viernes, 8 de agosto de 2025

El mileísmo de Grabois en la Argentina anticasta (editorial del 9.8.25 en No estoy solo)

 

Algunos días atrás leía una nota al historiador francés que se ha especializado en la Revolución francesa, Jean-Clément Martin, en la cual se refería a la manera en que los propios protagonistas de aquel hito interpretaban lo ocurrido. https://legrandcontinent.eu/es/2024/08/13/entrar-en-revolucion-es-comprender-lo-irreversible-la-violencia-de-julio-de-1789-y-el-mito-del-gran-miedo/

El punto viene al caso porque nunca está de más tener en cuenta que los grandes acontecimientos suelen no ser vistos como tales mientras suceden y que muchas veces son resignificados, para bien o para mal, según lo determine la historiografía oficial.

Acerca del término “revolución”, Martin incluso nos recuerda que era propio de la astronomía y que, paradójicamente, hacía alusión a un movimiento circular que tras un repentino trastorno vuelve al punto de partida, es decir, una suerte de restauración de un orden perdido.

Si bien hubo algunas referencias al término allá por julio de 1789, lo cierto es que la idea de una revolución (francesa), entendida como un hecho conmocionante, se fue adoptando con el tiempo en la medida en que se empezó a tomar conciencia de que se estaba frente a una novedad que no tenía parangón ni con los sucesos de un siglo atrás en Gran Bretaña ni con la más cercana independencia de los Estados Unidos. De aquí que Martin afirme que “Entrar en Revolución es comprender lo irreversible”.

La frase, un verdadero hallazgo, me llevó a preguntarme si el mileísmo es o no una revolución y si, en caso de que así lo fuera, está sucediendo que cierto sector de la población se está “negando a entrar en Revolución”, no en el sentido obvio de que rechazan al mileísmo, sino en el sentido de estar negándose a comprender los cambios irreversibles que se han producido en la sociedad argentina.

Más allá de la discusión etimológica acerca del término revolución, podríamos acordar que, el menos desde lo discursivo, la propuesta mileísta es refundacional. No importa que se base en mitos como el de la Argentina de 1910, que prometa cosas que luego no cumple como la quema del BCRA y la dolarización, o que repita la cantinela de la casta para luego aliarse con Ritondo y Santilli: desde lo discursivo, al menos, insisto, Milei viene a poner la Argentina patas para arriba y en algunos aspectos lo ha logrado. Por lo pronto, invalidó todos los manuales de Ciencia Política para ganar una elección imposible, hizo el recorte del Estado más salvaje de la historia sin perder apoyo popular, ha gobernado a decreto y veto sin grandes costos políticos, inauguró nuevas formas de comunicar, etc.

De modo que queda posarnos en el segundo interrogante: ¿estamos negando un fenómeno irreversible? Probablemente la palabra “irreversible” le quede grande a casi todo, de modo que me conformaría con sostener que hay un sector de la sociedad, digamos, dentro de ese 50% que no votaría a Milei hoy, que no es consciente de la transformación que produjo el propio Milei pero que, sobre todo, se había producido antes de su llegada para hacer de él, justamente, un emergente de esos cambios. En otras palabras, Milei había nacido antes que el propio Milei llegara a ser Milei. Y no lo sabía ni él.

Lo hemos dicho muchas veces aquí, pero el gran fracaso de las dos grandes coaliciones que alternaron el poder en Argentina en los últimos ocho años, la pandemia que puso en el eje de la agenda la cuestión de la libertad, una línea progresista que extravió el horizonte, dejó de representar mayorías y le agregó a una sociedad rota desde lo económico otra gran ruptura macro y un sinfín de minifracturas sociales, permitían imaginar que cualquier cosa podía salir de allí. Sería tonto afirmar que la emergencia de un Milei era la consecuencia necesaria de ese contexto, pero era una de las probabilidades que, unida a una infinita cantidad de azares, derivó en el resulta imposible.

Si en la última década, la dirigencia progresista no percibió esos cambios e incluso fue responsable de profundizarlos, el escenario actual no invita a la ilusión. De hecho, no les falta razón a quienes dicen que Fuerza Patria es el Frente de Todos sin Alberto Fernández, como si éste hubiera sido el único responsable del descalabro. Se trata de una continuidad de la insólita perspectiva que intentó instalar el kirchnerismo en relación a su rol durante 2019-2023. Nadie estuvo allí; nadie fue parte del gobierno. Se lo preguntan a CFK, se lo preguntan a Máximo y es como si hubiera habido un salto cuántico, un abismo espacio-temporal en el que no se supo qué paso ni qué hizo el kirchnerismo Schrödinger, ese que era oficialismo y oposición al mismo tiempo.

Sus presuntos nuevos dirigentes deben usar camperas adidas para que podamos seguir identificándoles como jóvenes a pesar de que la verdadera juventud, biológicamente entendida y no autopercibida, vota mayoritariamente al espacio que el progresismo define como fascismo.

En este sentido, el diagnóstico de Ofelia Fernández y Juan Grabois es el correcto: el espacio podrá recibir los votos porque, frente a Milei, los únicos que se erijan como alternativa serán competitivos, además de que, como ya hemos dicho aquí, el problema del progresismo y del peronismo no es que le falten votos sino ideas. Pero es un espacio que no entusiasma, que no anima a ser militado, que no transgrede, que no ofrece futuro, que amonesta antes de reivindicar la alegría, etc. Es decir, lo mismo que viene haciendo hace una larga década, incluso cuando Alberto Fernández no era parte del espacio.

Y hay otra cosa más donde Ofelia Fernández y Grabois aciertan, especialmente este último: en el discurso anticasta. Solo que se trata de un discurso dirigido a la casta del propio espacio progresista. Se abre allí un interesante interrogante que habrá tiempo de desarrollar, especialmente si las amenazas de Grabois de ir por afuera se confirman.

Por todo esto es que podemos decir que Grabois está haciendo mileísmo al interior del Frente más allá de que Grabois es, ante todo, graboísta. Es decir, está marcando la necesidad de renovación y los privilegios de un espacio político en el que las mismas caras de siempre se disputan los mismos cargos de siempre para obtener los magros resultados de siempre o, en todo caso, para ocupar posiciones de poder que no le han mejorado la vida a la gente en los últimos 10 años. Lo curioso en este caso es que Grabois (y Ofelia) son hijos de ese mismo espacio pues, recordemos, Ofelia fue legisladora siendo muy joven por el dedo del espacio progre en pleno auge del feminismo. Si su participación como legisladora fue bueno o malo o si hoy mereciese un rol destacado en las listas es otra cosa, pero en un principio, y que nadie se ofenda, fue puesta allí sin los méritos suficientes por la sencilla razón de que nadie a esa edad tiene los méritos suficientes para ocupar ese cargo. Y Grabois que, por supuesto, tiene una larga trayectoria en movimientos sociales, no fue parte de la década ganada y fue un invento electoral del kirchnerismo al que se le ofreció el aparato y la logística para joderlo a Massa y darle al electorado palermitano, tentado a la trotskeada y poco afecto a la ingesta de veleidosos sapos peronistas, un candidato que corra por izquierda. Grabois perdió por paliza contra Massa (80 a 20), pero el monstruo ya estaba creado y en este tiempo en el que son los extremos los que arrastran a los centros, Grabois apuntará a repetir la movida de Milei que acabó deglutiendo al PRO. En este sentido, el kirchnerismo logró crear alguien que los corra por izquierda sin ser trotskista, lo cual los deja en un lugar sumamente incómodo tras años y años de crear un electorado acostumbrado a señalar con el dedo a la derecha, a lo conservador, a lo carente de alegría, a lo viejo. Ahora surgen nuevas figuras que advierten que la campera adidas tiene manchas de tuco y que las tres líneas del pantalón están meadas, lo cual, a su vez, seguirá siendo cierto aun si Grabois finalmente transa y va por adentro. Es que como decíamos antes, el espacio está ahí: lo puede capitalizar Grabois o lo capitalizará otro ahora o más adelante.

Algo ha cambiado en la Argentina y resulta irreversible: anticasta somos todos. Quizás estemos entrando en Revolución.

 

Un futuro entre idiotas, anticristos y monarquistas (publicado el 7.8.25 en www.disidentia.com)

 

1)    Zuckerberg

Quien puede que sea uno de los hombres más poderosos del mundo casi pierde una entrevista con un presidente porque es incapaz de levantarse de la cama antes del mediodía; se trata de la misma persona que antes de una reunión donde hablaría para los más importantes mandatarios del mundo retrasa el vuelo porque se ha olvidado su pasaporte; exige que le construyan un espacio de recepción propio aislado de los mosquitos que pueden transmitir el virus zika, muy riesgoso para la salud de los embriones, ya que no quiere perder la oportunidad de la ovulación de su mujer, y le pide a su asesora que le explique qué son las Naciones Unidas.

