martes, 28 de noviembre de 2023

Jokers, antiestatismo popular y clases magistrales (editorial de No estoy solo publicado en Canal Extra el 25/11/23)

 

Lo veníamos diciendo hace años: algo se estaba gestando subterráneamente. Mientras la política hablaba el lenguaje de “los derechos” había un cambio “socio-antropológico” de base. Esa transformación, acelerada por la pandemia, era una transformación de la subjetividad. Mientras consumíamos perones y evitas andiwarholeados y nos trepábamos a las modas de los sobreescolarizados, la épica del héroe colectivo era reemplazada por la del “individuo roto”. Esa romantización de la marginalidad y la lumpenización se fue de las manos. Se acababa la era del Eternauta. Llegaba el momento del Joker. Cuando unos pocos tienen derechos, los derechos devienen un privilegio.  

Se cumplen 40 años de una democracia en la que muchos no tienen para comer y en la que se educa y se cura mal. Así, los aspectos sustantivos se diluyen para que la democracia sea solo un sistema de reglas, a veces, incluso, menos que eso: un sistema de selección de representantes. De aquí que no sea casual que lleguemos a las cuatro décadas cumpliendo el último paso de la crisis de la representación iniciada en 2001. En este espacio lo habíamos llamado el paso del “que se vayan todos” al “que venga cualquiera”; el cambio como significante vacío; el dientudo del video que corriendo la picada dice “si nos matamos, nos matamos”.    

A propósito, si lograr imponer el clivaje “casta vs anticasta” fue la clave para que Milei llegara al balotaje, evidentemente el clivaje “cambio vs continuidad” resultó central para que se alzara con el triunfo. Se trata, por cierto, de un fenómeno que ha devenido la regla del último lustro en Latinoamérica, ya que desde 2018 a la fecha, de las 23 elecciones que tuvo la región, en 20 triunfó la oposición. Algunos lo llaman “insatisfacción democrática”. Yo prefiero llamarlo “mayorías que viven como el culo”.

En esta línea, el triunfo de Milei sorprende menos que el hecho de que el oficialismo fuera competitivo. No olvidemos todo lo que ocurrió desde aquel representativo retroceso que implicó Vicentin hasta la fecha. Un gobierno articulado para satisfacer a los compartimentos estancos que se unieron “para que no gobierne la derecha”, donde los funcionarios que no funcionaban eran premiados con embajadas; un gobierno que gobernó “para que nadie se enoje” y logró que se enojaran todos; un gobierno liderado por un presidente alérgico a tomar decisiones que estructuró la gestión para que nadie tenga mucho poder; un “Frente de todos débiles” donde cada unidad ejecutora se trababa por las disputas intestinas: el ministro del espacio A trabado por el secretario del espacio B que a su vez era trabado por el subsecretario del espacio C que a su vez era trabado por la ineficacia de los empleados que responden a A a B y a C. Esta fue una de las razones por las que aquí consideráramos que “el albertismo” nunca existió porque fue una destrucción antes que una construcción política. De hecho, a juzgar por las últimas declaraciones, se confirman algunas presunciones: la presidencia de la nación como un trampolín para vivir de dar clases en España, dar conferencias en foros internacionales sobre desigualdad y cambio climático, y retirarse de la política; la presidencia como una línea de CV en una historia laboral; un presidente que aspira a ser recordado como un presidente que tuvo mala suerte. 

Con distintos niveles de responsabilidad, las otras patas de la coalición han hecho sus aportes a todo esto. Massa, cuya última imagen no lo deja tan mal parado, fue mejor candidato que ministro. Gracias a la tregua en los egos de sus socios, aptitudes personales y una campaña profesional abrumadoramente mejor que la de sus rivales, estuvo cerca del milagro con la agenda propia, aquella que adoptó allá cuando rompió con el kirchnerismo en 2013. Pero en materia económica su gestión fue mala.    

El caso de CFK es incomprensible: demiurgo del triunfo electoral y con la suficiente responsabilidad política e institucional como para no abandonar un barco atado al ego y al solipsismo de su comandante, hizo su aporte para un pimpinelismo de gobierno fundando el oficialismo opositor y ensimismada en una agenda demasiado personal. El mejor ejemplo es el inútil impulso del juicio a la Corte, iniciativa alejada completamente de las necesidades del ciudadano de a pie. A dónde quiere ir es un misterio como fue un misterio el modo en que el kirchnerismo torpedeó el acuerdo de Guzmán. Más allá de si ese acuerdo fue bueno o malo, el kirchnerismo corrió por izquierda al ministro para luego darle en bandeja el puesto y el rol protagónico a Massa, la figura más de derecha que ofrecía el espacio y quien estuvo a punto de alcanzar la presidencia. Lo más curioso y paradojal es que si Massa hubiera llegado a la Casa Rosada, las horas del kirchnerismo estarían contadas. Detrás de una figura como CFK uno supone que todo tiene una razón de ser. Lo doloroso es darse cuenta que esa razón no existía. De “lo personal es político” pasamos a “lo personal es política”. Un error demasiado importante.      

