viernes, 11 de julio de 2025

El milagro (editorial del 12.7.25 en No estoy solo)

 

Podría decirse que en la Argentina hubo al menos un antecedente de milagro inverso: la gente tenía dólares y, cuando los fue a buscar, se habían convertido en pesos. Corría el año 2001 y el conversor no había sido ningún demiurgo sino el fracaso de una política económica en complicidad con los banqueros. De tanto en tanto vuelven a aparecer señales o se producen otros milagros inversos como el de la pérdida de valor de un billete sin ningún tipo de misericordia. De hecho, en Argentina, aquellos que pueden convertir una moneda en otra o deteriorar el valor de todo lo que tocan, están muy lejos de los valores cristianos y se parecen más a los dioses paganos, aquellos capaces de actos sobrenaturales, pero también de manifestarse guiados por pasiones propias de los humanos.

A partir de la visita del presidente Milei a una iglesia evangelista en Chaco, la locuacidad de los organizadores hizo que nos enteráramos de varios milagros, entre ellos, uno contable: 100.000 pesos se convirtieron en 100.000 dólares. Finalmente, no fue otra cosa que lo que muchos votantes de Milei habían entendido por “dolarización”: las fuerzas del cielo no multiplicarán ni panes ni peces, pero trocarían los pesos en dólares. De ser cierto no hubiera estado mal. Pero falló. Y si, en las declaraciones juradas, ARCA no incluye el ítem “Milagro”, se necesitará otro milagro, en este caso, el de un gobierno que haga un blanqueo generoso.

Naturalmente, la declaración de los pastores, sea por impunes, sea por inimputables, y a costa de la fe genuina de miles de personas, despierta como mínimo sorna y, en el peor de los casos, indignación.

Sin embargo, quedarse en ello es un error, especialmente cuando se pretende hacer análisis político. Dicho de otra manera, el lugar más cómodo, curiosamente impulsado mayoritariamente por analistas progresistas que pretenden ser populares, es equiparar la chantada de estos vivos con el fenómeno de la religiosidad. Es más, los presuntamente más incisivos nos cuentan que en estos nuevos grupos evangelistas estaría una de las claves para entender el ascenso de las nuevas derechas, lo cual no es falso, pero, en general, es algo que se suele mencionar para dejar entrever que la derecha solo podría estar apoyada por un grupo de enajenados que creen en posesiones demoníacas y en pastores salvadores que cantan en portuñol. “¡Todos los evangelistas son libertarios!”, afirman, en un error que solo expresa su prejuicio de clase media progre sobreideologizada. Pues no es así, en esos espacios hubo mucho voto peronista, como lo hubo y lo hay todavía en sectores populares donde el peronismo también está asociado fuertemente a la religiosidad. No se trata de si nos gusta más o menos. Simplemente es así.

Naturalmente encontramos muchos casos de discursos de pastores abiertamente antiestatalistas pero no son ni todos los discursos ni tampoco eso implica que quienes asistan allí sean todos anarcocapitalistas. Es difícil de medir, pero, probablemente, el porcentaje de votos peronistas que se han perdido dentro de esas Iglesias es el mismo que se ha perdido en los sectores populares. ¿Por qué? Por muchas razones. Principalmente por razones económicas y luego por divisiones sociales y culturales impulsadas por el gobierno que se decía peronista. Pienso, claramente, en la cuestión del aborto que acabó agrupando a distintas expresiones de derecha que canalizaron su voto a través de Milei y Villarruel, y en el desprecio y en la invalidación que supuso llamar “antiderechos” a alguien que, simplemente, cree que hay derecho desde la concepción. Y conste que quien escribe estas líneas es ateo y está a favor de la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Pero, una vez más, no se trata de lo que nos gusta o de cómo quisiéramos que fuesen las cosas; se trata de lo que es; se trata de comprender y explicar. 

