sábado, 21 de junio de 2025

Los dos balcones de Cristina (editorial del 21.6.25 en No estoy solo)

 

Más allá de la controversia acerca de cuántos miles de personas se manifestaron en la Plaza de Mayo, lo cierto es que la figura de CFK volvió a demostrar ser la más convocante de la política nacional. Podrá gustar o no, podrá generar que canallas brinden con champagne una detención o que esos mismos canallas tensen sus labios y se les llene de espuma la boca por un saludo en un balcón, pero estamos frente a un dato: probablemente en baja y sin el apoyo de 10 años atrás, CFK sigue estando en el centro de la escena.

La movilización del miércoles traslada la discusión más allá de lo judicial y lo lleva al terreno político, donde más cómodo se siente el kirchnerismo y donde se enfrentarán dos posiciones irreductibles: la que indica que CFK es una perseguida política y la que indica que es una ladrona. Para ambas posiciones, lo que diga la justicia resulta indiferente tanto como resultan indiferentes los hechos. Es que la discusión pública hace como si tuviera en cuenta argumentos y datos de la realidad, pero nada de ello ya importa. Vivimos mundos paralelos y personales, hechos alternativos que se adecuan demasiado fácil a nuestros deseos e ideologías. Posmodernos somos todos.

Si nos posamos en la especulación política tras la condena y la movilización de apoyo, el final es abierto. Algunos días atrás decíamos que con CFK presa había tres posibilidades en el peronismo: fragmentación sin reconciliación; unidad liderada por otro dirigente o unidad detrás de CFK. A juzgar por los primeros movimientos, la última posibilidad parece picar en punta si bien habría que ser cautos y esperar que baje la espuma: el kirchnerismo ha dejado muchos heridos todos estos años y este es un momento ambiguo en el que CFK es al mismo tiempo débil y Santa. Mientras se mantenga en el terreno de la santidad, no habrá inconvenientes. Pero si decide jugar fuerte en el poder terrenal de las lapiceras, allí habrá más sangre (metafóricamente hablando) que milagros. Dado que, conociéndola a CFK, el taller literario o una reducción en vida a parte de la liturgia no es una opción, habrá que ponerse el casco para una disputa feroz porque, encima, ahora, el kirchnerismo ni siquiera puede ofrecer los votos de ella, de modo que tiene mucho menos poder de negociación del que tenía una semana atrás.  

La centralidad de CFK, al menos en el futuro inmediato, conecta con una pregunta bastante insólita que un periodista le hiciera al gobernador Kicillof, una pregunta que, hay que decirlo, lo descolocó: “en caso de ser Presidente, ¿usted indultaría a CFK?” En el mismo sentido, Wado de Pedro declaró que la primera medida del próximo gobierno debería ser indultar a CFK.

No sabemos si esta será la línea K de aquí a los próximos años y no es este el espacio para juzgar si, llegado el caso, el indulto sería justo o, al menos, conveniente. Sin embargo, de lo que no hay dudas es que el indulto como bandera puede ser una estrategia útil para el kirchnerismo pues cumpliría varias funciones. En primer lugar, polarizar; en segundo lugar, seguir dándole centralidad a Cristina en el panperonismo; y, en tercer lugar, funcionar como criterio para medir el kirchnerismo en sangre: “Aquel que diga que no, aquel que balbucee, ese es el traidor”, podrá decirse, parafraseando aquel mítico guion de El Padrino.

Por otra parte, el “Cristina libre” o “Indulto a Cristina”, una vez más, independientemente de si es justo o no, es la continuidad del ejercicio sacrificial que caracteriza al kirchnerismo: ahora el pueblo ya no tiene que luchar por vivir mejor sino por la liberación de CFK, lo cual es bastante pedir dada la calidad de la dirigencia y frente a un pueblo que, lo único que le falta, es que encima le pidan cosas.

Con todo, es interesante notar el sutil corrimiento conceptual de los últimos años, el cual, no casualmente, ha acompañado los dos grandes problemas del kirchnerismo: el de la sucesión y el de un contenido programático que se anquilosa. Porque cuando no quedó más remedio que hacer que Scioli fuera el candidato en 2015, de repente el candidato pasó a ser el proyecto; pero cuando, con los años, el proyecto pasó a ser algo que ya no se sabe bien qué es, el proyecto se transformó en una persona: ella. Entonces ya no militamos un programa sino militamos a una persona o, quizás, a una familia. La batalla cultural devino batalla personal.

Recapitulando, si de acá al 2027 lo único que tiene para ofrecer el kirchnerismo es la exigencia de liberación de CFK al tiempo que implora que el proyecto Milei fracase, lo que parece garantizado es la polarización. Es más, ya podemos presagiar la línea directriz de la campaña de la derecha: “Milei/Macri o Cristina libre. Vos elegís”. Quizás sirve y hasta se puede hacer una buena elección pero la gente merece otra cosa, un plan, una idea, una expectativa, una mentira bella al menos. Ir a las urnas por un indulto… bajo la suposición de que en esa persona se encarna todo lo anterior suena bien, pero sabemos que no es cierto. En todo caso, puede cumplir el requisito de mentira bella, pero expondría una realidad horrorosa: que solo ella puede encarnar ese plan, esa idea y esa expectativa. Si es así…estamos en problemas.  

Por otra parte, lo que también tendríamos garantizado, como mínimo, es el rol obstaculizador de CFK al interior del espacio (imagínense… si hasta algún dirigente acostumbrado a las declaraciones altisonantes llegó a proponer un delirante llamado a la abstención solo porque ella no puede presentarse…). Y en caso de que ganara el nuevo ungido de ella, también tendríamos garantizado que su figura devenga rápidamente títere o traidor, según cuál fuera su relación con el espacio K.

Si nos restringimos a la lógica estrictamente electoral, intuyo que las posibilidades del kirchnerismo/peronismo dependerán más de los errores del adversario que de los méritos propios. Solo con un país en crisis económica, el “Cristina libre” puede aglutinar un espacio competitivo de cara al 2027. Porque esto hay que repetirlo: desde el 2007 hasta ahora el kirchnerismo solo ganó dos elecciones y perdió todas las de medio término; CFK se iba a presentar a candidata provincial por la tercera para no perder, ya no su liderazgo nacional, sino para no perder su influencia en la provincia de Buenos Aires. La torpeza y el gen persecutorio y atávico de la derecha antiperonista encarnada en el entramado de periodistas, políticos y jueces, le ha dado una vida más a quien parecía tener un futuro de liderazgo restringido sobre una minoría intensa cada vez más intensa y cada vez más minoría. Esa que es mayoría en el espacio popular pero que lleva 10 años sin poder ofrecer un candidato propio que mida bien y que debe recurrir siempre a figuras que no son del riñón para que, antes o después, “traicionen”.

La moneda de la política local vuelve a girar en el aire. No sabemos si el paso del balcón de la Rosada al balcón de su casa es la metáfora perfecta de un lento declive político o el inicio de un nuevo experimento de poder que, independientemente del cargo que ostente, la seguirá teniendo a CFK en el centro de la escena por varios años más.  

 

Cómo y por qué sobreviven las dictaduras (publicado el 12.6.25 en www.theobjective.com)

 

En tiempos donde las democracias liberales son puestas en cuestión y aparecen modelos alternativos autoritarios, el nuevo libro de los reconocidos politólogos, Steven Levitsky y Lucan Way, Revolución y dictadura. Los orígenes violentos del autoritarismo (Ariel), ofrece una serie de hipótesis reveladoras tanto para el gran público como para la discusión al interior de la Ciencia Política.

La pregunta inicial que da lugar al texto es por qué las autocracias revolucionarias son capaces de perdurar en el tiempo. El interrogante es más que atendible si se toma en cuenta el análisis comparativo que los autores realizan y que muestra que, desde el 1900 a la fecha, los regímenes autoritarios nacidos de revoluciones violentas han resistido una media de casi tres veces más tiempo que sus homólogos no revolucionarios. En otras palabras, habría una correlación entre origen violento y perdurabilidad.

La hipótesis es perturbadora y desafía buena parte de la literatura académica, además de cierto sentido común que reproduce la fantasía del dictador sostenido por la riqueza del país, ya que muestra que el nivel de desarrollo económico, el aumento del PIB, la abundancia de recursos naturales y el tipo de régimen autoritario, no resultan variables determinantes para predecir la longevidad del régimen.

Pensemos, si no, en los 74 años de comunismo soviético, los 85 del PRI en México y las más de seis décadas que llevan los regímenes de Cuba y Vietnam, por no mencionar el caso del Partido comunista chino y el régimen iraní: lejos de constantes tiempos de bonanza, estos procesos atravesaron circunstancias sociales críticas, entre las que se puede citar la crisis económica, las guerras y la hostilidad exterior que enfrentó la URSS, el bloqueo y la crisis por la caída de la Unión Soviética que padeció Cuba, el desastre ocasionado por “El Gran Salto Adelante” en China, los 30 años de guerra permanente en Vietnam o las cuatro décadas de hostilidad internacional que sobrellevó Irán, incluyendo los ocho años de guerra con Irak. Y, sin embargo, todas estas experiencias perduraron en el tiempo.

Al momento de dar una definición más técnica, correspondería indicar que, según los autores, las revoluciones sociales violentas desencadenan una secuencia de reacción que moldea la trayectoria del propio régimen a largo plazo.

