domingo, 5 de mayo de 2024

Milei en el espejo del progresismo (27/4/24)

 

Se produjo la primera manifestación transversal multitudinaria capaz de reunir sectores política e ideológicamente diversos. Se trató de una movilización de cientos de miles de personas entre las que, se presume, también habría gran cantidad de votantes de Milei. Inferir de aquí que es el principio del fin implicaría demasiado voluntarismo. En todo caso, confirma que el votante de Milei no va a aceptar el paquete completo y que aun cuando se haya impuesto una tendencia antiestatista, hay una mayoría de la población que cree que hay cosas que hay que defender: la educación pública y de calidad es una de ellas, como también lo es la salud, tal como demuestra una encuesta reciente donde se observa que bastante más de la mitad de los argentinos evalúa negativamente el accionar del gobierno en lo que respecta a la epidemia de dengue. Efectivamente, el Estado es enormemente ineficiente pero la gente espera que quien lo administra haga algo más que sugerir que nos cuidemos, implorar las bajas temperaturas y desearnos suerte en la obtención de repelentes.     

La respuesta del presidente a la movilización ha sido una provocación y sobre todo una demostración de un distanciamiento de la realidad: si todos los que se manifestaron en las calles fueran zurdos, él no hubiera ganado las elecciones ni tendría el apoyo que todavía posee a pesar de estar realizando el ajuste más grande de la historia, como él mismo indicaría. De modo que estamos ante un binarismo tan ramplón que se asemejó a ese pasaje surrealista de su exposición en Davos en el que, tras defender la existencia de monopolios y afirmar que Occidente está lastrado por el socialismo, afirmó que entre nazis, comunistas, keynesianos, progresistas, globalistas, populistas y nacionalistas no existe diferencia sustantiva en tanto todos defenderían la idea de que el Estado debe dirigir cada uno de aspectos de la vida de los individuos. 

A juzgar por los errores de la actual administración, pareciera que Milei está enarbolando la bandera de “lo personal es político”, solo que desde el otro lado del espectro ideológico. Es decir, si desde hace ya tiempo la izquierda ha malinterpretado aquel slogan para significar que los problemas personales de los individuos son culpa de la sociedad y los debe resolver el Estado, en Milei aquella bandera asume la forma de “las políticas de Estado tendrán el rostro de mis frustraciones y mis disputas personales”. Estamos, entonces, frente a dos formas de confundirlo todo, ambas profundamente individualistas, por cierto.  

Claro que el presidente tiene razón en que las universidades públicas funcionan también como cajas de la política. La UBA en general y algunas facultades en particular, ofrecen caja para el radicalismo desde hace décadas, de la misma manera que otras facultades son cajas para los partidos trotskistas y muchas universidades del conurbano y terciarios son cajas para el peronismo. Pero reducir las universidades a eso o suponer que el presupuesto se explica por ello, es no conocer cómo funcionan las cosas. Lo mismo con la cantinela del adoctrinamiento: claro que hay docentes y cátedras que bajan línea, a veces de manera vergonzante, pero las facultades y las universidades son tan grandes y tienen, en general, tanta diversidad, que ese tipo de acciones se diluyen y los estudiantes más o menos inteligentes encuentran espacios para una formación equilibrada. Hay excepciones y hay facultades más politizadas que otras; pero la gran mayoría de los que se movilizó no salió a defender ese costado de mierda de las universidades o los kiosquitos que algunos han sabido conseguir allí; salió a defender una institución que brinda oportunidades y que explica buena parte de la diferencia argentina respecto al resto de Sudamérica.  

Es más, la necesidad de recortar, -porque algo habrá que recortar-, podría dar una oportunidad para exponer y acabar con esas cajas, pero también discutir un montón de aspectos que funcionan mal en las universidades, las cuales, pese a los slogans y a la gratuidad, no son “de los trabajadores” sino de las clases medias. Incluso se podría ir más allá y repensar la educación pública desde el inicio porque sus resultados son horribles: los chicos saben cada vez menos, pocos se reciben en el secundario, el nivel de los docentes es malo, se pierden días de clases, hay una cantidad de licencias con goce de sueldo inaudita, etc. Como consecuencia de ello, los mismos que se movilizaron en defensa de la universidad pública fueron, mandan o mandarían a sus hijos a primarias y secundarias privadas. No lo dicen porque les da vergüenza. Pero lo hacen.  

En síntesis, está lleno de cosas que funcionan mal en las universidades, pero la solución no pasa por un recorte fenomenal que haría prácticamente imposible la continuidad de su funcionamiento. Hay que sentarse, negociar, afinar el lápiz, ganar algo y perder algo. Casi como sucede siempre.