Hablamos, ni más ni menos, que de Mark Zuckerberg, el actual CEO de META, a partir de las revelaciones que se pueden encontrar en Los irresponsables, un libro de reciente aparición escrito por Sarah Wynn-Williams, una exempleada de Facebook que fue cesada de sus funciones tras una serie de conflictos con la empresa.

Si bien la propia compañía ha afirmado que las revelaciones que en este libro se vierten son falsas y/o tendenciosas, el perfil de Zuckerberg, y de los principales cerebros de la empresa, coincide con comentarios de otras fuentes. De aquí que no sorprenda cuando la autora afirma que el trabajo diario en Facebook, antes que interpretar capítulos de Maquiavelo, se parecía más a “cuidar de una pandilla de chavales de catorce años a los que les habían dado superpoderes”.

Según este perfil, Zuckerberg se parece bastante a un idiota en el sentido más moderno que se la da al término como sinónimo de alguien carente de inteligencia, pero también en el sentido original y antiguo de aquel que desprecia la vida pública completamente ensimismado en su yo y su vida privada.

 

2)    Thiel

Algunas semanas atrás me topé con una entrevista al fundador de Paypal y Palantir, Peter Thiel. https://legrandcontinent.eu/es/2025/04/20/peter-thiel-no-hay-nada-mas-aceleracionista-que-el-katechon-primera-parte/  Se trata de una figura mucho más formada que Zuckerberg y en el extenso reportaje reflexiona acerca de la IA y la tecnología en clave teológica.

Thiel afirma que la IA es una incógnita y que frente a la eventual pérdida de trabajo de millones y millones de personas alrededor del mundo, se inclinaría por el altruismo efectivo, una suerte de beneficencia en la que estarían pensando desde hace algo más de una década buena parte de los cerebros de Silicon Valley. Almas tan caritativas como ingenuas.

Pero lo más interesante de la conversación es su planteamiento acerca de dos grandes peligros para el futuro próximo de la humanidad: por un lado, la guerra nuclear, las armas biológicas descontroladas y una IA militarizada con sistemas de armas autónomos; por otro lado, la posibilidad de un gobierno totalitario. Y el problema está en que muchos creen que lo segundo es la solución para lo primero.

Dicho de otra manera, Thiel refiere al Apocalipsis indicando que el avance descontrolado de la tecnología puede llevar al Armagedón y observa que muchos entienden que solo un Estado mundial sería capaz de evitarlo. Pero, claro está, lejos de la tradición kantiana, su espíritu libertario ve en ello la gran amenaza pues peor que el Estado sería un Estado mundial el cual se erija, justamente, azuzando el temor de la autodestrucción de la humanidad.

“El Anticristo hablará todo el tiempo del Armagedón. Asustará a la gente y luego les ofrecerá salvarlos”, su lema es “paz y seguridad”, advierte Thiel, y el Anticristo es el gran Estado supranacional. Sin embargo, se habla demasiado del Armagedón y poco del Anticristo, el cual, a su vez, si seguimos la Biblia, llegará primero. De hecho, se puede inferir que para Thiel ya está entre nosotros.

Si bien el fundador de Palantir plantea la urgencia con que debemos enfocar estos temas, al mismo tiempo refiere al concepto de “katechon” (lo que retiene) y lo extrae de la epístola de San Pablo a los Tesalonicenses, que Thiel interpreta como una fuerza capaz de mantener contenido al caos y al mal, logrando que no se desborden.

Si había lugar para la esperanza, aquí Thiel solo aporta incertidumbre: Estados Unidos es un candidato ideal tanto para el katechon como para el Anticristo, afirma. O sea, si hace un giro soberanista, de repliegue sobre sí, puede ser “lo que contiene”; pero su fuerza también lo puede llevar a ser el que lidere el autoritario gobierno mundial si es que se lo propusiese, en la línea mundialista en la que pensaran Roosevelt y los herederos del New Deal.

De aquí que Thiel entienda que las elecciones en Estados Unidos son de total relevancia a diferencia de lo que sucede en una Europa debilitada que parece ir por detrás sin control alguno sobre los acontecimientos.

 

3)    Yarvin

La última referencia a la que quería aludir es a Curtis Yarvin, un bloguero que defiende una monarquía de CEOs tecnológicos, critica al Deep State conformado por el Congreso, las agencias y los tribunales, como así también a lo que él llama La Catedral, esto es, las ONG, la prensa y las universidades que hegemonizan los discursos y determinan el alcance de lo decible y lo pensable. “El Estado profundo es el cuerpo del régimen, la catedral es su cerebro”, indicaba en un artículo a propósito de los seis meses de la nueva gestión de Trump. https://legrandcontinent.eu/es/2025/07/19/tras-seis-meses-de-trump-curtis-yarvin-llama-al-golpe-de-estado/

Considerado parte central de una corriente neorreaccionaria defensora de una ilustración oscura, Yarvin ha escrito mucho y sus textos pueden encontrarse en libros compilatorios, pero me serviré de algunas de sus últimas declaraciones públicas.

Apenas algunos días después de la asunción de Trump, Yarvin afirmaba que Roosevelt, Washington o Lincoln finalmente manejaban el poder de manera totalizante y administraban el país como una start up, en otras palabras, eran CEOs nacionales que fueron presidentes que exigieron poderes especiales y gestionaron de manera fuertemente verticalista.

Para Yarvin, además, el nazismo y el comunismo son hijos de la revolución democrática global que invade Europa desde la última mitad del siglo XVIII. En este sentido, la democracia representativa no se opondría a esos regímenes totalitarios, sino que éstos serían variantes de aquélla, lo cual le permite justificar su pretensión monarquista para Estados Unidos.

Yarvin además dice no creer en el voto y frente a la objeción de que un país no es una empresa, responde que los objetivos de una compañía no son solamente maximizar los beneficios sino hacer que la empresa prospere, algo que podría aplicarse a los países.

En el artículo antes mencionado, Yarvin entiende que, en la primera gestión, Trump no se animó a cruzar el Rubicón contra el Estado profundo y que ahora al menos lo ha intentado, aunque con la excepción de haber cortado los fondos de la USAID, no ha hecho mucho daño. Además, reparte críticas al populismo republicano, a la corporación demócrata e incluso al espíritu Silicon Valley de los Señores Tech.

Pero hay algo más: Yarvin afirma que quienes componen la administración Trump están atrapados y que la única manera de que el poder real no acabe llevándolos a la cárcel es no perder más una elección. Esta afirmación conectada a su insistencia en las bondades de la monarquía, independientemente de quién esté al mando (un Obama con el 100% de poder haría mucho mejor gobierno que un Trump que solo tiene un 0,1%, indica), abren, para ser generosos e ingenuos, un interrogante acerca de lo que está proponiendo para el futuro inmediato del país más poderoso del mundo.

Incluir estos tres ejemplos de figuras, en principio, dispares, tanto en lo que respecta a su importancia en el debate público como en su formación y su capacidad de injerencia en la toma de decisiones a nivel global, no deja de ser arbitraria pero pretendió mostrar que mientras estamos discutiendo el día a día, quien ha sido determinante en la constitución de la subjetividad de más de una generación, es un idiota que no sabe qué son las Naciones Unidas;  el fundador de algunas de las empresas más importantes del mundo entiende que el futuro se dirime entre el Armagedón y el Anticristo; y, en Estados Unidos, un bloguero neorreaccionario cuyas ideas circulan a gran velocidad incluso entre miembros de la administración Trump, propone una monarquía y da a entender que la única posibilidad de supervivencia del actual gobierno es una suerte de autogolpe de Estado.

Si el futuro va a estar moldeado por idiotas, anticristos y monarquistas, hay razones para preocuparse (y para ocuparse).

 

 

 

 

sábado, 26 de julio de 2025

Milei no lee a Maquiavelo (editorial del 26.7.25 en No estoy solo)

 

Se suele citar a Maquiavelo como el primer pensador que separa la moral de la política en un quiebre que nunca más iba a poder suturarse. Ya no se trataría de gobernar según el Bien y los principios de la moralidad sino de sostenerse en el poder. De las reflexiones acerca del rey filósofo pasábamos a los consejos concretos a un gobernante que tiene que lidiar con la Fortuna y, sobre todo, con hombres que, por naturaleza, están lejos de ser ángeles.

Aunque una lectura algo más a fondo de Maquiavelo otorgaría algunos matices a las interpretaciones que lo ubican como una suerte de genio del mal que entiende que el fin justifica los medios, una de las claves está en el giro interpretativo que el florentino hace de la idea de Virtud. Porque para el autor de El Príncipe, el líder virtuoso no es el que siempre actúa conforme al Bien sino el que sabe adecuarse a las circunstancias, haciendo el bien a veces, sirviéndose del mal en otras ocasiones. Esto significa que el príncipe debería tratar de regirse por las mejores leyes, pero hay momentos donde tendrá que imponer condiciones por la fuerza.