 “A pesar de la debilidad inicial de muchos gobiernos revolucionarios, unas élites revolucionarias en un principio movidas por la ideología fomentan iniciativas radicales que ponen en jaque los intereses internacionales y domésticos, con el resultado de la guerra civil (Angola, México, Mozambique, Nicaragua o Rusia), una guerra externa (Afganistán, Camboya, China, Eritrea, Irán o Vietnam) o amenazas militares a su propia existencia (Albania o Cuba). Dicho conflicto a veces resulta en un colapso prematuro del régimen. Sin embargo, cuando sobreviven los regímenes, el conflicto contrarrevolucionario lleva al desarrollo de una élite cohesionada, un Ejército fuerte y leal y la destrucción de centros de poder alternativo. Debido a que los cismas entre las élites, los golpes y las protestas de masas son tres de las principales causas del colapso autoritario, la revolución y sus secuelas vacunan con efectividad a los regímenes contras estas causas de muerte”.

Una élite cohesionada y con incentivos, un aparato coercitivo desarrollado y fiel al régimen, sumado a la destrucción de los adversarios políticos y de los espacios de poder alternativos propios de la sociedad civil, serían, así, los tres pilares sobre los cuales se edificaría la perdurabilidad de estas revoluciones sociales violentas.

Esta perspectiva, a su vez, se distancia de los distintos tipos de explicaciones que la Ciencia Política ha intentado en las últimas décadas, esto es, la de las condiciones precedentes a la revolución como factor determinante; las tesis institucionalistas que, por ejemplo, indicaban que en las características de instituciones como las creadas en los regímenes comunistas habría una clave, o aquellas sociocéntricas que afirman que estos modelos perduran porque son efectivos en lo que hoy llamaríamos “la batalla cultural” y porque una porción importante de la población se beneficia de ellos.

Pero hay otro aspecto que para los autores es digno de tomar en cuenta y que surge ante una pregunta más que interesante: ¿existe algún elemento capaz de explicar por qué algunas revoluciones sociales se moderan y otras se radicalizan? La pregunta es central además porque, cuando se toma el poder, en general, la situación es de debilidad total: sin Estado, sin partido y sin ejército propio. Y, sin embargo, en esas circunstancias, algunos deciden generar amplios consensos a través de la moderación y otros van por la vía contraria, la cual, a su vez, como expone el estudio, ha demostrado ser más efectiva para sostenerse en el poder.

Allí los autores mencionan a la ideología como factor clave, incluso por encima del eventual apoyo extranjero (que puede ser relevante, claro) o determinados contextos históricos como el de la Guerra Fría. Pero cuando Levitsky y Way hablan de ideología no se refieren a una en particular, como podría ser la comunista dado que la mayoría de los casos estudiados han sido revoluciones de ese color, sino al hecho de compartir un conjunto robusto de ideas capaz de cohesionar y ayudar a la toma de decisiones en los momentos críticos.  

Pasando en limpio, los autores consideran que el libro hace aportes conceptuales en varios sentidos: por un lado, el énfasis en el rol de la ideología cómo factor determinante al origen de la acción revolucionaria barre con aquellas teorías que presentan a los autócratas como meros agentes racionales que solo buscan la maximización del poder; por otro lado, contra los institucionalistas, Levitsky y Way creen que la cohesión de las élites para el sostenimiento de los regímenes se apoya más en amenazas existenciales que en su participación directa en las instituciones.

Asimismo, el énfasis que los autores ponen en la importancia de las relaciones cívico militares es central porque, partiendo del hecho de que prácticamente no ha habido levantamientos militares contra estos procesos sociales originalmente violentos, se sigue que la decisión de reemplazo de las fuerzas armadas y represivas del antiguo régimen por hombres y mujeres leales al gobierno revolucionario es una de las columnas vertebrales que explican la perdurabilidad.

Por último, el llamado que Levitsky y Way hacen a focalizar en el modelo de Estado, es otro elemento a tener en cuenta en la medida en que la mayoría de los partidos autoritarios resistentes del mundo están imbricados en Estados fuertes.

Dicho esto, y tomando en cuenta el fin de la Guerra Fría, alguien podría suponer que, aunque no desaparezcan totalmente, las posibilidades de este tipo de revoluciones sociales violentas estarán muy limitadas. Sin embargo, los autores no son tan optimistas puesto que mientras sigan existiendo ideologías radicales y Estados frágiles, la revolución social estará siempre allí latente. De hecho, auguran que el siglo XXI será testigo de nuevas revoluciones de este tipo. El único interrogante es si éstas serán capaces de perdurar en el tiempo como lo hicieron aquellas producidas a lo largo del siglo XX.

 

 

viernes, 20 de junio de 2025

Un “incendio” de 1000 años: el largo declive de la biblioteca de Alejandría (publicado el 6.6.25 en www.theobjective.com)

 

Todos sabemos que lo más parecido a esa biblioteca capaz de contener todos los libros del mundo fue la biblioteca de Alejandría. Sin embargo, son muchos los cabos sueltos que al día de hoy existen al momento de reconstruir su historia: ¿cuándo y quién la destruyó? ¿Fue Julio César? ¿Fueron los árabes por orden del califa Umar? El nuevo libro del historiador del mundo antiguo y filólogo italiano, Luciano Canfora, La biblioteca desaparecida, editado por Siruela, buscará responder estos interrogantes con una investigación que, a su vez, se inicia con dos preguntas provocadoras: ¿ha sido un incendio el que acabó con la biblioteca? Y, yendo un paso más allá: ¿existió verdaderamente la biblioteca?

A propósito de esta última cuestión, convengamos que la pregunta es tramposa pues es claro que la biblioteca existió. Sin embargo, también es cierto que ésta se encuentra lejos de cualquier representación que podamos hacernos tomando en cuenta las bibliotecas modernas.

Este punto es relevante porque permite confrontar con las fuentes que adjudican su desaparición al incendio provocado por Julio César.

De hecho, el relato de Canfora comienza con el viaje de Hecateo a Tebas para visitar el palacio de Ramsés II donde queda en evidencia que la biblioteca real de aquel palacio no era un edificio autónomo, sino una serie de estantes que contenían los rollos y que eran parte del mismo palacio.

A partir de esta evidencia, Canfora concluye que el palacio real de Alejandría tampoco tenía un edificio autónomo llamado “biblioteca” puesto que “El modelo persa de palacio real inaccesible (…) había pasado, por medio de Alejandro, a la monarquía helénica. También en Egipto la corte ptolemaica se sumaba al remoto modelo faraónico”.

La biblioteca de Alejandría, en tanto conjunto de estantes incluidos dentro del palacio real, entonces, fue un proyecto inaugurado por la dinastía helénica de Ptolomeo Sóter, algunas décadas después de la fundación de la ciudad realizada por Alejandro.

Con Demetrio, quien pertenecía a la escuela aristotélica, como encargado plenipotenciario, se buscó darle a la biblioteca el modelo del peripato que caracterizó a aquella escuela y se avanzó en el plan de incluir allí todos los libros de los pueblos de la Tierra, los cuales, se calculaba, alcanzarían unos 500.000 rollos.

En el momento de esplendor, por ejemplo, Demetrio adquirió los “libros de la ley judaica” para los cuales contrató a 72 traductores encargados de llevar aquellos textos al griego, como así también los textos iranios atribuidos a Zoroastro, con más de dos millones de versos.

“Los griegos no aprendieron las lenguas de sus nuevos súbditos, pero comprendieron que, para dominarlos, era necesario entenderlos, y para entenderlos era necesario recoger sus libros y traducirlos. Así nacieron las bibliotecas reales en las capitales helénicas; no solo como factores de prestigio, sino como instrumento de dominio. En esta obra sistemática de recopilación y traducción, los libros sagrados de los pueblos dominados tenían un puesto relevante: la religión era, para quien intentaba gobernarlos, la puerta de su alma”.

Con la hegemonía romana llega el episodio de Julio César que da lugar a un gran malentendido: mientras él se encontraba en el palacio real donde estaba la biblioteca, hay un intento de asesinarlo que luego deriva en una insurrección de esclavos y un ataque por mar contra el palacio. Sin embargo, su carácter inexpugnable, más el plan de César de incendiar las 60 naves ptolemaicas que estaban en el puerto, le permitió escapar hasta la isla de Faro. Con todo, el viento y la mala fortuna hicieron que el fuego se propagase hacia otras zonas de la ciudad alcanzando arsenales y almacenes donde había granos y libros. Si bien hay una discusión entre los historiadores, Canfora expone que esos rollos quemados (unos 40.000), o bien no pertenecían a la biblioteca o bien eran un regalo de la dinastía hacia algún ciudadano romano rico y ostentador. En cualquier caso, se trataría solo de una parte menor de los rollos de la biblioteca.

Descartado este episodio como el causante de la desaparición, restaría mencionar aquel que buena parte de la historiografía oficial señala. Se trata, claro está, del ocurrido a partir de la llegada de los árabes a Alejandría, allá por el 640 d. C., esto es, a casi 1000 años de la creación de la biblioteca.

Es allí donde el comentarista de Aristóteles, Juan Filopón, el infatigable, le pide a Amr, responsable de la conquista, que protegiera los libros de la biblioteca, pero éste, tras consultarlo con el califa Umar, recibe la siguiente contestación:

“En cuanto a los libros a los que has hecho referencia (…) [los de la biblioteca]: si su contenido está de acuerdo con el libro de Alá, podemos despreciarlos, puesto que, en tal caso, el libro de Alá es más que suficiente. Si, en cambio, contienen cualquier cosa disconforme respecto al libro de Alá, no hay ninguna necesidad de conservarlos. Procede y destrúyelos”.