En cuanto al discurso de Milei en Chaco, la repetición no debería privarnos de la gracia de la sorpresa: un presidente que habla de “El Maligno” y que no conforme con ello lo equipara al Estado del mismo modo que emparenta la justicia social con el pecado de la envidia… O la diputada nacional Lilia Lemoine, en un programa de TV, afirmando: “El ateísmo de Estado es peligroso; los políticos que no le responden a ninguna fuerza superior (…) no le rinden cuentas a nadie. Cuando el Estado se transforma en Dios así no queda esperanza para el ser humano (…)”.

Es tanto que uno no sabe por dónde empezar y es tanto que probablemente ni siquiera valga la pena. En todo caso sí cabe advertir algo que aquí hemos mencionado varias veces: el mesianismo del presidente hace que él crea que está allí para cumplir una misión, un Elegido para el cual la presidencia es un cargo menor. Con Milei no se negocia porque lo mueven fuerzas superiores y porque ante una misión que no es de esta Tierra, cualquier negociación política supone una degradación. Se ha visto en estas últimas horas tras el resultado de la votación en el Senado, de modo que, lo digo y lo repito: Milei es de los que puede pegar un portazo en cualquier momento; la construcción política, si es que lo hubiere, es de quienes lo rodean, no de él. Él no pretende construir poder y si busca la reelección es porque cree que su misión no se ha cumplido aún. Es él (y su hermana) contra todos. De aquí también el solapamiento entre su persona particular y el Estado, lo cual, claro está, es problemático.

Porque quien se precie de liberal debería saberlo: las personas tienen el derecho a profesar diferentes creencias y a desarrollar su concepción de la buena vida, creer en la existencia de una única Verdad, etc. Lo que no se puede pretender es que sea el Estado el que adopte su creencia, su concepción de la buena vida y la idea de que existe una única verdad. Al menos no en sociedad democráticas y liberales como las nuestras.

Del mismo modo que Milei sigue sin entender que, por más que su cuenta de Twitter diga “economista”, cada vez que twittea lo hace como presidente, el actual mandatario debería comprender que sus creencias personales no deberían confundirse con los intereses del Estado. El ejemplo más claro en este sentido, es su relación con el judaísmo y con Israel. Tiene todo el derecho a creer lo que quiera. Lo que no puede es solapar ello con las relaciones internacionales que establece nuestro país como tal. Por cierto, la referencia no tiene que ver con Israel en particular sino con cualquier otro vínculo que se genere por afectos, creencias y valores de la persona del presidente.

Volviendo a la cuestión de la religiosidad, y más allá de casos como el de estos pastores chaqueños, en un tiempo donde la idea del votante como persona racional que toma decisiones tras deliberar en base a razones, ha hecho agua por diversos frentes, analizar el modo en que la búsqueda de sentido trascendente muchas veces conecta con la política es algo que debe ser tomado en cuenta sin prejuicios y no desechado a priori o ubicado en la categoría de “masas manipuladas en base a emociones y fake news”. Esto no significa caer en el relativismo ni avalar cualquier estupidez: las finanzas sobrenaturales no existen y Dios no imprime billetes. Punto.

Con todo, nunca deja de ser interesante aquella enseñanza de Nietzsche que advertía que tras la muerte de Dios ese lugar sería reemplazado por otras creencias, o como reza esa frase que se le atribuye apócrifamente a Chesterton: “Cuando se deja de creer en Dios, se cree en cualquier cosa”.

El progresismo ateo y anticlerical lleva años, por ejemplo, creyendo que las identidades (algunas, al menos), se determinan por autopercepción, a partir de lo cual erige en divinidad absoluta a la conciencia individual, al menos cuando ésta afirma poseer una identidad que no es representada por su biología; sectores de la derecha son proclives a tragarse cualquier teoría, cuando más conspirativa sea mejor, desde tierras planas pasando por microchips en vacunas, sectas de ricachones progres que gobiernan el mundo, niños secuestrados en sótanos de pizzerías y un sinfín de estudios con estadísticas falsas para afirmar aberraciones tales como una conexión entre homosexualidad y pedofilia.

En el debate público llevamos años discutiendo de todo menos de la realidad. Que sigamos viviendo en algo parecido a una sociedad es el verdadero milagro.

