estos nuevos grupos evangelistas estaría una de las claves para entender el ascenso de las nuevas derechas, lo cual no es falso, pero, en general, es algo que se suele mencionar para dejar entrever que la derecha solo podría estar apoyada por un grupo de enajenados que creen en posesiones demoníacas y en pastores salvadores que cantan en portuñol. “¡Todos los evangelistas son libertarios!”, afirman, en un error que solo expresa su prejuicio de clase media progre sobreideologizada. Pues no es así, en esos espacios hubo mucho voto peronista, como lo hubo y lo hay todavía en sectores populares donde el peronismo también está asociado fuertemente a la religiosidad. No se trata de si nos gusta más o menos. Simplemente es así.

Naturalmente encontramos muchos casos de discursos de pastores abiertamente antiestatalistas pero no son ni todos los discursos ni tampoco eso implica que quienes asistan allí sean todos anarcocapitalistas. Es difícil de medir, pero, probablemente, el porcentaje de votos peronistas que se han perdido dentro de esas Iglesias es el mismo que se ha perdido en los sectores populares. ¿Por qué? Por muchas razones. Principalmente por razones económicas y luego por divisiones sociales y culturales impulsadas por el gobierno que se decía peronista. Pienso, claramente, en la cuestión del aborto que acabó agrupando a distintas expresiones de derecha que canalizaron su voto a través de Milei y Villarruel, y en el desprecio y en la invalidación que supuso llamar “antiderechos” a alguien que, simplemente, cree que hay derecho desde la concepción. Y conste que quien escribe estas líneas es ateo y está a favor de la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Pero, una vez más, no se trata de lo que nos gusta o de cómo quisiéramos que fuesen las cosas; se trata de lo que es; se trata de comprender y explicar. 

En cuanto al discurso de Milei en Chaco, la repetición no debería privarnos de la gracia de la sorpresa: un presidente que habla de “El Maligno” y que no conforme con ello lo equipara al Estado del mismo modo que emparenta la justicia social con el pecado de la envidia… O la diputada nacional Lilia Lemoine, en un programa de TV, afirmando: “El ateísmo de Estado es peligroso; los políticos que no le responden a ninguna fuerza superior (…) no le rinden cuentas a nadie. Cuando el Estado se transforma en Dios así no queda esperanza para el ser humano (…)”.

Es tanto que uno no sabe por dónde empezar y es tanto que probablemente ni siquiera valga la pena. En todo caso sí cabe advertir algo que aquí hemos mencionado varias veces: el mesianismo del presidente hace que él crea que está allí para cumplir una misión, un Elegido para el cual la presidencia es un cargo menor. Con Milei no se negocia porque lo mueven fuerzas superiores y porque ante una misión que no es de esta Tierra, cualquier negociación política supone una degradación. Se ha visto en estas últimas horas tras el resultado de la votación en el Senado, de modo que, lo digo y lo repito: Milei es de los que puede pegar un portazo en cualquier momento; la construcción política, si es que lo hubiere, es de quienes lo rodean, no de él. Él no pretende construir poder y si busca la reelección es porque cree que su misión no se ha cumplido aún. Es él (y su hermana) contra todos. De aquí también el solapamiento entre su persona particular y el Estado, lo cual, claro está, es problemático.

Porque quien se precie de liberal debería saberlo: las personas tienen el derecho a profesar diferentes creencias y a desarrollar su concepción de la buena vida, creer en la existencia de una única Verdad, etc. Lo que no se puede pretender es que sea el Estado el que adopte su creencia, su concepción de la buena vida y la idea de que existe una única verdad. Al menos no en sociedad democráticas y liberales como las nuestras.

Del mismo modo que Milei sigue sin entender que, por más que su cuenta de Twitter diga “economista”, cada vez que twittea lo hace como presidente, el actual mandatario debería comprender que sus creencias personales no deberían confundirse con los intereses del Estado. El ejemplo más claro en este sentido, es su relación con el judaísmo y con Israel. Tiene todo el derecho a creer lo que quiera. Lo que no puede es solapar ello con las relaciones internacionales que establece nuestro país como tal. Por cierto, la referencia no tiene que ver con Israel en particular sino con cualquier otro vínculo que se genere por afectos, creencias y valores de la persona del presidente.

Volviendo a la cuestión de la religiosidad, y más allá de casos como el de estos pastores chaqueños, en un tiempo donde la idea del votante como persona racional que toma decisiones tras deliberar en base a razones, ha hecho agua por diversos frentes, analizar el modo en que la búsqueda de sentido trascendente muchas veces conecta con la política es algo que debe ser tomado en cuenta sin prejuicios y no desechado a priori o ubicado en la categoría de “masas manipuladas en base a emociones y fake news”. Esto no significa caer en el relativismo ni avalar cualquier estupidez: las finanzas sobrenaturales no existen y Dios no imprime billetes. Punto.

Con todo, nunca deja de ser interesante aquella enseñanza de Nietzsche que advertía que tras la muerte de Dios ese lugar sería reemplazado por otras creencias, o como reza esa frase que se le atribuye apócrifamente a Chesterton: “Cuando se deja de creer en Dios, se cree en cualquier cosa”.

El progresismo ateo y anticlerical lleva años, por ejemplo, creyendo que las identidades (algunas, al menos), se determinan por autopercepción, a partir de lo cual erige en divinidad absoluta a la conciencia individual, al menos cuando ésta afirma poseer una identidad que no es representada por su biología; sectores de la derecha son proclives a tragarse cualquier teoría, cuando más conspirativa sea mejor, desde tierras planas pasando por microchips en vacunas, sectas de ricachones progres que gobiernan el mundo, niños secuestrados en sótanos de pizzerías y un sinfín de estudios con estadísticas falsas para afirmar aberraciones tales como una conexión entre homosexualidad y pedofilia.

En el debate público llevamos años discutiendo de todo menos de la realidad. Que sigamos viviendo en algo parecido a una sociedad es el verdadero milagro.

 

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