sábado, 26 de octubre de 2024

Una birome para nuevas ideas (editorial del 26.10.24 en No estoy solo)

 

En un sistema político fragmentado, tal como decíamos la semana pasada, los principales actores políticos ya no pretenden canalizar mayorías sino bloquear adversarios, sea de adentro, sea de afuera. CFK y Macri bloquean a cualquiera que ose disputar la conducción del espacio y Milei bloquea, con su tercio en las cámaras, las intentonas de una oposición reunida. En las últimas horas, si de fragmentos hablamos, también encontramos la ruptura de los radicales de modo que puede que allí también aparezca alguna dinámica similar. “Gobernar es bloquear” podría ser la frase de estos tiempos.

Ahora bien, en las próximas horas se debería confirmar la existencia de las dos listas para una interna del PJ Nacional que ha elevado la temperatura a partir de la decisión de CFK y de un gobernador que se anima a enfrentarla. Ha habido impugnaciones cruzadas de modo que no sabemos si alguna de ellas avanzará. Ojalá no sea el caso porque, de ser así, uno de los sectores denunciará proscripción y se oficializará una nueva fragmentación.

Si las dos listas se mantienen en pie, ahí entramos a jugar otro partido. Difícilmente pudiera darse que, con CFK al frente, su lista pierda, pero los números tienen un rol simbólico relevante. Para decirlo groseramente, si CFK gana 80 a 20 habría hasta buenas razones para ser conspirativos e imaginar que el único sentido de una lista alternativa fue la de robustecer a CFK. Pero si el resultado a favor de CFK es 55 a 45 o 60 a 40 la situación es otra. Sin hablar de un triunfo pírrico sería al menos un triunfo que confirmaría una debilidad, un desgaste.

Distinto es si se hace un enfoque desde afuera. Allí es difícil ver algo distinto que una CFK cada vez más encerrada en un círculo de obsecuentes que se benefician con su figura y que contrastan con la adoración genuina que una parte de la población posee todavía por la expresidente. Es un movimiento extraño el del kirchnerismo: cada vez que intenta ampliarse, se infla como un globo y explota para volver a un reducto que es cada vez más pequeño. No se sabe si el problema es la capacidad del globo o el hecho de que, desde adentro, muchos kirchneristas lo pinchen con sus agujas. Ampliación, retracción, ampliación, retracción.

Un ejemplo de esto podría ser el hecho de que, contrariamente a cierto imaginario, el kirchnerismo es una máquina de perder elecciones, salvo cuando juega CFK. Gana 2007, 2011 y 2019 con ella en la fórmula, pero pierde 2009, 2013, 2015, 2017, 2021 y 2023. De las últimas seis ganó una y a nivel nacional y provincial, además, pierde, en algunos casos, elecciones imposibles de perder frente a candidatos que hoy nadie recuerda. Todo se puede revertir pero allí hay un problema. No verlo es una miopía. Y por favor, no me digan que el problema es que la sociedad argentina se derechizó o que los empresarios argentinos son malos, a diferencia de los empresarios del resto del mundo que son buenos.

La actitud sectaria del kirchnerismo, en todos estos años, ha dejado afuera a un sinfín de dirigentes, muchos de ellos deleznables y otros valiosos cuyas diferencias eran menos ideológicas que de formas. Ni siquiera hacía falta realizar investigaciones profundas. Ya apenas comenzado el segundo mandato de CFK, un diálogo con segundas y terceras líneas de dirigentes y militantes peronistas por fuera de AMBA advertía su incomodidad ante el hecho de que el kirchnerismo, casi siempre a través de la Cámpora, “bajaba” a los territorios con dinero de Nación, domiciliaba algún dirigente en la provincia y/o el municipio correspondiente, y al tiempo, cumplidos los requisitos formales, desplazaba a los compañeros de base que estaban trabajando allí durante años. Este atropello de la vanguardia esclarecida porteñocéntrica generó la bronca de todo aquel que no fuera Cámpora y se mantuvo contenida en la medida en que CFK ganara… pero al primer gesto de debilidad se lo iban a facturar. Y tienen razón en hacerlo porque no puede ser que a todo el resto le toque defender la extorsión culposa de abrazar primero la patria y el movimiento, mientras que los hombres (sus nombres en las listas y su titularidad en las grandes cajas) los ponga La Cámpora.

Asimismo, seamos justos, de los dirigentes que fueron quedando en el camino, solo algunos pudieron construir algo más allá de que, en general, funcionaban como imán de todos aquellos peronistas enojados con CFK. Aun con gente valiosa, muchas veces esos espacios se parecían a un tren fantasma. Eso hay que reconocerlo. Y este parece el gran desafío de Quintela: cómo crear un espacio dentro del peronismo que no sea un simple rejunte de los enojados particulares que, por buenas o malas razones, se quedaron afuera de la endogámica birome K.

Pero ahora aparece una novedad: el conflicto entre CFK y Kicillof. Es distinto porque Kicillof no es Scioli, ni Randazzo, ni Alberto, ni Massa, etc. Es decir, no es alguien que plantea un tipo de autonomía desde diferencias ideológicas o procedencias diversas. Kicillof es “hijo” del kirchnerismo y no hay manera de llamarlo “traidor”, “magnettista” o cosas por el estilo. Por eso es tan desafiante la escena. Las otras rupturas se podían justificar desde lo ideológico, como parte de un proceso de purificación hasta alcanzar una identidad K. Pero Kicillof es K. Quitarlo no depura nada. De aquí que exponga groseramente que la disputa es personal, es por ego, por cajas, por nombres. Y en eso, seamos sinceros, no parece haber sido el gobernador el gran agitador. En este sentido suenan exageradas las referencias bíblicas de CFK hablando de Judas, Poncio Pilatos, etc.

Digámoslo claro: es muy probable que el kirchnerismo no pueda crear un candidato competitivo de su riñón, tal como le viene sucediendo desde 2015 porque CFK lo bloquea y porque ninguno de los que la sigue le da la altura para serlo. Entonces debe recurrir a un tercero que, en este caso, sería Kicillof que es propio, pero generó márgenes de autonomía y decisión. ¿Cuál es el plan, entonces? El mismo que con Alberto: vos al frente. Nosotros al control moral, político e ideológico, y a las cajas. Alberto lo aceptó porque era un dirigente sin ningún tipo de aspiración al que le llegó un regalo del cielo que con su incapacidad y soberbia supo desaprovechar. Pero Kicillof puede pararse desde otro lugar tras haber ganado solito dos elecciones en la Provincia de Buenos Aires. ¿Por qué debería aceptar que la birome se la maneje La Cámpora o CFK, expertos en elegir candidatos que han dado más de un dolor de cabeza?       

La disputa es tan obscena que, contra el propio Kicillof, habría que decir que esa declaración casi infantil de “las canciones nuevas” no se ha verificado en ninguna acción concreta. ¿Cómo son esas canciones? ¿Es solo tener la birome y elegir a los propios? Eso sería una misma canción con un cambio en los ejecutantes. ¿Cuál es la canción nueva, entonces? ¿Cuál es la crítica al kirchnerismo que un kirchnerista como Kicillof quiere hacer y no hace?

La pregunta es importante porque a la gente le importa tres carajos quién maneja la birome y el kirchnerismo perdió elecciones porque, de alguna manera, la gente entendió que hubo errores y que algunas de esas políticas tenían que cambiar. No fueron solo “los medios”. No nos engañemos. A tal punto habrán calado hondo esos errores que tras casi un año del ajuste más grande de la historia, hay una mitad de la población que apoya a Milei. Y como diría Iorio, “Milei (también) existe por ustedes”. 

En el kirchnerismo, y esto incluye a Kicillof, nadie plantea un programa antiinflacionario, solo se critica al vigente, el cual, nobleza obliga y más allá de los costos, está siendo exitoso; se defiende infantilmente el déficit fiscal solo para enfrentarse al dogmatismo liberal; nadie se hace cargo del desastre con los subsidios a la energía y los transportes que algún gobierno iba a tener que pagar; tampoco hay una revisión de un crecimiento del Estado que no siempre estuvo vinculado a la necesidad y menos aún a la búsqueda de la eficiencia. Además, con políticas sobreideologizadas en favor de presuntas minorías que quebraron al electorado y lograron el repudio de sectores que tradicionalmente los votaron; las mismas políticas sobreideologizadas que continúan marcando una total falta de respuesta a la problemática de la inseguridad. Nadie habla de eso. Solo se dice que en frente está el fascismo.  

La lista podría continuar hasta el infinito incluyendo la necesidad de revisar la ley laboral, la ausencia de autocrítica frente a una ley de alquileres que destrozó el mercado y ha llevado a la desregulación total como única salida, la problemática docente cuyo deterioro se da a todo nivel y que se venía dando aún con recursos más generosos.    