Para ir concluyendo, en tiempos de polarizaciones, el arte de gobernar es el de mantener separados a aquellos que pueden formar el polo opuesto. Cuando la soberbia progresía tensó la cuerda hasta límites insospechados ofreciendo batalla cultural mientras aumentaba la cantidad de pobres, comenzó a perseguir y a llamar fascista a todo aquel que se le opusiese. Usando ese término de modo tal lábil, no hizo más que quitarle negatividad, vaciarlo de sentido histórico y convertirlo en una bandera de rebeldía frente al statu quo. Los resultados están a la vista en todo el mundo donde opciones de derecha vienen obteniendo excelentes resultados. De aquí que, actuando en espejo, es difícil imaginar que el resultado pueda ser otro. Así, si el gobierno de Alberto Fernández perdió la oportunidad de corregir todo lo que había que corregir por ese desprecio que tenía hacia el ejercicio del poder, por gobernar para que nadie se enoje, y, sobre todo, para no afectar los intereses de los sectores que lo apoyaban, una motosierra casquivana y sin rumbo que entiende el funcionamiento del Estado como un ejercicio de contabilidad, sería más de lo mismo, es decir, una segunda oportunidad perdida.  

Por ello, si Milei en el gobierno tensa la cuerda por una sobreideologización y por sus guerras privadas impulsadas por vaya a saber qué experiencia de vida, le espera el mismo destino y un retorno recargado de la versión más radical de la progresía. Solo será cuestión de tiempo conocer cuál será el eje articulador capaz de unificar a todo ese conglomerado opositor y, sobre todo, cuál será el liderazgo que lo pueda conducir.       

Kant: del homenaje al abandono (publicado el 26.4.24)

 

Con la excusa de haberse cumplido 300 años del nacimiento del filósofo Immanuel Kant, decenas de artículos y homenajes a lo largo del mundo nos ofrecen la posibilidad de revisar algunas de sus principales categorías, en particular aquellas vinculadas a la moral y a la política.

Efectivamente, si bien la filosofía del nacido en Königsberg (Prusia), hoy Kaliningrado, trató de responder qué es el Hombre desde diferentes perspectivas, no es casual que su idea de “paz perpetua” esté siendo invocada para reflexionar específicamente sobre el conflicto entre Ucrania y Rusia, como así también para repensar la tensión entre soberanía nacional y entidades supranacionales en el marco de, por ejemplo, la Unión Europea.

Si agregamos que, entre otros tantos aspectos, Kant también desarrolló una filosofía de la historia a través de la cual sentó su posición acerca de la posibilidad del progreso humano, brindó fundamentos para lo que luego sería la legislación en torno a los Derechos Humanos y estableció los marcos para la discusión pública vigentes en las repúblicas liberales actuales, notaremos que no hay prácticamente tema inherente a lo político en la actualidad que pueda pasar por alto el cosmopolitismo kantiano.  

Con todo, y dado que ya pueden encontrar panoramas completos de la filosofía kantiana en notas como las del profesor Roberto Rodríguez Aramayo en The Objective,

https://theobjective.com/cultura/2024-04-22/kant-cumple-300-anos/ quisiera que nos centremos en un aspecto menos desarrollado pero necesario para repensar algunas de las características de las sociedades occidentales actuales.

Centrémonos en ese breve texto que Kant publica en 1784 y que se titula “¿Qué es la ilustración?” Como su título lo indica, el autor de Crítica de la razón pura, intenta establecer allí una definición que permita caracterizar lo propio de aquel siglo de las luces sin el cual Occidente no sería lo que es. Y lo hace con una definición particular:

 

“La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía del otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo sin la tutela de otro. ¡Sapere Aude! [¡Atrévete a saber!] Ten el valor de servirte de tu propia razón: he aquí el lema de la ilustración”.    

 

Aun si tomamos en cuenta que este texto se da en el marco de la necesidad de emanciparse de la tutela de la religión y que en él se dedica un párrafo elogioso a la libertad religiosa ofrecida por Federico II, un verdadero “príncipe ilustrado”, el mensaje se extiende más allá y es un llamamiento a pensar por nosotros mismos y a liberarnos de cualquier tutela en general.

Pero, claro está, Kant sabe que los tutores harán todo lo posible por asustarnos y exponernos los peligros que podrían surgir si somos nosotros los que tomamos las decisiones; incluso en el párrafo siguiente advierte que tanto se ha hecho carne este hábito de obedecer a los tutores, que los hombres han adoptado una suerte de “segunda naturaleza” de sumisión y obediencia aceptando como un hecho su presunta incapacidad para la toma de decisiones libres y racionales.

A propósito, y en ocasión de otro centenario, en este caso, los 200 años de la publicación del texto de Kant, en 1984 aparece un artículo de Michel Foucault que retoma el desarrollo kantiano y que lleva, de hecho, el mismo título.

Allí Foucault toma la idea de “emancipación” para mostrar que, según Kant, la ilustración sería, justamente, un proceso de abandono de la minoría de edad; dejar de estar tutelados, valerse de la propia razón y, con ello, emanciparse, sería así una forma de entrar “en la adultez” y de transformarnos en seres autónomos y, por lo tanto, responsables de nuestras acciones.

Dado que tanto Kant en su momento, como Foucault en 1984, admitían que el proyecto de la ilustración estaba lejos de haberse cumplido, cabe reflotar la pregunta a 40 años de la publicación del texto del autor de Las palabras y las cosas. Y, en ese punto, es necesario advertir que hay pocas razones para el optimismo.

