Podría decirse que en la
Argentina hubo al menos un antecedente de milagro inverso: la gente tenía
dólares y, cuando los fue a buscar, se habían convertido en pesos. Corría el
año 2001 y el conversor no había sido ningún demiurgo sino el fracaso de una
política económica en complicidad con los banqueros. De tanto en tanto vuelven
a aparecer señales o se producen otros milagros inversos como el de la pérdida
de valor de un billete sin ningún tipo de misericordia. De hecho, en Argentina,
aquellos que pueden convertir una moneda en otra o deteriorar el valor de todo
lo que tocan, están muy lejos de los valores cristianos y se parecen más a los
dioses paganos, aquellos capaces de actos sobrenaturales, pero también de manifestarse
guiados por pasiones propias de los humanos.
A partir de la visita del
presidente Milei a una iglesia evangelista en Chaco, la locuacidad de los
organizadores hizo que nos enteráramos de varios milagros, entre ellos, uno
contable: 100.000 pesos se convirtieron en 100.000 dólares. Finalmente, no fue
otra cosa que lo que muchos votantes de Milei habían entendido por “dolarización”:
las fuerzas del cielo no multiplicarán ni panes ni peces, pero trocarían los
pesos en dólares. De ser cierto no hubiera estado mal. Pero falló. Y si, en las
declaraciones juradas, ARCA no incluye el ítem “Milagro”, se necesitará otro
milagro, en este caso, el de un gobierno que haga un blanqueo generoso.
Naturalmente, la declaración de
los pastores, sea por impunes, sea por inimputables, y a costa de la fe genuina
de miles de personas, despierta como mínimo sorna y, en el peor de los casos,
indignación.
Sin embargo, quedarse en ello es
un error, especialmente cuando se pretende hacer análisis político. Dicho de
otra manera, el lugar más cómodo, curiosamente impulsado mayoritariamente por
analistas progresistas que pretenden ser populares, es equiparar la chantada de
estos vivos con el fenómeno de la religiosidad. Es más, los presuntamente más
incisivos nos cuentan que en estos nuevos grupos evangelistas estaría una de
las claves para entender el ascenso de las nuevas derechas, lo cual no es
falso, pero, en general, es algo que se suele mencionar para dejar entrever que
la derecha solo podría estar apoyada por un grupo de enajenados que creen en
posesiones demoníacas y en pastores salvadores que cantan en portuñol. “¡Todos
los evangelistas son libertarios!”, afirman, en un error que solo expresa su
prejuicio de clase media progre sobreideologizada. Pues no es así, en esos
espacios hubo mucho voto peronista, como lo hubo y lo hay todavía en sectores
populares donde el peronismo también está asociado fuertemente a la
religiosidad. No se trata de si nos gusta más o menos. Simplemente es así.
Naturalmente encontramos muchos
casos de discursos de pastores abiertamente antiestatalistas pero no son ni
todos los discursos ni tampoco eso implica que quienes asistan allí sean todos
anarcocapitalistas. Es difícil de medir, pero, probablemente, el porcentaje de
votos peronistas que se han perdido dentro de esas Iglesias es el mismo que se
ha perdido en los sectores populares. ¿Por qué? Por muchas razones.
Principalmente por razones económicas y luego por divisiones sociales y
culturales impulsadas por el gobierno que se decía peronista. Pienso,
claramente, en la cuestión del aborto que acabó agrupando a distintas
expresiones de derecha que canalizaron su voto a través de Milei y Villarruel,
y en el desprecio y en la invalidación que supuso llamar “antiderechos” a
alguien que, simplemente, cree que hay derecho desde la concepción. Y conste
que quien escribe estas líneas es ateo y está a favor de la ley de interrupción
voluntaria del embarazo. Pero, una vez más, no se trata de lo que nos gusta o
de cómo quisiéramos que fuesen las cosas; se trata de lo que es; se trata de
comprender y explicar.
