martes, 13 de mayo de 2025

Masivos bro y soldaditos narco: la crisis del trabajo como ordenador (editorial del 10.5.25 en No estoy solo)

 

Los sindicatos en general y los intentos de revitalizar el peronismo clásico hacen énfasis en el rol ordenador del trabajo y depositan las esperanzas en el pueblo trabajador como columna vertebral de un movimiento transformador buscando reeditar condiciones existentes algunas décadas atrás. ¿Es esto posible?

Comencemos por los efectos inmediatos de la pandemia: durante el año 2021, por ejemplo, 47,4 millones de estadounidenses renunciaron a su empleo voluntariamente. A menor escala, el fenómeno se ha repetido en algunos países desarrollados y en sectores profesionales a lo largo de todo el mundo. Anthony Klotz, psicólogo organizacional y profesor en la Universidad de Texas A&M bautizó este fenómeno como “La Gran Renuncia” (“The Great Resignation”) y lo adjudicó a diferentes razones entre las que se pueden destacar la agudización de las crisis existenciales que derivaron en la pregunta acerca de cómo y por qué seguir trabajando, sumado al hecho de que muchas personas vivenciaron encontrarse más cómodas trabajando de manera remota, cerca de su familia y/o administrando sus tiempos.

¿Sirve este ejemplo para la Argentina? Solo en parte, porque es más fácil hacer una “Gran Renuncia” en países donde existe casi pleno empleo, crecimiento económico y capacidad de ahorro. En países pobres o en vías de desarrollo no hay “Gran Renuncia” porque no hay “Gran Trabajo”. Con todo, es evidente que las cosas han cambiado incluso para quienes no pueden darse el gusto de elegir.

Vayamos a otro punto: la sindicalización. Los últimos informes disponibles indican que Argentina está en el top 3 en cuanto a nivel de sindicalización en Sudamérica y en el top 10 a nivel mundial. Si lo comparamos con, por ejemplo, Estados Unidos, donde solo un 6% de los trabajadores privados se encuentra sindicalizado, la diferencia es abismal y se podría decir que, aun con los crecientes niveles de informalidad y de precarización, la sindicalización continúa teniendo un peso en nuestro país.  

Sin embargo, tenemos una incógnita, no solo en Argentina, claro, respecto al futuro inmediato: la IA trae bajo el brazo la promesa efectiva de que serán muy pocos los trabajos que se mantengan en pie de aquí a 10 o 15 años. Frente a este escenario no he visto aportes demasiados originales: en todo caso, por derecha hablarán de la destrucción creativa y la reconversión de la oferta laboral, pero por izquierda e incluso también alguna buena parte de la derecha, reconoce que no hay salida y que, en todo caso, hacia lo que vamos es hacia una Renta Básica Universal, esto es, un estipendio otorgado por el Estado a todos los ciudadanos en tanto tales. Allí, claro, derecha e izquierda discuten el alcance de la misma, los montos y, sobre todo, el financiamiento: ¿de dónde saldrá el dinero? ¿Aceptarán ponerlo los empresarios que se han beneficiado de la utilización de la IA reduciendo los costos laborales? ¿Es posible ser tan ingenuos? Pero seámoslo por un rato: imaginemos que llega una nueva generación de empresarios benefactores o, al menos, con mucho miedo a la revuelta popular, y que, por las buenas o por las malas, aceptan una suba drástica de sus impuestos para cubrir las necesidades materiales básicas de todos los habitantes. ¿Alguien ha pensado qué tipo de vida podrá llevar adelante un desempleado eterno con un ingreso que apenas alcanzará para satisfacer sus necesidades básicas? ¿Acaso todos desarrollarán sus vetas artísticas y utilizarán su tiempo de ocio para educarse y participar de los debates públicos? Antes de ser tan tontos es preferible ser cínicos como Ray Kurzweil, aquel ingeniero que impulsa el transhumanismo y promete un radical aumento de la expectativa de vida y la posibilidad de aislar nuestra conciencia, quien afirma que, afortunadamente, en unos 10 años todos nuestros cerebros van a estar conectados a una computadora para vivir vidas virtuales sin tener que salir de casa. Si alguien piensa que algo bueno puede salir de una sociedad así…