 

Milei contra los periodistas: cuando el león es herbívoro (editorial del 5.7.25 en no estoy solo)

 

En las últimas horas el presidente Javier Milei denunció a los periodistas Jorge Rial, Mauro Federico, Fabián Doman y Nicolás Lantos. La semana pasada había hecho lo propio con Julia Mengolini y un par de meses atrás había avanzado contra Carlos Pagni, Ari Lijalad y Viviana Canosa.

La noticia llegó al propio New York Times https://www.nytimes.com/2025/07/02/world/americas/argentina-president-milei-press-attacks.html donde se habla de una guerra de Milei contra los medios siguiendo el modelo trumpista de “No odiamos lo suficiente a los periodistas”.

Las denuncias contra Pagni y Lijalad fueron desestimadas y es probable que lo propio suceda con el resto, si bien lo más relevante es la discusión acerca del modo en que esto podría afectar la libertad de expresión y, sobre todo, los límites del periodismo y de los funcionarios públicos al momento de responder a la prensa.

El caso que más trascendió fue el de Julia Mengolini porque a los retwitts compulsivos del presidente se habría sumado una campaña de desprestigio desde cuentas libertarias lo cual incluiría incluso un video creado con IA en el que Mengolini aparece teniendo relaciones sexuales con su hermano. Está claro que Mengolini no tiene una relación incestuosa con el hermano, pero el propio presidente se ha encargado de decir que se trata de una suerte de devolución de gentilezas contra ella porque, en declaraciones públicas, la dueña de Futurock había afirmado que el presidente estaba enamorado de su hermana y dio a entender que allí había un vínculo incestuoso. Incluso fue más lejos y, a contramano de toda su prédica deconstructivista, en otra declaración había puesto en duda que una persona sin una familia “normal” fuera capaz de gobernar. No fue la única, por cierto, que tras años de crítica a la normativización y a los discursos hegemónicos llamaba a votar a Massa por tener mujer y dos hijos frente al “monstruo” soltero con “hijos de cuatro patas”.

Mengolini tuvo otras declaraciones poco felices para un comunicador como cuando antes de las elecciones afirmó que haría todo lo que esté a su alcance para que Milei no sea presidente, de lo cual podría seguirse que incurriría en mentiras si hiciera falta, o cuando durante varios años sostuvo que ante una denuncia por violencia de género había que creerle a la denunciante aun cuando paguen justos por pecadores y porque en las “revoluciones” siempre se cometen injusticias. Si bien años más tarde volvió a defender el principio constitucional de la presunción de inocencia cuando el denunciado fue Alberto Fernández y exigió esperar las pruebas que pudiera ofrecer Fabiola Yáñez, lo cierto es que, en todo este tiempo, Mengolini ha sabido ganarse enemigos que esperan pasar por ventanilla a cobrarle buena parte de estas declaraciones, las cuales, cabría llamar, para ser generosos, como mínimo, controversiales.

Con todo, y para no desviarnos del tema, creo que se puede coincidir en que afirmar que el presidente tiene un vínculo incestuoso con la hermana es una barbaridad que debería ofender a las mismas personas que se ofendieron cuando la Revista Noticias ponía una caricatura de Cristina en tapa teniendo un orgasmo. Incluso estoy tentado a pensar que resulta todavía más ofensiva la declaración contra el presidente por las mismas razones que expuso Mengolini cuando recordó que lo primero que te enseñan en el CBC es la noción básica de la Antropología de que lo común a toda cultura humana es, justamente, el tabú del incesto.

Dicho esto, cabe analizar la respuesta presidencial con su eventual ataque orquestado de trolls y allí lo que se ve es una desproporción, no solo por la magnitud del ataque sino por el hecho de que cabe la posibilidad de que quienes lo impulsaron sean funcionarios y empleados públicos escondidos en el anonimato, además del propio presidente.

Pero hay en este episodio la repetición de un síntoma presente tanto en Milei como en muchos de sus seguidores. Lo expuso, justamente, en su última entrevista en Neura ante la complicidad de quien conducía el programa, mas no el reportaje, cuando volvió a separar su rol como presidente de sus intervenciones a través de Twitter arropado en el insólito argumento de que en Twitter su descripción de “Economista” a secas lo legitima a hablar como ciudadano común ajeno a su investidura.

