De funcionar “como una
escribanía” a devenir el ámbito desde el cual se sacan y ponen presidentes
puede haber solo un pequeño paso, o una gran crisis de representación, que no
es lo mismo, pero es igual.
Esa podría ser la
síntesis de los años del Congreso argentino desde los momentos en que el
kirchnerismo ostentaba mayorías robustas hasta un escenario de fragmentación
como el de hoy. Aunque no se escucha, los amigos republicanos deberían
aceptarlo: si una mayoría oficialista en el congreso está contraindicada para
el supuesto saludable funcionamiento de los pesos y contrapesos de las
instituciones, la fragmentación total, antes que grandes acuerdos, crea
parálisis, inestabilidad y crisis política de cara a sociedades que solo
quieren que les resuelvan algunos problemas.
Dejando de lado lo
conceptual y más allá de matices y poroteo, si un juicio político necesita de
dos tercios de las cámaras, la fragmentación actual deja a Milei, y a
cualquiera que ocupe el sillón de Rivadavia, a merced de las roscas
parlamentarias. No sabremos si será una tendencia que ha venido para quedarse,
pero es de esperar que la próxima elección legislativa no altere drásticamente
esas proporciones, ni siquiera si una gran elección del oficialismo hace que la
distribución de las bancas represente más o menos el resultado de las últimos
presidenciales. Dicho en criollo: aun si el oficialismo pudiera sumar a lo que
ya tiene para alcanzar un tercio de las bancas, estaría a tiro de ser eyectado
tras un acuerdo de los opositores. Las advertencias ya fueron debidamente
expresadas algunos días atrás y tuvo como consecuencia una reunión entre Milei
y Macri.
La amenaza del “juicio
político” es un clásico y éste no será ni el primero ni el último gobierno que
la reciba. Sin ir más lejos, al inicio del último año de gestión, Alberto
Fernández acumulaba más de una docena de pedidos de juicio político por razones
varias que iban desde una supuesta resistencia a acatar un fallo favorable a
CABA hasta declaraciones acerca del fiscal Luciani. También acumulaba pedido la
vicepresidente y ministros como Aníbal Fernández al cual le pidieron el juicio
político por un posteo en X en el que el humorista NIK se sintió intimidado. En
fin…
Dicho esto, sabemos que
el pedido de juicio político es legal y hasta una práctica habitual basada en
todo tipo de acusaciones, desde las más serias hasta algunas francamente
delirantes. Sin embargo, el eventual pedido de juicio político a Milei, debería
responder otro interrogante, más incómodo y es el para qué.
Es que una eventual
destitución de Milei, con los niveles de aceptación que tiene hoy, septiembre
de 2024, sería visto como una persecución de parte de la casta, el pase de
factura que la clase política le tenía jurado. El actual presidente tendría
hasta la suerte de la terminología y podría agarrarse de la idea de que se
trata de un “juicio político” para decir que se trata de un juicio de la
política, esto es, sesgado y faccioso. En tiempos donde la política es mala
palabra y donde el gobierno ha hecho campaña contra la política, un “juicio político”
es todo lo que Milei necesita para confirmar, frente a la opinión pública, su
posicionamiento.
Pero podríamos continuar
e indagar en el escenario posterior. Una vez destituido Milei, ¿quién
gobernaría? Argentina, que en general siempre cuenta con malos antecedentes
para muchas cosas, tiene en este sentido una excepción: más allá de la forma
apresurada en que Duhalde tuvo que entregar el poder, cuando nuestra joven
democracia funcionó como un parlamentarismo de facto, eligiendo a quien había
perdido la última elección para que encabece el gobierno, logró estabilizar el
país sin salir del orden institucional. Sí, hay que decirlo, el país se
incendiaba, la incertidumbre era total y el gobierno de Duhalde, con el apoyo
de los distintos actores políticos, evitó la catástrofe.
Sin embargo, pensar que
aquello no tuvo costos es un acto voluntario de desmemoria, empezando por lo
que significó una devaluación de 1 a 4.
Naturalmente, la
situación actual es difícil de comparar con aquella, pero, ¿alguien puede
pensar que la destitución del presidente sería simplemente un trámite
administrativo sin ningún tipo de costo social y económico? ¿Ustedes se
imaginan lo que puede ser la economía de este país durante ese proceso? Alguien
dirá que peor no se puede estar. Pero, sí, se puede. Es más, no conviene
comparar demasiado porque es, como mínimo, controvertido, afirmar que un año
atrás estábamos mejor.
Por otra parte,
¿destituir a Milei para que asuma Villarruel? ¿Destituirla a ella también para
que suba X? ¿Quién sería ese X? ¿Con qué apoyo político? ¿Sería un K? ¿Quién?
¿Con qué plan antiinflacionario? ¿Conoce alguien algún plan antiinflacionario
del kirchnerismo? ¿Alguien de Massa, el ministro que duplicó la inflación?
¿Alguien de un PRO completamente fragmentado, responsable de un gobierno
fracasado que no pudo sostenerse ni siquiera con un préstamo inédito en la
historia universal? ¿Un radical? ¿Pichetto? ¿Creen que esto es fácil y se
arregla en un cuarto?
Asimismo, ¿creen que
mientras esta rosca, que puede llevar meses, se desarrolla, la marcha del país
permanecerá estable y condenada al éxito?
Y por último, lo más
importante, ¿cómo creen que reaccionará la ciudadanía que desprecia a la clase
política, sentimiento que no solo es común en los votantes mileistas, sino
también en algunos votantes nac and pop después de la decepción
Fernández/Fernández? ¿Serán pasivos espectadores de un acuerdo de cúpula de
“los mismos de siempre”?
Por último, a la idea del
juicio político contra Milei parece subyacer el diagnóstico que suele graficar
bien el dicho de “muerto el perro, muerta la rabia”. Sin embargo, es un gran
error, pensarlo así. Porque es claro que no hay en el oficialismo nadie que
pueda acercarse ni hacerle sombra a Milei, menos aún nadie que pueda asumir
allí un legado, ya que el mileismo empieza y termina en él. Pero al no ser una
construcción política sino una reacción que encontró en esa personalidad un
espacio donde encarnar, la eventual desaparición política de Milei no soluciona
ningún problema.
Es que si esa reacción no
encarna allí, encarnará en otra figura o, algo mucho peor, en una serie crónica
de episodios de inestabilidad y destrucción aun mayor del tejido social que
nadie se hará cargo de explicar.
Si, a decir de
Maquiavelo, la política tiene que ver sobre todo con el sentido de la
oportunidad, con saber interpretar cuál es el momento oportuno para actuar,
cabría decir que, antes de avanzar en un juicio político, debería quedar bien
en claro el porqué, qué se haría en el mientras tanto y, sobre todo, el para
qué.