Si después del armado de las listas, con los mismos de siempre, queda algo de tinta en la birome, esta podría utilizarse para establecer nuevas ideas que den respuesta a los problemas de los Argentinos sin los versos ni los dogmatismos a los que estamos acostumbrados. Porque los problemas siguen estando. Si no los responde la actual oposición de manera original, los seguirá respondiendo el oficialismo.  

jueves, 24 de octubre de 2024

Zizek: hacer la revolución y también la guerra (publicado el 19.10.24 en www.theobjective.com)

 

Diciembre 2022. En un accidente doméstico, Vladimir Putin rueda por las escaleras. Afortunadamente no sufre lesiones graves sino solo un detalle bastante escatológico: no puede controlar sus esfínteres y se hace encima. Se trata, por cierto, del mismo desenlace que habría sufrido Joe Biden un año antes en su visita al Papa Francisco. Estas dos anécdotas, presuntamente apócrifas, son utilizadas por Slavoj Zizek, el rockstar de la filosofía, como metáfora del actual escenario mundial. Así estamos hoy, afirma: “entre las dos mierdas de la nueva derecha fundamentalista y de la izquierda woke del establishment liberal”.     

Diagnósticos como este son parte de su nuevo libro, Demasiado tarde para despertar. ¿Qué nos espera cuando no hay futuro?, un texto donde el esloveno apunta a la coyuntura y retoma la clásica pregunta leninista del qué hacer.

Como todos sabemos, en Zizek hay un combo entre marxismo y psicoanálisis lacaniano, elementos que, por supuesto, están presentes en el libro, pero combinados con otras perspectivas, entre pragmáticas y arbitrarias, que aparecen en aquellos pasajes donde el autor ofrece cursos de acción exentos de cualquier ambigüedad.

A propósito, si tomamos, por ejemplo, el caso de la conclusión del trabajo, allí encontraremos el siguiente fragmento:

“Para hacer frente a nuestras crisis crecientes, desde las amenazas al medioambiente hasta las guerras, necesitaremos elementos de lo que, en este libro, llamo provocativamente ‘comunismo de guerra’: movilizaciones que tendrán que violar no solo las reglas habituales del mercado, sino también las reglas establecidas de la democracia (aplicar medidas y limitar las libertades sin la aprobación democrática)”.

En este punto, uno no sabe si es más peligroso el remedio que la enfermedad.

Menos atemorizantes y más ricos conceptualmente son los pasajes donde Zizek realiza elaboraciones alrededor de la invasión rusa a Ucrania, probablemente, el gran eje del libro.

Allí indica que, paradójicamente, el conflicto en Ucrania es más peligroso que el escenario de la Guerra Fría porque tanto Rusia como Estados Unidos son más débiles, de lo cual se sigue que habría más incentivos para que alguno de ellos rompa el equilibrio. Asimismo, este intento desesperado de reconstruir el imperio soviético por parte de Putin sería, según Zizek, la estocada final para la eliminación definitiva de la tradición leninista de Rusia. La razón es que, a diferencia de la centralización que más tarde llevó adelante Stalin, Lenin abogaba por un proceso de autodeterminación, soberanía nacional y, eventualmente, separación de las pequeñas naciones que formaron la URSS. De aquí que el florecimiento de la identidad ucraniana se diese en la primera década posrevolución de octubre y de aquí también la respuesta brutal y genocida de Stalin contra Ucrania en las décadas posteriores.       

En esta misma línea, Putin estableció un nuevo mito fundacional: el triunfo en la segunda guerra mundial contra los nazis. El 45 por sobre el 17. Stalin por sobre Lenin y un Stalin que no es reivindicado en tanto comunista sino en tanto comandante supremo. Este giro ha calado profundo en la idiosincrasia rusa, a tal punto que, en una encuesta nacional realizada algunos años atrás, Stalin, que era georgiano, por cierto, fue votado como el tercer ruso más grande de la historia. Lenin, mientras tanto, permanece en el olvido.

Según Zizek, este nuevo mito fundacional es el que explica también que el principal argumento ruso a favor de la invasión a Ucrania sea el de combatir “el nazismo ucraniano”. Y es más: dado que el autor entiende que, en esta guerra, Rusia no está luchando contra Ucrania sino contra la OTAN, esto es, contra toda la cultura del Occidente democrático liberal, no es casual que varios ideólogos rusos tracen una continuidad y presenten al nazismo como el vástago del liberalismo.

En este sentido, Zizek cita a quien aparece como el filósofo de cabecera de Putin, Aleksandr Dugin, en un pasaje que habla por sí solo. Dice Dugin:

“Estamos librando una operación militar escatológica, una operación especial entre la Luz y las Tinieblas en el fin de los tiempos. La Verdad y Dios están de nuestro lado. Combatimos el mal absoluto encarnado en la civilización occidental, su hegemonía liberal-totalitaria, en el nazismo ucraniano”.

Una vez más la escatología, pero en su otra acepción. Si en el primer párrafo nos dio risa, aquí debería darnos miedo.

Ante este escenario, como les indicaba al principio, Zizek avanza en su propuesta de “comunismo de guerra”, una mezcla entre cosmopolitismo, ansiedad climática y marxismo clásico cuya combinación es todo un interrogante, para decirlo de manera benevolente.  

En otras palabras, en principio parecería que la amenaza putinista contra los valores occidentales que representa Europa deben ser repelidos sin ningún tipo de contemplación. De aquí que, por un lado, Zizek afirme que habría que tomarse en serio la idea de que Ucrania reciba armas nucleares y que, por otro lado, acuse de “despreciables” a figuras de la izquierda como Chomsky y Varoufakis por su actitud pacifista.

Al mismo tiempo, un elemento que aparece obsesivamente a lo largo del libro es la cuestión climática. Para Zizek no hay dudas: vamos hacia la catástrofe climática, catástrofe que parece mucho más inevitable y decisiva que una eventual tercera guerra mundial. Frente a eso, una vez más, pareciera que cualquier cosa estaría permitida, incluso pasar por encima de la “fetichizada” democracia multipartidista. De hecho, Zizek se suma a las propuestas de los partidos verdes de tomar la crisis del gas en Europa como una oportunidad para un cambio radical anticapitalista y ecológicamente sostenible.

Por último, el autor de El sublime objeto de la ideología, intenta desmarcarse de “las dos mierdas”: ni populismo de derecha ni wokismo. Tampoco acepta tomar partido por el falso dilema “China o Elon Musk”. En una nueva versión del “proletarios del mundo uníos”, Zizek indica que la respuesta debe ser universal y reunir a todos los oprimidos del planeta dado que no se trata de un enfrentamiento entre civilizaciones sino de un choque al interior de cada sociedad entre los poderosos y los sojuzgados.

Más globalización, aunque desde el punto de vista de los desaventajados, para dar una respuesta universal a la guerra y, sobre todo, a la catástrofe climática. Y si las instituciones globales no estuvieran a la altura de la crisis, decisionismo y al carajo, sea contra un Estado fallido como Rusia, sea contra el modo de vida capitalista que conspira contra la sustentabilidad del planeta. He aquí un resumen.           

Para concluir, entonces, Zizek cita dos veces la frase de Lenin “o la revolución impedirá la guerra o la guerra desencadenará la revolución”. Ante este dilema, para Zizek, sin dudas, se debe optar por una revolución. Lo que no queda claro es revolución hacia dónde, a qué costo y cómo esta revolución podrá evitar una nueva guerra.      

 

domingo, 20 de octubre de 2024

La política del bloqueo permanente (editorial del 19.10.24 en No estoy solo)

 

El largo proceso de fragmentación del sistema político argentino pos 2001 se ha profundizado con la sorprendente irrupción de Milei y este novedoso escenario de tres tercios.

Es imposible saber si este fenómeno ha llegado para quedarse, si el mileismo acabará fagocitando al PRO y a parte del radicalismo o si, por el contrario, una crisis en el gobierno deriva en el resurgimiento de una derecha presuntamente republicana y de buenos modos que se llamará Juntos por el Cambio o algo parecido. Tampoco sabemos si el peronismo logrará unirse detrás de una figura de cara al 2027. Lo único que parece cierto es que, al menos hoy, dado que las grandes figuras de cada uno de los tres espacios son incapaces de generar mayorías, su rol se reduce a protagonizar bloqueos y/o condicionamientos. La consecuencia es, naturalmente, una mayor crisis de representación, la obturación de cualquier dirigente o línea novedosa dentro de los espacios y una particular forma de llevar adelante un gobierno. Analicemos cada caso en particular.

Macri. Con encuestas que en 2023 mostraban que su triunfo sería imposible en un balotaje, lejos de impulsar al candidato natural, Horacio Rodríguez Larreta, jugó al misterio hasta que, presuntamente, dejó hacer e impulsó una interna fratricida que le hizo perder al espacio una elección que estaba ganada. Lo hizo suponiendo que Rodríguez Larreta barrería con él y, a cambio, apoyó a una candidata con pocas luces, pero mismo ímpetu para llevárselo puesto. Era eso o hacerse a un costado. Eligió eso. Hoy apuesta a ser el interlocutor de la gobernabilidad hasta que las encuestas exhiban la profundización del descontento con la actual administración. Su bloqueo ya ha corrido al ala bullrichista hacia la LLA y ha roto puentes con sectores del radicalismo. Si el mileismo no le quita muchos votos al PRO en 2025, será, como mínimo, el condicionante. Si el ingeniero confirma que con él solo no alcanza, intentará que sin él no se pueda.