Con todo, cabe decir que hay un aspecto coherente en Milei y el mileísmo si lo comparamos con su posicionamiento, por ejemplo, respecto a lo ocurrido en la última dictadura. Allí, el argumento de “la guerra entre bandos” iguala el accionar civil con el del Estado. No hay un agravante por la utilización de las fuerzas del Estado por parte de “uno de los bandos”. Se trataría solo de particulares en combate. Siendo coherente con este posicionamiento, para Milei, entonces, o bien no cabe, entonces, la noción de delitos de lesa humanidad para los crímenes cometidos desde el Estado o, si cupiera, esta categoría debería extenderse a la acción de la subversión. Naturalmente, esta mirada va a contramano de la perspectiva adoptada por la Justicia argentina pero esto no es relevante ahora.

Sin embargo, este posicionamiento convive con todos los discursos de Milei en los que el presidente ve al Estado como el principal actor de la violencia, el atraco, etc., y al cual, por ello mismo, habría que destruir como un “topo” desde adentro. La prueba de que el accionar estatal no puede igualarse con el civil lo confirma Milei en cada una de las acciones que toma aunque se ve burdamente en muchas de las intervenciones policiales, sea en marchas o en procedimientos demasiado al borde de la ley, para ser generosos nuevamente.

Un ejemplo es lo que por estas horas transcurre con aquellos militantes que habrían arrojado mierda en la casa de José Luis Espert. Al momento de escribir estas líneas hay varios detenidos, entre ellos al menos una funcionaria y una concejal de Quilmes, y se producen allanamientos que son insólitos, además de la ya de por sí delirante decisión de mantener detenidas a las personas que habrían participado en el hecho. Ahí queda clara la fuerza del Estado, la cual, en este caso, no es desdeñada por Milei, seguramente con el argumento libertariano de que el cual el Estado no debe servir para otra cosa más que para sostener un sistema de justicia y un poder de policía que proteja la propiedad privada (también de la bosta, claro).

Si dejamos de lado lo conceptual y vamos al terreno electoral, la sensación es que, el nivel de la dirigencia toda, ayuda a la desafección por la política. De un lado, se defiende el derecho a tirarle mierda en la casa a un tipo que es un provocador y que sobresale por sus exabruptos más que por sus votos, lo cual, en el mejor de los casos es una estudiantina hecha por militantes cuyas canas merecerían otro comportamiento y, en el peor, es sencillamente una boludez. En el mismo sentido, se puede entender que un sector de la política y los medios se solidaricen con Mengolini ante un ataque presuntamente orquestado o frente a la obsesión retwitteadora del presidente, pero no se puede defender que un comentario de remisería en espera se exprese sin más. Además, si decir que el presidente tiene sexo con la hermana es parte de la libertad de expresión, entonces el progresista debería aceptar que cualquier afirmación, incluso la que ofende a determinadas minorías, tiene que ser permitida. ¿O es que acaso solo se puede ofender a la gente que no piensa como nosotros?

En cuanto a la acción del gobierno y de Milei en particular denunciado calumnias e injurias, hay también allí, desde lo electoral, un error pues se trata de acciones muy poco capitalizables. Por el contrario, primero que todo le hace renunciar a la idea de libertad y lo expone a ser acusado de censor; y, en segundo lugar, por esto mismo, le sirve en bandeja al periodismo en general y al periodismo progresista en particular, el rol de víctima perseguida en una carrera por la victimización que, a la larga, el presidente está condenado a perder.

En este sentido, el traje que mejor le queda a Milei es el de la respuesta desmedida, no el de la denuncia. Seguramente no contribuye al debate público, pero Milei ganará más adeptos insultando periodistas antes que denunciándolos. Este Milei herido en su honor, abrazado a la Verdad de un modo místico, paga mucho menos que su ira al estilo Joker. El mileista no quiere un presidente legalista. Quiere a Milei prendiendo fuego todo. Lo prefiere jugando a ser el cruel antes que llamando a su abogado porque injurian a su hermana. El Milei denunciador es el Joker 2, un musical en el que el Joker se asusta y dice que no es tal frente a la decepción de sus seguidores y de Lady Gaga.

