jueves, 6 de abril de 2023

La ilusión de la pureza original (publicado el 2/4/23 en www.theobjective.com)

 

El tiempo de inagotables disputas identitarias convive con una serie de controversias en torno a la traducción de textos que excede lo estrictamente académico. ¿Se trata de una casualidad? Para explicar esto, les propongo comenzar con la pregunta básica: ¿es posible la traducción perfecta que represente fielmente al original? No, siempre se pierde algo en el camino. Sin embargo, como afirmara Jorge Luis Borges a través de su personaje Pierre Menard, podría decirse que en cada traducción también algo se gana, porque incluso el mismo texto reescrito y/o leído varios siglos después, supone nuevos sentidos y diversos significados.  

A propósito, algunos días atrás, gracias a periódicos escritos en español que tuvieron la deferencia de traducir una entrevista brindada en catalán, los hispanohablantes conocimos el caso de una periodista catalana llamada Júlia Bacardit quien, por contrato, exigió que su nuevo libro no se tradujera al castellano. Si bien asumía que esto podía perjudicar sus ventas, se trataría de una decisión política contra lo que ella considera el “declive” del catalán frente al castellano.

Además, en el mismo reportaje, atribuía la cantidad de catalanohablantes que lee literatura en castellano “al fucking franquismo” y a la consideración de que el castellano sería “la única lengua culturalmente válida” para, luego, agregar que su acción busca contribuir a la lucha contra “la bilingüización de la literatura catalana”.

Más allá de que este caso en particular, naturalmente, no debe leerse por fuera del contexto de las reivindicaciones independentistas en Cataluña, es interesante rastrear algunos de los presupuestos que impregnan este tipo de discusiones. En particular, esta idea de una lengua como representativa de una identidad pura y homogénea que es un tesoro estático a ser preservado y que está allí esperando ser expresada por sus representantes. Se trata de una perspectiva que verdaderamente atrasa varios siglos y que debería aceptar la evidencia de que una lengua es una construcción dinámica y constante, resultado también de influencias diversas que revelan una esencial heterogeneidad.  

Ahora bien, si realizamos una mirada todavía más abarcadora, notaremos que la polémica con la periodista catalana tiene vasos comunicantes con otra discusión muy particular que se dio a propósito de Amanda Gorman, la poetisa afroamericana que brindara uno de los discursos en la asunción de Biden hace algo más de dos años.   

La controversia se dio en torno a su libro The Hill We Climb y tuvo que ver, justamente, con quiénes serían las personas adecuadas para su traducción a distintos idiomas. Por ejemplo, la editorial Meulenhoff había designado a Marieke Lucas Rijneveld como la persona encargada de traducir el libro al neerlandés. Sin embargo, una periodista y activista negra, llamada Janice Deul, publicó una columna en el diario De Volkskrant indicando que una persona blanca y no binaria no estaba en condiciones de traducir a una mujer negra y activista. La presión fue tal que Rijneveld renunció.

Lo mismo sucedió con Viking Books, el sello estadounidense que edita a Amanda Gorman. El conflicto, (observe usted qué paradoja), se dio en Cataluña. En este caso, se exigió a la editorial catalana Univers que reemplace a Víctor Obiols, quien había sido designado para traducir el libro de Gorman. Los argumentos para el veto fueron los mismos que en el caso anterior. De aquí que, en una declaración a AFP, Obiols indicara:

“Es un tema muy complicado que no puede tratarse con frivolidad. Pero si yo no puedo traducir a una poeta porque es mujer, joven, negra, estadounidense del siglo XXI, tampoco puedo traducir a Homero porque no soy un griego del siglo VIII a. C. o no podría haber traducido a Shakespeare porque no soy inglés del siglo XVI”.

Si se presta atención, aquí también hay una búsqueda de cierta pureza original, aunque en este caso no se trata de la que se encontraría en una lengua como representante de una identidad colectiva denominada “pueblo”, sino de la que se halla en una identidad individual denominada “Amanda Gorman”. Se supone entonces que lo que define a la poetisa es su condición de ser una mujer negra, joven y activista, de lo cual se sigue que solo podría ser traducida por una persona que posea esas mismas características. Pero es aquí cuando observamos que el recorte es notoriamente arbitrario: ¿por qué no tomar en cuenta la condición socioeconómica de Gorman, por ejemplo? ¿Podría una persona rica traducir a una pobre? ¿Y qué hay de las pasiones? ¿Podría un simpatizante del Real Madrid ser traducido por alguien del Barcelona? ¿Y el lugar de residencia influiría? ¿Podríamos los habitantes de este barrio ser traducidos por los del barrio vecino? Por último, ¿qué hay de la composición familiar? ¿Puede un hijo único ser traducido por el cuarto de siete hermanos?

Nótese que todos los ejemplos mencionados se corresponden con elementos esenciales a la identidad de una persona, como mínimo complementarios al género, la etnia o la edad, y su enumeración obedece a la necesidad de mostrar que, con esta lógica, habría una única persona en todo el mundo capaz de traducir a Amanda Gorman. Se trata, como ustedes pueden imaginar, de la propia Amanda Gorman, puesto que el conjunto de experiencias que conforman una identidad personal individual es imposible de ser reproducido en otra persona.    

Los casos aludidos tienen en común la ilusión de una pureza original.  En el ejemplo de la periodista catalana, se trata de la ilusión de un lenguaje cerrado y representativo de una identidad colectiva en presunto riesgo por la contaminación de otro idioma. En el ejemplo de la poetisa estadounidense, lo que estaría en juego es la ilusión de una identidad individual pura la cual, a su vez, parece poder reducirse a tres o cuatro aspectos centrales que desplazarían al resto de experiencias significativas que una persona puede tener y que, curiosamente, coinciden con la agenda temática del progresismo representado por el partido demócrata estadounidense.

Como decíamos al principio, en toda traducción algo se pierde, pero también algo se gana por el simple hecho de que nos exponemos a otras experiencias y a otros puntos de vista. Entonces, defender sin más el proceso de globalización a esta altura del siglo, supondría, como mínimo, ser ingenuo; pero enfrentar a esa globalización con una reivindicación identitaria (sea en formato colectivo o individual), cerrada sobre sí misma y reacia a toda interacción con algo distinto de sí, no solo es imposible en los hechos, sino que es, sobre todo, indeseable. ¿Por qué? La razón es sencilla: si queremos vivir en un mundo con experiencias más enriquecedoras, la respuesta al “todo es igual” no puede ser un conjunto de átomos incomunicados que afirmen que “todo es distinto”. 

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