Cristina. En estas horas se estaría resolviendo su llegada al PJ Nacional. Aparentemente con lista de unidad. En esta semana continuaron las presiones sobre Kicillof desde diferentes sectores de La Cámpora y hay distintas versiones sobre la existencia o no de una reunión que habría tenido con la expresidente. Sin embargo, en su discurso, el gobernador afirmó que los días más felices fueron con CFK. Si hay canciones nuevas, al menos el disco todavía no salió y en los recitales suenan muchos covers.

Ahora bien, si ya en 2019 con CFK sola no alcanzaba, es de suponer que después de una experiencia como la de Alberto Fernández, sus números, al menos, no hayan mejorado. Podrá darle bien en el conurbano, su gran bastión, pero ya en 2017, esa concentración de votos no le alcanzó para ganarle a Esteban Bullrich en la provincia.

Los pasillos indican, además, que no está en ella la intención de candidatearse ni para 2025 ni para 2027. Y agreguemos a esto que, se descuenta, Casación confirmaría su inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Seguramente la última palabra la tendrá la Corte y eso le podría dar tiempo para presentarse el año que viene, pero difícilmente los jueces del máximo tribunal se mantengan en silencio hasta 2027. De modo que la jugada pareciera ser la de bloquear y/o crear un condicionamiento hacia el interior del peronismo tras el fracaso de imponer a la figura de su hijo. Control ideológico y control político. Yo sola no puedo, pero ustedes van a tener que pasar por acá si quieren hacer algo. Eso incluye al gobernador que, sin duda, no hubiera hecho carrera política sin el padrinazgo de CFK, pero que, también, ha tenido mérito propio en sus dos triunfos en la provincia. Porque, digámoslo: jóvenes apañados por CFK hubo muchos. Pero muy pocos consiguieron votos y solo Kicillof ganó la provincia, incluso en 2023 siendo parte del espacio que encumbró y fracasó junto a Alberto Fernández. Entonces, es una hipótesis, claro, pero podemos suponer que CFK sale a jugar porque La Cámpora sigue sin hacer pie y porque sin ella en el medio, el peronismo adoptaría otras formas, probablemente con una mezcla entre nuevos dirigentes y muchos de aquellos que tienen varias facturas para pasarle al hijo de la expresidente.   

Mover la dama, como viene sucediendo desde 2017, entonces, es más una señal de debilidad que una confirmación de permanencia. El trasvasamiento generacional no llega porque los trasvasados no parecen estar a la altura. Y sin CFK no hay Cámpora, máxime si el plan de la agrupación de Máximo es continuar con la misma lógica de imposición de candidatos y control de cajas.              

Milei. A diferencia de Macri y CFK, Milei no tiene “interna” ni candidatos que pretendan hacerle sombra. La LLA es él y además es el presidente. Sin embargo, el problema lo tiene hacia afuera: terminado el sueño populista afiebrado de gobernar con referéndums, Milei hace los números y se da cuenta que, al menos hasta el 2025, está a tiro de un juicio político y a tiro de que el Congreso le imponga leyes. De aquí que, paradójicamente, a pesar de ser gobierno, su objetivo esté en bloquear a la oposición. Por eso, para Milei, hoy gobernar es bloquear. Para ello necesita garantizarse el tercio del Congreso, número mágico para impedir que “le volteen los vetos”. En las próximas legislativas, su performance le permitirá ganar bancas, pero él no necesita de mayorías para gobernar. Con Ley Bases, decretos, vetos y el tercio para bloquear la insistencia de la oposición alcanza. Es muy probable que, desde diciembre de 2025, incluso sin tener que recurrir a aliados y sin tener que negociar con Macri, esté muy cerca de lograrlo.

Naturalmente este escenario puede cambiar pues, tal como decíamos al principio, un fracaso de Milei podría erigir a Macri como alternativa de derecha, pero posicionaría al peronismo como fuerza favorita, dependiendo también de quién sea el candidato. Asimismo, un gobierno exitoso de Milei obligaría, probablemente, tanto a Macri como a CFK a cambiar la estrategia y a buscar consensos más amplios para poder enfrentarlo o, en el caso del PRO, para cogobernar.

Mientras tanto, el incentivo a retraerse en la minoría intensa y a garantizar esa representación necesaria para bloquear al rival (interno o externo) es todo lo que se puede ver en el horizonte.     

 

 

martes, 15 de octubre de 2024

Hay que matar al Joker (una mirada política) [publicada el 8.10.24 en www.disidentia.com]

 

Llegó Joker: Folie à Deux, la segunda entrega de la saga tras una primera que, allá por 2019, fue aclamada por la crítica. Con expectativas tan altas, era difícil que esta segunda parte pudiera colmarlas y, efectivamente, los malos vaticinios se cumplieron.

En todo caso, cabría decir que el problema del Joker 2 es que todos la comparamos con la 1. Si la primera no hubiera existido, seguramente estaríamos hablando de sus muchas virtudes y no solamente de los defectos. Con todo, este no es un espacio para hablar de cine sino de política y, en este sentido, Folie à Deux viene despertando diversas interpretaciones, gran mayoría de las cuales, podrían, como mínimo, necesitar alguna complementación. 

Pero antes de entrar en ello, de la película en sí podemos decir que la actuación de Phoenix vuelve a ser descollante y que Lady Gaga no está mal, a pesar de que, desde el guion, su personaje parece tener menos desarrollo. Asimismo, su director, Todd Phillips, vuelve a lograr atmósferas increíbles, una fotografía excepcional con decenas de imágenes que conformarían posters que todos quisiéramos colgados en la pared de casa y, sobre todo, sale airoso de la osada apuesta por transformar esta segunda parte en un musical, algo que no le sienta mal a la lógica bufonesca del personaje.

En contra podría decirse que ese recurso del musical, por momentos, parece forzado y algo repetitivo, al igual que la trama girando todo el tiempo alrededor del juicio que se le lleva adelante a Arthur Fleck (el Joker) por haber asesinado a cinco personas, tal como se vio en la primera entrega.

Dicho esto, consideramos que una clave interpretativa viene dada ya desde el título: Folie à Deux. Podemos traducirlo simplemente como “locura de dos” o hacer referencia a una lectura más técnica que habla de un “trastorno psíquico compartido”, fenómeno muy poco frecuente por el cual la psicosis de una persona induce la psicosis de otra. Si, como les indicaba antes, este no es un espacio de crítica de cine, tampoco es un consultorio de psiquiatría, con lo cual, alcanza con esta definición algo básica para descifrar el mensaje que nos quiere dejar la película.       

De modo que, desde el vamos, se nos dice que hay locura y que esa locura se comparte. Si tomamos en cuenta la decisión de incluir al personaje de Lady Gaga, Lee, aquella que más insiste a lo largo de la película en la idea de que el atormentado Arthur es el Guasón, la lectura es clara: él está loco y ella comparte esa locura. Folie à Deux.

Dicho esto, hay que indicar que, políticamente hablando, en un sentido, la película tiene menos de política que la primera y, lo que es más frustrante aún, es que aquellos elementos que habían hecho de la primera entrega una película de culto, son traídos en esta segunda con el fin de aclaraciones varias. Sinceramente, hubiera sido preferible no hacerlo.  

Dicho de otra manera, si en la primera, en el mejor de los casos, había una inquietante ambigüedad que estimuló lecturas políticas varias, entre ellas, las de una película que hacía una apología de las olas reaccionarias, el anarquismo y/o el nihilismo de una sociedad completamente rota en la que un eventual demente acaba siendo el emblema de una explosión de violencia por la violencia misma, en esta segunda el director parece estar demasiado preocupado en echar por tierra los “malos entendidos”. Es curioso, pero es como si el director estuviera enojado con la audiencia que hizo de la primera entrega un éxito. De aquí que rompiera todo lo esperado haciendo de la segunda un musical donde el Joker acaba “compartiendo cartel” con una coprotagonista, y que, en términos de lecturas políticas, se intente acabar con el conjunto de interpretaciones que habían llevado al primer Joker a un lugar incómodo para los tiempos de corrección política.     

Para decirlo con nombres propios, nunca lo sabremos, pero hasta da la sensación de que la riqueza de sentidos que otorgaba la primera entrega, por ejemplo, para entender sin condenar necesariamente, a fenómenos como el de Trump o Milei, fue demasiado lejos para el director. De aquí que hubiera que “matar” al Joker o, al menos, a “ese” Joker, el Joker “de derechas”, el Joker que glorificaba la violencia de individuos rotos por el sistema, individuos que, en su mayoría, eran varones, a contramano de lo que indica el canon del pensamiento hegemónico progresista.      