Por todo esto, un Milei apegado a la ley deviene león herbívoro, un topo que, antes que destructor, acaba siendo acomodaticio.

Irán e Israel: la era de los múltiples botones rojos (publicado el 28.6.25 en www.disidentia.com)

 

En el tiempo en que escribo estas líneas se ha anunciado el fin de lo que habría sido la Guerra de los 12 días entre Israel e Irán, un conflicto que, para muchos, podría haber desatado la Tercera Guerra Mundial y/o un desastre nuclear de proporciones.

Lamentablemente tal peligro no es novedoso ya que hace apenas algunas semanas se enfrentaron dos potencias nucleares como India y Pakistán y porque desde el conflicto entre Rusia y Ucrania, la posibilidad de una escalada del conflicto está siempre latente.

Tras la caída del Muro, entonces, no estamos teniendo fin de la historia, ni siquiera un alineamiento natural que produjera un choque de civilizaciones a lo Huntington, sino una inestabilidad y fragmentación de actores en los que varios manuales de Ciencia Política hacen agua. Así, hoy parecen jugar en el mismo lodo autocracias con apariencias democráticas, dictaduras, repúblicas, grupos étnicos y células fundamentalistas, sea en enfrentamientos directos, sea a través de terceros como lo ocurrido en Siria donde Irán, Israel, Estados Unidos, Turquía, Rusia, los kurdos, diversas minorías y decenas de grupos fundamentalistas más o menos organizados y más o menos potentes, disputaban a través de la figura de Bashar al-Assad.

El escenario es todavía más preocupante cuando notamos que, a diferencia de lo que una parte de la biblioteca indicaba, el capitalismo no es incompatible con regímenes antidemocráticos pero, al mismo tiempo, en Occidente, las críticas al capitalismo devienen críticas a las democracias liberales en los distintos formatos que éstas han adoptado. Así, lejos de pretender exportar la democracia, sea a través del poder fuerte, sea a través del poder suave, Occidente mismo experimenta la crisis de la misma mientras avanza a pasos acelerados hacia una suerte de suicidio civilizacional que está siendo aprovechado por otras culturas para las cuales los valores occidentales que les permiten habitar, expresar su religión y sus opiniones en los propios países a los que critican, son los objetivos a destruir en nombre de un Dios, el colonialismo, el racismo, etc.

Eso sí: la oikofobia occidental de cierto pensamiento progresista de izquierda, esto es, la aversión a la propia cultura/sociedad, en nombre de un relativismo que, paradójicamente, no es aceptado por las culturas a las que ese relativismo protege, entra en contradicciones cuando algún dictadorzuelo con botón rojo a mano, nos hace preguntar si mañana seguirá existiendo el mundo. Le sucede a cierto sector del feminismo progresista, por ejemplo, ese que es feminista en sociedades donde el patriarcado está en retirada para poder ser relativista frente a sociedades donde el patriarcado no le dejaría ser feminista.

Asimismo, como se sigue de algunos de los libros de Steven Levitsky, primero junto a Daniel Ziblatt y luego junto a Lucan Way, Cómo mueren las democracias y Revolución y dictadura, estamos ante un deterioro de la calidad democrática en buena parte de Occidente, a lo cual se debería agregar la evidencia de un caldo de cultivo y de grandes incentivos para impulsar revoluciones sociales violentas. De hecho, en el primer libro, los autores muestran que las democracias no mueren necesariamente de manera abrupta a través de golpes militares, sino que pueden hacerlo como una pérdida de legitimidad de ejercicio gracias al debilitamiento de las instituciones democráticas, desde los poderes republicanos de contrapeso hasta la persecución política a disidentes o la censura a la libertad de expresión. Por otra parte, en el segundo libro, los autores hacen un análisis comparativo para exponer que desde el 1900 a la fecha, los regímenes autoritarios nacidos de revoluciones violentas, han resistido una media de casi tres veces más tiempo que sus homólogos no revolucionarios con tendencia a buscar consensos. En otras palabras, habría una correlación entre origen violento y una perdurabilidad basada en tres grandes pilares: una élite cohesionada, un aparato coercitivo desarrollado y fiel al régimen, y la destrucción de los adversarios políticos y de los espacios de poder alternativos propios de la sociedad civil.

