El último 12 de julio, Pablo Iglesias, en su programa Otra
vuelta de Tuerka, entrevistó a Daniel Bernabé, autor del libro La trampa de la diversidad, el cual ha
tenido un éxito sorprendente a punto tal de llevar ya nueve ediciones. Lo
primero que le pregunta Iglesias es cuál ha sido el secreto para que un libro
claramente de izquierda haya tenido tanta repercusión y tantos comentarios
siendo que, al fin de cuentas, aborda un tema que, según Iglesias, lleva
discutiéndose varias décadas. Frente a eso, Bernabé duda, refiere a la técnica
de escritura (un estilo más periodístico que académico), a la abstracción de
estar en el momento y en el lugar justo y, recién al final, esboza que quizás
se trata de un tema que viene siendo fruto de debate pero que últimamente ha
permanecido oculto. Probablemente todo esto sea verdad pero lo que, desde mi
punto de vista, ni Iglesias ni Bernabé observan es que el libro ha tenido éxito
sobre todo porque embate contra los discursos de la diversidad desde la
izquierda.
Es que, en general, las críticas a las políticas identitarias
provienen desde un arco ideológico que va de la derecha reaccionaria hasta
sectores liberales moderados que encuentran allí un injustificable retroceso en
los pilares de la igualdad sobre los que se constituyó Occidente. Sin embargo,
son pocas las voces que se alzan contra las políticas identitarias y de la
diversidad desde la izquierda o, en todo caso, esas voces son acalladas y
desplazadas por no aggiornarse a la
nueva agenda de las minorías y la corrección política que ha adoptado la
izquierda tras la caída del muro de Berlín. En el texto de Bernabé, entonces,
no vamos a encontrar una línea argumental que denuncie al “marxismo cultural”
ni ahonde en pruebas científicas brindadas por la biología sino una crítica al
modo en que el neoliberalismo ha utilizado las reivindicaciones identitarias
para acabar con la izquierda. En otras palabras, la multiplicación al infinito
de identidades (veganos, pansexuales, naturistas, friganos, antinatalistas,
feministas, diversos, antiespecistas, etc.) lleva a la atomización y a la
persecución de reivindicaciones cada vez más específicas que anulan la acción
colectiva que es la única capaz de conmover sinceramente el sistema. ¿Por qué
sucede esto? Porque allí aparecen representadas todas las identidades salvo
una. En el prólogo del libro, Pascual Serrano lo describe así: “En nuestras
series de TV vemos un emigrante, un gay, un vegetariano…y, con ellos, toda la
conflictividad cotidiana presentada de forma banal, pero nunca aparece uno de
los protagonistas volviendo del trabajo indignado porque su jefe no le paga las
horas extras o porque ese mes lleva encadenados cinco contratos de dos días de
duración. No existe la clase trabajadora, y menos todavía el conflicto social
de clase”. Retomando una clásica distinción, según Bernabé, la izquierda está
más preocupada por el reconocimiento que por la redistribución, esto es, está
discutiendo la visibilización de “los diferentes” antes que la base material y
la puja entre los trabajadores y el capital.
¿Cómo ocurrió todo esto? Según Bernabé, hay varios hitos pero
contrariamente a lo que muchos suponen, la revolución de los años 60 con el hippismo
y el mayo francés como estandartes establecieron el germen porque más allá de
circunstanciales uniones, mientras los trabajadores discutían una salida
colectiva desde los sindicatos y el interior de las fábricas, las luminarias de
esas transformaciones acabaron abogando por una salida individual: menos
revolución y más hachís y espiritualidad con algún gurú en la India. De hecho,
afirma Bernabé, los grandes pensadores de la deconstrucción y el análisis de
las microrelaciones, Deleuze, Guattari, Derrida, Foucault y también Vattimo,
más allá de ser reivindicados muchas veces por el pensamiento de izquierda,
contribuyeron al desarrollo de la posmodernidad y, con ella, al neoliberalismo.
La caída de los grandes relatos y la disolución de las
identidades y las viejas estructuras de una modernidad que venía siendo atacada
por los autores mencionados y anteriormente por la denominada Escuela de
Frankfurt, derivó en una confusión total que tuvo su golpe de gracia con el
surgimiento de Thatcher y el fin del bloque soviético.