Pero es más: incluso si dejamos de lado la discusión acerca de quién demonios pagará las pensiones de una humanidad hiperavejentada capaz de vivir 120 o 150 años en breve, y suponemos que el modelo se va sustentar por los beneficios que derraman y los impuestos sobre las clases aventajadas de ultrarricos y/o, quizás, de supertrabajadores autoexplotados, pocos parecen tomar conciencia del nivel de inestabilidad social o los conflictos geopolíticos que podrían desatarse en la medida en que el control de la tecnología se atomice en pocas manos.

Y lo peor es que no hace falta irse tan lejos ya que el interrogante puede plantearse hoy mismo. Aun cuando muchas veces en Europa esta discusión se mezcle con los choques culturales que produce la cuestión migratoria, lo cierto es que el nivel de desempleo juvenil es alarmante. Sin ir más lejos, en España, por ejemplo, se conoció que el desempleo entre los más jóvenes alcanza el 25%. En Argentina apenas supera el 13% pero triplica a la tasa de los que tienen más de 30 años.

Allí uno observa algunas tendencias mundiales y otras problemáticas más locales, pero lo más relevante es que existe una buena cantidad de jóvenes para los que el trabajo ya no funciona como principio ordenador a nivel social. El trabajo hoy no es un espacio donde constituir una identidad ni posee algún tipo de valoración moral.

En Argentina se ve esto claramente y parece tratarse de un fenómeno que atraviesa las clases sociales. Por ello no debería extrañarse que, en la TV Pública, un exasesor de Alberto Fernández, enseñe cómo hacer carry trade al tiempo que somos testigos del aumento de la delincuencia en manos de adolescentes. Es que, claro está, si el narco te paga, por transformarte en un soldadito de la falopa, varias veces más de lo que recibirías siendo repositor; si toda tu vida has sido testigo de padres y abuelos trabajando sin horarios, sobreviviendo entre las changas y alguna ayuda social… el incentivo, para un pibe de, pongamos, 14 años, es demasiado grande.

Del otro lado, tenemos a los “masivos bro”, una generación de pelotudos arrogantes que eructan manuales de autoayuda y superación personal mientras tradean criptos, se meten papa para hincharse en el gimnasio y venden cursos de “hazte millo sin trabajar”. Todo hasta que, claro está, les cae la primera denuncia por estafa o algún acreedor molesto decide invertir un poco más, ya no en criptos, sino en sicarios.

Sumemos a este escenario el modo en que el haber permitido las apuestas online está destrozando pibes y familias enteras con la misma lógica: ganar plata fácil a diferencia de los boludos que la hacen trabajando.

En síntesis, el trabajo hoy no puede ordenar porque, en el mejor de los casos, está desordenado y porque la vida misma está desordenada. Si a esto le agregamos la posibilidad cada vez más tangible de millones de personas que van a perder el trabajo para vivir de algún tipo de ayuda estatal cuya única vinculación con el mundo será a través de una conexión de Internet para ver boludos bailando en videos de 15 segundos, la situación se torna desesperante.

Por todo esto, y sin soluciones a la mano, al menos de mi parte, plantear una sociedad en la que el trabajo pueda volver a ser el ordenador y recrear un movimiento con el pueblo trabajador como columna vertebral es, para ser benevolente, un desafío que pareciera ir a contramano de todas las tendencias, tanto mundiales como locales. Esto plantea, claramente, un gran desafío especialmente para el peronismo que debe repensarse en un contexto donde la escasa retribución material percibida por las grandes mayorías, ha roto el vínculo moral, identitario y social que éstas tenían con el trabajo.

¿Habrá alguien en la clase dirigente y en los burócratas hacedores de políticas públicas capaz de ofrecer respuestas originales a una sociedad que en 2 o 3 lustros no se parecerá en nada a la que hemos conocido?

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