Discutiendo con Cicerón, Maquiavelo indica el príncipe puede obrar como Hombre o como bestia y que, aunque es mejor actuar como lo primero, muchas veces se ve obligado a actuar como lo segundo. Asimismo, como bestia, el príncipe puede utilizar la fuerza como el león o el engaño como la zorra.

Esta larga introducción viene a cuento de las consecuencias políticas que se han seguido los días posteriores al cierre de listas de Provincia de Buenos Aires en la Alianza La libertad Avanza. Me refiero en particular a la decisión política de sus armadores, Karina Milei y Sebastián Pareja, de postergar al espacio juvenil denominado Las Fuerzas del Cielo, el cual respondería a Santiago Caputo.

¿Acaso el león ha entendido que a veces debe ser una zorra si lo que quiere es permanecer en el poder? La selección de los armadores y la decisión de dejar de lado a los sectores más radicalizados, pareciera ir en esa dirección. Es como si el mileismo se hubiera dado cuenta de aquello que el Frente de Todos nunca entendió: lo que te sirve para ganar, puede no alcanzarte para gobernar.

Incluso hasta podría interpretarse como un gesto de madurez política, casi institucionalista, como para exagerar un poco más: Milei habría entendido que no puede gobernar a decreto y veto, y que necesita una fuerza propia en el Congreso, al menos capaz de reunir las voluntades para apoyar los vetos que le quiera imponer la oposición y frenar cualquier eventual intento de juicio político.

Sería, a su vez, el movimiento exactamente inverso si lo comparamos con la inacción y el capricho con que decidió no negociar y recibir un golpe en el senado algunas semanas atrás frente a gobernadores que, frente a la carencia de interlocución, no les quedó otra que mostrarle los colmillos.

Dicho esto, otros interrogantes aparecen: ¿puede jugar a la zorra, es decir, utilizar las prácticas propias de la política, entendiéndose por tal, distintas formas del engaño, quien ha hecho de la antipolítica su leitmotiv pero, sobre todo, quien ha hecho del discurso moralista una columna vertebral?

En otras palabras, jugar a la zorra aliándose con figuras de la casta como los Menem, Santilli y Ritondo, o dejando el armado en un tipo como Pareja, puede redundar en una buena performance en provincia, pero ¿cuánto resiente simbólicamente a la figura del presidente en la opinión pública y en sus seguidores más cercanos?

Es más, podríamos pensar que si la moralidad es una de las columnas vertebrales de Milei, la otra es una supuesta superioridad desde la perspectiva del conocimiento. Esto se ve en su obsesión contra los mandriles, una disputa casi de nicho académico, de quien siempre fue despreciado en la facultad por sus pares, en la que intenta demostrar que su teoría y su capacidad están por encima de las de sus adversarios.

Y allí encontramos un problema porque una de las dos columnas debió ser sacrificada en el episodio LIBRA. Lo dijimos aquí: o aceptaba ser un estafador, es decir, un inmoral, o aceptaba ser un incapaz e ignorante al cual habían embaucado en el tema donde dice ser experto. Ladrón o boludo, para decirlo de manera directa.

Su narcisismo hizo que apenas pueda balbucear algo del orden del engaño pues de otra manera se enfrentaba a la posibilidad de perder el gobierno y la libertad, de modo que, si la hipótesis de estas líneas es la correcta, resentida la columna de la superioridad de su conocimiento, máxime cuando se empiezan a ver demasiados errores no forzados en materia económica, como los de las últimas semanas, lo que resta es erigirse en una figura moral. Y erigirse como tal junto a determinadas figuras de la provincia de Buenos Aires, sean del PRO, sean “heridos” y “buscavidas” que utilizan sellos para alcanzar grados de poder, no parece un buen plan.

Especialmente porque la cuestión de la moralidad es relevante en los sectores jóvenes que lo siguen: Milei es para ellos un ejemplo, no por su anarcocapitalismo sino por sus condiciones de líder disruptivo y por su afrenta contra la corrupción de los políticos y el Estado. A esos chicos se les está pidiendo que continúen la revolución libertaria contra el peronismo votando a Ritondo y a Santilli. En política todo es posible, pero hay que tener mucha tolerancia en la garganta y el esófago para deglutir semejantes escuerzos. Con todo respeto, claro.

Todo es muy pronto, pero pareciera casi como un movimiento inverso al del kirchnerismo pos nacimiento de La Cámpora. Cuando fue creada tal agrupación tras la muerte de Néstor, se aceleró un proceso de trasvasamiento generacional que, evidentemente, le quedó grande a la gran mayoría de los protagonistas. Aquí sucede lo contrario: el empuje de sectores juveniles entre los que más apoyo tiene Milei, son postergados. En la jerga anarcolibertaria, el trasvasamiento generacional inverso traslada el poder de los jokers enojados a la casta de viejos meados y transeros.

La decisión evidentemente ha generado ruido interno. Algunos hablaban de la ruptura del triángulo de hierro con un Santiago Caputo desplazado, lo cual sería un grave error para el gobierno, puesto que es El Mago del Kremlin la cabeza que está detrás y comprende como nadie la época y la oportunidad. La confirmación de las broncas internas las vemos cuando desde la cuenta de Karina Milei aparece un mensaje en el que se dice que no aceptar las decisiones del armado de las listas es ir contra el presidente o cuando alguno/a de esos/as tránsfugas que viven en los canales de televisión exigen lealtad y verticalidad al partido que se jactaba de llevar librepensadores y fomentar leones en lugar de ovejas.  

Maquiavelo afirma que las mejores leyes se sustentan con las mejores armas, armas que deben ser propias y estar en manos de los súbditos del príncipe y no de mercenarios, pues, si este fuera el caso siempre se va a depender, en última instancia, de tipos que tienen un precio, en algunos casos, incluso muy bajo. He aquí el problema porque con este giro, el mileísmo acaba de invertir la famosa frase del libro de Los Macabeos y reconocer que ahora la victoria ya no depende de las Fuerzas del Cielo sino de la cantidad de soldados. Se trata de un giro de lo místico a lo terrenal, una aceptación de que la política todavía necesita, al menos en parte, territorio.

¿Y los soldados propios que exigía Maquiavelo como garantía para que el príncipe pueda sostenerse en el poder? Esa te lo debo, amigo.

 

 

 

 

El nuevo libro negro de Facebook (publicado el 26.7.25 en www.theobjective.com)

 

La publicación de un nuevo libro en el que Sarah Wynn-Williams, una exempleada de Facebook, revela secretos incómodos sobre la compañía, ha despertado un nuevo escándalo alrededor de la figura de Mark Zuckerberg y su empresa. El revuelo ha sido tal que el día posterior a su publicación en Estados Unidos, en marzo de este año, Facebook accionó judicialmente impidiéndole a la autora promocionar el libro. Como suele ocurrir, el denominado efecto Streisand se produjo de inmediato: el libro se transformó en un superventas y, gracias a Península, ya tenemos su versión en español titulada Los irresponsables. Una historia de poder, codicia y falso idealismo.

El texto cuenta en primera persona el largo camino de siete años desde la idealización ingenua hasta la decepción con tintes trágicos, de una joven abogada neozelandesa con experiencia diplomática, que, allá por 2010, entendía que el potencial de Facebook ameritaba un departamento exclusivo de relaciones internacionales.

Tras mucho insistir, consigue convencer a su interlocutor en la empresa y ser contratada, pero la alegría no duraría demasiado: allí chocaría con el gran irresponsable de la compañía. Hablamos, claro, del propio Mark Zuckerberg.

En este sentido, el libro abunda en anécdotas que no dejan bien parado al actual CEO de META. Como aquella en la que iba a tener un encuentro con el presidente Santos de Colombia y se generó un conflicto porque le propusieron un horario cercano al mediodía sin tomar en cuenta que Zuckerberg suele dormir hasta altas horas de la mañana; o cuando debía viajar a una Cumbre en Perú donde hablaría para todos los presidentes del mundo y se olvidó el pasaporte; la misma reunión en la que exigió la construcción de una suerte de instalación especial a prueba de mosquitos porque estaba buscando un bebé y la amenaza del virus zika no podía hacerle perder la oportunidad de aprovechar la ovulación de su mujer.

