jueves, 28 de septiembre de 2023

El pinganillo es el mensaje (publicado el 25/9/23 en www.theobjective.com)

 

Fragmentar lo común; quebrar los vínculos; mediar la comunicación hasta incomunicar: en la España de las necesidades electorales, “el pinganillo es el mensaje”. Efectivamente, el escenario de la globalización que debilita las soberanías nacionales nos trae el horror de lo igual gracias a la vigilancia universal de instituciones supranacionales pero, al mismo tiempo, ofrece el infierno atomizado de las diferencias que pretenden ser cada vez más diferentes e inconmensurables.

Y no se trata de pasar por alto la historia de la violencia con la que se han construido buena parte de los Estados nacionales a lo largo de la historia; menos aún de poner en duda el derecho a las reivindicaciones lingüísticas en tanto patrimonio cultural de un pueblo. Pero lo cierto es que, tras la caída del muro, el “fin de la historia” vino fragmentado en una multiplicidad de heterogéneas identidades. Éstas pueden ser nacionales, raciales, religiosas, de género o asociadas a la orientación sexual pero el mandato indica “fragmentarse”. Dado que, a su vez y, como si esto fuera poco, un mismo individuo podría tener identidades múltiples, las combinaciones prácticamente infinitas hacen que se cumpla el sueño húmedo de la posmodernidad: que cada uno sea “único”.   

Entonces, más que los Estados nacionales, lo que parece el principal enemigo del pensamiento hegemónico vigente es todo tipo de comunidad. Efectivamente, en tiempos líquidos donde la moda es fluir, la estabilidad que propone la comunidad es un estorbo. Así, nada debe estar quieto cuando el negocio está en la velocidad en que puedan circular las mercancías (y no olvidemos que la identidad es quizás la gran mercancía de estos tiempos).

Por cierto, se habla de la insatisfacción democrática como un fenómeno salido de un repollo sin reparar que hay un dispositivo cultural que nos impulsa a diferenciarnos cada vez más, a romper todo lazo como si lo común, al igual que la biología y la realidad, fuera de derechas.

Es como si en vez de priorizar todo lo que de hecho compartimos, se fomentara la incomprensión, la idea de que todos somos tan distintos que en última instancia nadie puede establecer una conexión robusta con el otro. En esta utopía de la incomunicación, la traducción es imposible y el pinganillo aparece como símbolo necesario y, a la vez, inútil.    

A propósito, dos referencias vienen a mi cabeza: una filosófica y otra literaria. La primera refiere a Fritz Mauthner, un filósofo nacido en Bohemia, alguna vez citado marginalmente por Wittgenstein pero muy admirado por Jorge Luis Borges.

Contra la moda del neopositivismo que llegaría algunas décadas después, para Mauthner el lenguaje no permitía conocer la realidad tal cual es y la comunicación era imposible porque todo lenguaje es privado. Esto significa que aun cuando usted y yo habláramos, por ejemplo, un mismo idioma, nuestra percepción del mundo estaría mediada por palabras cuyo sentido nunca es exactamente el mismo. El ejemplo estrella en este sentido es el de la percepción de los colores: lo que para mí es verde para usted puede ser un tono más cercano a los azules, etc. En Contribuciones a una crítica del lenguaje, Mauthner afirma cosas tales como: “Aquello que sostiene, no solamente el cura y el pueblo acerca del lenguaje, lo que sobre él escriben casi todos los lingüistas, (…) esto es, que el idioma sea un instrumento de nuestro pensar (un admirable instrumento, además) me parece una Mitología”; o “(…) Nunca podrá ser el lenguaje fotografía del mundo, porque el cerebro del Hombre no es una cámara oscura verdadera y porque en el cerebro se albergan fines, y el lenguaje se ha formado según razones de utilidad”.

 

Por su parte, la referencia literaria la brinda G. K. Chesterton gracias a uno de los increíbles personajes de El club de los negocios raros. El libro repasa las historias de un grupo de personas que tiene oficios extraños pero que, sin embargo, les sirven de sustento: una agencia que le ofrece a sus clientes emociones fuertes en la vida real como ser perseguido por un loco que los quiera asesinar; un hombre que se “alquila” como acompañante de fiestas en las que finge ser un tonto para resaltar la inteligencia de su cliente; un agente inmobiliario que vende casas construidas arriba de los árboles; un juez moral que es contratado por gente que quiere recibir un castigo por alguna mala acción cometida, etc.   

Pero uno de los miembros del club es un antropólogo que considera que los idiomas son creaciones individuales y que, en su afán de probar su hipótesis, un día deja de hablar y comienza a hacer movimientos extraños con su cuerpo, lo cual hace que todos lo tomen por loco. Sin embargo, estaba cuerdo. Solo había inventado un idioma nuevo. El detalle era, claro está, que el único que sabía hablarlo era él. Este personaje, creador de una gramática que solo él reconocía, me remite a una tercera referencia, en este caso, el famoso “Pan Ajedrez” del artista argentino Xul Solar, justamente, gran amigo de Borges también. Esta particular derivación del ajedrez suponía la participación de dos jugadores, pero nadie podía jugarlo correctamente porque sus reglas eran cambiadas constantemente y solo eran conocidas por el propio Xul Solar.  

Dicho esto, en la utopía del mundo fragmentado donde cada uno solo puede ser comprendido por sí mismo, lo curioso es que lo común, aquello que se intenta destruir, ese lazo que conecta a la comunidad (de hablantes) y que se busca mantener oculto, se filtra e irrumpe en los descuidos, como ya lo había dicho Freud cuando explicaba algunas de las manifestaciones del inconsciente. De esta manera, detrás de la performance de las intervenciones, la burocracia y las polémicas en el congreso, de repente a todos se les pasa por alto que al representante catalán le traducen al castellano, (esto es, al idioma común), la intervención del representante gallego, y así con cada uno de los idiomas cooficiales.

Digamos entonces que, paradójicamente, en el momento en que eso común que conecta historias y cosmovisiones diversas es puesto en el centro de los ataques, es cuando más evidente surge su relevancia y su rol para establecer lazos comunitarios y una comunicación que nunca será perfecta ni total, pero que, en tiempos donde se intenta romperlo todo, se hace cada vez más necesaria.       

 

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