¿Cómo se lo “mata” al Joker? Cuando, y disculpen por adelantar aspectos de la trama, él acaba reconociendo que no es el Joker, sino simplemente Arthur Fleck, o sea, cuando afirma que al haber matado a cinco personas, e incluso a una sexta, no estaba “poseído” por una “segunda personalidad”. Es en este momento, casi al final de la película, donde aparece lo más rico políticamente y lo que, considero, es el mensaje hacia el que apunta el director. Porque la trama deja ver la decepción que eso genera en varios pasajes de la película, a saber: en la reacción de Lee, su enamorada, ante la “confesión” de Fleck; en la propia sala de audiencia del juicio cuando muchos de sus seguidores se retiran indignados y, para finalizar, en la última escena de la película, aquella en la que sucede algo muy relevante para la trama que no vamos a revelar pero que también puede interpretarse como la reacción de un fanático ante una decepción profunda.

Y en este punto, podemos, como hipótesis, aventurar lo siguiente: si efectivamente el director entendió que las interpretaciones de la primera entrega fueron hacia un lugar que él nunca se propuso, alimentando o, al menos, ofreciendo alguna explicación y/o justificación a los ascensos de las derechas populistas en distintas partes del mundo, ahora hacía falta apuntar hacia el público por ello. En otras palabras, si Joker 1 se posó en el personaje de Joaquin Phoenix, Folie à Deux hará énfasis en la otra parte, que no es el personaje de Lady Gaga, sino el público y/o, eventualmente, aquellos que siguen a “los Jokers” de carne y hueso que gobiernan, gobernaron o pretenden gobernar. El guion es claro en este sentido cuando, por ejemplo, el personaje de Lee le dice al Joker que es un entretenimiento que cumple una función o cuando, por razones que no hace falta revelar, el Joker sale corriendo del auto en el que unos fanáticos con la careta de payaso lo llevaban para “hacer la revolución”. Si en la primera hubo ambigüedad, aquí no: el Joker es un pobre tipo que es usado por una turba violenta o, en todo caso, un hombre con problemas mentales que en sus actos de violencia acabó canalizando todo ese odio larvado que existe en nuestras sociedades. Pero aquí no aparece un odio a las elites, o a los poderosos, ni la violencia de una sociedad injusta como se veía en la primera. Solo un trastornado y una masa de chiflados que lo sigue como si fuera el líder que no es.

La locura de dos es, entonces, la locura del loco que es funcional a la locura de la turba deseosa del espectáculo de la violencia. Se trata de un giro que echa por tierra la valiente apuesta de la primera entrega para en ese mismo giro ofrecer un mensaje más previsible y, por ello mismo, claro está, bastante menos interesante.     

       

     

sábado, 5 de octubre de 2024

Olor a sangre (editorial de No estoy solo del 5.10.24)

 

Desde que Milei irrumpió en la escena política, uno de los deportes favoritos de los analistas, tanto de Argentina como del mundo, fue tratar de categorizarlo. Partiendo de su autopercibido anarcocapitalismo hasta llegar al mote de “fascista”, todo tipo de etiquetas han sido utilizadas para definir un fenómeno con características particulares pero que, a su vez, tiene vasos comunicantes con apariciones que se han dado en distintos países. Desde este humilde espacio, como para no esquivar el convite, definimos en su momento a Milei como un libertario en lo económico, un conservador en lo moral y un populista desde el punto de vista político. Con todo, aceptamos que pueda ser materia de discusión.

Si tratar de caracterizar a Milei era ya de por sí una tarea compleja, más difícil aún es determinar las características de su armado político, sobre todo, separar la hojarasca estimulada por decisiones improvisadas y amateurs, propias de una fuerza recién llegada a la gestión y conformada por funcionarios con poca o nula experiencia en el Estado, de aquellas más estructurales que comienzan a reflejar cierta identidad.

Por lo pronto, de la amenaza de gobernar a decreto limpio y/o consultas populares, el gobierno parece estar girando hacia formas más tradicionales propios de la rosca política. Como si hubiese una aceptación de que lo que sirvió para ganar no alcanza para gobernar. De aquí que, se dice, en los pasillos, la perspectiva de una LLA como partido nacional, busque crear estructuras y presencia territorial que ayude a mitigar la presencia de librepensadores, oportunistas o, por qué no decirlo, inversores, que hacen las veces de legisladores.   Es como si Milei hubiera tomado nota de que aún en esquemas con presidencialismos fuertes, la división de poderes todavía supone un contrapeso; y sobre todo el gobierno parece haber entendido que estando a tiro del juicio político, estará siempre en las manos del PRO. Y tiene razón, por cierto.        

Con todo, digamos que aun con sus torpezas a cuestas, el gobierno ha logrado bastante más de lo esperado, pero está en una carrera contra reloj porque reconoce que este esquema solo puede sostenerse con un apoyo popular que, en las últimas semanas, empieza a dar señales de deterioro. ¿Podrá la baja de la inflación ser aquello que pueda “cobrar” en las urnas el mileismo en 2025 o, antes de la elección, los efectos de la recesión harán olvidar el desborde inflacionario heredado? No lo sabemos.  

El acto en Parque Lezama, con el flamante lanzamiento de Karina Milei para alguna candidatura en 2025 y una eventual fórmula Milei-Milei para 2027, es una señal de que el gobierno entiende que necesita fortalecerse.

Asimismo, desde la disposición del escenario, más peronista que PRO, hasta el tipo y los modos de la movilización, LLA parece dejar en claro que no renunciará a ocupar el espacio callejero incluso cuando la convocatoria goce de todo aquello que el gobierno y la derecha en general suelen criticar cada vez que se moviliza el peronismo y la izquierda. De hecho, más allá de la retórica de las últimas semanas con zonceras como el virus K-Ka y algunos cruces en redes sociales, Milei y el tipo de construcción política de la LLA tiene mucho más de peronismo que lo que propios y extraños aceptarían. Sí, efectivamente, hay menos gorilismo en Milei que en buena parte del radicalismo y el periodismo que apoya al oficialismo, por solo citar dos ejemplos.

Hablando de peronismo, parece haber comenzado un operativo clamor para que CFK sea la presidente del PJ y/o candidata a algo en 2025. No sabemos si ella efectivamente lo desea o da señales ambiguas como prenda de negociación para fortalecer a su espacio, aquel que no tiene mucho más que a ella. Mientras tanto, la disputa a cielo abierto con Kicillof se traduce en canciones y chicanas. Es bastante curioso el caso. ¿Tanto lío por aquella frase de “hay que componer nuevas canciones”? Se trata de una frase a la cual podría suscribir la propia CFK. De hecho, leyendo los últimos documentos que divulgó podría inferirse esa misma necesidad. Asimismo, ¿cuál es la diferencia entre Máximo y Kicillof, ideológicamente hablando? ¿Difieren en alguno de los grandes temas? Quizás sean simplemente diferencias artísticas… discusiones contra gente cansada de repetir estribillos, vaya uno a saber…

Lo cierto es que la imposibilidad de responder a estas preguntas lleva a entender la postura de La Cámpora como un asunto de egos y liderazgos, una disputa de biromes, digamos, a pesar de que su birome ha determinado tantos candidatos que ya debería estar sin tinta.

Dicho esto, caben otras preguntas: ¿acaso llegará esta disputa al boicot de un eventual Kicillof 2027 del mismo modo que se hizo con Scioli en 2015 porque “no pertenecía al espacio”? ¿Volverá a sacrificarse la provincia de Buenos Aires para poner al candidato presuntamente propio como sucedió en 2015 cuando se eligió apoyar a Aníbal Fernández en lugar de Julián Domínguez? Imposible saberlo a tanta distancia, aunque la comodidad que ha sentido hasta ahora el kirchnerismo duro en su rol de minoría intensa, podría ser una señal.      

El incipiente deterioro en los índices de popularidad del gobierno, parece acelerar los tiempos de la política electoral. Tal como se vio en la marcha universitaria, la dirigencia opositora, desde la extrema izquierda hasta exPRO no macristas, buscan subirse a una ola con aceptación transversal y no partidaria. No mucho más, al menos por ahora.  

Como ha sucedido en los últimos años, en un país como la Argentina, ser opositor es equivalente a ese tenista que se posiciona en el fondo de la cancha devolviendo todas las pelotas aguardando el error del rival. El buen político ya no es el que propone sino el que espera; la acción política depende de la encuesta semanal y del tema del día en Twitter.

Los une el olor a sangre de todo oficialismo herido; los ordena la primera puerta que se abre.    

 

viernes, 4 de octubre de 2024

"Código roto": la zona oscura de Facebook (publicada el 3.10.24 en www.theobjective.com)

 

Más de veinticinco mil páginas de documentación interna proporcionadas por una exempleada arrepentida, sumado a más de sesenta entrevistas que incluyen a los más altos ejecutivos, constituyen la robusta base documental del libro que narra con exquisito detalle el escándalo conocido como “Papeles de Facebook”.   

Código roto es el nombre de la obra y el autor es Jeff Horwitz, el mismo periodista que publicara la investigación allá por octubre de 2021 en el The Wall Street Journal con unas derivaciones inquietantes. Es que no solo se repasa el modo en que los usuarios de Facebook se encuentran a merced de una real experimentación de ingeniería social que es planificada y, a la vez, peligrosamente improvisada; sino que también se expone el modo en que, una y otra vez, Facebook fue, como mínimo, negligente, al momento de enfrentar las consecuencias de su dinámica expansiva.  