Pero lo más preocupante es la incomprensión del momento histórico en los referentes y seguidores del espacio, algo que atraviesa al peronismo y especialmente a esta variante progresista que ha hegemonizado el peronismo del siglo XXI.

Efectivamente, si el antiperonismo demuestra ser más estable y menos mítico que el propio peronismo, ahora aparece un “antiestatismo popular” que no estaba presente cuando ganó Macri. Hordas de pretendidos Self-Made-Man, (cansados del paternalismo de los CEOs de la pobreza), a los cuales el peronismo actual solo responde “Más Estado” como un acto reflejo, incluso cuando en muchos casos lo que hace falta es lo contrario, tal como se sigue ya no de la escuela austriaca sino de Perón.

Este conato de libertarismo intuitivo penetró en los sectores populares donde nunca pudo llegar el macrismo, más allá de que, como hemos dicho aquí también, sería un gran error de diagnóstico de las autoridades entrantes imaginar que la sociedad argentina se ha vuelto libertaria.     

En cuanto a la variante progresista que ha hegemonizado ideológicamente al peronismo siglo XXI, uno de los síntomas más evidentes de la transformación es el reemplazo de los actos por las clases magistrales. La política como evento universitario. Gente que se dedica a explicar y no a transformar; gente que prefiere hacer papers antes que cloacas.

Más que nunca se vio ese cambio en la composición del apoyo mayoritario al oficialismo. ¿Dónde lo encontramos ahora con más fuerza? En las capas medias de profesionales de mediana edad, sobreideologizados y con pánico moral (piensen si no en Massa cerrando la campaña en el Pellegrini, el colegio de los hijos de esas capas medias sobreideologizadas, cantando “el jingle”); vanguardias que subestiman y exponen las contradicciones de los votantes de Milei sin explicar cómo podría ser racional votar un gobierno que, con la inflación, dio el segundo paso de la “desorganización de la vida” iniciado por el experimento frustrado del neoliberalismo de Macri.

Los mismos que disfrutaron de las mieles del Estado de Bienestar y lo defienden frente a quien quiere exterminarlo, pero mandan a los pibes a escuela públicas de elite o a escuelas privadas porque al oído confiesan que están podridos de los paros y de los compañeritos “marrones” que “atrasan al nene”; los mismos que se atienden en OSDE porque “el hospital se cae a pedazos”.  

Son los que cantaban “Alberto presidenta” (SIC) y “Compañero de piquete cuando quieras sale un pete; compañera piquetera, cuando quieras hay tijera”, para luego hacer micromilitancia en trenes y redes llamando a votar “al normal” con esposa y dos hijos. Estaban deconstruidos pero les resultó sospechoso que el presidente electo no tuviera hijos, no se le conocieran novias y prefiriera los perros a los humanos.

Son los que primero acusaron de fascista a los fascistas pero luego acusaron de fascista a todo aquel que se opusiera a la agenda: fascista el que no se compromete, fascista el que no cancela, fascista el Estado de Derecho, fascista el que no abraza la patria latinoamericana, fascista el que come carne, fascista el heterosexual, fascista el que cree en el mérito, fascista la presunción de inocencia, fascista la O, fascista el que no es víctima, fascista Massa antes de ser el candidato, fascista el que quiere comprar dólares, fascista el que cree en Dios, fascista el youtuber fascista, fascista el que no alquila, fascista el que está en contra del aborto, fascista el que no recicla, fascista el que hace chistes, fascista la bandera, fascista el kioskero que aumenta, fascista el de Rapi… y así hasta lograr que, de repente, los supuestos fascistas sean mayoría y acaben creyendo que ser fascista es lo más normal del mundo. Si a esto le sumamos que también dicen que es fascista uno de los candidatos, lo más natural es que esa larga lista de presuntos fascistas “vote a uno de los propios”.         

En tanto hiperincluidos, están en el mejor de los mundos posibles porque arriesgan poco y tienen en Milei a esa suerte de caricatura provocadora de todo lo que está mal en el mundo, contra la cual es fácil indignarse, firmar un Change.org y viralizar un tiktok porque, además, no faltará oportunidad para hacerlo y con razón. Incluso muchos de los que habían dejado de ser progres por ser antiperonistas, podrán volver a ese rictus de indignación del ciudadano comprometido con el progreso de la sociedad porque en frente está Milei. Así podremos volver a ver en A dos Voces a todo un amplio arco ideológico que irá desde Nelson “Hubris” Castro hasta Bregman, la neutral.

Con su vida material más o menos resulta, los hiperincluidos alternarán mofa y enojo sobre las hordas de presuntos ignorantes que se dieron el tiro en el pie porque votaron “al fascista”. Viralizarán cada arrepentimiento de voto mileista para que funcione como lección, para que el arrepentido sea humillado y aun cuando seguramente tengan razón, fomentarán más odio, más Jokers.  

Y van a querer resistir con aguante porque no resisten escuchar; y van a decir que el pueblo se equivoca. ¿Saben por qué? Porque antes que gobernar, prefieren tener razón.  

 

No hay comentarios: