Quiero
aprovechar estas líneas para desarrollar los cambios sufridos por el periodismo
en las últimas décadas y me tomaré una licencia pues lo voy a hacer a partir de
las películas de Konstantine Gavras, más conocido como “Costa Gavras”, una
eminencia en lo que a cine político refiere. La razón por la que lo haré de
esta manera es que el director ha sabido captar siempre el espíritu de cada
época y el rol que el periodismo tuvo en cada momento.
Quizás
el film más famoso de Costa Gavras haya sido Z, estrenada en 1969. Allí se muestra el modo en que la dictadura
griega se sirve de grupos fascistas paraoficiales para acallar las voces
disidentes. Más específicamente la película recrea lo que fue el asesinato del
diputado de izquierda griego Grigoris Lambrakis y el modo en que la policía
trató de encubrir el hecho haciéndolo pasar por un simple accidente. Más allá
de que gracias a la labor de un periodista finalmente se demostrara la verdad,
y que los asesinos y encubridores hayan sido puestos a disposición de la
justicia, las penas irrisorias que recibieron dieron cuenta de la impunidad del
régimen.
Mientras
era acusado de pro-comunista y Z era
prohibida en varios países, Costa Gavras estrena, en 1970, La Confesión. Un film de atmósfera kafkiana que recuerda la célebre
novela El Proceso y en el que se
narra la historia de Arthur London, miembro de las juventudes comunistas desde
los 14 años y combatiente como voluntario en la guerra civil española que, tras
transformarse, en 1949, en Vice ministro de Asuntos Exteriores de
Checoslovaquia, es acusado y condenado junto a otros 13 importantes
funcionarios en lo que se conoce como el Proceso de Praga (1952). Con la muerte
de Stalin, London recuperó la libertad y años más tarde pudo contar el modo en
que tal proceso fue parte del internismo del poder comunista y que la causa fue
armada con acusaciones falsas y autoincriminaciones posteriores a interminables
sesiones de tortura. El énfasis en la burocratización y la obsesión del régimen
por mantener las formas de una legalidad en el marco de una enorme operación
judicial-política resulta sobresaliente en el enfoque que Costa Gavras realiza
en esta película.
En
los años siguientes, Costa Gavras va a retratar los procesos de las dictaduras
latinoamericanas. Más específicamente, en 1973, estrena Estado de sitio, película cuya trama gira en torno al modo en que
los tupamaros secuestran a un agente de la CIA al que luego matan. En esta
misma línea, aunque casi 10 años después, en 1982, el griego regresa con Desaparecido, película que no refiere al
caso argentino sino al modo en que la dictadura pinochetista había hecho
desaparecer (durante un tiempo) a un ciudadano estadounidense comprometido con
la causa revolucionaria en territorio chileno. Asimismo, en ambas, Costa Gavras
deja bien en claro el modo en que Estados Unidos apoya y es cómplice de las
dictaduras que tantas vidas se llevaron en Latinoamérica.
Ahora
bien, tanto en Z como en estas
últimas dos películas mencionadas, de una manera u otra, la prensa está
presente tratando de dar a luz los hechos que querían ocultarse y desafiando a
ese poder represivo que desde el Estado perseguía y torturaba. A veces con más
o a veces con menos protagonismo, lo cierto es que el periodismo era un eslabón
infaltable de las historias de Costa Gavras. Incluso en La confesión se puede hacer una lectura acerca de la importancia
del periodismo. De hecho, uno de los diálogos finales de la película se da
cuando el protagonista que había sido condenado logra salir de la cárcel tras
la muerte de Stalin. Allí, mientras discute con un camarada si contar o no la
historia, se produce este intercambio: -¿Por qué no dijimos nada de lo que
pasaba? –No lo dijimos porque no sabíamos. –Claro que sabíamos. Si todo estaba
publicado en la prensa. –Es que era la prensa burguesa, la prensa del enemigo.
Si
bien claramente este elocuente pasaje puede utilizarse para reivindicar el
periodismo e interpelar a aquellos que falazmente descreen de todo lo que
provenga de los medios tradicionales, Costa Gavras regresa con una película cuyo
título original es Mad City (1997) y
que en castellano ha sido traducida, con poco apego al original pero con sabia
comprensión de lo que allí se mostraba, Cuarto
poder.
En
esta película se puede ver a un Dustin Hoffman, periodista bastante venido a
menos, que por razones azarosas se encuentra en el lugar justo en el momento
indicado, esto es, en una situación de toma de rehenes (en su mayoría niños) y
un asesinato (casual) perpetrado por John Travolta, un empleado con muy pocas
luces, estadounidense medio, que va en busca de la restitución de su trabajo
cuando las cosas se le van de las manos. El personaje de Hoffman acaba
manipulando al de Travolta haciendo de la toma de rehenes un show televisivo.
De hecho, es el propio periodista el que le va sugiriendo los pasos a seguir en
la negociación con la Policía y el que entra en una disputa con su competidor
en el canal para manipular a la opinión pública. La presión que recae sobre el
secuestrador manipulado que no quería matar ni secuestrar a nadie, sino
simplemente que le devuelvan su trabajo nocturno de cuidador del museo para que
su mujer no lo martirice, deriva (disculpe si no vio la película) en un triste
desenlace: el personaje de Travolta suicidándose y volando por el aire frente a
las cámaras.
Con
esta historia, Costa Gavras no se priva de nada y muestra la miserabilidad del
periodismo, sus egos, las traiciones y la disputa por el rating en el marco de
una situación de tensión máxima en el que estaba en juego la vida de las
personas. También expone el modo en que la propia Policía actúa en función de
una opinión pública que se mueve al ritmo de la polémica inventada del día que
incluía reportajes a miembros de la familia del secuestrador y hasta una
disputa racial por el hecho de que el asesinado accidentalmente era negro.
Este
breve repaso por solo una parte de la filmografía de Costa Gavras ilustra el
cambio fenomenal que se ha dado en los núcleos de poder y expone la necesidad
de revisar y resignificar de qué hablamos cuando hablamos de medios, periodismo
y periodistas. Películas como Z, La Confesión, Estado de Sitio y Desaparecido
no podrían haber sido filmadas en los años 90 o en el siglo XXI pues eran el
síntoma de un clima de época. Tampoco Cuarto
poder podría haber sido pensada en los años 70 porque representa un
contexto completamente distinto en el que los gobiernos y los Estados se
encuentran a merced de grandes corporaciones económicas que son también dueñas
de medios de comunicación (por cierto, no casualmente las últimas películas del
director griego han hecho énfasis en, justamente, las corporaciones económicas).
Naturalmente,
hombres francos y perspicaces como Costa Gavras, hombres que captan los tópicos
de cada época, habían comprendido ya en 1997 los cambios que se habían
producido en el periodismo. De la mayoría de los periodistas, al día de hoy, no
se puede decir lo mismo.
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