Se dice que el proceso de destrucción de todo el material llevó seis meses y que solo se salvó un autor: Aristóteles. A propósito de él, Canfora narra algunas de las vicisitudes por las que tuvo que atravesar la obra del maestro, esto es: la decisión de Teofrasto de delegarle los libros de Aristóteles a Neleo, quien al no haber sido elegido maestro de la escuela peripatética se retira ofendido con los libros a su ciudad natal, Escepsis; el modo en el que éste engaña a los emisarios de la biblioteca de Alejandría que ofrecieron comprárselos cuando, gracias a una ambigüedad del lenguaje, afirma “estos son los libros de Aristóteles” para referirse a los libros que eran propiedad del estagirita y no los de su autoría; la decisión de los herederos de Neleo de enterrar los originales, arruinándolos, gracias a la humedad y a las polillas, la posterior venta a la biblioteca competidora, la de Pérgamo, y el destino posterior, aparentemente pasando a manos privadas, antes de perderse.

A propósito de Pérgamo, la biblioteca que surgió un siglo después de la de Alejandría, la rivalidad fue tal que dio lugar a turbas de estafadores que ofrecían rollos falsos o remendados que ambas bibliotecas aceptaban por el simple hecho de no favorecer a la otra.

La rivalidad escaló a tal punto que Egipto prohibió la exportación de papiro para perjudicar a Pérgamo, la cual se vio obligada a perfeccionar la técnica de origen oriental del tratamiento de las pieles para así crear el pergamino que luego acabaría imponiéndose.

Aunque Canfora entiende que, a lo largo de la historia, las grandes bibliotecas parecen estar condenadas a perecer en el fuego, lo cierto es que el ocaso de la biblioteca de Alejandría estaría vinculado, más bien, a un largo declive:

“Destrucciones, ruinas, saqueos, incendios, arruinaron, sobre todo, las grandes concentraciones de libros ubicados habitualmente en el centro del poder (…) Por ello aquello que ha perdurado no procede de los grandes centros sino de lugares marginales (los conventos) o de esporádicas copias privadas”.

Es más, para Canfora, independientemente de la intervención de Umar, (que habría sido sobre los “pocos” libros que quedaban, los cuales, a su vez, ni siquiera eran los originales de la época de Ptolomeo), hacia el final del siglo III d. C. ya se había dado el auténtico final de la biblioteca. Este habría sido durante el conflicto entre Zenobia y Aureliano, cuando Alejandría perdió el barrio donde tiempo atrás estaba la biblioteca y donde “ahora está el desierto”.

Dividido en dos mitades de 100 páginas, con una primera en la que el relato es casi detectivesco, y una segunda donde se discute con las fuentes, La biblioteca desaparecida es un texto que logra satisfacer tanto a neófitos como a especialistas y que brinda argumentos sólidos para desentrañar el destino de uno de los proyectos más ambiciosos de la civilización; destino cuyo final habría sido mucho menos épico de lo que se suponía, gracias a un largo languidecer de 1000 años en los que la destrucción, la ignorancia y la desidia ofrecieron una combinación fatal.

 

Hitler y Milei: la comparación incómoda (editorial del 14.6.25 en No estoy solo)

 

En la medida en que se ha instalado en cierto arco de los analistas la idea de un retorno del fascismo, la metáfora de la República de Weimar se ha transformado en un lugar común. Para quien no lo tenga del todo presente, hablamos del primer período democrático de Alemania vigente desde 1919 hasta 1933, momento en el cual se produce la deriva autoritaria de Hitler. Hablar de Weimar, entonces, supone advertir acerca de un estado de cosas previo al desastre por venir. Dicho esto, y dado que no son pocos los que incluyen a Milei dentro de un presunto giro fascista: ¿es la Argentina 2025 la República de Weimar? ¿Acaso lo fue la Argentina de Alberto Fernández como aquel desastre preparatorio para lo que vendría?

Apurando la respuesta, creo que ese planteo es errado desde el vamos, sobre todo porque, hasta ahora, no hay nada que muestre que el gobierno de Milei se parezca en algo al fascismo, salvo que alguien interprete que ser fascistas es hacer recortes presupuestarios, insultar periodistas, oponerse a políticas progresistas y estar involucrado con el episodio de una presunta criptoestafa que deberá aclarar en la justicia llegado el debido momento. Todo esto y mucho más pueden ser acciones que originen críticas con buenos fundamentos. Incluso, desde mi punto de vista, creo que hay claros rasgos populistas en Milei. Pero ahí no hay fascismo. No digamos boludeces que Mussolini se nos mea de risa.

Aun así, el episodio de Weimar puede ser útil para darnos algunas lecciones de la actualidad y para ello me serviré de El fracaso de la República de Weimar. Las horas fatídicas de una democracia (Taurus), el nuevo libro de Volker Ullrich, el periodista alemán graduado en Filosofía, Literatura e Historia que vuelve a deslumbrar con una obra de gran precisión.

Este libro me resultó particularmente interesante por una hipótesis que contradice buena parte de la mitología en torno a aquellos años. Me refiero a la afirmación de que la llegada de Hitler al poder era inexorable por una serie de razones que expondremos más adelante. Sin embargo, Ullrich demuestra otros destinos además de recordarnos que Hitler no llegó por los votos como se suele repetir. Más bien lo que hubo fue una serie de intrigas, errores, mezquindades, ambiciones y, sobre todo, una increíble cuota de azar, esto es, una serie de elementos que no siempre son tenidos en cuenta por aquellos que pretenden encontrar en la historia linealidades y necesidad.

Ahora bien, ¿por qué fracasó la República de Weimar? Los historiadores ofrecen distintos puntos de vista: están quienes dicen que la nueva Constitución que acababa con la monarquía no pudo sacarse de encima la rémora del Estado autoritario (en las élites económicas, en la burocracia estatal, en el ejército) o los que cargan las culpas sobre la humillación y la pesada carga económica que pesaba sobre los alemanes después del Tratado de Versalles, escenario propicio para la reacción de los ultranacionalistas.

Otras hacen énfasis en los defectos estructurales de la Constitución de Weimar que le daba al presidente prerrogativas extraordinarias (el famoso artículo 48), para disolver el parlamento y suspender las garantías y derechos ciudadanos, entre otras cosas, y no son pocos los que agregan la mezquindad y la miopía de los partidos y los sindicatos cuya intransigencia y división dejó la mesa servida a los sectores más radicalizados.

Ullrich indica que todo eso ha sido cierto pero que ni siquiera la unión de esos factores nos dirigirían a pensar en Hitler como el único desenlace posible. En el medio se perdieron decenas de oportunidades y el sendero de los hechos estuvo determinado por infinita cantidad de acciones.

Por ejemplo, a pesar de los grandes cambios sociales que los socialdemócratas incluyeron en 1918-19 (fin de la monarquía, libertad de expresión y de reunión, fin de la censura, sufragio universal para las mujeres, jornadas laborales de 8 horas, etc.) no se avanzó lo suficiente contra ciertas prerrogativas del antiguo régimen. Si no quisieron, si no pudieron, si no les dio el equilibrio de fuerzas, si era mejor la república posible a la verdadera, todo es especulación.

También se desaprovechó la oportunidad de sacar del medio a Hitler cuando, repelida su intentona golpista en 1923, se permitió que la justicia apenas lo condenara a cinco años de prisión y que se le diera libertad condicional a los pocos meses de estar preso.

Asimismo, si los comunistas hubieran superado sus diferencias, el monárquico Paul von Hindenburg jamás hubiera llegado a presidente como lo hizo en 1925. Se trató de un punto de inflexión porque el viejo Mariscal de campo del Imperio Alemán, aun cuando fue mucho más respetuoso de la Constitución de lo que se esperaba y se negaba a entregar el cargo de Canciller a Hitler, estuvo lejos de ser un republicano y no dudó en hacer uso de la potestad que le otorgaba la Constitución para suspender las garantías y disolver el Parlamento según las necesidades políticas.

A propósito de Hindenburg, Ullrich recoge una frase de Theodor Lessing, el filósofo de la cultura, con la que se puede graficar tantísimos líderes y momentos de la historia argentina:

“Según Platón, los filósofos deberían ser los líderes del pueblo. No sería precisamente un filósofo el que estaría subiendo al trono con Hindenburg. Más bien sería solo un símbolo representativo, un signo de interrogación, un cero. Uno podría decir: ‘mejor un cero que un Nerón’. La historia muestra, por desgracia, que siempre detrás de un cero se oculta un Nerón”.

Volviendo a la cuestión de las oportunidades, fue la ruptura de la coalición entre el centro y los socialdemócratas en 1930 lo que abrió la última puerta y allanó el camino a lo que sucedería tres años más tarde cuando, tras conspiraciones e intrigas palaciegas, el exCanciller Franz Von Papen, sediento de venganza por haber sido desplazado, acuerda con Hitler formar parte de su gobierno y convence a Hindenburg para que designe al Führer nuevo Canciller. Este punto es a tener en cuenta porque, si bien es cierto que Hitler fue el más votado, sus votos nunca se acercaron ni por asomo al 50% más 1 necesario para formar gobierno sin depender de coaliciones. De hecho, ni siquiera siendo el más votado tuvo la aprobación de Von Hindenburg hasta que, como decíamos, al final logran convencerlo.

Por último, el episodio inflacionario por el que atravesó el gobierno socialdemócrata fue, para muchos, determinante. Ullrich menciona tres grandes personalidades de la época que así lo grafican: Stefan Zweig quien, en su autobiografía, El mundo de ayer, afirmaba que nada había vuelto al pueblo alemán un pueblo “tan amargado, tan lleno de odio, tan listo para Hitler como lo volvió la inflación”; Sebastian Haffner, que en su libro Historia de un alemán, indicaba que esa vivencia de un dinero que se evaporaba dejó a Alemania lista “no para el nazismo en particular, pero sí en general para cualquier aventura fantástica”, y Thomas Mann quien indicó: “Hay un camino recto que lleva del delirio de la inflación alemana al delirio del Tercer Reich”. 