El nivel de desinformación y hasta desprecio por el conocimiento, la historia y las investiduras era tal que, previo a ese viaje, Zuckerberg le escribió un mail a Wynn-Williams que rezaba lo siguiente:

“Me gustaría saber más sobre el tema, sobre cómo se crearon las Naciones Unidas y las distintas instituciones de gobernanza internacional, qué poderes y mecanismos tienen para conseguir resultados, cuáles son sus límites y si esos límites son buscados o se está marginando a esas organizaciones, por qué se crearon como una federación de naciones y no como un organismo internacional democráticamente elegido (…) Busco cualquier recomendación sobre cómo saber más al respecto: recomendaciones de libros, personas con las que hablar o a las que invitar a cenar y otros recursos que consultar”.

Más allá de la irresponsabilidad de quien es uno de los hombres más poderosos del mundo, lo que lleva a la autora a afirmar que el trabajo diario en Facebook, más que interpretar capítulos de Maquiavelo, se parecía más a “cuidar de una pandilla de chavales de catorce años a los que les habían dado superpoderes”, lo cierto es que el libro es también una larga descripción del tránsito hacia un hastío moral.

El corolario va a ser su desvinculación por decisión de la empresa, acción que la autora atribuye a sus diferencias ideológicas con algunos de sus superiores y, en especial, a una denuncia por acoso que había hecho a uno de ellos y que la compañía había archivado.  

Pero se trata solo del último eslabón de una cadena de decepciones entre las que se puede señalar un destrato general hacia los empleados que, en algunos casos como el de Brasil, expuso a uno de ellos a ir circunstancialmente a la cárcel; o la actitud de la empresa frente a la aberrante limpieza étnica producida en Myanmar e impulsada a través de grupos genocidas que manipularon y difundieron noticias falsas a través de Facebook para levantar a un sector de la población y justificar sus crímenes.

Párrafo aparte merece, para la autora, todo el proceso por el cual Facebook pasa de ser una compañía que decía perseguir la justicia social desinteresadamente y sin ideología, a transformarse en una maquinaria con algoritmos cuyo sentido final era siempre el crecimiento de la empresa, incluso poniéndose al servicio de partidos políticos y campañas sucias. En particular, Wynn-Williams afirma que Facebook ayudó al triunfo de Trump en 2016 y que para entrar en China firmó condiciones vergonzantes que le permitían al Partido Comunista Chino hacerse de los datos, el reconocimiento facial y los mensajes públicos y privados de los usuarios chinos y de aquellos otros que desde distintas partes del mundo interactúen con algún ciudadano de ese país.

El desencanto es tal que la autora llega a afirmar que Facebook es una “autocracia de una sola persona”.

Dicho esto, Los irresponsables es un libro ágil que se puede leer casi en clave de tragicomedia. Buena parte de él parece demasiado dedicado a la autora, en una suerte de autobiografía que desvía el objeto de interés, como cuando narra cómo fue atacada por un tiburón siendo una adolescente para afirmar que “se salvó solita”, cómo estuvo al borde de la muerte en su segundo embarazo o cómo fue atacada por avispas en su rodilla. Las alusiones personales son constantes y cuando uno termina el libro sabe más de la autora que de “los irresponsables”.

A propósito de ello, también llama la atención el momento del lanzamiento del libro pues refiere a hechos ocurrido entre el 2011 y el 2018 aproximadamente, eventos que, por cierto, en la actualidad son harto conocidos y que fueron ventilados en decenas de artículos periodísticos y en varios libros, entre los que se puede mencionar el de otra arrepentida, Frances Haugen, La verdad sobre Facebook, o el de Jeff Horwitz, el periodista que trabajó con Haugen en la filtración de los documentos y publicara Código roto.

Tras la publicación del libro, META emitió un comunicado en el que indica que el libro contiene “una mezcla de afirmaciones desactualizadas (…) y acusaciones falsas contra nuestros ejecutivos”, agregando, además, que Wynn-Williams recibe financiamiento de grupos anti-Facebook, es una “activista descontenta que intenta vender libros” y fue desvinculada por mal desempeño, comportamiento tóxico y denuncias de acoso engañosas.

Sea como fuere, el tema tendrá, seguramente, nuevos capítulos en los tribunales correspondientes. Mientras tanto, de lo que podemos estar seguros es de que a Mark Zuckerberg, el creador de los Likes que han configurado nuestra forma de vincularnos con amigos y con el mundo, es evidente que no le gusta esto.

 

 

 

 

viernes, 18 de julio de 2025

¿Qué hacer? ¿Radicalizarse o moderarse? (editorial del 19.7.25 en No estoy solo)

 

Algunas semanas atrás, la política norteamericana se vio conmocionada por el triunfo en las primarias demócratas para la alcaldía de New York del izquierdista Zohran Mamdani, un joven musulmán de 33 años con ascendencia india nacido en Kampala, Uganda.

Mamdani llegó junto a su familia a New York con 7 años, estudió en el Bronx High School of Science y luego se licenció en Estudios Africanos donde cofundó la sección universitaria de Estudiantes por la Justicia en Palestina.

Poco antes de la elección se había hecho viral un spot de campaña donde le habla, en un correcto español, a la comunidad latina (donde obtuvo buenos resultados) pero también publicó videos en urdu utilizando fragmentos de películas de Bollywood, por ejemplo. Su esposa es una artista siria de 27 años y sus padres, famosa directora de cine ella, profesor en la Universidad de Columbia él, se graduaron en Harvard.

Si con este perfil no alcanzara para sorprenderse por el triunfo, agreguemos que Mamdani fue el candidato con mayor cantidad de votos en una primaria demócrata en esa ciudad, venciendo a Andrew Cuomo por más de 12%.

En una nota publicada en el New York Times, https://www.nytimes.com/2025/07/06/opinion/zohran-mamdani-democrats-israel.html Peter Beinart afirma que la clave del triunfo de Mamdani es haber explotado la brecha existente al interior de su partido entre las bases y sus élites. ¿Sobre algún tema en particular? Sí, sobre Israel.

Efectivamente, uno de los ejes de campaña de Cuomo era acusar a Mamdani de ser propalestino, algo que el triunfador no solo nunca ocultó, sino que exhibió como una de las razones para ser elegido, además de, claro está, toda una agenda bastante más a la izquierda de lo que el partido demócrata suele tolerar.

No sabemos si lo hizo solo por convicciones o porque también contaba con datos de la encuesta de Gallup que mostraba cómo, en 2013, el apoyo de los demócratas a Israel por sobre Palestina obtenía una diferencia de 36 puntos mientras que en la actualidad ese número se ha revertido dramáticamente: 38 puntos a favor de los palestinos. Si a priori pudiésemos pensar que este giro tan drástico obedece a las nuevas generaciones, la respuesta es negativa: ha sido mayor el cambio entre los mayores de 50 que entre los más jóvenes. Por todo esto, en la actualidad solo un 33% de los demócratas apoya a Israel en su conflicto con los palestinos.

Para Beinart, el asunto Israel no es la única razón para explicar el triunfo de Mamdani pero sí representa muy bien por qué casi dos tercios de los demócratas están exigiendo una renovación dirigencial en su partido.

Desde nuestra perspectiva, a su vez, estos datos podrían impulsarnos a pensar cierto realineamiento en el que los demócratas adoptan, digamos así, posicionamientos de izquierda, más allá de que su obsesión identitaria le impida recuperar las reivindicaciones de las clases trabajadoras, hoy mejor representadas por el partido republicano.

Sin embargo, también cabe decirlo, caeríamos en un error si pensáramos en una divisoria clara entre demócratas pro palestinos y republicanos pro israelíes. De hecho, estamos siendo testigos de cómo el movimiento MAGA de Steve Bannon o el influyente periodista Tucker Carlson, fervientes seguidores de Trump, acusan a Netanyahu y al lobby israelí de empujar a Estados Unidos a un conflicto en el que no debería participar. Sin llegar a afirmar que son pro palestinos, sí hay que decir que dentro del partido republicano hay un ala anti Halcones que llama a un repliegue y una renuncia a ese rol de gendarmes civilizacionales que tanto ha ejercido Estados Unidos.

Con todo, más allá del asunto Israel, el caso Mamdani resulta interesante por varias cuestiones, pero en particular por la pregunta acerca de la nueva identidad que adoptará el partido demócrata para enfrentar al trumpismo y a sus sucesores. La pregunta no solo es válida para Estados Unidos sino para el resto del mundo porque ya sabemos que la influencia cultural y económica que el partido demócrata supone para los partidos progresistas del mundo, hace que conocer lo que sucede allí tenga carácter anticipatorio para lo que luego sucederá en estas latitudes.

¿Qué ofrecerá el peronismo, o parafraseando a Prince, el espacio anteriormente conocido como peronista? ¿Una figura radicalmente opuesta a Milei, como Mamdani podría ser para Trump? Desde el 2015 hasta ahora, el kirchnerismo realizó un movimiento paradojal: cuando más se sobreideologizaba, más se retraía electoralmente y más obligado se sentía a incluir candidatos que no fueran de su riñón: Scioli, Alberto y Massa. ¿Será acaso el momento de radicalizar o especular con que la tendencia a la cerrazón del gobierno dejará a grandes sectores no ideologizados a la deriva que podrían volcarse por candidatos soft de centro y/o kirchneristas de buenos modales?