En cuanto al discurso de Milei en
Chaco, la repetición no debería privarnos de la gracia de la sorpresa: un
presidente que habla de “El Maligno” y que no conforme con ello lo equipara al
Estado del mismo modo que emparenta la justicia social con el pecado de la
envidia… O la diputada nacional Lilia Lemoine, en un programa de TV, afirmando:
“El ateísmo de Estado es peligroso; los políticos que no le responden a ninguna
fuerza superior (…) no le rinden cuentas a nadie. Cuando el Estado se
transforma en Dios así no queda esperanza para el ser humano (…)”.
Es tanto que uno no sabe por
dónde empezar y es tanto que probablemente ni siquiera valga la pena. En todo
caso sí cabe advertir algo que aquí hemos mencionado varias veces: el
mesianismo del presidente hace que él crea que está allí para cumplir una
misión, un Elegido para el cual la presidencia es un cargo menor. Con Milei no
se negocia porque lo mueven fuerzas superiores y porque ante una misión que no
es de esta Tierra, cualquier negociación política supone una degradación. Se ha
visto en estas últimas horas tras el resultado de la votación en el Senado, de
modo que, lo digo y lo repito: Milei es de los que puede pegar un portazo en
cualquier momento; la construcción política, si es que lo hubiere, es de
quienes lo rodean, no de él. Él no pretende construir poder y si busca la
reelección es porque cree que su misión no se ha cumplido aún. Es él (y su
hermana) contra todos. De aquí también el solapamiento entre su persona
particular y el Estado, lo cual, claro está, es problemático.
Porque quien se precie de liberal
debería saberlo: las personas tienen el derecho a profesar diferentes creencias
y a desarrollar su concepción de la buena vida, creer en la existencia de una
única Verdad, etc. Lo que no se puede pretender es que sea el Estado el que
adopte su creencia, su concepción de la buena vida y la idea de que existe una
única verdad. Al menos no en sociedad democráticas y liberales como las
nuestras.
Del mismo modo que Milei sigue
sin entender que, por más que su cuenta de Twitter diga “economista”, cada vez
que twittea lo hace como presidente, el actual mandatario debería comprender
que sus creencias personales no deberían confundirse con los intereses del
Estado. El ejemplo más claro en este sentido, es su relación con el judaísmo y
con Israel. Tiene todo el derecho a creer lo que quiera. Lo que no puede es
solapar ello con las relaciones internacionales que establece nuestro país como
tal. Por cierto, la referencia no tiene que ver con Israel en particular sino
con cualquier otro vínculo que se genere por afectos, creencias y valores de la
persona del presidente.
Volviendo a la cuestión de la
religiosidad, y más allá de casos como el de estos pastores chaqueños, en un
tiempo donde la idea del votante como persona racional que toma decisiones tras
deliberar en base a razones, ha hecho agua por diversos frentes, analizar el
modo en que la búsqueda de sentido trascendente muchas veces conecta con la
política es algo que debe ser tomado en cuenta sin prejuicios y no desechado a
priori o ubicado en la categoría de “masas manipuladas en base a emociones y
fake news”. Esto no significa caer en el relativismo ni avalar cualquier
estupidez: las finanzas sobrenaturales no existen y Dios no imprime billetes.
Punto.
Con todo, nunca deja de ser
interesante aquella enseñanza de Nietzsche que advertía que tras la muerte de
Dios ese lugar sería reemplazado por otras creencias, o como reza esa frase que
se le atribuye apócrifamente a Chesterton: “Cuando se deja de creer en Dios, se
cree en cualquier cosa”.
El progresismo ateo y
anticlerical lleva años, por ejemplo, creyendo que las identidades (algunas, al
menos), se determinan por autopercepción, a partir de lo cual erige en
divinidad absoluta a la conciencia individual, al menos cuando ésta afirma
poseer una identidad que no es representada por su biología; sectores de la
derecha son proclives a tragarse cualquier teoría, cuando más conspirativa sea
mejor, desde tierras planas pasando por microchips en vacunas, sectas de
ricachones progres que gobiernan el mundo, niños secuestrados en sótanos de
pizzerías y un sinfín de estudios con estadísticas falsas para afirmar
aberraciones tales como una conexión entre homosexualidad y pedofilia.
En el debate público llevamos
años discutiendo de todo menos de la realidad. Que sigamos viviendo en algo
parecido a una sociedad es el verdadero milagro.