domingo, 24 de abril de 2022

Razones para perder una elección en 2023 (editorial del 23/4/22 en No estoy solo)

 Uno de los aspectos más perversos en los que se presenta la denominada “grieta” es la manera en que explota extorsivamente el costado culposo del votante. El macrismo le advertía a sus votantes que en caso de no votar la reelección de Mauricio, serían los responsables del regreso de Cristina. No era solo instalar el temor. Era también instalar la culpa y quitarse responsabilidad. No se gobernó mal sino que fue CFK la Cruella de Vil que es mala cuando gobierna y es mala cuando es opositora porque siempre es mala y solo quiere hacerle daño a la gente buena. El “Ah, pero Macri” tuvo y sigue teniendo un antecedente claro en el “Ah, pero CFK” de un lustro atrás. Pero algo parecido sucede con el actual oficialismo tanto en el espacio del oficialismo oficialista de Alberto como en el espacio del oficialismo opositor de CFK. La culpa siempre es del otro, y va desde Macri hasta el señor malo que aumenta los precios porque es malo y quiere que haya mucha inflación. Mientras tanto discuten los que dicen que la inflación es solo un fenómeno monetario (sin explicar por qué entonces algunos rubros aumentan más que otros), con aquellos que creen que el problema de la Argentina es el capitalismo y que los empresarios sean usureros. Estos últimos no pueden responder por qué en otros países del mundo igualmente capitalistas, con sectores igualmente concentrados en pocas manos y empresarios a priori tan usureros como los de acá, la inflación no llega nunca a dos dígitos.

Y todo se da en el marco de una inflación que se espiraliza y un gobierno que siempre corre de atrás, que carece de volumen político y que, más allá de lo ideológico, es enormemente ineficiente en materia de gestión. En ese escenario, el oficialismo oficialista y el oficialismo opositor comparten, tal como les indicaba anteriormente, la misma lógica extorsiva que aplicaba el macrismo con sus votantes: “Si no nos votás en 2023 vuelve el neoliberalismo”. El mensaje, insisto, está dirigido a los propios, a aquellos que al menos alguna vez votaron al espacio del FDT y a todo aquel militante o comprometido que rápidamente asume el rol de estratega de campaña y catador del buenvotar para advertir que “le estás haciendo el juego a la derecha”, como si el ciudadano común tuviera la misma responsabilidad que la clase dirigente. Lo cierto es que son los malos gobiernos los que le hacen el juego al adversario: el mal gobierno de Macri posibilitó el regreso de CFK en la tibia piel de cordero de Alberto y el mal gobierno de éste posibilita que se mantengan con expectativas no solo los presuntamente moderados de JxC sino también los presuntos halcones y hasta los exabruptos de las posiciones radicales (tanto por derecha como por izquierda).

Entonces no son las críticas de los propios las que horadan. Es el hecho de que se haya quebrado el contrato electoral con el votante; que todo esté peor pero sin que se note demasiado; que el único plan de gobierno sea que el Frente no se rompa.

A propósito de la grieta, otro aspecto perverso de su utilización es el de atribuirle poderes mágicos, casi como un demiurgo maligno a partir del cual se explican todos los padecimientos de la Argentina. En esto coincide la oposición pero también buena parte del oficialismo oficialista de Alberto: “el problema es que los argentinos no estamos unidos”. Nadie duda de que sería mejor encontrar acuerdos básicos apoyados por la mayoría de la clase política y la ciudadanía pero a lo largo de la historia no hay evidencia clara de la existencia de una relación de causalidad entre “unidad” y “bienestar”. De hecho, como hemos dicho aquí alguna vez, si el sector mayoritario de votantes del FDT está molesto con el gobierno, no es por la grieta sino por la ausencia de ella; esto es, por el hecho de que el actual gobierno no haya transformado sustantiva ni estructuralmente la herencia recibida. Entonces sin duda que hubo una incentivación a la grieta por parte de referentes y militantes durante el kirchnerismo. Pero se equivocan quienes entienden que el apoyo mayoritario tenía que ver con ello. Lo que generaba acompañamiento era el hecho de percibir a un gobierno como distinto a los anteriores. No se valoraba la fractura social sino que lo que se valoraba era que había un gobierno distinto que representaba a un sector que quería un gobierno que se diferenciara de los anteriores. Y hoy el gobierno no es muy distinto a lo que había o lo es en un sentido cosmético. De hecho, los intentos de medidas redistributivas son interpretadas, desde su propia denominación, como algo “excepcional”, algo “fuera del sistema”. Hay IFE porque hay una excepcional pandemia o porque hay una excepcional guerra y/o una excepcional inflación; si los muy muy ricos deben pagar algo más no se trata de un impuesto sino de un excepcional “aporte a la renta extraordinaria” y si vamos a pedir que los que se enriquecieron con las circunstancias actuales hagan otro aporte, éste será también excepcional y estará conectado a una “ganancia inesperada”. Todos los otros impuestos, en muchos casos distorsivos, que paga la clase media y la baja, se sostienen. No son excepcionales. La única idea es devolver con bonos excepcionales los impuestos no excepcionales para que los gerenciadores tampoco excepcionales de una pobreza no excepcional eviten que abajo explote, tal como ocurriera con el gobierno anterior. Si los intentos de redistribuir no son estructurales y llegan en forma de bonos circunstanciales, es natural que muchos vean en este gobierno las mismas miserias que en el anterior y que por ello haya buena pesca en el río del “que se vayan todos”, aquel que no existía cuando había grieta pero que vuelve a reaparecer cuando la sensación es que todos son lo mismo y que las disputas, a veces personales, a veces políticas, tienen como común denominador el hecho de jugar un partido que la sociedad mira desde afuera. Un buen ejemplo es el del Consejo de la Magistratura. Alguien podrá decir que éste es relevante porque allí se designan los jueces que, eventualmente, lucharán contra la corrupción y/o le pueden poner límites a las transformaciones políticas que pretenden llevar adelante gobiernos populares pero desde la acusación de golpe institucional pasando por la estrategia en el Senado para ganar un lugar y la judicialización que proponen los opositores, lo único que se ve es una disputa que nada tiene que ver con el día a día del ciudadano común. Achacarle a éste no ver la magnitud de lo que se juega en el Consejo merecería como respuesta espetarle a la clase política no estar viendo la magnitud de lo que sucede cuando vamos al supermercado.  

Esta disociación entre los intereses de la clase política y los del ciudadano común está arrastrando incluso a los sectores más politizados identificados con el kirchnerismo duro. En este sentido, la exasperante quietud del oficialismo oficialista está quitándole apoyo al oficialismo opositor, lo cual pareciera suponer que una parte del electorado entiende, con buen tino, que oficialista u opositor ambos espacios dentro del gobierno son oficialistas.

En las incesantes intervenciones que se interrogan acerca de cómo evitar que vuelva la derecha, existen análisis sesudos y preocupaciones sensatas. Sin embargo, no abundan quienes pongan el acento en que una buena manera de sostenerse en el poder es gobernar mejor que tu adversario y/o al menos satisfacer las exigencias de esa mayoría que te votó. Todo puede pasar pero si el oficialismo pierde las elecciones en 2023 no será por las críticas de los propios sino por no haber podido cumplir con alguna de estas dos alternativas.    

 

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