Pero incluso si asumiéramos que la clave de la victoria es ser lo opuesto a Milei, cabe preguntarse ¿qué sería lo exactamente opuesto a Milei? No es una pregunta fácil porque supone identificar no solo lo que Milei es sino aquel aspecto sobre el cual es posible acercar más electores. Y hay algo peor aún: incluso si pudiéramos identificar ese aspecto de Milei a partir del cual fuera posible construir una alternativa, habría varias respuestas para un mismo interrogante. Para decirlo más específicamente: si aquello que genera rechazo en el electorado es la radicalidad de Milei, supongamos, no resulta claro qué sería lo mejor para oponérsele pues, ¿lo otro de la radicalidad es la radicalidad opuesta, esto es, un kirchnerismo recargado, sin autocrítica pero decidido a avanzar como lo hace Milei?  ¿O es la moderación encarnada en alguien que haga las veces de Alberto, llame a la concordia y a volver “Mujeres” (SIC)?

Esto, claro está, desde el punto de vista electoral, aspecto en el que, salvo honradas excepciones, el kirchnerismo suele elegir mal. Otro asunto es el de las bases y el de los ciudadanos de a pie. Mamdani interpretó bien la brecha entre bases/ciudadanos y las élites del partido. ¿Serán capaces de interpretar este hiato las élites del espacio anteriormente conocido como peronista? Si existe alguna encuesta, la desconozco, es probable que en la Argentina encontremos números similares al del partido demócrata en cuanto a la exigencia de una nueva dirigencia que represente necesidades que no son las de hace 20 o 10 años. No serían solo canciones nuevas sino nuevos compositores que comprendan, por ejemplo, que hacer campaña con “Cristina libre”, aun cuando fuera justo, no puede ser visto más que como un asunto de las élites, del mismo modo que lo es montar un escándalo porque el gobierno agrede a un grupo de periodistas o porque la justicia actúa vergonzosamente contra los militantes que cometieron la infantil acción de tirarle bosta a un provocador.

Es muy temprano para asegurar que Mamdani, o el ala más radical del partido demócrata, será la referencia para enfrentar a Trump y al postrumpismo. En Argentina sucede algo similar: para el 2027 falta mucho. Lo que sí sabemos es que, para el 2025, no hay renovación, ni nuevas ideas ni nuevas canciones y que la política se reduce a ver qué lugares en las listas transan los fragmentos de una oposición que no sabe qué ni cómo ni para qué.

 

 

 

 

Cuatro lecciones de humildad que desafían la cultura del éxito (publicado el 16/7/25 en www.theobjective.com)

 

El fracaso como una terapia que nos allane el camino al autoconocimiento y nos permita una cura asumiendo la verdad de una existencia frágil en un mundo agrietado, es la propuesta del nuevo libro del filósofo rumano Costica Bradatan, Elogio del fracaso, editado por Anagrama.

A primera vista, la tentación es ir a buscarlo a los estantes de autoayuda porque se suele pensar el fracaso solo como un peldaño hacia el éxito. Sin embargo, no es el caso. Más bien se trata de ir a fondo para recordar que cuando los veneradores de la resiliencia citan a Samuel Beckett afirmando “Inténtalo otra vez, fracasa otra vez, fracasa mejor”, pasan por alto que la frase se completa con “O [fracasa] mejor peor. Fracasa peor otra vez. Aun peor otra vez. Hasta que estés eternamente harto. Vomita eternamente”.

Para este viaje terapéutico a través del fracaso, Bradatan elige cuatro “fracasos” tan célebres como interesantes: primeramente, para ejemplificar el fracaso exterior y físico que muestra que nuestro cuerpo no se ajusta naturalmente al orden del mundo, la filósofa y mística Simone Weil; en segundo lugar, la utopía perfeccionista de Mahatma Gandhi como fracaso político; en tercer término, el fracaso social del filósofo rumano Emil Ciorán quien profesaba la inacción como única respuesta al sinsentido del mundo y, por último, el caso del fracaso biológico de Yukio Mishima quien, en 1970, escenifica un suicidio espectacular y sangriento tras el rechazo a su propuesta de golpe de Estado en Japón.

Comenzando por Weil, cabe recordar que tenía una mente prodigiosa pero una salud y una apariencia enclenque, además de una torpeza corporal particular que la llevaba a fracasar en casi cualquier interacción con el mundo.

El poeta Jean Tortel la había definido como “Un cucurucho de lana negra, un ser completamente sin cuerpo, con una capa grande, zapatos grandes y un pelo que parecía de filamentos; su boca era grande, sinuosa y siempre húmeda; miraba con la boca”.

Más allá de sus problemas físicos decidió trabajar en una fábrica casi un año para sentir lo que sentían los obreros y allí comenzó una suerte de giro místico que la llevó a Cristo y luego a versiones más radicalizadas como las doctrinas cátaras que implicaban una renuncia a la riqueza, al poder y a las costumbres de la carne.

 “Lo que ella deseaba era la desdicha y el sufrimiento de Cristo, no su gloria. (…) Weil no buscaba consuelo, sino un dolor creciente. Una angustia infinita”.

Weil muere por dejar de comer y con ello realiza su teología mística de descreación, hacer que lo creado pase a lo increado acercándolo más a Dios. No se trata de destruir ni de devenir nada sino de renunciar a ser para devolver a Dios su gracia.

En el caso de Gandhi, su fracaso fue político especialmente por la gran guerra civil que se desata en la India tras la ida de los británicos. “Gandhi es un hombre desengañado (…) él es hoy quizás el único exponente firme de lo que se entiende por gandhismo”, afirmaba el Times de la India en 1947.

Hindú para los musulmanes, traidor para los hindúes, lo cierto es que para esa época había devenido una figura intrascendente y su filosofía de la no violencia, a la luz de los hechos, había caído en total descrédito. 

Según Bradatan, más allá de errores políticos como el ponerse de lado de los turcos mientras avanzaban contra el pueblo armenio, sugerirle a los chinos que no se defendieran del ataque japonés o tener palabras no condenatorias hacia Hitler incluso en 1940, el gran fracaso de Gandhi es su utopía, aquella que se encarnaba en su áshram: una forma comunitaria de vivir que empezó en Sudáfrica, perfeccionó en la India y que el autor asemeja a una inverosímil combinación de monasterio budista, aldea tolstoiana, comuna New Age y delirio mesiánico.

Mientras llamaba a la abstención sexual y a prácticamente dejar de comer, Gandhi fracasa porque, según Bradatan, como toda propuesta radical, la suya se aleja de lo que los humanos somos. Con todo, le reconoce que su figura de héroe trágico movió las fronteras de la condición humana hacia otras formas de reflexión.

El de Ciorán fue el fracaso social de alguien enamorado del fracaso. Nacido en Transilvania, una región donde ser kantiano es la norma, ingresa a la universidad de Bucarest donde el ocio, la dilación y el arte de no hacer nada le despiertan una verdadera vocación: el desperdiciar la vida.

“Los rumanos tienen lo que podría llamarse ‘suerte filosófica’: su idioma viene equipado con una filosofía del fracaso en toda regla, una ontología fluida en que la inexistencia de algo es tan buena como su existencia. El estado definitivo de indiferencia, tan difícil de alcanzar en toda tradición espiritual, adviene a los rumanos de manera natural, por el solo hecho de hablar su idioma”.

A pesar de la “ventaja” que le otorgaba su idioma al momento de fracasar, decide ir a París y escribir en francés tras descartar España, país que, según sus palabras, “ofrecía el más espectacular ejemplo de fracaso”. En Francia no buscaría una nueva patria sino una condición de apatridad, la posibilidad de un exilio permanente.

Hasta los 40 estuvo matriculado en la Sorbona viviendo de lo que comía en la cafetería hasta que una ley limitó la edad de matriculación y, con ello, su parasitismo. A partir de allí se transformó en un Diógenes parisino que pedía comida en las iglesias hasta que la escritora Simone Boué se apiadó de él y ofició casi de mecenas además de transformarse en su compañera.

Mientras cultivaba una vida estilo Bartleby de Melville u Oblómov de Goncharov, en sus libros se podía leer que la creación del mundo es la demostración del fracaso divino, que nuestra existencia es una afrenta metafísica y que la única libertad es la del nonato.

Había planeado suicidarse junto a su compañera al enterarse de su padecimiento de Alzheimer, pero la enfermedad avanzó muy rápido y no le dio tiempo. Su no morir por voluntad propia fue su último fracaso.