Ullrich no está de acuerdo en esta mirada y un buen dato a su favor es que la inflación acabó siendo controlada casi 10 años antes de que Hitler llegara al poder, más allá de que es cierto que la crisis del 29 también afectó económicamente a Alemania y que ese escenario podría haber contribuido con el auge de la derecha.

En la Argentina, la respuesta en las urnas a inflaciones altas no fue el fascismo sino el apoyo a gobiernos que emplearan ajustes y la controlaran, tal como sucedió con Menem y ahora con Milei. Sin llegar a concluir que la inflación crea monstruos, sí podría decirse que, al menos, hace a la sociedad más permisiva al momento de aceptar políticas de shocks porque nada se asemeja al dinero perdiendo valor día tras día.

En síntesis, mientras no exista un giro autoritario de Milei, y nada hace pensar que ese sea el camino, el caso de la República de Weimar, al menos tal como lo expresa Ullrich, puede ser útil ya no como advertencia de la llegada del monstruo sino para poner sobre la mesa la responsabilidad de los distintos actores que lograron que Milei llegue al poder y el modo en que las acciones de éstos podrían haber cambiado la historia. Esa es una comparación mucho más incómoda que la torpemente falsa entre Hitler y Milei.

Naturalmente es una tontería equiparar las intrigas palaciegas de Von Papen, operando a Von Hindenburg, con las internas a cielo abierto que paralizaron el gobierno del Frente de Todos, pero sí es cierto que Milei llega por una, casi imposible de rastrear, cadena de errores, mezquindades y cálculos políticos de sus adversarios. Sin enumerar en detalle y para no irnos hasta el 2001 o retroceder para comprender qué originó ese estallido, podríamos remontarnos a la crisis de 2008 donde se genera un parteaguas en la sociedad para luego mencionar a Moyano, a Massa, al boicot del propio gobierno a su candidato, Scioli, a candidatear a Aníbal Fernández en la provincia, al desastre económico de Macri a partir de abril de 2018, a la ya mencionada parálisis del gobierno que lo reemplazara entre la intransigencia de unos y la pusilanimidad de otros, y a la autodestrucción de Juntos por el Cambio. Cada caso merecería una explicación y he pasado por alto infinidad de situaciones, pero me he centrado en lo que podría considerarse “errores no forzados” para no incluir el modo en que los adversarios políticos jugaron su propio partido (especialmente durante el gobierno de CFK).

Teniendo la suerte de que Milei no sea Hitler, ahora falta que nuestros dirigentes sean lo suficientemente inteligentes, generosos y responsables para no cometer los errores que, en distintos momentos de la historia, abrieron la puerta a lo desconocido.

 

 

 

¿Y si con Cristina ya ni alcanza ni se puede? (editorial del 7.6.25 en No estoy solo)

 

Finalmente se confirmó que CFK será candidata por la tercera sección de la provincia de Buenos Aires en las elecciones de septiembre. Quien fuera presidente, vice, diputada y senadora nacional, entre otros cargos, da un paso que apenas unos meses atrás hubiera sido impensado.

La confirmación llegó en un reportaje televisivo evidentemente pensado para el anuncio y donde a lo largo de más de una hora el periodista no intervino con preguntas sino con una sucesión de comentarios indignados contra el gobierno. Una pena pues había mucho que preguntar especialmente después de un discurso como el del último 25 de mayo en el que se había visto una CFK sustantiva con algunas definiciones relevantes.

A la objeción más obvia, muy bien reflejada en la anécdota de Carlos Menem, aquella en la que afirma que quien llegó a papa no puede luego pretender ser monaguillo, CFK respondió rápido con el manual del militante político que entiende que, según las circunstancias, éste debe ubicarse en el lugar más conveniente para el movimiento. Una salida elegante que, sin embargo, esconde otras razones de fondo que, naturalmente, deben leerse como parte de la interna por el liderazgo del espacio. En este sentido, si la elección en CABA fue una interna abierta, una PASO de facto, entre la derecha y la derecha más radical, la elección de la provincia hará lo propio con el espacio de centro izquierda. Lamentablemente, como indicó la propia CFK el 25 de mayo, ni siquiera se trata de una disputa de ideas sino un asunto del ego (que no es solo el ego del propio gobernador sino, claro está, el de ella también).

La decisión puede pretender, además, un efecto claramente disciplinador porque, seamos claros una vez más, sin desdoblamiento de las elecciones provinciales, no había CFK candidata a la tercera sección. Las excusas de una u otra facción para justificar la decisión de desdoblar o ir juntas son atendibles, pero no representan las verdaderas motivaciones. En otras palabras, detrás del “desdoblamos para provincializar y que se evalúe la gestión del gobernador” debería leerse “desdoblamos porque no vamos a ser un títere de las decisiones de CFK y que nos digan Axel ‘presidenta’ como le decían a Alberto”; y detrás del “hay que unificar porque el verdadero adversario es Milei” debería leerse “no vamos a aceptar que el gobernador desplace a CFK y pretenda ser el conductor del espacio”.

La pulseada por desdoblar o no, la ganó el gobernador, sin embargo, un inesperado as estaba en la manga de CFK, una jugada en la que triunfará sea cual sea el resultado y que automáticamente ensombrecerá la figura del gobernador. Efectivamente, si CFK gana, (algo posible y esperable no solo porque ella mide bien allí sino porque uno arroja un ladrillo con el escudo del PJ y saca más de 40%), y ese triunfo le permite al peronismo ganar la provincia, el mérito se lo llevará ella; si ella gana, pero el peronismo pierde la provincia, quedará en evidencia que ella es la dirigente de mayor peso y la conductora; y si ella perdiera (lo cual llevaría a que el peronismo pierda la provincia), la culpa se le echará a la estrategia del desdoblamiento impulsada por Kicillof. Jaque mate.

Pero la pesadilla del gobernador podría recién iniciarse si CFK asume un oficialismo opositor desde la legislatura bonaerense (igual al que ejerció durante el gobierno de Alberto a nivel nacional) y le traba la administración a Kicillof, quien no puede reelegir y, al día de hoy, es el principal candidato a enfrentar a Milei en 2027.

Es más, aun cuando suene demasiado especulativo e incluso cuando existen posibilidades claras de que el Poder Judicial le impida candidatearse a cargos públicos después de esta elección, la estrategia de CFK de “bajar” a la provincia podría leerse desde la perspectiva de quien observa que, dado que en 2027 habría posibilidades ciertas de reelección del gobierno nacional, de lo que se trata es de retener la administración de la provincia, si no con ella como gobernadora, con alguien ungido por su dedo.

Aunque se trata de una estrategia de repliegue y CFK se candidatea para retener espacios cada vez más pequeños (solo le va a faltar ir como concejal en La Matanza), lo cierto es que si la estrategia mencionada funciona, el cristinismo (con una eventual Cristina proscrita por la justicia) haría pie en la provincia más importante sin adversarios internos como los tiene ahora porque, esto lo sabemos, hoy por hoy el kicillofismo no es ni un movimiento, ni un espacio, ni un ideario, sino apenas una administración que caduca en 2027.

Esto en lo que respecta al plano electoral. En cuanto a lo conceptual, el asunto es mucho más complejo porque, vale la pena repetir lo que alguna vez comentamos aquí, el problema de la oposición hoy no es electoral sino de programa, los mismos que ya existían en 2019 donde el choque de la calesita de un gobierno inepto como el de Macri le regaló el retorno a la versión remendada del kirchnerismo que quizás haya vuelto mujer, pero seguro que no volvió mejor.

Con Kicillof prometiendo canciones nuevas de un álbum que todavía no ha compuesto ni tiene donde grabarse, y ningún otro dirigente, al menos por ahora, con la potencia para recoger el guante (ojalá Massa sea candidato en la primera sección así al menos recupera el don del habla), la oposición, no solo en lo electoral, sino también desde lo conceptual, sigue dependiendo de CFK.

Y allí se plantean dudas, primero por la falta de autocrítica respecto a lo ocurrido entre 2019 y 2023. Y no me refiero a la decisión de llevar a Alberto Fernández como candidato. Caer sobre eso es injusto porque fue solo Guillermo Moreno el que advirtió del error con el diario del viernes. Luego, en el mejor de los casos, algunos lo vieron con el diario del lunes y otros con el diario del lunes de cuatro años después. Pero falta algún comentario crítico de qué hizo el kirchnerismo entre 2019 y 2023 además de algún diagnóstico de qué se hizo mal para perder una elección en 2015 después de varios años de una gestión que terminó con problemas pero cuyo resultado final, para las grandes mayorías, fue satisfactorio. La influencia de Clarín, el poder económico, Nisman, la opereta con La Morsa, los buitres…todo eso ya lo sabemos. Lo que nos falta es hablar de los errores no forzados. Las trampas del adversario ya las conocemos.

Pero incluso sin pedir tanto y sin ir tan lejos, al menos retomando algunas de las líneas del discurso del 25 de mayo, allí hay algo al menos para abrir una mesa de discusión: un “Estado eficiente” que reemplace al “Estado presente” que se parece más bien a un Estado bobo que dice “presente” pero que te da turnos de atención médica a los 3 meses y le ofrece dos días de clases a los pibes porque los docentes están de paro y el suplente del suplente del suplente del suplente del suplente del suplente pidió licencia por dolor de cabeza, es un buen punto de partida.

También podría serlo cuando habló del hecho de que un eventual fracaso de Milei no necesariamente derivará en un regreso de los votantes al peronismo o cuando se refirió a avanzar en una discusión seria acerca de una actualización del régimen laboral para un mercado de trabajo que no es ni siquiera el de hace 10 años.