El origen de la investigación de Horwitz probablemente haya sido una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿cómo determinan los algoritmos qué mensajes priorizar o qué nuevos perfiles de usuarios agregar? Aleatorio no es. Entonces, ¿quién lo decide y con qué fines? Por último, ¿tienen razón aquellos que acusan a Facebook de fomentar la polarización de nuestras sociedades? En otras palabras, ¿es Facebook un simple canal neutral de comunicación entre personas donde se expone lo mejor y lo peor de la naturaleza humana o hay algo inherente al diseño y al plan de negocios de la compañía que estimula determinadas pasiones?

Con la intención de responder a esos interrogantes digamos, por lo pronto, que la filtración arrojó, entre otras cosas, que a través de la plataforma se facilitó el tráfico de mujeres con fines laborales y/o sexuales en el Golfo Pérsico; se promovió la limpieza étnica contra musulmanes tanto en Birmania como en la India y se desinformó acerca de la vacuna contra la covid-19, entre otras cosas.

Una vez más, este listado puede hablar simplemente de la naturaleza humana y del uso de una herramienta. Sin embargo, la conclusión del libro es clara: Facebook conocía perfectamente estos hechos y actuó con mayor o menor énfasis para dar cuenta de ello siempre y cuando esas acciones no afectaran la dinámica expansiva de la plataforma.

Como se ve, la investigación tiene muchas aristas, pero Horwitz hace especial hincapié en XCheck, un programa de Facebook a través del cual se le daba un trato preferencial a usuarios VIP de todo el mundo. Se trataba de una salida para un gran dilema: Mark Zuckerberg quiso ser siempre un paladín de la libertad de expresión, pero sucesos como los de la India o Birmania lo hicieron tomar conciencia de que, a veces, era necesario bloquear contenido. Efectivamente, las redes sociales podían generar una revolución liberal como la primavera árabe pero también ser el canal a través del cual se difundieran bulos para legitimar genocidios. Entonces era necesario actuar. Por ello se establecieron criterios razonables para impedir contenido que fomentara la violencia, el racismo, la trata de personas, la pornografía infantil, etc. Sin embargo, como no se disponía de recursos técnicos ni humanos para controlar todas las publicaciones y, al mismo tiempo, se generaría gran escándalo en caso de que se censuraran cuentas con muchos seguidores, se decidió que unas siete millones de personas en el mundo, políticos, influencers, famosos, etc., serían inmunes a la censura que le cabría a cualquier usuario que incumpliera las normas. “Facebook Casta” podría haber sido el nombre del nuevo programa.  

Pero esto es menor al lado del modo en que se descubrió que Facebook modificó el algoritmo de modo tal que acabó fomentando la proliferación de opciones radicales y violentas.  

Efectivamente, ahora se animaba a los usuarios a hacer clic sobre contenido de gente que no conocen, como así también se les sugería formar parte de grupos con presuntos intereses comunes. Ya en 2016 Facebook sabía que esto generaba interacciones y más usuarios pero era, a su vez, echar fuego hacia grupos fanáticos proclives a difundir noticias falsas. Sin embargo, en 2020, hicieron muy poco para impedir que Facebook sugiriera participar en algunos de los grupos de QAnon, aquellos que estuvieron implicados en la toma del Capitolio. Para tener una idea de lo que la plataforma permite, un solo usuario envió, a lo largo de seis meses, cuatrocientas mil invitaciones a participar en esos grupos. Aunque la violencia, el odio y la información falsa podrían haberse mitigado restringiendo las posibilidades de compartir contenido mediante enlaces, como sucede en Instagram, Facebook, al igual que Bartleby, prefirió no hacerlo.

En esta misma línea, los esfuerzos fueron escasos para revertir aquello que denunciara Eli Pariser en una ya mítica charla TED que resultó viral y luego devino libro. Lo que el autor advierte es que Facebook está sesgando la información que recibimos. Por ejemplo, si eres progresista, el algoritmo te muestra las noticias que coinciden con ese ideario y suprime las entradas de signo contrario.

Para reforzar este punto, Pariser hizo una prueba bastante simple, pero, en este caso, con Google. Le pidió a dos amigos que escriban “Egipto” en el motor de búsqueda. Frente a la opinión intuitiva que suponía que el resultado sería el mismo para los dos, el algoritmo había filtrado automáticamente las noticias que, presumía, podían interesarle más a cada uno. Así, a uno de ellos, activista, le ofreció información sobre las últimas protestas en aquel país, pero, al otro, mucho menos politizado, le ofreció paquetes turísticos para visitar las pirámides. La prueba estaba a la vista: los algoritmos, en su afán de generar interacciones, Me gustas y dopamina, nos conectan con audiencias redundantes que se retroalimentan. Nada bueno puede salir de allí. 

Al condicionamiento del negocio se le debe agregar, a su vez, la ya mencionada improvisación negligente. Para graficarlo con algunos números, antes de bloquear a los ciento cincuenta mil usuarios que desinformaban sobre la vacuna contra la covid-19, notaron que el 5% generaba la mitad de las publicaciones y que solamente mil cuatrocientos eran responsables de invitar a la mitad de los miembros de esos grupos. De haber actuado de otra manera se hubiera evitado que los usuarios de lengua inglesa recibieran unas setecientas setenta y cinco millones de veces al día comentarios escépticos respecto a la efectividad de la vacuna; algo similar sucedió respecto a la incidencia de los rusos, especialmente en el marco de las elecciones de 2016, a pesar de que estos últimos hicieron ciento veintiséis millones de publicaciones.

En esta misma línea, tragicómico es lo sucedido en Birmania: no pudieron hacer nada para frenar la espiral genocida porque no contrataron a nadie que hablara la lengua local, de modo que los mensajes de odio o los llamados a masacres no fueron detectados porque el algoritmo es bueno para vender cosas y generar cámaras de eco que confirman nuestros prejuicios, pero no es políglota. Por último, una empresa que para 2022 había llegado a un pico de más de ochenta mil empleados, solo tenía un equipo de seis personas en todo el mundo dedicado a controlar la compra y venta de personas a través de su plataforma con fines de explotación laboral y/o sexual, o, incluso, la venta de órganos.  

Para que se comprenda la magnitud del problema que Facebook no quiere/no puede controlar, tengamos en cuenta algunos números más: la desnudez prohibida solo abarca el 0,05% de las publicaciones visualizadas y los discursos de odio el 0,2. Sin embargo, si se incluyen casos fronterizos, el número sube a 10% y si se agregan ciberanzuelos, e información falsa y engañosa, el número escala a cerca del 20%, es decir, una de cada cinco publicaciones es mierda. Una verdadera cloaca.

Como les indicaba al principio, el libro de Horwitz tuvo como principal protagonista a una exempleada, Frances Haugen, que se ocupó durante meses de copiar todos los documentos posibles con el fin de denunciar lo que ocurría dentro de la empresa.

Curiosamente, en la última búsqueda de información que hizo antes de renunciar, escribió “No odio a Facebook. Me encanta Facebook. Quiero salvarlo”. Luego pulsó “Enter” y apagó el ordenador.

 

domingo, 29 de septiembre de 2024

Yuval Harari y el fin de la historia (humana) [publicado el 17.9.24 en www.theobjective.com]

 

 De lo que estamos hablando es de la posibilidad de que la historia humana toque a su fin. No del fin de la historia, sino del fin de su parte dominada por los humanos”. El diagnóstico es sombrío. No lo dice Hegel ni Bradbury ni Fukuyama. Su autor es el historiador israelí, Yavul Harari, el mismo de superventas como Homo Deus o 21 lecciones para el Siglo XXI. La cita pertenece a su nuevo libro, Nexus, cuya edición en español acaba de ver la luz.

¿Cómo llega Harari a semejante afirmación? Lo hace indagando en las posibilidades que brinda la Inteligencia Artificial (IA) con esta particularidad que marca un antes y un después en la relación entre los humanos y la tecnología. Efectivamente, según Harari, estamos por primera vez frente a una tecnología capaz de autonomizarse, de aprender de sus propios errores y de tomar decisiones en pos de un objetivo, tal como se puede ver en los algoritmos de Facebook, diseñados por los ingenieros para lograr que el usuario pase más tiempo navegando en la plataforma. 

El punto es que la manera de alcanzar ese objetivo resultó imprevisible incluso para sus propios creadores. Efectivamente, los algoritmos entendieron que lo lograrían sugiriendo a los usuarios grupos, cuentas y noticias sensacionalistas, violentas y falsas que exacerbarían sentimientos como la indignación y el odio. Los resultados están a la vista en prácticamente todo el mundo y, en el mejor de los casos, contribuyeron a un debate público polarizado e impracticable; en el peor, fueron parte esencial de sucesos horrorosos. Para graficar este punto, el libro refiere a la persecución de los budistas sobre la minoría musulmana en Birmania apenas unos años atrás, con miles de asesinados y desplazados en lo que para Harari fue “la primera limpieza étnica de la historia en la que las decisiones de una inteligencia no humana tuvieron parte de la culpa”.