Por último, el de Yukio Mishima es el fracaso más íntimo, el de no vencer la muerte. Quien era para muchos el mejor escritor japonés de su generación, además de culturista, actor, boxeador y modelo, se presenta junto a sus compañeros en el patio de armas del Campamento Ichigaya –cuartel general en Tokio del Mando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa de Japón- para exigirles que se levanten en armas contra el gobierno democrático y así devolverle el poder al emperador y recuperar la tradición y la cultura japonesa humillada tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial.

Tenía planeado hablar 30 minutos, pero a los siete minutos el abucheo era ensordecedor. Su acto era parte de la gran tradición de fracasos nobles. El sabía que iba a fracasar. Ese era el plan. Fracasar y hacer de ese fracaso una gran escena en la que el héroe trágico se suicida con un hara-kiri.

Sin embargo, el suicidio no salió como se esperaba: uno de sus compañeros, presumiblemente su pareja homosexual, sería el encargado de decapitarlo en caso que abrirse el abdomen no alcanzara. Sin embargo, solo logró herirlo en el cuello por no tener la suficiente fuerza para rebanarle la cabeza, de modo que fue otro de sus seguidores quien culminó la escena dantesca, además de hacer lo propio con la pareja de Mishima.

Los cuatro casos desarrollados por Bradatan proporcionan un viaje catártico y aleccionador donde el fracaso aparece como una guía para curarnos de la soberbia, el autoengaño y la frustración que nos produce el intento de adaptarnos a una realidad que no siempre es generosa. Se trata de una propuesta ambiciosa que, aun si fracasara, bien vale el intento.

 

 

 

viernes, 11 de julio de 2025

El milagro (editorial del 12.7.25 en No estoy solo)

 

Podría decirse que en la Argentina hubo al menos un antecedente de milagro inverso: la gente tenía dólares y, cuando los fue a buscar, se habían convertido en pesos. Corría el año 2001 y el conversor no había sido ningún demiurgo sino el fracaso de una política económica en complicidad con los banqueros. De tanto en tanto vuelven a aparecer señales o se producen otros milagros inversos como el de la pérdida de valor de un billete sin ningún tipo de misericordia. De hecho, en Argentina, aquellos que pueden convertir una moneda en otra o deteriorar el valor de todo lo que tocan, están muy lejos de los valores cristianos y se parecen más a los dioses paganos, aquellos capaces de actos sobrenaturales, pero también de manifestarse guiados por pasiones propias de los humanos.

A partir de la visita del presidente Milei a una iglesia evangelista en Chaco, la locuacidad de los organizadores hizo que nos enteráramos de varios milagros, entre ellos, uno contable: 100.000 pesos se convirtieron en 100.000 dólares. Finalmente, no fue otra cosa que lo que muchos votantes de Milei habían entendido por “dolarización”: las fuerzas del cielo no multiplicarán ni panes ni peces, pero trocarían los pesos en dólares. De ser cierto no hubiera estado mal. Pero falló. Y si, en las declaraciones juradas, ARCA no incluye el ítem “Milagro”, se necesitará otro milagro, en este caso, el de un gobierno que haga un blanqueo generoso.

Naturalmente, la declaración de los pastores, sea por impunes, sea por inimputables, y a costa de la fe genuina de miles de personas, despierta como mínimo sorna y, en el peor de los casos, indignación.

Sin embargo, quedarse en ello es un error, especialmente cuando se pretende hacer análisis político. Dicho de otra manera, el lugar más cómodo, curiosamente impulsado mayoritariamente por analistas progresistas que pretenden ser populares, es equiparar la chantada de estos vivos con el fenómeno de la religiosidad. Es más, los presuntamente más incisivos nos cuentan que en estos nuevos grupos evangelistas estaría una de las claves para entender el ascenso de las nuevas derechas, lo cual no es falso, pero, en general, es algo que se suele mencionar para dejar entrever que la derecha solo podría estar apoyada por un grupo de enajenados que creen en posesiones demoníacas y en pastores salvadores que cantan en portuñol. “¡Todos los evangelistas son libertarios!”, afirman, en un error que solo expresa su prejuicio de clase media progre sobreideologizada. Pues no es así, en esos espacios hubo mucho voto peronista, como lo hubo y lo hay todavía en sectores populares donde el peronismo también está asociado fuertemente a la religiosidad. No se trata de si nos gusta más o menos. Simplemente es así.

Naturalmente encontramos muchos casos de discursos de pastores abiertamente antiestatalistas pero no son ni todos los discursos ni tampoco eso implica que quienes asistan allí sean todos anarcocapitalistas. Es difícil de medir, pero, probablemente, el porcentaje de votos peronistas que se han perdido dentro de esas Iglesias es el mismo que se ha perdido en los sectores populares. ¿Por qué? Por muchas razones. Principalmente por razones económicas y luego por divisiones sociales y culturales impulsadas por el gobierno que se decía peronista. Pienso, claramente, en la cuestión del aborto que acabó agrupando a distintas expresiones de derecha que canalizaron su voto a través de Milei y Villarruel, y en el desprecio y en la invalidación que supuso llamar “antiderechos” a alguien que, simplemente, cree que hay derecho desde la concepción. Y conste que quien escribe estas líneas es ateo y está a favor de la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Pero, una vez más, no se trata de lo que nos gusta o de cómo quisiéramos que fuesen las cosas; se trata de lo que es; se trata de comprender y explicar. 

En cuanto al discurso de Milei en Chaco, la repetición no debería privarnos de la gracia de la sorpresa: un presidente que habla de “El Maligno” y que no conforme con ello lo equipara al Estado del mismo modo que emparenta la justicia social con el pecado de la envidia… O la diputada nacional Lilia Lemoine, en un programa de TV, afirmando: “El ateísmo de Estado es peligroso; los políticos que no le responden a ninguna fuerza superior (…) no le rinden cuentas a nadie. Cuando el Estado se transforma en Dios así no queda esperanza para el ser humano (…)”.

Es tanto que uno no sabe por dónde empezar y es tanto que probablemente ni siquiera valga la pena. En todo caso sí cabe advertir algo que aquí hemos mencionado varias veces: el mesianismo del presidente hace que él crea que está allí para cumplir una misión, un Elegido para el cual la presidencia es un cargo menor. Con Milei no se negocia porque lo mueven fuerzas superiores y porque ante una misión que no es de esta Tierra, cualquier negociación política supone una degradación. Se ha visto en estas últimas horas tras el resultado de la votación en el Senado, de modo que, lo digo y lo repito: Milei es de los que puede pegar un portazo en cualquier momento; la construcción política, si es que lo hubiere, es de quienes lo rodean, no de él. Él no pretende construir poder y si busca la reelección es porque cree que su misión no se ha cumplido aún. Es él (y su hermana) contra todos. De aquí también el solapamiento entre su persona particular y el Estado, lo cual, claro está, es problemático.

Porque quien se precie de liberal debería saberlo: las personas tienen el derecho a profesar diferentes creencias y a desarrollar su concepción de la buena vida, creer en la existencia de una única Verdad, etc. Lo que no se puede pretender es que sea el Estado el que adopte su creencia, su concepción de la buena vida y la idea de que existe una única verdad. Al menos no en sociedad democráticas y liberales como las nuestras.

Del mismo modo que Milei sigue sin entender que, por más que su cuenta de Twitter diga “economista”, cada vez que twittea lo hace como presidente, el actual mandatario debería comprender que sus creencias personales no deberían confundirse con los intereses del Estado. El ejemplo más claro en este sentido, es su relación con el judaísmo y con Israel. Tiene todo el derecho a creer lo que quiera. Lo que no puede es solapar ello con las relaciones internacionales que establece nuestro país como tal. Por cierto, la referencia no tiene que ver con Israel en particular sino con cualquier otro vínculo que se genere por afectos, creencias y valores de la persona del presidente.

Volviendo a la cuestión de la religiosidad, y más allá de casos como el de estos pastores chaqueños, en un tiempo donde la idea del votante como persona racional que toma decisiones tras deliberar en base a razones, ha hecho agua por diversos frentes, analizar el modo en que la búsqueda de sentido trascendente muchas veces conecta con la política es algo que debe ser tomado en cuenta sin prejuicios y no desechado a priori o ubicado en la categoría de “masas manipuladas en base a emociones y fake news”. Esto no significa caer en el relativismo ni avalar cualquier estupidez: las finanzas sobrenaturales no existen y Dios no imprime billetes. Punto.

Con todo, nunca deja de ser interesante aquella enseñanza de Nietzsche que advertía que tras la muerte de Dios ese lugar sería reemplazado por otras creencias, o como reza esa frase que se le atribuye apócrifamente a Chesterton: “Cuando se deja de creer en Dios, se cree en cualquier cosa”.