Ahí hay algo por lo menos para discutir, para trazar algún sendero y ofrecer una perspectiva de futuro que va más allá del oposicionismo burdo y esa boludez de “este es un gobierno cruel”, como si 211% de inflación no hubiera sido una crueldad o como si las medidas de Milei fueran deseables en caso de que sea un poco menos malito.

¿Habrá posibilidad de darse esos debates, ya no de acá a septiembre, pero al menos de acá a 2027? A juzgar por la actitud de la militancia la respuesta es negativa. Cuando CFK daba su discurso, la militancia asentía, pero luego repiten la misma cantinela como si el asentir no tuviera que ver con el contenido sino con una actitud reverencial frente al líder el cual es interpretado como un mito viviente asociado a cierto ideario del cual no puede desprenderse diga lo que diga.

Si en CFK falta autocrítica, el mayor problema es que la falta de autocrítica es mayor en su propia militancia, aquella que entiende que es una traición poner en tela de juicio su conducción, pero no la escucha.

No hay que culparlos. Siempre es más fácil seguir a alguien que pensar por sí mismo. Pero eso tiene consecuencias. ¿Se acuerdan de eso que se decía allá en la previa al 2019? ¿Lo de “Con Cristina sola no alcanza, sin Cristina no se puede”? Resta saber si tanta cerrazón, tanto núcleo duro e incapacidad de delegación, confirmará que con Cristina no alcanza y que ahora con Cristina ya no se puede. O lo que es peor, que los continuos errores del kirchnerismo cumplan el sueño húmedo que muchos tuvieron durante años: que con Cristina no alcance y que solo se pueda sin Cristina.

 

miércoles, 4 de junio de 2025

Empanadagate y entrega sacrificial (editorial del 31.5.25 en No estoy solo)

 

Discutir acerca del precio de las empanadas es un tema excepcional para la dinámica mediática porque cualquier boludo puede opinar e indignarse: solo hace falta tener la experiencia de haber comprado alguna vez una docena.

Naturalmente, 48000 pesos no es el precio promedio. Probablemente sea alrededor de la mitad, al menos en la ciudad de Buenos Aires, lo cual no quita la cuestión de fondo a la que se refería Darín con razón: comer en la Argentina es carísimo. Y es caro no solo para el que, como Darín, puede pagar 48000 las empanadas de Mi gusto. Lo es para el que consume alimentos básicos. Se trata de un dato. El gobierno podrá buscar un sinfín de explicaciones y justificaciones, pero entren por donde entren, comer en la Argentina es caro.

Dicho esto, creo que hay una conexión entre el empanadagate y el desdén de la ciudadanía frente a la política, el cual se expresa, no solo en la desmovilización, la apatía y la resignación, sino en la más concreta cantidad de ausentismo electoral que, si bien puede variar de elección en elección, parece una tendencia de profundización lenta pero inexorable.

Volvamos al caso Darín: los esbirros de La Nación Más, antes de tratar de instalar que el intento de asesinato a CFK fue un autoatentado, le dedicaron días enteros al tema, fueron a comprar empanadas más baratas, hicieron caricaturas horrendas de Darín con IA, etc. Sí, ellos, que junto a Darín son de los pocos que pueden comprar las empanadas a 48000. Sumemos a esto el ejército de Trolls y la respuesta del propio ministro de Economía.

Hay algo cierto en esto de “si sos figura pública, bancate la pelusa” porque así es el juego democrático. Darín hizo una crítica al gobierno y el gobierno le contesta. A bancarla. Sin embargo, claro, la respuesta parece desproporcionada y, en el fondo, persigue o, al menos, genera, de facto, una propensión a la autocensura.

Con todo, seamos buenos con nosotros mismos, a propósito de Darín, esto también ocurrió, por ejemplo, en 2013 cuando el actor se manifestó criticando el crecimiento patrimonial de los Kirchner y llamando a una reconciliación de los argentinos. En aquel momento, fue la propia presidente la que le respondió en una carta pública donde le manifestó admiración por su labor actoral para luego defenderse y decirle que cuando pide “reconciliación” está usando el mismo término que utilizan ciertos sectores castrenses, recordarle el episodio de sus días detenido allá por el año 91 por la presunta compra de un auto con beneficios fiscales solo válidos para discapacitados, y exponer que había una distinta vara en el periodismo pues nunca habían llamado la atención por la declaración jurada de Scioli, su gobernador, su enemigo, su futuro candidato.

Si en las respuestas del gobierno de Milei y en la carta de CFK hay o no razón, es irrelevante. Incluso si la hubiera, parece desproporcionada la respuesta.

Lejos de pretender decir que “todo es lo mismo”, sí es cierto que el gobierno de Milei parece estar repitiendo un error de aquel gobierno de Cristina. En su triunfo está dejando muchos heridos en la zanja. Y mientras se gana, los quejidos de los heridos son tapados por el ensordecedor ruido del gobierno que avanza, pero cuando la locomotora se va deteniendo, esos quejidos se empiezan a hacer notar y hasta pueden organizarse para hacer daño.

A propósito, permítanme una anécdota personal: por motivos profesionales, allá por 2012 y 2013, me tocó brindar algunos cursos sobre temas de constitucionalismo, (desde Alberdi y la Constitución del 49 hasta el neoconstitucionalismo latinoamericano), a referentes sub35 de distintas agrupaciones peronistas de todo el país, más precisamente dos representantes por cada uno de los 24 distritos.

Menciono el año porque CFK venía de arrasar con el 54% y se pensaba que habría kirchnerismo por décadas. Sin embargo, en la conversación en off y en on que tuve con los alumnos, prácticamente todos manifestaron algo que mi porteñocentrismo no me dejaba ver: había mucha molestia en las bases por un fenómeno que me resultaba desconocido: como política de ampliación de La Cámpora por todo el país, jóvenes dirigentes de la agrupación se desplazaban hasta ciudades o pequeños pueblos y fijaban residencia allí para cumplir con los requisitos formales y luego liderar, por decisión de la cúpula, las listas. Como consecuencia de ello, los militantes locales eran desplazados y, en el mejor de los casos, obligados a acompañar desde posiciones menores. El nivel de queja era tal que recuerdo haber pensado: “cuando la espuma baje, toda esta gente va a ir a cobrarle al gobierno nacional este destrato, y lo hará con buenos fundamentos”. Los resultados están a la vista: desde el 2013, el kirchnerismo se viene descomponiendo, tanto en sus apoyos como en lo conceptual, en una tendencia que también parece inexorable y que hasta podría refugiarlo ya directamente en la tercera sección de la provincia gracias a la única dirigente que lo mantiene en pie.

Milei está en la cresta de la ola, especialmente si se confirman los buenos resultados que se auguran en las elecciones que vienen, pero su forma de negociación está dejando muchos heridos que aguardarán su oportunidad para pasar por ventanilla a cobrar.

Pero hay algo más importante que eso, lo cual nos lleva de nuevo al caso Darín: el ejercicio sacrificial de entrega total que el mileísmo exige, similar al que exigía el kirchnerismo. Esa dinámica genera soldados potentes, las famosas minorías intensas, pero a mediano plazo acaba expulsando más de lo que atrae. Si la mínima disidencia merece disciplinamiento, cancelación y acusación, sea desde la perspectiva de los dirigentes, sea desde la perspectiva del ciudadano común que opina desde una red social o en una reunión con amigos, el resultado es el mismo: la gente se corre.

Porque, hay que aceptarlo: la mayoría de la ciudadanía no está sobreideologizada ni pretende inmolarse por ninguna causa, sea la de la patria grande, sea la del aceleracionismo de mercado. Piensa en su familia, en su vida diaria, sus proyectos, una inversión, un laburo estable y sueña con que todas esas circunstancias no dependan del gobierno de turno. No pide demasiado y aquel gobierno que se lo pueda dar, seguramente será un gobierno que recibirá un fuerte apoyo. Es más, Milei no lo entiende, pero su gobierno tiene buenos datos de aprobación porque haber aquietado la inflación le ha devuelto al ciudadano medio no sobreideologizado una mínima posibilidad de proyección, aun cuando el sueldo no le alcance. Pero esa estabilidad de la moneda (que sea real o no, que se pueda sostener o no, es otro asunto), permite una rutina, una vida con algo menos de zozobra.

El kirchnerismo también se confundió en ese sentido: pensó que tenía la batalla cultural ganada, que más de la mitad de la Argentina estaba comprometida con la patria grande, pensando en el otro y creando un medio de comunicación para denunciar a Clarín. Y no: ese era el microclima de unos pocos. La gente apoyó al kirchnerismo porque le iba bien. No todo era economía y muchos abrazaron un proyecto que excedía el bienestar económico pero la gran mayoría votó a CFK porque le ofrecía un futuro y oportunidades, no unos tipos bailando la canción anticapitalista del millonario de Calle 13 que no pronuncia bien la R.

Cuando el modelo K empezó a mostrar fisuras, las amonestaciones de CFK al que comprara dólares, la presunción de que cualquiera que se opusiera tendría que explicar qué hizo en la dictadura, y el hecho de que cualquier noticia incómoda que vos creyeras te convirtiera en un tarado manipulado por Clarín, empezó a horadar a un sector de los votantes a los cuales el kirchnerismo le exigía mucho. Y si Milei no cambia le va a pasar lo mismo: la estabilidad y el dólar barato se van a agradecer, pero los heridos en la zanja y los ciudadanos de a pie que no pueden manifestar alguna disidencia so pena de ser señalados y maltratados, se van a hartar y van a votar otras opciones o, lo que es peor, ni van a ir a votar.

Está en la naturaleza de Milei su alta intensidad, sus exabruptos, su todo o nada y eso es lo que lo llevó a triunfar. Pero lo mayoría de la ciudadanía que hoy sostiene su administración, le valora su logro de “baja intensidad”, aquella quietud de la economía que le devolvió alguna mínima posibilidad de proyectar y de enfocarse en las cosas que la mayoría de la gente valora.

