Cada vez que Mirtha Legrand
quiere afirmar algo sin sustento comienza la frase indicando “La gente en la
calle dice que…”. Claro que la eterna conductora de los almuerzos no es la
única y el latiguillo de aquello que la gente dice o nos comenta en la calle es
casi un clásico de los lugares comunes porque resulta muy efectivo en varios
sentidos: nos quita responsabilidad por aquello que vamos a decir ya que, en
principio, no necesariamente es lo que pensamos; establece a “la gente” como
nuevo sujeto político capaz de reemplazar a “el pueblo” cuya cohesión y
potencia política es un fantasma para quienes prefieren sociedades (es decir,
suma de individuos) antes que comunidades; y nos transforma en alguien “común”
que se contacta con otros “comunes” y tiene contacto con “la realidad” que
sería “aquello que sucede en la calle”.
Pero detengámonos especialmente
en este último punto más allá de que los anteriores no sean menos
controvertidos: ¿qué garantía tenemos de ser “comunes”, esto es, de ser
representativos de la media de la sociedad? ¿Lo que pasa a nuestro alrededor es
lo que le pasa a todas las personas al menos en Argentina? ¿Nuestra clase
social, rango etario, género, religión, preferencia sexual, posición política e
historia no podrían, de alguna manera, determinar o influir para hacer de nuestro
entorno un espacio particular? ¿No deberíamos decir “la gente que me rodea
dice” en vez de afirmar “la gente dice”?
Esta breve introducción busca
simplemente advertir que muchos de los diagnósticos de los comunicadores pero
también de cualquier ciudadano suelen estar teñidos de ciertos microclimas en
tanto, en general, tendemos a vincularnos con aquellos con los que tenemos
algún tipo de afinidad. En tiempos de enorme intensidad política (y en tiempos
de baja intensidad política también), por ejemplo, es posible que elijamos
acercarnos y compartir espacios con aquellos que piensan como nosotros y
consumir los medios que dicen lo que nosotros pensamos pues más que estar
abiertos a la novedad necesitamos confirmar nuestras posiciones. Estas
relaciones se dan naturalmente y pocas veces son parte de una decisión
consciente. Sin embargo, el cuento de la globalización y las sociedades
abiertas hace que terminemos creyendo que nuestra vida es representativa de lo
que le pasa a cualquier otro en cualquier lugar del mundo. Y no es así: es muy
difícil hacer el ejercicio empático de ponerse en el lugar de otro y poder
comprender cómo el otro piensa lo que piensa y actúa como actúa. Cómo pudiste
votar a Macri, se pregunta el kirchnerista, del mismo modo que el macrista se
preguntará cómo pudiste votar a los kirchneristas.
Esta dificultad es la que explica
que los macristas crean dudosas encuestas que dan a la nueva gestión un 70% de
imagen positiva y haya kirchneristas que crean que, en meses, el gobierno
acabará renunciando jaqueado por la conflictividad social.
Para
concluir, no diremos que la verdad está en el medio pues muchas veces no está
allí. Simplemente advertiremos que suele haber un mundo más allá de nuestra
pecera.
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