El progresismo ateo y anticlerical lleva años, por ejemplo, creyendo que las identidades (algunas, al menos), se determinan por autopercepción, a partir de lo cual erige en divinidad absoluta a la conciencia individual, al menos cuando ésta afirma poseer una identidad que no es representada por su biología; sectores de la derecha son proclives a tragarse cualquier teoría, cuando más conspirativa sea mejor, desde tierras planas pasando por microchips en vacunas, sectas de ricachones progres que gobiernan el mundo, niños secuestrados en sótanos de pizzerías y un sinfín de estudios con estadísticas falsas para afirmar aberraciones tales como una conexión entre homosexualidad y pedofilia.

En el debate público llevamos años discutiendo de todo menos de la realidad. Que sigamos viviendo en algo parecido a una sociedad es el verdadero milagro.

 

Milei contra los periodistas: cuando el león es herbívoro (editorial del 5.7.25 en no estoy solo)

 

En las últimas horas el presidente Javier Milei denunció a los periodistas Jorge Rial, Mauro Federico, Fabián Doman y Nicolás Lantos. La semana pasada había hecho lo propio con Julia Mengolini y un par de meses atrás había avanzado contra Carlos Pagni, Ari Lijalad y Viviana Canosa.

La noticia llegó al propio New York Times https://www.nytimes.com/2025/07/02/world/americas/argentina-president-milei-press-attacks.html donde se habla de una guerra de Milei contra los medios siguiendo el modelo trumpista de “No odiamos lo suficiente a los periodistas”.

Las denuncias contra Pagni y Lijalad fueron desestimadas y es probable que lo propio suceda con el resto, si bien lo más relevante es la discusión acerca del modo en que esto podría afectar la libertad de expresión y, sobre todo, los límites del periodismo y de los funcionarios públicos al momento de responder a la prensa.

El caso que más trascendió fue el de Julia Mengolini porque a los retwitts compulsivos del presidente se habría sumado una campaña de desprestigio desde cuentas libertarias lo cual incluiría incluso un video creado con IA en el que Mengolini aparece teniendo relaciones sexuales con su hermano. Está claro que Mengolini no tiene una relación incestuosa con el hermano, pero el propio presidente se ha encargado de decir que se trata de una suerte de devolución de gentilezas contra ella porque, en declaraciones públicas, la dueña de Futurock había afirmado que el presidente estaba enamorado de su hermana y dio a entender que allí había un vínculo incestuoso. Incluso fue más lejos y, a contramano de toda su prédica deconstructivista, en otra declaración había puesto en duda que una persona sin una familia “normal” fuera capaz de gobernar. No fue la única, por cierto, que tras años de crítica a la normativización y a los discursos hegemónicos llamaba a votar a Massa por tener mujer y dos hijos frente al “monstruo” soltero con “hijos de cuatro patas”.

Mengolini tuvo otras declaraciones poco felices para un comunicador como cuando antes de las elecciones afirmó que haría todo lo que esté a su alcance para que Milei no sea presidente, de lo cual podría seguirse que incurriría en mentiras si hiciera falta, o cuando durante varios años sostuvo que ante una denuncia por violencia de género había que creerle a la denunciante aun cuando paguen justos por pecadores y porque en las “revoluciones” siempre se cometen injusticias. Si bien años más tarde volvió a defender el principio constitucional de la presunción de inocencia cuando el denunciado fue Alberto Fernández y exigió esperar las pruebas que pudiera ofrecer Fabiola Yáñez, lo cierto es que, en todo este tiempo, Mengolini ha sabido ganarse enemigos que esperan pasar por ventanilla a cobrarle buena parte de estas declaraciones, las cuales, cabría llamar, para ser generosos, como mínimo, controversiales.

Con todo, y para no desviarnos del tema, creo que se puede coincidir en que afirmar que el presidente tiene un vínculo incestuoso con la hermana es una barbaridad que debería ofender a las mismas personas que se ofendieron cuando la Revista Noticias ponía una caricatura de Cristina en tapa teniendo un orgasmo. Incluso estoy tentado a pensar que resulta todavía más ofensiva la declaración contra el presidente por las mismas razones que expuso Mengolini cuando recordó que lo primero que te enseñan en el CBC es la noción básica de la Antropología de que lo común a toda cultura humana es, justamente, el tabú del incesto.

Dicho esto, cabe analizar la respuesta presidencial con su eventual ataque orquestado de trolls y allí lo que se ve es una desproporción, no solo por la magnitud del ataque sino por el hecho de que cabe la posibilidad de que quienes lo impulsaron sean funcionarios y empleados públicos escondidos en el anonimato, además del propio presidente.

Pero hay en este episodio la repetición de un síntoma presente tanto en Milei como en muchos de sus seguidores. Lo expuso, justamente, en su última entrevista en Neura ante la complicidad de quien conducía el programa, mas no el reportaje, cuando volvió a separar su rol como presidente de sus intervenciones a través de Twitter arropado en el insólito argumento de que en Twitter su descripción de “Economista” a secas lo legitima a hablar como ciudadano común ajeno a su investidura.

Con todo, cabe decir que hay un aspecto coherente en Milei y el mileísmo si lo comparamos con su posicionamiento, por ejemplo, respecto a lo ocurrido en la última dictadura. Allí, el argumento de “la guerra entre bandos” iguala el accionar civil con el del Estado. No hay un agravante por la utilización de las fuerzas del Estado por parte de “uno de los bandos”. Se trataría solo de particulares en combate. Siendo coherente con este posicionamiento, para Milei, entonces, o bien no cabe, entonces, la noción de delitos de lesa humanidad para los crímenes cometidos desde el Estado o, si cupiera, esta categoría debería extenderse a la acción de la subversión. Naturalmente, esta mirada va a contramano de la perspectiva adoptada por la Justicia argentina pero esto no es relevante ahora.

Sin embargo, este posicionamiento convive con todos los discursos de Milei en los que el presidente ve al Estado como el principal actor de la violencia, el atraco, etc., y al cual, por ello mismo, habría que destruir como un “topo” desde adentro. La prueba de que el accionar estatal no puede igualarse con el civil lo confirma Milei en cada una de las acciones que toma aunque se ve burdamente en muchas de las intervenciones policiales, sea en marchas o en procedimientos demasiado al borde de la ley, para ser generosos nuevamente.

Un ejemplo es lo que por estas horas transcurre con aquellos militantes que habrían arrojado mierda en la casa de José Luis Espert. Al momento de escribir estas líneas hay varios detenidos, entre ellos al menos una funcionaria y una concejal de Quilmes, y se producen allanamientos que son insólitos, además de la ya de por sí delirante decisión de mantener detenidas a las personas que habrían participado en el hecho. Ahí queda clara la fuerza del Estado, la cual, en este caso, no es desdeñada por Milei, seguramente con el argumento libertariano de que el cual el Estado no debe servir para otra cosa más que para sostener un sistema de justicia y un poder de policía que proteja la propiedad privada (también de la bosta, claro).

Si dejamos de lado lo conceptual y vamos al terreno electoral, la sensación es que, el nivel de la dirigencia toda, ayuda a la desafección por la política. De un lado, se defiende el derecho a tirarle mierda en la casa a un tipo que es un provocador y que sobresale por sus exabruptos más que por sus votos, lo cual, en el mejor de los casos es una estudiantina hecha por militantes cuyas canas merecerían otro comportamiento y, en el peor, es sencillamente una boludez. En el mismo sentido, se puede entender que un sector de la política y los medios se solidaricen con Mengolini ante un ataque presuntamente orquestado o frente a la obsesión retwitteadora del presidente, pero no se puede defender que un comentario de remisería en espera se exprese sin más. Además, si decir que el presidente tiene sexo con la hermana es parte de la libertad de expresión, entonces el progresista debería aceptar que cualquier afirmación, incluso la que ofende a determinadas minorías, tiene que ser permitida. ¿O es que acaso solo se puede ofender a la gente que no piensa como nosotros?

En cuanto a la acción del gobierno y de Milei en particular denunciado calumnias e injurias, hay también allí, desde lo electoral, un error pues se trata de acciones muy poco capitalizables. Por el contrario, primero que todo le hace renunciar a la idea de libertad y lo expone a ser acusado de censor; y, en segundo lugar, por esto mismo, le sirve en bandeja al periodismo en general y al periodismo progresista en particular, el rol de víctima perseguida en una carrera por la victimización que, a la larga, el presidente está condenado a perder.

