La
Confederación Farmacéutica Argentina indicó que el consumo de Clonazepan
aumentó 105,9%. Por su parte un estudio de la Agencia Española de Medicamentos
y Productos Sanitarios de España demostró que, en ese país, el consumo de
antidepresivos se triplicó en los últimos 10 años. A esto podemos sumarle que
alrededor del 22% de la población estadounidense adulta admite estar medicada
con psicofármacos más allá de que hay buenas razones para pensar que la cifra
es mucho mayor en la medida en que hay quienes prefieren mantenerlo en secreto
ante el prejuicio social.
Estos datos
alarmantes recuerdan la famosa pastilla “soma” que Aldous Huxley describía en Un Mundo feliz. Se trataba de “la
pastilla de la felicidad” que lograba que uno pudiera evadirse de los
problemas, ser productivo y estar alegre al mismo tiempo. Claro que, el soma,
lo distribuía el Estado y ahora son los laboratorios y los médicos los
encargados de su propagación. Se trata de una manifestación más de cómo la
medicina y la psiquiatría avanzaban cada vez más incluso sobre terrenos antes
nunca transitados como los simples vaivenes diarios de los estados de ánimo. No
solo la depresión como enfermedad es medicada sino también las personalidades
melancólicas o los sujetos que han sufrido alguna pérdida circunstancial. La
sociedad no permite que haya infelicidad ni infelices. En este sentido, ser
feliz se transformó en una obligación.
¿Por qué
sucede esto? Quien lo explica con agudeza es el filósofo francés Pascual
Bruckner en un ensayo titulado, justamente, La
euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz, publicado en el año 2000.
Bruckner
muestra la manera en que Occidente ha cambiado su mirada sobre la felicidad.
Pensemos, por ejemplo, en el cristianismo. Se trata de una religión en la que
la felicidad es una nostalgia o una promesa puesto que se nos dice que alguna
vez, antes del pecado, fuimos felices y que, si hacemos las cosas más o menos
bien en esta vida de paso, seremos felices en el Cielo. Habíamos sido y
podremos llegar a ser felices pero no podremos serlo ahora. La felicidad estuvo
al principio del camino y estará como recompensa al final pero no está en el
tránsito de ese camino.
Con la
modernidad, en cambio, la felicidad se transforma en una promesa terrenal. Se
puede ser feliz en esta vida, es decir, en este tiempo, pero también en este
espacio porque de la mano de la ciencia los humanos tendremos la posibilidad de
modificar nuestro entorno hasta que sea capaz de someterse a nuestro plan de
vida. Asimismo, Occidente comienza un largo proceso hacia la construcción de
sociedades más igualitarias en las que la felicidad deja de ser una
prerrogativa de los ricos. La felicidad, entonces, se transforma en un derecho,
un derecho para cualquier ser humano.
Claro que, en
el mientras tanto, Sigmund Freud nos va a decir que existe un malestar en la
cultura y una aporía: nuestra cultura nos inculca que tenemos derecho a ser
felices pero, al mismo tiempo, supone la restricción de nuestros instintos. El
fenómeno es paradojal pues maniatando nuestros instintos somos seres incapaces
de ser felices pero a través de esa sujeción logramos conformar una cultura que
nos dice que es posible ser feliz. Se trata de la “crónica de un fracaso
anunciado”.