En comprender esa paradoja y en saber cómo equilibrar lo que es útil electoralmente con lo que es necesario para recibir el apoyo a su administración, estará una de las claves de su continuidad al mando del gobierno en los próximos años.

 

Los viejos meados del frente antifascista (editorial del 24.5.25 en No estoy solo)

 

Al carajo Ficha Limpia y todo el sermón republicano de la derecha de gesto adusto e institucional que se parece cada vez más a una caricatura con la cara de Cristina Pérez y la voz indignada de Gustavo Silvestre: la denuncia de un acuerdo entre mileísmo y kirchnerismo no movió el amperímetro. El gobierno cobra en las urnas la estabilidad y el dólar barato porque todavía está cerca el desastre heredado. ¿211% de inflación dejaste y me venís a hablar de economía y de fascismo?

2027 será otra cosa porque los electorados no pagan dos veces por el mismo producto. Pero eso es el futuro y en la Argentina el futuro siempre queda muy lejos.  

Hablando de lo que viene, llegó la IA para crear un video falso en el que Macri anunciaba la baja de la candidatura de Lospennato. En realidad, solo confirmaba lo que los propios protagonistas habían compartido en público como una de las posibilidades tras el fracaso de la votación en el Senado que nos dejó uno de los momentos memorables de la TV política con una Lospennato que pasó de la euforia a la furia y nos ofreció mohines y primeros planos de viaje lisérgico además de un final triste a lo Sandrini.

Suponer que el video tenía una pretensión de manipulación, es no entender cómo funciona el mileísmo. Su objetivo era la provocación y hasta la mofa antes que un intento de engaño. Es una línea de continuidad con una interpretación antiinstitucionalista y poco solemne. Hay algo de tecnoplebeyismo y estudiantina que si no se lo entiende y se lo acepta, genera automáticamente falta de retención urinaria.

Por ello llevar a la justicia la denuncia del video no puede tener ninguna relevancia electoral ni política. Es solo alimento para el mileísmo que juega al fleje de un sistema que viene demostrando que no cura, no da de comer ni educa. ¿Por qué defender la democracia si no te da eso? Pregunten a los chinos si les preocupa más el sistema de gobierno o ser parte de los 500 millones de tipos que han salido de la pobreza y el atraso. Es preocupante, pero una democracia republicana con una población cada vez más empobrecida, va a ser siempre inestable.

Ahora bien, esta crisis, claro, no viene sola, porque a la ineficacia del sistema, cuya responsabilidad es de la burocracia que lo compuso y lo compone, se le agrega la hipocresía: la patria es el otro pero no tenés laburo, te afanan, la salud empeora, los pibes no saben leer y el cargo se lo lleva el que te dice que la patria es el otro; no hay que votar a la derecha pero el progresismo te emputece la vida, descontrola la economía hasta fundirte y te obliga a aceptar su hagiografía de víctimas esenciales so pena de tu destrucción civil.

Y no se trata solo de la política: en la Argentina los jueces no pagan ganancias porque se les canta las pelotas y luego son los encargados de determinar lo que es justo; los dueños de los medios de comunicación, que son los guardianes morales de Occidente y la República, denuncian al presidente por sus malos tratos contra el periodismo, pero pagan 50 lucas mensuales, con seis meses de retraso, por columnas semanales “que nadie lee”. Y sí, también negrean los medios progres que vos leés porque hay motosierras buenas y motosierras malas.

Se habla de un Frente Antifascista. ¿Habrá un lugar en la burbuja para tanta gente equivocada? ¿De qué fascismo están hablando? ¿Llaman fascismo a los exabruptos de Milei? No existe un 56% de fascistas en la Argentina, pero si siguen llamando “Fascista” a todo, van a superar ese número.

Incluso podría decirse que lo mejor que le puede pasar al Frente Antifascista es perder pues de lo contrario, tendrá que gobernar y demostrará ser tan inepto como el gobierno de Alberto Fernández. Es mejor ser víctima. Quédense ahí. Son tiempos de quejas. No de revoluciones. Es hora de cambiar el pañal de nuevo.

Se analizan los números finos de la elección CABA y sale a la luz el ausentismo, más allá de que habría que poner allí un asterisco y aclarar que el número está sobredimensionado porque se ha incluido a casi 500.000 extranjeros en el padrón, los cuales van a ejercer su derecho en baja proporción (por cierto, vaya paradoja, el kirchnerismo impulsó el voto desde los 16 y los pibes votan a Milei; el kirchnerismo impulsa el voto de los extranjeros y los venezolanos están a la derecha de Milei).

Hecha la aclaración, volvemos a preguntar como lo hicimos algunos meses atrás: ¿estamos seguros que el posmileísmo será mejor? Ya sabemos qué ocurrirá si a Milei le va bien. ¿Sabemos qué ocurrirá si a Milei le va mal?

La prensa y la militancia progre está culposa y tiene que confirmar que a Milei no lo votan los pobres; tiene que hacer de Milei el reemplazo exacto de Macri, el hombre de los poderosos y las Mabeles Cocker. No se bancan ser la clase media sobreideologizada que está lejos de comprender lo que pasa “allá abajo”. Necesitan ser el espejo de los pobres a los que llaman negros de mierda cuando les roban el celular, pero a los que definen como “personas en situación de…” al momento de escribir el paper y armar la política pública. El progre, que es joven, aunque cada vez lo es menos, va en busca de un nuevo pañal también.

“Pero Milei triplicó en Recoleta y solo aumentó un 50% en los barrios pobres”. Sí, ¿y qué? El voto de Milei es transversal lo cual significa que también representa bien un sector de las clases populares harta de la romantización y la intermediación con la que el peronismo ha hecho política. Eso puede cambiar dependiendo del bolsillo, pero fue claro en 2023 y sigue siendo claro hoy. Otro tema es lo que sucede en relación con las grandes estructuras del poder real. Para ellos sí Milei es el vehículo de su rabia antiperonista y es de prever que cuando Milei haya hecho el trabajo sucio, le suelten la mano haciendo que el poder judicial, que siempre es tiempista, vaya por todos los desastres en los que están dejando huellas ostensibles. Sí, la peruanización del sistema político argentino, incluye, además de fragmentación, la posibilidad de expresidentes presos o, al menos, vetados por la Justicia.

Pero el modo mileísta de hacer política tiene mucho de peronista, de popular, de populista, mal que le pese al propio Milei. En eso es una respuesta a la ausencia de peronismo que caracterizó al gobierno anterior, sin liderazgo, refractario al ejercicio del poder, pobrista e inepto, y a ese republicanismo de bragueta baja y bolsillo vacío que representó Macri y que hoy suena pasado de moda.

Decirle a Macri que “está grande”, entonces, no habla de su decrepitud personal o del eventual final de su carrera política, sino de la crisis de las ideas que pretende representar a pesar de un pasado que no lo avala y que también pone en crisis al discurso de un sector del radicalismo y de la museística Coalición Cívica.

El discurso institucionalista está asociado a cierta solemnidad y hoy no son tiempos de solemnidad sino de subversión de los valores. El presidente en Twitter no asume su rol, promociona una estafa, putea gente y se representa como economista, esto es, un particular, sin referencia institucional. Ahí es un igual y por las reacciones que tiene parece creérselo. Ese espíritu antijerárquico, una vez más, plebeyo, es la novedad y lo representativo de estos nuevos tiempos.

Por supuesto, todo esto volará por el aire si la economía se descontrola demostrando que este plus de interpretación del espíritu de época se sostiene por la estabilidad macro. Mientras tanto, cualquier oposición que no entienda que a Milei se lo debe superar ofreciendo una alternativa que comprenda los nuevos valores de la sociedad, está condenada al fracaso.

Por ello, en lugar de un frente antifascista que, más que una necesidad de la realpolitik, desnuda una pasión por la literatura fantástica, quizás haga falta armar algo que no sea un rejunte solemne de ideas del siglo XX impulsada por viejos meados de todas las edades.

 

Edward Said: complejidad y contradicción de un intelectual palestino (publicado el 31.5.25 en www.theobjective.com)

 

Crítico, intelectual y activista palestino-estadounidense considerado uno de los pensadores más influyentes del último medio siglo; poeta, académico y polemista cuyos libros se pueden leer en 30 idiomas; dueño de una orquesta en Weimar, negociador por los derechos de Palestina en el Departamento de Estado estadounidense y, como si fuera poco, actor ocasional en películas donde se interpretaba a sí mismo. Todo esto era Edward Said, quien, además, es señalado como el principal impulsor de lo que se conoce como “estudios poscoloniales” en las universidades estadounidenses y a quien se acusa de haber propagado la perspectiva crítica contra el sionismo que tanta tensión viene generando en las principales casas de estudio de aquel país y del mundo.

Nacido en Jerusalén en 1935, Said se crio principalmente en el Cairo tras ser desplazado de su patria junto a su familia durante el mandato británico. Llegó a Estados Unidos en 1951, hizo estudios universitarios en Princeton y luego pasó por Harvard para hacer el doctorado que le permitiría ingresar en 1963 al claustro de Literatura Inglesa en la Universidad de Columbia.

Se ha escrito mucho acerca de Said, pero la razón para volver a él más de 20 años después de su muerte no es solamente la vigencia de sus posicionamientos y sus polémicas. En este caso, la excusa es una biografía, publicada en español por Debate, Lugares del pensamiento. La vida de Edward Said, de Timothy Brennan, cuyo objetivo es superar aquellos textos que suelen centrarse estrictamente en los escritos de Said sobre Palestina para observar las distintas dimensiones del personaje, desde su hipocondría y la relación con su madre, hasta su vínculo con sus colegas, la música, la literatura y los medios de comunicación.