En este sentido, el traje que mejor le queda a Milei es el de la respuesta desmedida, no el de la denuncia. Seguramente no contribuye al debate público, pero Milei ganará más adeptos insultando periodistas antes que denunciándolos. Este Milei herido en su honor, abrazado a la Verdad de un modo místico, paga mucho menos que su ira al estilo Joker. El mileista no quiere un presidente legalista. Quiere a Milei prendiendo fuego todo. Lo prefiere jugando a ser el cruel antes que llamando a su abogado porque injurian a su hermana. El Milei denunciador es el Joker 2, un musical en el que el Joker se asusta y dice que no es tal frente a la decepción de sus seguidores y de Lady Gaga.

Por todo esto, un Milei apegado a la ley deviene león herbívoro, un topo que, antes que destructor, acaba siendo acomodaticio.

Irán e Israel: la era de los múltiples botones rojos (publicado el 28.6.25 en www.disidentia.com)

 

En el tiempo en que escribo estas líneas se ha anunciado el fin de lo que habría sido la Guerra de los 12 días entre Israel e Irán, un conflicto que, para muchos, podría haber desatado la Tercera Guerra Mundial y/o un desastre nuclear de proporciones.

Lamentablemente tal peligro no es novedoso ya que hace apenas algunas semanas se enfrentaron dos potencias nucleares como India y Pakistán y porque desde el conflicto entre Rusia y Ucrania, la posibilidad de una escalada del conflicto está siempre latente.

Tras la caída del Muro, entonces, no estamos teniendo fin de la historia, ni siquiera un alineamiento natural que produjera un choque de civilizaciones a lo Huntington, sino una inestabilidad y fragmentación de actores en los que varios manuales de Ciencia Política hacen agua. Así, hoy parecen jugar en el mismo lodo autocracias con apariencias democráticas, dictaduras, repúblicas, grupos étnicos y células fundamentalistas, sea en enfrentamientos directos, sea a través de terceros como lo ocurrido en Siria donde Irán, Israel, Estados Unidos, Turquía, Rusia, los kurdos, diversas minorías y decenas de grupos fundamentalistas más o menos organizados y más o menos potentes, disputaban a través de la figura de Bashar al-Assad.

El escenario es todavía más preocupante cuando notamos que, a diferencia de lo que una parte de la biblioteca indicaba, el capitalismo no es incompatible con regímenes antidemocráticos pero, al mismo tiempo, en Occidente, las críticas al capitalismo devienen críticas a las democracias liberales en los distintos formatos que éstas han adoptado. Así, lejos de pretender exportar la democracia, sea a través del poder fuerte, sea a través del poder suave, Occidente mismo experimenta la crisis de la misma mientras avanza a pasos acelerados hacia una suerte de suicidio civilizacional que está siendo aprovechado por otras culturas para las cuales los valores occidentales que les permiten habitar, expresar su religión y sus opiniones en los propios países a los que critican, son los objetivos a destruir en nombre de un Dios, el colonialismo, el racismo, etc.

Eso sí: la oikofobia occidental de cierto pensamiento progresista de izquierda, esto es, la aversión a la propia cultura/sociedad, en nombre de un relativismo que, paradójicamente, no es aceptado por las culturas a las que ese relativismo protege, entra en contradicciones cuando algún dictadorzuelo con botón rojo a mano, nos hace preguntar si mañana seguirá existiendo el mundo. Le sucede a cierto sector del feminismo progresista, por ejemplo, ese que es feminista en sociedades donde el patriarcado está en retirada para poder ser relativista frente a sociedades donde el patriarcado no le dejaría ser feminista.

Asimismo, como se sigue de algunos de los libros de Steven Levitsky, primero junto a Daniel Ziblatt y luego junto a Lucan Way, Cómo mueren las democracias y Revolución y dictadura, estamos ante un deterioro de la calidad democrática en buena parte de Occidente, a lo cual se debería agregar la evidencia de un caldo de cultivo y de grandes incentivos para impulsar revoluciones sociales violentas. De hecho, en el primer libro, los autores muestran que las democracias no mueren necesariamente de manera abrupta a través de golpes militares, sino que pueden hacerlo como una pérdida de legitimidad de ejercicio gracias al debilitamiento de las instituciones democráticas, desde los poderes republicanos de contrapeso hasta la persecución política a disidentes o la censura a la libertad de expresión. Por otra parte, en el segundo libro, los autores hacen un análisis comparativo para exponer que desde el 1900 a la fecha, los regímenes autoritarios nacidos de revoluciones violentas, han resistido una media de casi tres veces más tiempo que sus homólogos no revolucionarios con tendencia a buscar consensos. En otras palabras, habría una correlación entre origen violento y una perdurabilidad basada en tres grandes pilares: una élite cohesionada, un aparato coercitivo desarrollado y fiel al régimen, y la destrucción de los adversarios políticos y de los espacios de poder alternativos propios de la sociedad civil.

Por otra parte, el debate público de este lado del mundo refleja otro signo de los tiempos. En el caso específico de la disputa entre Israel e Irán/grupos terroristas, las principales y, en muchos casos, más caras universidades del mundo, se transformaron en el epicentro de una resistencia social contra la respuesta israelí al tiempo que las principales capitales del mundo han sido testigo de dislates tales como unificar la causa palestina con las manifestaciones LGBT, las cuales, por cierto, no gozarían del beneplácito de la mayor parte del Oriente Medio que no comulga con Israel, para decirlo de manera elegante. Del otro lado, la extorsión de siempre: si es un judío el que critica la política militar de Israel, es un traidor; y si no es un judío el que critica, entonces es un antisemita. En el medio, el clivaje derecha/izquierda jugando para indicarnos quiénes son los buenos y quiénes son los malos, lo cual hace mucho más fácil la estructuración del debate: de un lado la derecha pro Israel y del otro la izquierda pro Palestina. Nada en el medio, nunca un matiz, un pero, una duda o una crítica que no sea sospechosa.

Y agreguemos a esto la desinformación: saber qué sucede en los países no occidentales es prácticamente imposible. Pero, salvo honrosas excepciones, la cobertura de los medios occidentales es brutalmente sesgada a lo que a su vez habría que agregar la cantidad de información falsa que circula en las redes, lo cual genera o incredulidad generalizada o la instalación de mentiras y posverdades. La desconfianza es tal que estamos a un paso de que una bomba nos haga estallar por el aire y le preguntemos a Grok, la IA de X, si es verdad que ya estamos muertos.

Volviendo a Oriente Medio lo que ocurrirá allí dependerá de muchos factores, pero, como suele pasar, el rol de Estados Unidos será clave. Contra los Halcones republicanos, y esto se ha visto claramente en las intervenciones de Steve Bannon o Tucker Carlson denunciando el modo en que el lobby israelí estaría empujando al gobierno estadounidense a la guerra, Trump ha enarbolado un discurso de paz basado en los antecedentes de su primer gobierno y en la evidencia empírica de que, más allá de la retórica, los gobiernos demócratas han estado bastante lejos de alentar el pacifismo. Sin embargo, su intervención directa sobre Irán, en una suerte de intento de ser juez y parte, abre un interrogante, especialmente si la promesa de alto el fuego no es respetada. Hasta ahora parece ser una típica estrategia de Trump tal como se vio con los aranceles: primero “ataco” y luego negocio. Las bombas contra Irán, entonces, pueden interpretarse como una forma de obligar a los iraníes a sentarse a negociar en posición de debilidad.  

Asimismo, en esa debilidad de sus adversarios, Netanyahu ve una oportunidad que solo la presión internacional y un frente interno podría frenar. Hasta ahora no ha sido suficiente pero la resistencia que ha cosechado en el mundo occidental la respuesta de Israel a la masacre del 7 de octubre de 2023 ha sido inédita.

Con todo, lo más relevante es que este conflicto, aun con toda la importancia que supone, se enmarca en este contexto mundial altamente problemático. Se trata de tendencias de largo plazo, claro está, pero el escenario actual de multilateralismo con múltiples botones rojos está lejos de ser auspicioso. Asimismo, aun si fuese verdad esto de “las democracias no hacen guerras entre sí”, lo que estamos viendo es que las propias democracias están en crisis, máxime cuando es la propia civilización que las cobijó la que ha ingresado en una espiral de autocrítica destructiva y cuando sobra evidencia de que el capitalismo no necesita del mundo libre para desarrollarse.

A propósito de botones rojos y particularidades de estos tiempos, en las últimas horas el vicepresidente estadounidense J.D. Vance contó públicamente una broma que le hizo Trump mientras negociaba con los iraníes por teléfono: al no hallar un acuerdo, el presidente le dijo a su compañero de fórmula que las cosas iban mal y automáticamente apretó un botón rojo. Ante la sorpresa de Vance, quien le consultó por qué había apretado ese botón, Trump le respondió “nuclear, nuclear” dando a entender que había arrojado una bomba. Dos minutos más tarde entraba a la oficina un señor con una Coca Cola: el botón rojo era para llamar al mozo de la Casa Blanca.