Por otra parte, el debate público de este lado del mundo refleja otro signo de los tiempos. En el caso específico de la disputa entre Israel e Irán/grupos terroristas, las principales y, en muchos casos, más caras universidades del mundo, se transformaron en el epicentro de una resistencia social contra la respuesta israelí al tiempo que las principales capitales del mundo han sido testigo de dislates tales como unificar la causa palestina con las manifestaciones LGBT, las cuales, por cierto, no gozarían del beneplácito de la mayor parte del Oriente Medio que no comulga con Israel, para decirlo de manera elegante. Del otro lado, la extorsión de siempre: si es un judío el que critica la política militar de Israel, es un traidor; y si no es un judío el que critica, entonces es un antisemita. En el medio, el clivaje derecha/izquierda jugando para indicarnos quiénes son los buenos y quiénes son los malos, lo cual hace mucho más fácil la estructuración del debate: de un lado la derecha pro Israel y del otro la izquierda pro Palestina. Nada en el medio, nunca un matiz, un pero, una duda o una crítica que no sea sospechosa.

Y agreguemos a esto la desinformación: saber qué sucede en los países no occidentales es prácticamente imposible. Pero, salvo honrosas excepciones, la cobertura de los medios occidentales es brutalmente sesgada a lo que a su vez habría que agregar la cantidad de información falsa que circula en las redes, lo cual genera o incredulidad generalizada o la instalación de mentiras y posverdades. La desconfianza es tal que estamos a un paso de que una bomba nos haga estallar por el aire y le preguntemos a Grok, la IA de X, si es verdad que ya estamos muertos.

Volviendo a Oriente Medio lo que ocurrirá allí dependerá de muchos factores, pero, como suele pasar, el rol de Estados Unidos será clave. Contra los Halcones republicanos, y esto se ha visto claramente en las intervenciones de Steve Bannon o Tucker Carlson denunciando el modo en que el lobby israelí estaría empujando al gobierno estadounidense a la guerra, Trump ha enarbolado un discurso de paz basado en los antecedentes de su primer gobierno y en la evidencia empírica de que, más allá de la retórica, los gobiernos demócratas han estado bastante lejos de alentar el pacifismo. Sin embargo, su intervención directa sobre Irán, en una suerte de intento de ser juez y parte, abre un interrogante, especialmente si la promesa de alto el fuego no es respetada. Hasta ahora parece ser una típica estrategia de Trump tal como se vio con los aranceles: primero “ataco” y luego negocio. Las bombas contra Irán, entonces, pueden interpretarse como una forma de obligar a los iraníes a sentarse a negociar en posición de debilidad.  

Asimismo, en esa debilidad de sus adversarios, Netanyahu ve una oportunidad que solo la presión internacional y un frente interno podría frenar. Hasta ahora no ha sido suficiente pero la resistencia que ha cosechado en el mundo occidental la respuesta de Israel a la masacre del 7 de octubre de 2023 ha sido inédita.

Con todo, lo más relevante es que este conflicto, aun con toda la importancia que supone, se enmarca en este contexto mundial altamente problemático. Se trata de tendencias de largo plazo, claro está, pero el escenario actual de multilateralismo con múltiples botones rojos está lejos de ser auspicioso. Asimismo, aun si fuese verdad esto de “las democracias no hacen guerras entre sí”, lo que estamos viendo es que las propias democracias están en crisis, máxime cuando es la propia civilización que las cobijó la que ha ingresado en una espiral de autocrítica destructiva y cuando sobra evidencia de que el capitalismo no necesita del mundo libre para desarrollarse.