Según Brennan, “con Said, los palestinos tenían a su portavoz urbano que sondeaba las locuras de la metrópolis; los partidarios de Israel encontraron a su maligno charlatán y terrorista; los estudiosos de Oriente veían en el retrovisor a un enemigo bien armado; en las universidades, una diáspora no blanca le dio las gracias por abrir el camino de su surgimiento multicultural; y los izquierdistas de la universidad se preguntaban cómo alguien con opiniones como las suyas era tan recompensado por los poderosos. En otras palabras, era fácil convertir a Said en una serie de pancartas sin profundidad ni matices”.

Partiendo de esa base es que el libro intenta mostrar los pliegues de una figura complejísima que mezclaba debilidad con petulancia y dependencia afectiva con activismo radical; un intelectual amigo de la polémica en medios masivos y, al mismo tiempo, defensor de mantener a la política fuera de las aulas de la universidad.

De hecho, es gracias a estas tensiones que se puede entender cómo en el marco de las protestas antibelicistas del 68 y el 69 cuyo núcleo apoyaba, Said se diferenció criticando esa especie de autiautoritarismo infantil de los estudiantes que no entendía que el rol de la universidad es impulsar el espíritu crítico, pero no la abolición de las leyes.

Algo similar le ocurrió en ese mismo espacio con la deriva de los estudios poscoloniales: por un lado, como se indicara, fue él quien impulsó programas de investigación y departamentos especializados que le abrieron la puerta en instituciones de élite a académicos de Oriente Próximo, al tiempo que instó a las editoriales a tomar en cuenta la literatura árabe; y fue gracias a él también que categorías como hibridez, eurocentrismo o diferencia, salieron de los claustros para formar parte de la cultura y las instituciones de gobierno; sin embargo, por otro lado, rápidamente se distanció de esos mismos poscolonialistas porque viraron hacia una suerte de aversión generalizada contra Occidente y la Modernidad creando un club cuya membresía se restringía a aquellos grupos raciales, étnicos o nacionales oprimidos por el imperialismo.

Se trataba exactamente de lo contrario a lo que Said pregonaba en el libro que lo lanzó a la fama, Orientalismo, aquel donde exponía el modo en que el Oriente no había sido más que una proyección fantástica de los orientalistas europeos sobre los árabes y el islam, al tiempo que denunciaba la idea de que las identidades fueran estáticas o esenciales.

Con todo, claro está, lo que marcó la vida pública de Said, para muchos, lo más parecido a una suerte de Sartre suelto por Estados Unidos, fue su activismo y su posicionamiento sobre Palestina.

En este sentido, a su rol impulsando la crítica al sionismo en las universidades, Said le agregó ser el máximo portavoz de la causa palestina a tal punto que, durante la época de Carter, por ejemplo, gracias a la cercanía que Said tenía con Yasser Arafat, se le pide que intervenga y convenza a la OLP para que reconociera formalmente a Israel. A cambio, Carter se comprometía a fomentar la solución de los dos Estados y que los territorios ocupados por Israel desde 1967 sean territorio nacional del Estado palestino. Sin embargo, Said, como ocurriría de ahí en más, no fue oído.

A propósito, la relación con Arafat se corta abruptamente tras los llamados Acuerdos de Oslo de septiembre de 1993, los cuales Said denunció con sarcasmo y agresividad.

“En opinión de los dirigentes palestinos, el principal logro de los Acuerdos de Oslo fue la creación de la Autoridad Palestina, con un autogobierno limitado en Cisjordania y Gaza. Pero no había unanimidad sobre el estatus de Jerusalén, los asentamientos ilegales, el derecho al retorno de los palestinos o el reconocimiento de Palestina como Estado soberano. (…) Said asumió la solitaria tarea de demostrar que era una traición”.

La polémica fue tal que Said quedó en medio del fuego cruzado y fue atacado por los pro israelíes, pero también por los defensores de Arafat. La decepción fue importante al punto que decidió enfocarse en la música y, gracias a conocer a Daniel Barenboim, comenzaría a diagramar lo que, junto a éste y a Yo-Yo Ma, sería la increíble experiencia de la West-Eastern Divan Orchestra, capaz de unir a 78 músicos árabes e israelíes de entre 18 y 25 años.

Sin embargo, un último escándalo le aguardaba en el año 2000: tras haber visitado la prisión de Khiam le sugirieron ir a la frontera con Israel, más precisamente a la Puerta de Fátima, y lanzar simbólicamente una piedra en dirección a una valla que se encontraba a cierta distancia de una torre de vigilancia aparentemente desocupada. El lanzamiento apenas llegó a la valla, pero alguien sacó la foto y Said creyó que no le traería inconveniente alguno hasta que al otro día vio esa imagen reproducida por decenas de medios del mundo, muchos de los cuales lo acusaban directamente de fanático antisemita.

Said muere de leucemia en 2003 y pide no ser enterrado en Palestina ante la posibilidad cierta de que le profanen la tumba. Finalmente lo sepultan en un cementerio cuáquero de una empinada colina de Brummana, Líbano, país con el cual había creado una conexión especial.

Sin dudas, si de describir la vida de Said se trata, nada mejor que el fragmento del propio autor que, no casualmente, Brennan utiliza como epígrafe al inicio del libro y reza: “…no como armonía y resolución, sino como intransigencia, dificultad y contradicción no resuelta”.

 

Judith Butler: enfrentar el odio sin la censura estatal (publicado el 26.5.25 en www.theobjective.com)

 

Desde que la discusión pública ha comenzado a girar en torno a la agenda de las minorías, uno de los grandes temas en debate ha sido el de los denominados “discursos de odio”. La definición más o menos estándar entiende por tales aquellos enunciados ofensivos que se profieren contra algún individuo o una comunidad por razones religiosas, de raza, género, elección sexual, etc., y deduce de allí que es necesaria la intervención estatal para regularlos.

Sin embargo, claro está, dado que el intento de regulación podría entrar en tensión con la libertad de expresión, indagar en las características propias de este tipo de enunciados y en las respuestas legales y políticas frente a ellos, se hace imperioso y es una buena razón para leer la primera edición en español de Palabras que hieren (Paidós), perteneciente a Judith Butler, probablemente una de las mayores referentes intelectuales de la temática y de lo que podría denominarse movimiento queer.

Este último dato viene al caso porque un lector desprevenido y prejuicioso podría frenar aquí mismo la lectura e inferir que estamos frente a una autora que, en línea con las políticas de los gobiernos progresistas del mundo y las universidades Woke, buscará justificar la censura contra este tipo de discursos elevando a la condición de víctimas esenciales y eternas a las minorías señaladas. Y no es el caso. Más bien debería decirse que, aun cuando la Judith Butler más académica, en algunas circunstancias, difiera de la Judith Butler más activista e incluso cuando esa diferencia, muchas veces, intente ser salvada de modos no siempre felices, lo cierto es que se le suele adjudicar a Butler cosas que Butler no sostiene.

“Cuando escribí este libro, quise señalar que las palabras por sí solas no tienen poder para herir, que los artistas y los músicos pueden y deben trabajar con las palabras más hirientes para demostrar su carácter hiriente, para mostrar ese dolor, para oponerse a él y para drenar el poder lesivo que contiene la expresión. Quería salvaguardar la ‘resignificación’ como práctica lingüística, una forma de performatividad que es política”.

Estas palabras, provenientes del prólogo que ella escribiera en 2020 revisando su propia obra, permiten una primera aproximación a una explicación que es compleja. Pero aun cuando, paso seguido, ella admita que, a la luz de los acontecimientos, su mirada en el año 97, fecha de la primera edición del libro, haya sido demasiado optimista, aquí se encuentra el eje de su propuesta: la respuesta frente a los discursos de odio no puede ser (solamente) legal. Debe ser, sobre todo, política. En otras palabras, puede ser que, ante casos muy evidentes, se deba admitir algún tipo de regulación, pero darle al Estado esa potestad es peligroso. De aquí que lo que se deba hacer frente a este tipo de discursos es apropiárselos para transformar el estado de cosas y subvertir el sentido estigmatizante que el emisor pretendió dar.

Nótese que esto va en contra de toda la literatura Woke de las universidades estadounidenses atestadas de victimismo, espacios seguros y las denominadas trigger warnings, esto es, advertencias sobre el contenido de un determinado material capaz de sensibilizar al alumnado.

Naturalmente, Butler, que en este punto es más una anarquista o, si se quiere, una suerte de antiestatalista antipunitivista, no propone una salida “por derecha” afirmando que las nuevas generaciones deben ser fuertes y ser educadas para un futuro de disputa y competición. De hecho, admite que, efectivamente, hay palabras o contenidos que pueden ser insoportables para una persona y que eso debe ser tenido en cuenta. Sin embargo, al mismo tiempo indica que no hay mejor manera de superar un trauma que enfrentarse al mismo. De aquí que se oponga también a la cultura de la cancelación indicando que cuando algo no puede nombrarse se transforma en un tabú y, por ello mismo, conserva su poder.

La clave de su argumentación, la cual, les adelantaba, no es apta para lecturas rápidas, parece estar en las características del discurso de odio y en el hiato temporal que se produce entre el momento del enunciado de éste y el momento de la recepción del mismo.

Para ello, Butler, refiere a la distinción entre actos de habla ilocutivos y perlocutivos que J. L. Austin ofreciera en su célebre Cómo hacer cosas con palabras. Los primeros son aquellos actos de habla que hacen lo que dicen en el momento en que lo dicen (el juez que afirma “Te condeno” crea un estado de cosas nuevo con esas palabras porque, en su decir, hay un hacer). Los segundos son actos de habla que producen ciertos efectos a posteriori (por ejemplo, la acción que realiza el receptor ante un pedido o ante una amenaza). El discurso ilocutivo es el que actúa por sí mismo de manera instantánea (la condena empieza a regir al momento en que el juez lo indica); el perlocutivo simplemente conduce a ciertos efectos posteriores que no necesariamente son aquellos que el discurso y el emisor pretendieron.