Incluso yendo un paso más allá, el autor de Sapiens indica que enfrentamos un escenario aun peor que el de las peores dictaduras del siglo XX. ¿Acaso se trata de que algún dictadorzuelo totalitario se sirva de la IA para generar sistemas de vigilancia y terror más eficientes? Eso puede ocurrir, claro. De hecho, la IA está siendo utilizada incluso en sistemas democráticos para crear sistemas de control. Pero Harari está pensando en la posibilidad de que una IA incluso pueda someter a las propias dictaduras a su control. La afirmación es temeraria, pero se sigue del libro que, para Harari, la peor dictadura creada por el Hombre es menos peligrosa que la hipótesis de una sociedad gobernada por una inteligencia no humana.     

El libro se llama Nexus porque su tema principal son las redes que han creado los seres humanos a lo largo de la historia, redes que están compuestas por la información que no es otra cosa que “el pegamento que mantiene unidas las redes”. Harari parece estar pensando en este punto en todo lo que constituye una cultura, una forma de ver el mundo, esto es, la información que eventualmente puede utilizar la ciencia para conocer, pero también los mitos, las ficciones, las fantasías sobre las cuales una civilización se constituye como tal. El peligro que encuentra aquí el autor es que, a diferencia de lo que ha sucedido a lo largo de la historia, es posible que una IA produzca por sí misma una red que daría lugar a una nueva civilización en la que los humanos podrían formar parte, pero sin ningún tipo de control sobre ella.  

En este punto, Harari intenta mediar entre dos miradas presuntamente radicales acerca de la información, las cuales, hay que decirlo, por momento aparecen como “hombres de paja”. En este punto, las críticas que Harari recibiera en sus libros anteriores respecto a cierta simplificación de algunas temáticas, podría sostenerse en este libro también. Naturalmente, sabemos que todo libro de divulgación supone generalizaciones y, con ello, pérdida de precisión, pero cuando en aras de divulgar, se tergiversa o se crean enemigos inexistentes, el sacrificio es demasiado grande.

Dicho esto, entonces, Harari pretende distanciarse del espíritu de Silicon Valley a quien acusa de defender una versión ingenua de la información, aquella que sostiene que mayor información supone mayor libertad y mayor acercamiento a la verdad. Harari da en el blanco en ese punto, más allá de que en la descripción de esta posición parezca estar hablando del neopositivismo vigente cien años atrás. Frente a ello, Harari afirma que hay información que no pretende representar nada, como las ficciones, las mentiras, los mitos, y que sin embargo son parte de nuestras redes, esto es, de lo que somos. De aquí que para el autor lo esencial de la información no sea representar la realidad sino conectar.

En el lado opuesto a esta visión ingenua de la información, Harari ubica a la mirada populista representada por figuras como Bolsonaro o Trump. Aquí la falta de precisión teórica es demasiado grande ya que Harari define el populismo como aquella cosmovisión que considera que no hay una verdad y que toda acción humana y toda información tiene como motivación final alcanzar el poder. El populismo aparece así como una suerte de relativismo nietzscheano pero su fundamento sería una mezcla entre Marx, Foucault y todos los gobiernos de derecha de la actualidad, trazando una línea de continuidad y una clave de lectura que, como mínimo, necesitaría mayor justificación.     

En el terreno de los pronósticos, antes que de que, eventualmente, pudiera darse la autonomización total de la IA, Harari plantea la posibilidad del surgimiento de un nuevo muro que dividiría al mundo en dos o más civilizaciones, y que sería un muro de silicio, constituido por chips y códigos informáticos. Dado que, como indicábamos antes, la misma IA es capaz de crear toda una red de sentido, el mundo dividido de esta forma sería incapaz de comunicarse entre sí y habría tantas realidades como redes civilizacionales. Esto es particularmente problemático, según Harari, porque, al igual que se da respecto al cambio climático, la solución frente al peligro de la IA no puede ser individual ni la puede llevar adelante un solo Estado. En este sentido, si bien no hay por qué ser original, Harari no es muy imaginativo. De hecho entiende que la solución es el fortalecimiento de instituciones globales y grandes acuerdos que comprometan a los Estados y, a través de ellos, a las grandes compañías, a establecer límites claros a una tecnología cuyo desarrollo es tan vertiginoso como imprevisible.

Para finalizar, digamos que más allá de que Harari es profundamente crítico de esa suerte de “ingenuidad” entre libertaria e iluminista que rodea el espíritu de Silicon Valley, es, sino indulgente, al menos ambiguo, cuando a lo largo de todo el libro oscila entre dos posturas en tensión. Es que, por un lado, aunque señala a Facebook, Youtube, Google, etc., como parte del problema y advierte de las derivaciones catastróficas de la IA, al mismo tiempo exime a las tecnologías de la responsabilidad con un argumento de sentido común pero lo suficientemente criticado en ámbitos académicos. Me refiero a la idea de que las tecnologías no son ni buenas ni malas, sino que son los humanos las que las utilizan mal o bien. ¿Se puede aplicar esta misma lógica a una IA autónoma capaz de, en palabras de Harari esclavizar o acabar con el género humano? El autor no responde con claridad este interrogante desde nuestro punto de vista.

Por último, cabe mencionar dos cosas: a favor de Harari, Nexus vuelve a acercar al gran público temáticas que, en general, son demasiado técnicas o lejanas. Lo hace con simplificaciones y exageraciones, pero hay otros que también simplifican y exageran, y no lo logran. Asimismo, es necesario decir que, al igual que sucediera con los libros anteriores, Harari parece no poder sacarse de encima el estigma de ser un autor del establishment, una suerte de heraldo de las alarmas (y las soluciones) que las elites comprometidas desean oír. Esto significa que aun cuando resulte crítico, los enemigos elegidos y las salidas sugeridas no escapan de cierto lugar común dentro del hegemónico espacio biempensante.

En la conjunción de estos dos elementos, en este “nexo”, puede haber una clave y una garantía de un nuevo éxito editorial. 

       

 

sábado, 21 de septiembre de 2024

Podemos ser héroes (solo por un día) [editorial de No estoy solo del 21.9.24]

 

En política, el uso de las hipérboles es todo un arte que requiere un timing preciso. La hipérbole es una figura retórica que remite a la exageración minimizando o agrandando una cosa, una idea, una noticia. Descartes, por ejemplo, cuando utilizaba como método dudar de todo para llegar al famoso “pienso, luego existo”, utilizaba la duda de manera hiperbólica.

Ahora bien, nadie puede sostener de manera constante un discurso de exageraciones sin deslegitimarse ni perder credibilidad, y quienes son figuras públicas deberían saberlo, especialmente cuando están al frente de sociedades cambiantes y con tantas demandas insatisfechas.  

Llamar “héroes” a diputados que votaron lo contrario de lo que habían votado 15 días atrás, es una provocación, una disputa por el sentido y un ejemplo de una larga lista de hipérboles entre las que se encuentra el 17000% de inflación o autopercibirse el máximo representante de las ideas de la libertad a nivel galáctico.

Porque la inflación heredada, sumada a la contenida debajo de la alfombra, era una bomba, pero no era 17000%, y Milei tiene reconocimiento a nivel mundial pero probablemente más como una curiosidad, una extrañeza, un experimento. Es un mérito de él y no le debe nada a nadie. Y es más que suficiente. Por eso no hace falta exagerar. Lo mismo sucede con los diputados. No hacía falta decirles “héroes” habiendo tantos términos para catalogarlos; no hacía falta tampoco un asado celebratorio.

Alguien en el gobierno pareció tomar nota del error y, a duras penas, desde la casa Rosada se apuraron en aclarar que cada comensal pagaba su parte de su bolsillo, lo cual, no deberíamos olvidarlo, es un bolsillo que se conforma con un salario pagado por los contribuyentes. Eso sí: no sabemos quién se encargó de la ensalada y las papas fritas o si algún vegano llegó ya comido desde casa.

Pero posarse en quién paga el asado es una chicana chiquita, un poco de su propia medicina al presidente, que no va al fondo de la cuestión. Más interesante es el eje de la provocación y de la disputa por el sentido. En este último caso, el gobierno intenta relacionar la heroicidad con mantener a raya las cuentas públicas. Es la primera vez que esto sucede, porque Argentina suele reservar el término de héroes a los soldados de Malvinas o a algunos de nuestros próceres, eventualmente, a alguna gesta deportiva. Pero es la primera vez que remite a una operación administrativa. Allí una vez más la hipérbole: Milei tiene razón en defender el superávit fiscal e instalar el valor de ello ha sido su mérito. Pero hacerlo a costa de ajustar a los jubilados es algo que se puede intentar explicar refiriendo a la insostenibilidad del sistema, etc., pero nunca una cosa de “héroes”.