A propósito de botones rojos y particularidades de estos tiempos, en las últimas horas el vicepresidente estadounidense J.D. Vance contó públicamente una broma que le hizo Trump mientras negociaba con los iraníes por teléfono: al no hallar un acuerdo, el presidente le dijo a su compañero de fórmula que las cosas iban mal y automáticamente apretó un botón rojo. Ante la sorpresa de Vance, quien le consultó por qué había apretado ese botón, Trump le respondió “nuclear, nuclear” dando a entender que había arrojado una bomba. Dos minutos más tarde entraba a la oficina un señor con una Coca Cola: el botón rojo era para llamar al mozo de la Casa Blanca.

'Sangre en la nieve': la Revolución Rusa contada por el hombre corriente (publicado el 3.7.25 en www.theobjective.com)

 

Corría el año 1913. El zar de Rusia, Nicolás II, sin reparar en gastos, conmemoraba el tricentenario de la dinastía Románov con la plena seguridad de gobernar un imperio próspero y seguro en sus fronteras. Sin embargo, en los 10 años posteriores, vendría la Gran Guerra, la caída de su régimen, la asunción de un gobierno provisorio, el derrocamiento del mismo en manos de la Revolución de Octubre y la consolidación del gobierno comunista tras una cruenta guerra civil. Entender cómo y por qué sucedió todo esto es el objetivo del nuevo libro del historiador británico, Robert Service, quien ya nos había sorprendido con sus biografías de Stalin, Lenin y Trotski y ahora regresa con Sangre en la nieve. La revolución rusa 1914-1924, editado por Debate.

Ahora bien, tomando en cuenta que se ha escrito tanto sobre el tema, ¿cuál es el diferencial de este texto? Más allá de algunas afirmaciones polémicas, las cuales mencionaremos a continuación, desde el punto de vista metodológico, Service utilizó, además de la literatura especializada y documentos oficiales poco transitados, diarios personales de gente común. De aquí que encontremos como fuentes los escritos personales de un exterrorista devenido monárquico, un dramaturgo, un veterano del imperio, una enfermera británica contratada por la familia de un médico del imperio, un poeta, un suboficial, un campesino y un administrador de cuentas, entre otros.

Naturalmente, Service reconoce que la información que aparece en los diarios personales debe ser tomada con pinzas, pero, en todo caso, aun teñidas de subjetividad, esas fuentes alcanzan para demostrar que los súbditos del emperador Nicolás II y los ciudadanos de la Rusia soviética no fueron meras víctimas pasivas de la historia. Por otra parte, este énfasis en las pequeñas historias le permite abarcar bastante más allá de lo estrictamente político o militar para tomar en cuenta las dimensiones sociales, económicas, culturales, regionales, nacionales, étnicas y religiosas de un período tumultuoso y cruento.

Este punto es central porque aunque los debates actuales pretendan instalar que las identidades personales son unidimensionales y se definen por el género, el sexo, la raza, etc., el trabajo de Service sobre la complejidad de un imperio cuya extensión territorial parece infinita, nos ofrece distintos tipos de casos donde en una misma persona hay determinaciones identitarias cruzadas (ser ruso/ucraniano/georgiano; campesino/obrero/burgués; ortodoxo/ateo/musulmán; miembro del partido/de partidos opositores/monárquico/apolítico, etc.).   

La lectura de estas fuentes nos recuerda que, en general, incluso en las épocas de grandes convulsiones, para el hombre común, la política y los grandes sucesos son relativamente indiferentes. Estar seguros y tener algo en el estómago era todo, gobernara el zar o gobernaran los bolcheviques, especialmente cuando durante 10 años el telón de fondo era siempre la muerte, sea con la Primera Guerra Mundial, los levantamientos regionales y sociales, (desde los rebeldes musulmanes de Asia Central en 1916 hasta los insurgentes verdes del campo ruso y ucraniano de 1920 a 1922), o la guerra civil pos Revolución de Octubre con terror, persecución y censura.