Quienes, en general, promueven la censura de los discursos de odio, suelen basarse en la idea de que éstos son ilocutivos, es decir, producen un daño inmediato y suponen una agresión similar a la agresión física. Pero Butler desacuerda en este punto e, interpretándolos como enunciados perlocutivos, busca justificar que el enunciado estigmatizante no cumple esa función al momento de ser enunciado, no es eficaz, sino que está abierto a ser resignificado porque sus efectos posteriores nunca pueden ser del todo controlados. En otras palabras, en lo que haga el insultado con ese insulto cuyo significado siempre excede a la intención de su emisor y está determinado por una cadena de significaciones pasadas, hay una esperanza de lucha por el sentido mucho más valiosa y práctica que la que podría surgir de la decisión censora del Estado o de una normativa universitaria que prohíbe determinadas palabras para que nadie se ofenda.

“Quiero cuestionar de momento la presunción de que el discurso de odio siempre funciona, no para minimizar el dolor que provoca, sino para dejar abierta la posibilidad de que su fracaso abra la puerta a una respuesta crítica”.

Aun cuando Butler reconozca que no es abogada y que en el ámbito legal la discusión puede y, probablemente, deba ser otra, un repaso por Palabras que hieren puede resultar de relevancia, especialmente cuando se lo lee a la luz de todo lo ocurrido desde su primera edición hasta la actualidad. En el mismo sentido, podría ser una guía incluso para toda una generación de activistas progresistas que nacieron después de la primera edición y se reconocen butlerianos pero, al menos en lo que refiere a discursos de odio, promueven agendas intervencionistas y punitivistas en tensión constante con la libertad de expresión y, vaya paradoja, con aquello que la propia Butler postulara. 

 

miércoles, 21 de mayo de 2025

Cómo mueren las democracias: el caso de la República de Weimar (publicado el 14.5.25 en www.theobjective.com)

En tiempos donde están a la orden del día el presunto retorno del fascismo y los giros autoritarios, incluso en democracias que parecían sólidas, repasar el tumultuoso proceso cuyo desenlace ubicó a Hitler en el poder resulta imperioso y es lo que hace de El fracaso de la República de Weimar. Las horas fatídicas de una democracia (Taurus), el nuevo libro de Volker Ullrich, una lectura obligatoria.

Graduado en Filosofía, Literatura e Historia, este veterano periodista alemán regresa con un texto que ofrece un nivel de detalle y precisión admirables para dar cuenta de cuáles fueron los hechos clave ocurridos entre aquel 1919, en el que se iniciaba la primera experiencia democrática alemana, hasta aquel fatídico 1933 en el que Hitler, gracias a los votos, pero, sobre todo, a una serie de intrigas, azares, errores y mezquindades ajenas, alcanza el cargo de Canciller.

Son diversas las razones que han dado los historiadores a lo largo de todos estos años para explicar el fracaso del proceso republicano. Para algunos, el nuevo sistema nunca pudo sacarse de encima la rémora del Estado autoritario, tanto en lo que respecta a la influencia de las élites económicas pre y antidemocráticas, como así también al interior del propio Estado, esto es, en el ejército, la burocracia y el poder judicial. Para otros, quizás la explicación más generalizada, la humillación y la pesada carga económica impuesta por la fuerza en el Tratado de Versalles, generó el caldo de cultivo para la reacción ultranacionalista y de derecha; otros mencionan los defectos estructurales de la Constitución de Weimar que le daba al presidente prerrogativas extraordinarias (el famoso artículo 48) y que demostraría que aquella era la república posible y no la república perfecta. Incluso se llegó a señalar la mezquindad y la miopía de los partidos y los sindicatos cuya intransigencia y división dejó la mesa servida a los sectores más radicalizados.

Ullrich indica que probablemente todo eso sea verdad pero que, “sin embargo, por pesadas que hayan sido las cargas heredadas (…) el experimento de la primera democracia alemana no estaba destinado desde el comienzo a la caída. Había alternativas, y hubo razones por las cuales no fueron aprovechadas”.

¿Cuáles eran esas alternativas? En 1918-19 los socialdemócratas podrían haber ido más a fondo y haber promovido cambios sociales mayores más allá de que, cabe decirlo, la nueva Constitución suponía el fin de la monarquía, garantizaba la libertad de expresión y de reunión, acababa con la censura, otorgaba el sufragio universal para las mujeres y estipulaba jornadas laborales de 8 horas, entre otros avances. Sin embargo, no quiso/no pudo dar un paso más y afectar ciertos privilegios del antiguo régimen.

Asimismo, el gobierno socialdemócrata de Friedrich Ebert no aprovechó el enorme apoyo que recibió la república cuando un grupo de etnonacionalistas asesinó al ministro de Asuntos exteriores de la Nación, Walther Rathenau, en junio de 1922. El ministro representaba todo lo que la derecha odiaba: era judío, defensor ferviente de la república, empresario heredero de un grupo empresarial eléctrico e intelectual, además de escritor talentoso. Si bien los crímenes políticos fueron moneda corriente, el gobierno podría haber utilizado esa demostración de dolor popular para arrinconar a los enemigos de la república y no lo hizo.

También hubo alternativas cuando el gobierno logró controlar la hiperinflación de 1923 que había destrozado la economía, especialmente la de las clases medias y bajas. Las hubo incluso a pesar de lo que probablemente haya sido una subestimación de los efectos de la misma en el electorado. Este aspecto es central y, en este sentido, Ullrich discrepa incluso con pensadores de la época que trazaban una continuidad lineal entre la hiperinflación y la llegada de Hitler al poder 10 años más tarde. Refiero, por ejemplo, a Stefan Zweig quien, en su autobiografía, El mundo de ayer, afirmaba que nada había vuelto al pueblo alemán un pueblo “tan amargado, tan lleno de odio, tan listo para Hitler como lo volvió la inflación”; a Sebastian Haffner, que en su libro Historia de un alemán, indicaba que esa vivencia de un dinero que se evaporaba dejó a Alemania lista “no para el nazismo en particular, pero sí en general para cualquier aventura fantástica”, o a Thomas Mann quien indicó: “Hay un camino recto que lleva del delirio de la inflación alemana al delirio del Tercer Reich”. 

Otra oportunidad perdida la representa ese mismo año el modo en que, a pesar de haber podido repeler fácilmente una intentona golpista de Hitler, el gobierno no logra sacar a un rival radical y peligroso de la escena. Es más, hasta se permitió que la justicia actuara vergonzosamente con Hitler condenándolo a apenas cinco años de prisión con libertad condicional al poco tiempo de estar encarcelado, lo que permitió que el genocida estuviera libre hacia fines de 1924.

Aun en el terreno de los contrafácticos, Ullrich también entiende que, si los comunistas hubieran superado sus diferencias, el monárquico Paul von Hindenburg jamás hubiera llegado a presidente como lo hizo en 1925. Se trató de un punto de inflexión porque el viejo Mariscal de campo del Imperio Alemán, aun cuando fue mucho más respetuoso de la Constitución de lo que se esperaba y se negaba a entregar el cargo de Canciller a Hitler, estuvo lejos de ser un republicano y no dudó en hacer uso de la potestad que le otorgaba la Constitución para suspender las garantías y disolver el Parlamento según las necesidades políticas.

A propósito de Hindenburg, Ullrich recoge una frase de Theodor Lessing, el filósofo de la cultura, que bien uno podría utilizar para tantísimos políticos de la actualidad:

“Según Platón, los filósofos deberían ser los líderes del pueblo. No sería precisamente un filósofo el que estaría subiendo al trono con Hindenburg. Más bien sería solo un símbolo representativo, un signo de interrogación, un cero. Uno podría decir: ‘mejor un cero que un Nerón’. La historia muestra, por desgracia, que siempre detrás de un cero se oculta un Nerón”.

Por último, en 1930, la ruptura de la coalición de gobierno entre los partidos de centro y socialdemócratas, acabó con la democracia de hecho y allanó el camino a lo que sucedería tres años más tarde cuando, tras conspiraciones e intrigas palaciegas, el exCanciller Franz Von Papen, sediento de venganza por haber sido desplazado, acuerda con Hitler formar parte de su gobierno y convence a Hindenburg para que designe al Führer nuevo Canciller.

En síntesis, además del rigor histórico del trabajo de Ullrich, el libro es valioso porque nos permite comprender que las democracias no necesariamente caen de manera abrupta. Tal como ha sucedido con la experiencia de la República de Weimar, son una infinita cantidad de factores los que juegan y los que muchas veces acaban degradando paulatina e imperceptiblemente la calidad democrática hasta que un día es demasiado tarde. Sobre todo, incluso visto desde la perspectiva histórica de los que ya conocemos el final, Ullrich hace énfasis en que la República de Weimar no tenía un destino inexorable ni Hitler era su consecuencia necesaria.

Al fin de cuentas, todo depende de la manera en que actúan determinadas personas en situaciones concretas y, con ello, el autor no se refiere solamente a aquellos que están en los principales espacios de decisión sino, con mayor o menor responsabilidad, a todos los ciudadanos. De aquí que el libro culmine con una frase que, a la luz de algunas decisiones populares y de los comportamientos de los líderes, incluso en sistemas democráticos, resulte, al mismo tiempo, tan esperanzadora como preocupante: “La historia siempre está abierta (…) Está en nuestras manos que nuestra democracia fracase o sobreviva”.