sábado, 19 de agosto de 2023

Los explicadores y los pelotudos (editorial del 19/8/23 en No estoy solo)

 La Argentina no se ha vuelto libertaria. Por supuesto que desde hace tiempo hay una serie de tópicos liberales instalados en el sentido común con buenos fundamentos, pero, mayoritariamente, el de Milei no es un voto ideológico. La identificación se da más con su actitud que con sus ideas.

La clave está en el concepto de "Casta política" como un ataque a las elites y en el deslizamiento de ese concepto para abrazar el de “Estado”. El enemigo de Milei es el Estado y hay mucha gente con razones para considerar que el Estado es el enemigo, pero cualquier evaluación cualitativa muestra que una amplísima cantidad de argentinos considera que la participación del Estado en determinadas áreas es innegociable. Sin embargo, están enojados con los políticos que lo manejan. No quieren que desaparezca el Estado; quieren que funcione bien. Y como ustedes saben, este gobierno (y el anterior) está repleto de funcionarios que no funcionan. 

¿Por qué la rebeldía ha adoptado un discurso radical de derecha y se ha hecho fuerte entre los jóvenes y los trabajadores? Como se ha visto en otras partes del mundo, porque el pensamiento de izquierda en su línea progresista es el statu quo. Organismos internacionales, grandes corporaciones, Estados nacionales, instituciones locales, han sido cooptados por un discurso progresista que no admite disidencias y es cada vez más sectario. Todo aquel que no repite el mantra es rápidamente tildado de fascista. Lo que hasta hace pocos años era un término que solo se utilizaba para referirse al proceso liderado por Mussolini, Hitler o algunos gobiernos militares, hoy se ha ampliado hasta límites insospechados: quien gusta de comer carne puede ser considerado fascista tanto como el que cree que quizás detrás de la alarma real sobre el cambio climático hay algunos intereses que instalan dilemas que no son tales; también la biología es considerada fascista como toda aquella mujer que no acepte que se la reduzca, curiosamente, a la definición biologicista de "persona gestante" o “persona menstruante”; los republicanos que entienden que la presunción de inocencia es un principio innegociable también son acusados de fascistas por entorpecer los veredictos sumarios de los tribunales de las redes sociales; quien decide tener hijos en vez de perros es ahora un vecino fascista y quien no habla con la “E”, habla un lenguaje “excluyente” y, por lo tanto, fascista.  

Desconozco cuánto del votante de Milei es un votante que reacciona contra esta asfixia cultural, pero es el único candidato que ha salido a dar esa disputa, aun cuando muchas veces la dé sin demasiadas luces o abrazado a teorías conspirativas varias. Pero cuando el término fascista se extiende a todo, lo más probable es que una buena mayoría de la población se confunda y considere que ser fascista no es nada malo. Entonces, ¿cómo no votar al fascista si todos ya somos fascistas?  

¿Y el peronismo? Desde el punto de vista cultural, el peronismo es, junto a la izquierda trotskista, el principal impulsor de esta agenda de minorías. De aquí que no deba sorprender que reciba cada vez menos votos. Dicho de otra manera, es de esperar que una agenda de minorías sea votada por las minorías que representa y no por las mayorías a las que deja de lado. De modo que sacar 27 puntos y llegar con posibilidades de ganar la elección en un eventual balotaje es un verdadero milagro. Ahora ya es tarde, pero, hay que decirlo, proteger a las minorías no es incompatible con gobernar para mayorías. Sin embargo, este gobierno parece creer que existe esa incompatibilidad pues hizo énfasis en las primeras y olvidó las segundas.  

Ahora bien, sería necio afirmar que este resultado se da solo por razones de "batalla cultural". Naturalmente, lo central aquí es el desastre económico de este gobierno y del anterior. Si a esto agregamos un regular último período de gobierno kirchnerista, es comprensible que haya mucha gente harta de la "Casta politica" que dice que vienen por nuestros derechos cuando la mitad de la población activa es informal y en su puta vida supo qué es una paritaria, un aguinaldo, unas vacaciones pagas. ¿Qué derechos va a defender la gente que carece de los mismos?

La pregunta sería, entonces, ¿qué tiene el peronismo en su variante progresista al frente del gobierno para ofrecerle hoy a sus votantes? Romantización de la pobreza y la falopa, que solo son románticas para todos aquellos que no son pobres ni son dependientes de la falopa; desprecio sobre el trabajador autónomo (el caso típico es el del repartidor de Rappi) por su individualismo y su “alergia” a la sindicalización; acusación de antipatria a la clase media que compra dólares cuando el billete verde alcanza los 750 pesos y al asumir este gobierno estaba en 60 pesos; estigmatización de la meritocracia cuando es un valor clave entre las clases populares que son las que más mérito hacen, y como si ser peronista o popular supusiese que da lo mismo el que se esfuerza que el que no; rechazo in limine de cualquier intento de abrir discusión sobre “las vacas sagradas” del Estado de Bienestar y de un garantismo zonzo y mal entendido. Con esto me refiero a no revisar los abusos que pudieran darse en materia de licencias en las escuelas públicas jodiéndole la vida a los pibes y a los padres, no actualizar aspectos de los convenios colectivos de trabajo pensados para otra Argentina, considerar que todos los problemas de seguridad se explican por la desigualdad social, etc. No abrir hacia adentro el debate cuando se es gobierno, eliminando las distorsiones y acabando con las avivadas que, por ejemplo, acaban perjudicando a PyMES gracias a la “industria del juicio”, da piedra libre a que luego aparezca un Milei o una Bullrich para barrer con todo y decir que hay que acabar con los derechos de los trabajadores, que los maestros son unos privilegiados, o que hay que “cerrar” el CONICET porque hay investigaciones y ponencias en congresos de ciencias sociales vergonzosas que, sin lugar a dudas, no hacen ningún aporte al conocimiento. ¿O acaso me van a decir que la idea de un Estado eficiente también es de derecha y es fascista?