En cuanto a las afirmaciones controvertidas, Service va a fondo indicando:

“Las reformas comunistas de 1921 se describen como el golpe maestro de Lenin con su oportuno compromiso. Yo demuestro, espero de forma convincente, que Lenin tuvo que ser arrastrado, tambaleándose y gimiendo, para realizar los cambios y que su partido se enfureció por ellos tanto en ese momento como después”.

Asimismo, agrega que, si bien es cierto que las protestas de los trabajadores industriales, tanto contra Nicolás II como contra el Gobierno provisional de Kerenski, tuvieron una importancia decisiva “ha quedado fuera de la panorámica (…) la facilidad con la que los comunistas suprimieron el movimiento obrero ya en 1918, y (…) cómo la dirección comunista se volvió contra la misma clase social en cuyo nombre tomó el poder”.

En cuanto a los campesinos, considera que es necesario una reevaluación de su rol, especialmente por la resistencia que ofrecieron tanto al zar como a los soviéticos, al menos hasta 1921-1922; y en lo que respecta a la historia oficial que instaló aquel relato de una marcha clara de los bolcheviques en línea con un plan determinado a conciencia, Service ofrece la innumerable cantidad de factores que influyeron en el rumbo revolucionario, desde los geopolíticos hasta los más banales determinados por la improvisación y la suerte.

Para finalizar, cuando se narran las últimas semanas del Lenin que yacía postrado e imaginaba la sucesión, el autor también avanza contra ciertas lecturas instaladas, especialmente aquellas que marcan grandes diferencias entre Lenin y quienes eran los dos grandes candidatos a sucederlo: Stalin y Trotski.

“Que Lenin y Stalin estaban en desacuerdo sobre varias políticas y tendencias es incuestionable. Pero (…) tanto Lenin como Stalin se comprometieron a mantener el monolito del partido único soviético y a impedir que resurgieran partidos rivales. El partido comunista debía funcionar con una cadena de mando centralizada (…) Lenin y Stalin también coincidían en la necesidad de que el partido preservara los instrumentos y la práctica del terror de Estado. Eran partidarios de perseguir a la Iglesia ortodoxa y de difundir ideas ateas. Pretendían el control comunista total de la enseñanza, la prensa y la censura (…). Compartían el afán de someter todas las repúblicas y autonomías soviéticas a la autoridad de Moscú, permitiéndoles al mismo tiempo cierto grado de autoexpresión nacional y autogobierno”.

En la misma línea, Service discrepa con aquellos que indican que el Estado soviético se desvió a partir de un presunto giro totalitario, impulsado por Stalin, que podría haberse evitado en caso de que la sucesión hubiera quedado en manos de Trotski o Bujarin. Es que el autor entiende que estos últimos nunca se desviaron del credo de la disciplina de partido, el centralismo estatal, la represión cultural, el terror, la persecución a los partidos rivales, el ateísmo militante y el sistema de granjas colectivas para la agricultura que tanta resistencia provocó.

Las últimas páginas del libro hacen un guiño a la actualidad y allí Service parece trazar la continuidad de una suerte de Homo Sovieticus ya presente en los tiempos del zar al cual no pudieron sustraerse ni los más fanáticos soviéticos y que hoy encarnaría en la figura patriarcal y de liderazgo potente y centralizado de Putin.

En este sentido, viene a cuento un fragmento perteneciente al administrador de cuentas cuyo nombre era Nikita Okunev. Serían, por cierto, las últimas palabras de su diario personal:

“Todos gimen y se quejan, pero siguen viviendo. Y debe de ser cierto, como dijo alguien, que la vida hay que vivirla para que los infelices alcancen un sentimiento de resignación y los felices empiecen a aprender sobre las cosas. Pidamos a Dios que nos deje seguir viviendo, aunque solo sea para llegar a sentirnos ‘resignados’”.

Esa resignación es la que, según Service, resulta fundamental para comprender la permanencia en el poder de los gobernantes y es la que permitiría entender que, al día de hoy, aun con un sistema capitalista, una mayoría de la población acepte convivir con las condiciones opresivas que, en Rusia, se mantienen inalteradas, al menos, desde 1914.