El rol de la exprimer ministro británica ha sido
determinante, según Bernabé, para instalar el nuevo clima de época. Es que allí
se produce un deslizamiento sutil pero determinante operado sobre el término
inglés “unequal” que tiene dos
acepciones: la de ser “desigual” y la de ser “diferente”. Según Bernabé,
Thatcher logró instalar que la “unequal”
que defendían los conservadores no era “la desigualdad” (económica) producto de
un sistema que beneficiaba a los dueños de los medios de producción, sino “la
diferencia”, esto es, aquello que hace a cada individuo único frente a las
pretensiones homogeneizantes del comunismo soviético. De ahí se seguiría que la
desigualdad económica es fruto de la diferencia individual.
Expuesto así, a los diferentes solo les queda competir en la
lógica del mercado. Es más, según Bernabé, “de la misma forma que consumimos
carne o televisores, comida orgánica o teléfonos móviles, consumimos también
identidades (…) relacionadas con esos productos”. Para ejemplificar, el autor
menciona numerosos ejemplos entre los que podemos citar el modo en que una
tabacalera logró que el consumo de su marca se transformara en el ícono de la
reivindicación feminista que exigía poder fumar en público hacia fines de los
años 20, o cómo la imagen de Frida Khalo en un brazalete ha ido a parar a
Theresa May quien la reivindica por feminista para pasar por alto que, ante
todo, Khalo era comunista.
Claro que Bernabé se encarga de aclarar varias veces que las
reivindicaciones identitarias son atendibles y persiguen fines muy loables pero
también indica que una lucha por la diversidad que no ponga en tela de juicio
la distribución económica ni dispute las condiciones materiales, no podrá ser
nunca una fuente verdadera de transformación del statu quo.
Es más, según el autor, el hecho de que la defensa de estas
reivindicaciones identitarias hayan devenido hegemónicas y cada vez tengan más
carnadura en políticas públicas impulsadas por las elites mundiales, ha
permitido apropiarse a la derecha de la representación de todos aquellos que no
se sienten visibilizados por algunas de estas reivindicaciones, espacio que
crece en la medida en que se acuse de “fascista” a todo aquel que ose criticar
algunas de las acciones que llevan adelante los activistas. El propio Bernabé transcribe
un chiste que circuló en Twitter para graficar este escenario: “Me he
encontrado a una persona que necesita ayuda pero no es ni mujer, ni LGTB, ni
disfuncional, ni pertenece a ningún colectivo racial desfavorecido, así que le
he pegado una paliza por facha”.
Y no solo eso sino que, siempre según Bernabé, la hegemonía
de las políticas de la identidad le sirve a la derecha el seductor rol de ser
“antisistema” y “rebelde”, incluso de presentarse como una minoría oprimida. En
este sentido, Trump, Bolsonaro y Vox son buenos ejemplos de cómo el presunto
consenso sobre determinadas políticas no es tal y de cómo debajo de la
superficie de la corrección política hay millones de ciudadanos que quieren
poder expresar otra cosa.
En cuanto a la faz propositiva, Bernabé le habla a un lector
de izquierda y no hace nada por ocultar lo que podría verse como una suerte de
perspectiva de marxismo bastante clásico, sin demasiadas sutilezas. Es
enormemente crítico del relativismo progresista que es capaz de defender el uso
del velo en culturas musulmanas como forma de presunto empoderamiento, y propone
una salida universalista, laica y de una radicalidad republicana como para
diferenciarse de alguna variante populista que él debe tener en mente pero que
al menos en el libro no aparece expuesta. También afirma que es más importante
ir contra la troika que a favor de la diversidad y que el triunfo de la
izquierda no se logrará con la deconstrucción del lenguaje y el control de los
medios de comunicación. Es que según él, el hecho de que una mujer de clase
alta sea capaz de boicotear una reivindicación de mujeres de clase baja,
muestra que la clase social es más importante que la identidad de género, del
mismo modo que para un gay es más determinante el hecho de ser trabajador que
su objeto de deseo.
De aquí que concluya: “La izquierda, presa de este mercado,
cosificada también como una mercancía, presenta su seducción a través de las
políticas de la diversidad. Una vez que se ha visto incapaz de alterar el
sistema, de cambiar las reglas del juego, las acepta y, creyendo aún desempeñar
un papel transformador, su única función es resaltar lo minoritario, lo
específico, exagerar las diferencias, proporcionar una representación no solo a
mujeres, homosexuales, o minorías raciales, sino a toda clase media
aspiracional”.
Retomando lo que decíamos en la introducción de esta nota,
intuyo que lo que ha hecho de este libro un éxito de venta y materia de
controversia es el hecho de criticar a la izquierda desde la izquierda y acusarla
de estar persiguiendo una agenda propositiva funcional al neoliberalismo. Se
podrá o no acordar con estas críticas y con la propuesta del autor pero sin
dudas ofrece una perspectiva capaz de enriquecer el debate.