Este punto es central porque el gobierno, y también JxC, por cierto, parecen hablarle a una Argentina que ya no existe. Incluso cuando se la escucha hablar a CFK del año 2015, se habla de una Argentina que no existe más, máxime después de la pandemia, donde se vio claramente el beneficio que tenían aquellos que de una u otra manera estaban cubiertos por el Estado. No se trata de privilegiados, pero cómo no comprender que así lo vea quien tenía que salir a laburar asumiendo el riesgo de morirse de Covid.

En este panorama: ¿qué hace el gobierno y sus comunicadores oficiales? 

Subestiman al votante y dicen que falló la comunicación, que la derecha gana por las fake news y que hay que explicar mejor. 

Pero es justamente lo contrario. No hay explicar mejor. Hay que escuchar primero y escuchar mejor después. Dicho de otra manera: no hay explicar nada porque lo único que hacen es explicar. Todo lo explican; forman sus kioskos alrededor del Estado y las instituciones para seguir explicando; toman el micrófono en los medios oficialistas para explicarnos por qué la gente que piensa distinto está equivocada; incluso nos dan cursos para explicarnos el nuevo catecismo, las nuevas pseudoverdades a las que hay que acogerse, y por temor a perder el laburo, la gente les dice que sí pero luego realiza su venganza en el cuarto oscuro. Porque no es que no los entendemos. Es justamente porque los entendemos que no estamos de acuerdo. No tenemos problemas cognitivos. Simplemente discrepamos.

Y por cierto, si hablamos de explicar, el mejor curso de capacitación que pueden ofrecer los explicadores es uno en el que permanezcan callados y escuchen a la gente. Pero, claro, en este caso deberían pagarle a la gente y asumir que no son la vanguardia iluminada. 

Por último, que muchos de los votantes de Milei acaben votando a su verdugo no significa que sus razones sean equivocadas. De hecho, si hay algo que no debe hacerse es tratar de boludo al votante de Milei. ¿Acaso por razones estratégicas para atraer a ese votante? No. Simplemente porque a todos nos caben razones boludas para votar candidatos. ¿O acaso no son boludos los que votan a una Patricia Bullrich que cada vez que abre la boca demuestra su profunda ignorancia y que cada vez más se parece a Zelig, aquel personaje camaleónico de Woody Allen? ¿Y qué de los que votan a un candidato que es ministro de economía y va a llegar a la elección con una inflación mensual de dos dígitos tratando de que no se hunda un gobierno en el que el presidente y la vice han hecho una gestión pimpinelística digna de dos adolescentes? ¿Votar a una administración que te va a dejar 150% de inflación no es de boludo? ¿No es votar a tu verdugo? Lo mismo para los que votaron al que prometía la reforma agraria y eliminar el peso para ser el patio trasero de Brasil, la que decía que el salario mínimo debía ser 500.000 pesos como por arte de magia, o las miles de células anticapitalistas desperdigadas que hace 50 años dicen que el problema es el FMI y han sacado menos votos que el voto en blanco. ¿En serio los votantes de Milei son más boludos? Yo no creo que todos sean lo mismo y, de hecho, he votado boludamente a algunos de los mencionados. Pero no hilemos fino con esto de que "votaron verdugos" porque de esta no se salva nadie. 

Falta muchísimo para octubre y si bien el gobierno ha hecho una merecida muy mala elección perforando los 30 puntos, está en el único escenario electoralmente hablando en el que tiene alguna chance. Efectivamente, la única posibilidad de ganar esta elección podía darse si Bullrich ganaba la interna pero, a su vez, quedaba, contando sus propios votos, lejos de Milei y de UP. Esto permite pensar que probablemente exista un eventual balotaje entre Milei y Massa que podría hacer que, ante el pánico que genera lo incierto, sectores moderados y hasta el propio círculo rojo jueguen con el oficialismo. Así, el gobierno estaría en condiciones de disputar el balotaje de manera competitiva. 

Pero lo más importante sería reconocer que Milei es solo un síntoma que ha canalizado un malestar estructural que se viene gestando en Argentina desde hace mucho tiempo. A Milei se le puede ganar. Pero si se sigue explicando antes que escuchando, si se sigue asumiendo que el boludo es el otro, las condiciones que dieron origen a Milei continuarán allí, sigilosas e impacientes, siempre a una chispa de la explosión.

 

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