Esto se conecta con la cuestión de la provocación que, y ese sería el aspecto más grave, parece ser solo el síntoma de algo más profundo. Es que hay muchas maneras de recortar a los jubilados. Aquí lo mencionamos la semana pasada: tanto el gobierno de Macri como el de Alberto Fernández le hicieron perder poder adquisitivo. Incluso hasta podríamos decir que el gobierno de CFK vetó la ley del 82% móvil que le había impuesto la oposición para hacerle pagar el costo político al gobierno que se jactaba de haber recompuesto las jubilaciones y ampliar la cobertura. Pero, sea por convicción o por hipocresía, ninguno de los gobiernos mencionados hacía de ese recorte un acto de heroicidad. A lo sumo echaban culpas o pedían disculpas por no encontrar otra salida. Pero todos tenían claro que un recorte no se festeja.

Y ahí aparece aquello que, les decía, está por debajo del síntoma de la provocación. Me refiero a un distanciamiento entre el gobierno y la sociedad. ¿Se trata de una novedad? No. Por sus propias características, nunca se trató de un gobierno o de un líder cercano a la gente más allá de que es absolutamente cierto que a través de Milei se canalizó el sentimiento de hartazgo de la mayoría de los argentinos. Aun así, no dejó de tener bastante de laboratorio todo lo que rodeó a Milei, sumado a esa gran cámara de eco que son las redes, aquellas que, para el gobierno, son el termómetro popular. Agreguemos a esto las características mesiánicas y místicas del propio presidente y nos encontraremos ante un escenario peligroso para la sostenibilidad del gobierno porque lo más probable es que cuanto más grande sea la ruptura con la gente, más ensimismada devenga la administración. 

Para finalizar, digamos que el gobierno está aprovechando, o desaprovechando, justamente, los tiempos de la luna de miel con la sociedad. Un tiempo que ha sido particularmente generoso con él y que se explica por el horror de la administración anterior, el factor novedad y su éxito para bajar la inflación. La luna de miel en política es un tiempo en el que los errores parecen no pagarse, pero nunca dura mucho tiempo. Las administraciones, claro está, suelen confundirse y creer que ese estado de cosas acompañará todo el mandato. Pero no es así. Un día se quiebra. A veces es un hecho puntual, como pudo ser la foto de Olivos. A veces es una sucesión de pequeñas cosas que van horadando lentamente. A veces son las dos cosas. Pero un día, las balas que rebotaban empiezan a entrar todas y allí los gobiernos tienen que estar preparados. Podríamos incluso pensar los tiempos administrativos como una carrera alocada por fortalecerse políticamente y demostrar buenas acciones de gobierno, antes que las balas comiencen a entrar. Porque indefectiblemente les sucede a todas las administraciones. Las más exitosas tienen más espalda para soportarlo. Al resto les puede costar caro.

Está a la vista que este es un gobierno débil y que todo el arco político y una mitad de la sociedad está esperando el momento en que empiece a resbalar. Las hipérboles y sobreactuaciones como única respuesta a todo, más que un estilo de gobierno, parecen denotar falta de astucia y, sobre todo, ensimismamiento. El mismo que se observa cuando se le adjudica heroicidad a un recorte en el gasto.

Y algo más: el vaciamiento del sentido de las palabras, también se paga y, en este caso, es acorde a estos tiempos donde nada importa ni dura demasiado. Si héroe es un tipo que vota una cosa y a los 15 días vota otra; si héroe es un tipo que celebra un recorte en el poder adquisitivo de los jubilados y se lleva como premio una palmadita, alguna prebenda y un asado, ser un héroe significa otra cosa o, lo que es peor, ya no significa nada.

No encontré ninguna crónica que lo mencionara, pero hubiera sido justo que el asado no culminara con Panic Show de la Renga y el presidente cantando “Hola a todos, yo soy el león”. Era momento de la otra playlist. Aquella algo más sofisticada que empieza con ese himno de David Bowie cuyo estribillo reza: “Podemos ser héroes, solo por un día”.           

           

miércoles, 18 de septiembre de 2024

El Gran Hermano ordena ser libres (publicado el 10/9/24 en www.disidentia.com)

 

Aunque 1984, la famosa novela de George Orwell, continúa siendo una referencia obligada al momento de denunciar cualquier tipo de totalitarismo, en el último tiempo se ha transformado en noticia por razones que exceden a la obra. En particular, si no era suficiente con la cínica reapropiación que la industria del entretenimiento realizara de un Gran Hermano devenido formato televisivo adorado por jóvenes que no quieren escapar de su mirada, sino ser vistos, en ocasión de cumplirse los 75 años de la publicación del original, nos encontramos con la decisión, de los herederos de la obra, de realizar una reescritura de 1984 en clave feminista.

En la nueva versión, a cargo de Sandra Newman, titulada, justamente, Julia, por el nombre de la compañera de Winston Smith, el protagonista original es solo un “viejo triste de 40 años” con dificultad para tener erecciones; el Estado autoritario se reduce a una máquina sistemática de agresión contra el cuerpo de las mujeres; el Gran Hermano es un señor de carne y hueso acabado e incontinente, y el verdadero amor, prohibido por el Partido, es el amor entre mujeres. Asimismo, nuestra protagonista es víctima y empoderada a la vez cuando acaba ejerciendo la prostitución por orden del Partido, pero escribe novelas pornográficas en el ministerio de la verdad y tiene sexo frente a las telepantallas para calentar a los fisgones.

Pero si de empoderamiento hablamos, el punto cúlmine se da cuando torturan a Julia poniendo una rata para que le coma el rostro y, a diferencia de lo que sucedía con Smith en el original, nuestra protagonista abre la boca, espera que la rata meta la cabeza y allí, de un mordiscón, la decapita. Sí, la novela que como nadie había denunciado las pretensiones totalitarias de la reescritura de la historia, acaba siendo reescrita.

Llegados a este punto, cabe preguntarse, ¿pueden, en 2024, las viejas categorías orwellianas, o lo que queda de ellas, ser útiles para describir fenómenos del presente? La respuesta es sí, pero solo en parte.

Porque, efectivamente, goza de una increíble actualidad el ya mencionado ministerio de la Verdad que se encargaba de reescribir los documentos para beneficio de los intereses presentes del Partido. La aplicación retrospectiva de la moral presente, con simbólicos derribos de monumentos y revisionismos que no buscan objetividad sino revanchismo, son una buena muestra.

Ni que hablar de la Policía del pensamiento, hoy compuesta por patrullas de justicieros con teclado, individuales y anónimos, dispuestos a actuar como enjambre contra cualquiera que ose correrse del canon hegemónico.

Lo mismo podría decirse de las telepantallas que, en el original, tenían una doble cara. Esto es, como sucede hoy con nuestros smartphones, las telepantallas funcionaban como televisores a través de los cuales el partido único instalaba su propaganda, pero, al mismo tiempo, eran cámaras a través de las cuales sus usuarios podían ser controlados.   

Qué decir, también, de los dos minutos de odio, ese ejercicio catártico al que se exponía a los miembros del Partido para que canalicen todo su odio contra el enemigo de la nación. ¿Acaso es muy diferente al odio con que las redes sociales seleccionan diariamente a algún individuo, famoso o anónimo, por algún exabrupto, un video inadecuado o una frase desafortunada?

Podría, incluso, trazarse algún paralelismo entre la neolengua de 1984 y los intentos que realizan los estados en la actualidad para imponer cambios en la lengua e indicarnos, según dicta la corrección política, cómo debemos hablar y qué se puede decir.

Por todo esto, cabe decir que 1984 sigue teniendo una vigencia asombrosa. Sin embargo, en otro sentido, sus categorías no parecen ser lo suficientemente sutiles para describir el modo de vigilancia que se ejerce en la actualidad.

De aquí que, sirviéndose de los trabajos de Michel Foucault y Gilles Deleuze, entre otros, el filósofo Byung-Chul Han publicara, hace ya una década, Psicopolítica, un libro donde advertía los cambios del “nuevo Gran Hermano” que actúa en el “panóptico digital”.

La clave está en comprender que la dinámica de la vigilancia tradicional que quedaba bien representada en el Gran Hermano original, ha cambiado y, para comprender ello, podemos tomar la relación entre el par libertad/poder. Es decir, siempre hemos entendido al poder como un enemigo de la libertad. Pero, ¿qué tal si ahora el poder se sirviera de la libertad?

En palabras de Byung-Chul Han,  

“El poder inteligente se ajusta a la psique en lugar de disciplinarla y someterla a coacciones y prohibiciones. No nos impone ningún silencio. Al contrario: nos exige compartir, participar, comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos y preferencias: esto es, contar nuestra vida (…). Aquí no se tortura, sino que se tuitea y se postea”.

La referencia a la tortura es clave pues, recordemos, en 1984, el Partido no solo buscaba mantener el orden basándose en el temor frente a un sistema de persecución criminal contra cualquier disidencia, sino que buscaba que los súbditos del Gran Hermano efectivamente lo amaran. Utilizaban el terror, pero no les alcanzaba con ser temidos. La tortura, para ellos, era menos un mecanismo de confesión que un dispositivo de destrucción del yo de las personas para fundirlas en el amor colectivo hacia el Partido. Hoy no hay tortura ni temor o, en todo caso, no hacen falta. Es por eso que, a su vez, la sumisión es mucho más eficiente ya que se trata de una sumisión bajo el credo de la libertad. Continúa Byung-Chul Han:    

“El Smartphone sustituye a la cámara de tortura. El Big Brother tiene un aspecto amable. La eficiencia de su vigilancia reside en su amabilidad. (…) En el panóptico digital nadie se siente realmente vigilado o amenazado. De ahí que el término “Estado vigilante” no sea apropiado para caracterizar al panóptico digital. En este uno se siente libre. (…) En el panóptico digital no existe ese Big Brother que nos extrae informaciones contra nuestra voluntad. Por el contrario, nos revelamos, incluso nos ponemos al desnudo por iniciativa propia”.