En este
contexto, Bruckner se pregunta qué ha pasado en las últimas décadas como para
que la inalcanzable felicidad se haya transformado en una obligación. En otras
palabras, no alcanzó con la frustración de darnos cuenta que la felicidad era
inalcanzable. Ahora, además, le sumamos la nueva frustración de formar parte de
una cultura que nos muestra que a pesar de ser inalcanzable es obligatoria. Las
razones de este cambio las encontramos en algunos de los fenómenos que hemos desarrollamos
en números anteriores de esta revista. En primer lugar, el paso de un
capitalismo que fomentaba la acumulación y el ahorro (como promesa de un goce
futuro pero en esta tierra) a un poscapitalismo que impulsa el consumo de todo
aquí y ahora. Y, en segundo lugar, el fomento de una ideología absolutamente
individualista que deposita en el sujeto la total responsabilidad sobre su
destino. Desde esta perspectiva, los logros pero, sobre todo, los fracasos, no
obedecen a un sistema esencialmente desigual sino al mérito propio. El mejor
ejemplo de esta ideología es la denominada “autoayuda”. Más allá de su
discutible efectividad, la autoayuda se apoya en una cosmovisión por la cual
cada una de las personas es dueña de lo que le sucede independientemente del
contexto. La autoayuda te dice que si te lo proponés podes ser feliz. Así, un
familiar tuyo puede morir, tu gran amor dejarte, el modelo económico, y tu
patrón, quitarte el trabajo y lograr que no tengas para comer, pero,
aparentemente, si te predispones y decís, como el Ravi Shankar, “si sucede conviene”,
te vas a sobreponer. El punto es que, naturalmente, es muy difícil sobreponerse
a eso y allí la autoayuda no te dice “Bancate el duelo o armá una revolución y
acabá con el sistema que te oprime” sino que te dice “Tenés que confiar más en
vos mismo y darte cuenta que la solución está en tu interior. Si seguís
sufriendo es tu entera responsabilidad porque la llave de la solución la tenés
dentro tuyo”. Sin embargo, claro está, en la mayoría de los casos, no está en
el interior sino en reconocer los ciclos de la vida y quiénes se están quedando
con tu dinero y con tu destino.
No conformes
con ello, tenemos ahora una versión más sofisticada de la autoayuda que se ha
transformado en un enorme éxito de ventas en las librerías. Es más sofisticada
porque tiene la misma ideología que la autoayuda pero dice apoyarse en la
presunta asepsia de la ciencia y no en las intuiciones de pastores, astrólogos
o gente “con buena onda” y “paz interior”. La llamaremos “neuroayuda” y la
definiremos como la posibilidad de aplicar los avances de las neurociencias a
la resolución de nuestros problemas cotidianos. Si bien no hay que generalizar,
por momentos parece ser una reedición canchera y para el gran público de las
grandes fantasías positivistas decimonónicas y de principios del siglo XX que
buscan reducir los comportamientos humanos a reacciones químicas. Pero más bien
se trata de una mezcla de “sociobiología para señoras” y new age que se
presenta, además, como la solución a “tus problemas” y te da “tips” para
escaparle al determinismo social y biológico.
El libro de
Estanislao Bardach, Ágil Mente, por
ejemplo, lleva como subtítulo “Aprende como funciona tu cerebro para potenciar
tu creatividad y vivir mejor”. Asimismo, en la contratapa del libro EnCambio,
del mismo autor y cuyo subtítulo es “Aprende a modificar para cambiar tu vida y
sentirte mejor”, puede leerse “(…) No sos vos. Es tu cerebro. Estas reacciones
automáticas son determinadas por patrones cerebrales que vas construyendo a lo
largo de tu vida. EnCambio te va a permitir
alumbrar los procesos por los cuales pensás, sentís y te comportas de determinada
manera, y así dejar atrás aquellos hábitos y conductas que ya no te sirven”. A
esto agrega en la página 427 y 428: “Vos tenés la habilidad de definir quién
querés ser y alinear tus comportamientos con tus metas. Claramente no será
fácil. (…) Además tendrás que luchar con la poderosa biología que hay detrás de
tus comportamientos habituales, aquellos que actúan de manera automática y
súper eficiente por fuera del alcance de tu conciencia. No te enojes con tu
biología (…) Y para cuando tu cerebro quiera agarrar el volante para conducirte
por los caminos que a él más le conviene, ya contarás con todas las
herramientas para decirle que no (…) El volante es tuyo, de tu mente y de tus
pensamientos, que son los únicos que pueden conducirte a un cambio positivo.
En la misma
sintonía podemos hallar un libro de Facundo Manes y Mateo Niro titulado Usar el cerebro que, en las palabras
preliminares, afirma: “Este libro se propone pensar el cerebro con el objetivo de
que podamos vivir mejor. ¿Qué significa esto? Que cuanto uno más comprende
sobre sí mismo, más va a saber atenderse y cuidarse, es decir, vivir plenamente”.
¿Viste? No es
el sistema económico. Tampoco las determinaciones sociales. Menos aún el
gobierno de turno. ¡Todo está en vos, zoncito! Es momento de que seas feliz. Si
no prestas atención a tu cerebro o si te levantas como “mala onda”, es asunto
tuyo. Andá a buscar la pastilla y los libros que te dicen cómo ser feliz y,
para que no haya testigos, rompé esta nota y, en lo posible, también, esta
revista.