La tapa de Noticias en la que a través de una
animación se observa la imagen de la presidenta de la Nación teniendo un
orgasmo ha generado una inmensa polémica, la cual, seguramente, habrá derivado
en un pírrico éxito comercial de la revista. La imagen controversial fue
extraída de un videoclip de una banda de rock argentino/venezolana que
actualmente reside en Miami y que mostraba a Cristina Fernández masturbándose
tras observar la gran masa popular que la acompañaba en la Plaza de Mayo.
Editorial Perfil recogió el video, lo publicó en su página WEB y lo sostuvo
hasta el día de hoy a pesar de que Youtube lo dio de baja por incluir contenido
inadecuado. Unos días después de la aparición online del video, los editores de
Noticias extrajeron una imagen del
mismo y la incluyeron en la tapa.
Hecha esta
breve introducción es comprensible que se haya hablado muchísimo del asunto y que
las repercusiones llegaran a merecer un repudio mayoritario de la Legislatura
Nacional que incluso incluyó a vastos sectores opositores.
Ahora bien, generalmente,
los comentarios apuntaron al componente misógino y de violencia de género que
la tapa trasuntaría pero a mí me interesaría destacar otro aspecto, por
llamarlo de algún modo, político, y el modo en que se busca relacionar a éste
con la biología y la psiquis del líder.
Justamente, en
esta línea, en mi último libro El
adversario (Biblos, 2012) incluí un artículo titulado “Biopolítica” en el
que mostraba el modo en que grandes editorialistas de los medios dominantes
establecían una relación entre los tipos de políticas que llevan adelante
líderes de centroizquierda latinoamericanos y las enfermedades que sus cuerpos individuales
padecían. En Argentina esto apareció con mucha fuerza en ocasión de la muerte
de Néstor Kirchner y a principios de este año ante la posibilidad de que la
presidenta tuviera un cáncer. Pero lo mismo sucedió con las enfermedades de
Chávez, Lugo y hasta del mismo Lula, en parte. Lo que esta cadena argumental supone
es que la sociedad puede entenderse como un superorganismo cuya diferencia con
los organismos que poseemos los individuos es meramente de tamaño. En otras
palabras, al igual que cualquiera de nosotros, este superorganismo llamado
sociedad, puede sufrir males y enfermar. Bajo este presupuesto, claro está, la
argumentación prosigue identificando los presuntos males y es allí donde
aparecen las políticas populistas que llevan o llevaron adelante los
presidentes antes mencionados. ¿Pero cómo se puede probar que este tipo de políticas
son dañinas para la sociedad toda? Evidentemente es muy difícil porque el
análisis del cuerpo social es bastante más complejo que el de un cuerpo
individual. De aquí que en una operación transitiva insólita los defensores de
políticas antipopulares encuentren en la enfermedad del que lidera la supuesta
prueba contundente desde el cual cimentar su razonamiento. De aquí que este
pudiera expresarse así: es natural que una política que enferma a la sociedad
toda, enferme a quien la promueve. Nótese, por cierto, además, que la idea de
sociedad como organismo no es para nada novedosa y que siempre viene de la mano
de la identificación de las supuestas enfermedades que la aquejan. De aquí que
el lenguaje, por ejemplo, de la última dictadura militar argentina hablara de
la subversión como un cáncer que, en tanto tal, había que extirparlo y
eliminarlo.
Ahora bien,
¿la actual tapa de Noticias reproduce esta lógica? Completamente aunque, esta
vez lo hace desde la perspectiva del desequilibrio psíquico. Desde este punto
de vista, Cristina Fernández sería una suerte de maníaca autoritaria cuya
principal perversión es el ejercicio del poder. Este poder en relación directa
con la masa viene a ocupar el lugar del marido ausente lo cual, a su vez, reproduce
la clásica idea patriarcal de la mujer como varón fallido al que “algo le
falta”. Así, muerto Kirchner, el goce de su esposa estaría en esa relación
enfermiza con el (masculino y erotizante) pueblo. Lo que se sigue de aquí es un
salto lógico por el cual, suponiendo que esto fuese verdad, se da a entender
que la consecuencia de este vínculo enfermizo son políticas igualmente
enfermizas que no pueden más que afectar al cuerpo social en su conjunto. Así,
concluirían, algo torpemente: a mujer pervertida, políticas pervertidas.
La pregunta
final sería, entonces, ¿qué tipo de política se puede intentar construir cuando
el adversario es visto como una enfermedad? ¿Qué diálogo es posible constituir
con aquello que es necesario extirpar? Y lo más preocupante ¿Qué hacer con los
millones de ciudadanos que apoyan estas políticas? ¿Acaso alguien se atreverá a
decir públicamente que habría que “curarlos”? De ser así, ¿la cura se dará por
la vía democrática?
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