Este es el eje a partir del cual Byung-Chul Han indica que vamos hacia un régimen psicopolítico, es decir, un régimen capaz de actuar sobre las mentes directamente y no solo sobre los cuerpos o las poblaciones como indicaba Foucault cuando hablaba de “biopolítica”.

Gracias a la Big Data y a los algoritmos, nos hacemos predecibles frente al sistema de vigilancia y, a la par, le comunicamos todo, dónde estamos, qué nos gusta, quiénes son nuestros amigos, cuáles son nuestras ideas. Lo hacemos creyendo que esa decisión de comunicar es una decisión libre y lo hacemos sin tortura, sino con las redes sociales como modernos confesionarios.  

En este sentido, hoy no hay censura clásica con un Gran Hermano que restringe y dice “no”. Por el contrario, el sistema te dice que tienes que ser libre, que puedes ser lo que quieras y que ya ni siquiera la biología es un límite. ¿Hacer silencio? Ya no. Ahora hay una obligación de participar y de decir. Quien calla resulta, así, sospechoso y quien no publica su vida en una red social, es porque tiene algo que ocultar.

En síntesis, las categorías orwellianas son de gran utilidad para exponer las nuevas formas de autoritarismos solapadas que operan incluso en sociedades abiertas pero la versión tradicional de la vigilancia encarnada en el Gran Hermano, es incapaz de dar cuenta del fenómeno de la vigilancia en la actualidad donde el poder no va contra la libertad, sino que se sirve de ella.

A propósito, culminemos estas líneas con una cita de Deleuze, de su libro Negociaciones, recogida en Psicopolítica:

“La dificultad hoy en día no estriba en expresar libremente nuestra opinión, sino en generar espacios libres de soledad y silencio en los que encontremos algo que decir. Fuerzas represivas ya no nos impiden expresar nuestra opinión. Por el contrario, nos coaccionan a ello. Qué liberación es por una vez no tener que decir nada y poder callar, pues solo entonces tenemos la posibilidad de crear algo singular: algo que realmente vale la pena ser dicho”.

 

 

 

sábado, 14 de septiembre de 2024

Jubilados en un teatro llamado Argentina (editorial de No estoy solo del 14.9.24)

 

Por momentos, la política argentina se repite como si fuera parte de una única trama que cada, determinada cantidad de años, regresa. Es un eterno retorno que, por supuesto, y como diría Nietzsche, nunca es exactamente igual. Pero es como si se hubieran repartido una serie de roles que los actores deben representar.

 

El mejor ejemplo es el que se da en torno a los jubilados. Porque los últimos gobiernos los perjudicaron en términos de poder adquisitivo. Eso es un dato. Algunos más, otros menos; con discursos distintos, más o menos amables, con paliativos o sin ellos, pero al finalizar el camino, los jubilados ganaban menos en términos reales. Pero eso no es lo curioso: lo curioso es que las mismas fuerzas que estando en el gobierno los perjudicaron, cuando son oposición impulsan proyectos para favorecerlos y acusan al gobierno de turno de, como mínimo, insensibilidad.

 

Durante el gobierno de Macri, por ejemplo, al cambiarse la fórmula de movilidad, los jubilados perdieron, en promedio, un 20% del poder adquisitivo. Una parte de ello podría haberse recuperado con el gobierno que lo sucedió, porque el índice estaba atado a la inflación pasada, pero la administración de Alberto Fernández suspendió la ley y trató de paliar “la diferencia” con bonos discrecionales. La consecuencia de ello fue que, se calcula, a diciembre de 2023, los jubilados de la mínima, incluyendo los bonos, perdieron un 2% respecto a diciembre de 2019; en cuanto a los que cobraban más de la mínima y, por lo tanto, no fueron beneficiados con los bonos, la pérdida fue de entre 25% y 35%.

Durante la administración de Milei, el perjuicio es claro porque si bien la actualización se encuentra ahora atada a la inflación, no se ha podido recuperar completamente aquel salto producido a principios de año cuando el índice llegó a 25% mensual. A su vez, con el bono para los haberes mínimos congelado en 70000 pesos, y una inflación amesetada en 4%, los jubilados de la mínima se siguen perjudicando.

 

Mientras tanto, podemos discutir la hojarasca de la semana: diputados radicales que no se rompen pero se doblan tanto que son capaces de arrastrase por el piso por una promesa, un cargo o una foto; operaciones de prensa impulsadas por la policía y vehiculizadas por periodistas militantes, con respaldo público de la ministro de seguridad, para culpar a manifestantes de tirar gas en la cara de una nena de 10 años; los ataques de La Cámpora contra Kicillof, esta vez, con epicentro en Avellaneda, demostrando que el kirchnerismo está deviniendo una fuerza, ni siquiera conurbanesca, sino municipal, que dice llevar como estandarte la bandera de una jefa cuyo mensaje parece no ser recepcionado por las propias bases.

 

El mejor ejemplo en ese sentido, es la carta publicada por CFK algunos días atrás donde hace una crítica a la ineficiencia del Estado; a los sindicatos que no entienden que deben aggiornarse a las nuevas condiciones laborales, y al consignismo de la desigualdad social y el eje en “el gatillo fácil” como única respuesta ante la emergencia de la inseguridad.

 

Pero la expresidente también criticó la falta de decisión para recuperar el superávit fiscal, como así también el hecho de que el latiguillo zonzo de “donde hay una necesidad hay un derecho” no tome en cuenta que detrás del derecho también hay una responsabilidad, y que las necesidades son objetivas y no caprichos subjetivos de modas y noches afiebradas.

 

Por último, CFK mencionó el modo en que la falta de políticas universales favorecieron los clientelismos que beneficiaron más a los administradores de la pobreza que a quienes verdaderamente necesitaban la ayuda.

 

Más tarde podremos discutir la responsabilidad de CFK en esta “torcedura” del peronismo y el modo en que resulta redundante su posicionamiento por fuera de los acontecimientos como si su rol en los últimos años hubiera sido el de una espectadora privilegiada. Pero me interesaba mencionar sus críticas para comparar los discursos de sus seguidores con esta carta. Si lo hubiera dicho cualquier otra persona, hubiera sido tildada de derecha. Es un fenómeno extraño: Cristina conduce a un espacio en el que los conducidos no la escuchan.

 

Pero quisiera que volvamos a la cuestión de los jubilados y dejemos atrás estos asuntos menores que funcionaron como la polémica de los últimos días. Porque el eterno retorno de la política argentina donde los roles están distribuidos y simplemente son ocupados alternativamente por distintos actores según les corresponda ser oficialismo u oposición, me recordó ese relato breve de Ítalo Calvino, perteneciente al libro Las ciudades invisibles. Allí el autor construye un relato ficticio de viajes en el que el protagonista es Marco Polo visitando distintas ciudades de fantasía. Una de ellas se llama Melania y se la describe así:                 

 

“En Melania, cada vez que uno entra en la plaza, se encuentra en mitad de un diálogo: el soldado fanfarrón y el parásito al salir por una puerta se encuentran con el joven pródigo y la meretriz; o bien el padre avaro desde el umbral dirige las últimas recomendaciones a la hija enamorada y es interrumpido por el criado tonto que va a llevar un billete a la celestina. Uno vuelve a Melania años después y encuentra el mismo diálogo que continúa; entretanto han muerto el parásito, la celestina, el padre avaro; pero el soldado fanfarrón, la hija enamorada, el enano tonto han ocupado sus puestos, sustituidos a su vez por el hipócrita, la confidente, el astrólogo.

La población de Melania se renueva: los interlocutores mueren uno por uno y entretanto nacen los que se ubicarán a su vez en el diálogo, éste en un papel, aquél en el otro. Cuando alguien cambia de papel o abandona la plaza para siempre o entra por primera vez, se producen cambios en cadena, hasta que todos los papeles se distribuyen de nuevo”.

 

Es probable que, en pocos años, referentes del libertarismo promuevan desde el Congreso o en el debate público una reforma para favorecer a los jubilados. Dirán que es necesario ayudarlos por razones morales y que eso no implica devenir un degenerado fiscal. Quienes están en el gobierno, a su vez, volverán a cambiar la fórmula, referirán a la responsabilidad fiscal, mencionarán la herencia recibida y, por último, dirán que es necesario hablar con la verdad aunque duela.

 

Esto sucederá una y otra vez con distintos actores de distintos signos políticos que alternarán papeles de una trama que será siempre la misma. Como si Argentina fuera un gran teatro y nosotros los espectadores. Como si Argentina fuera Melania.