Porque no se trata solamente de no haber cumplido el proyecto. Es mucho peor que eso: se ha renegado del mismo y se ha instituido una alternativa antiilustrada con la irrupción de todo tipo de irracionalismos que no provienen mayoritariamente de la religión, cuya influencia en Occidente continúa en declive. Entonces, no solo hay nuevos tutelajes que operan más o menos solapadamente; hay una reivindicación de la irresponsabilidad y una celebrada infantilización de la sociedad.

Porque hoy nadie quiere atreverse a saber y prefiere su cámara de eco siempre confortable; la tutela la hace el algoritmo y, si con ello no alcanzara, tenemos toda una burocracia adicta a crear legislación al servicio de quien se sienta ofendido. 

Mientras tanto, la razón es acusada de esconder eurocentrismo, patriarcado, especismo antropocentrista y todo tipo de normativismos que atentan contra la diferencia. De aquí que el sentimiento del yo emerja como único criterio de verdad, el “atrévete a saber” sea sustituido por “el atrévete a sentir” y la emancipación sea reemplazada por el reclamo constante. De esta manera, ya no se trata de alcanzar una mayoría de edad. Ni siquiera aparece como objetivo ideal. Más bien se trata de sostenerse en la minoría de edad que reclama a un otro que siempre es el responsable de las penurias y los límites, como hacíamos todos con nuestros padres cuando éramos niños; mantenernos como acreedores, víctimas sin responsabilidad alguna que señalan con el dedo al malo de la película.

Como indicábamos al principio, es de celebrar que con la excusa de los 300 años del nacimiento de Kant aprovechemos la oportunidad para servirnos de sus ideas en materias urgentes. Mencionamos ya sus aportes para una discusión sobre el diseño institucional de una entidad supranacional como la UE, su concepción de la razón pública y la política de Derechos Humanos, pero siendo más específicos podríamos agregar su propuesta de un derecho de gentes que, entre otras cosas, establezca límites a lo que se puede hacer en una guerra, su republicanismo y un sinfín de elementos que han sido determinantes para una gran cantidad de legislación y de avances en lo que a la convivencia respecta.

Sin embargo, muy poco se ha dicho acerca de este abandono del proyecto de la ilustración que tiene en Kant a, probablemente, su máximo referente. Todos sabemos que en nombre de la razón se han justificado grandes atrocidades y que es necesario comprender que la racionalidad interactúa con los valores del tiempo histórico, pero la apuesta a la irracionalidad y a la promoción de una actitud infantil e irresponsable no está ofreciendo mejores resultados. Al contrario.

Por ello, antes que homenajes de ocasión, una buena manera de reivindicar a Kant sería retomar críticamente ese proyecto de la ilustración; hacerlo evaluando sus errores y sus desviaciones para que lo único que debamos abandonar sea, de una vez y para siempre, ese lugar tan confortable de seguir actuando como si fuéramos niños.        

sábado, 4 de mayo de 2024

Para la tribuna (editorial del 4.5.24 en No estoy solo)

No es ninguna novedad, pero estamos asistiendo a la profundización de un fenómeno muy nocivo para la política, el cual replica el funcionamiento de las redes sociales: los políticos solo hablan para su tribuna. Efectivamente, en escenarios de enorme polarización donde el rechazo al adversario prima, no hay pretensión de representar a la totalidad y menos aún de escuchar otras razones.  

El presidente traslada la lógica algorítmica y la pasión cuantitativa por los likes al mundo real y pesca en la pecera. Ni siquiera se arriesga a un par de silbidos en la Feria del Libro y su conexión con la gente se realiza a través de reposteos ajenos y la amplificación de los 4 o 5 periodistas militantes de la ausencia de repregunta.

Consiguió una media sanción de una Ley Bases desvencijada, pero, aun así, lo suficientemente potente como para generar transformaciones de peso. Así, se profundiza una dinámica de su gobierno por la cual se hace necesario analizar separadamente lo que dice y lo que hace. Porque mientras la retórica se mantiene incendiaria, el hacer parece más acorde a ciertas prácticas políticas tradicionales donde lo que hay es negociación, cosas que se obtienen y otras que se ceden. 

La diferenciación entre el decir y el hacer se vio claramente con el anuncio del cierre de organismos que al final no fueron tal o que, en todo caso, han sido reabsorbidos, recortados, etc. El del INADI quizás sea el caso emblemático. Para la tribuna propia se anunció su cierre. Eso satisfacía a los leones. A su vez, también satisfacía la indignación biempensante de los de enfrente que pretendieron instalar que sin el organismo la gente iba a salir a la calle a decir “gordo”, “negro” y “puto” a todo el mundo. Naturalmente esto no sucedió y el INADI pasó a depender del Ministerio de Justicia. Sin embargo, a ninguna de las dos tribunas le importó y siguen repitiendo que se cerró: unos para celebrar la batalla cultural gramsciana del león, otros para poder twittear un día entero que se viene el fascismo.

Pero, claro está, el hablar para los propios no es un asunto exclusivo del gobierno. Miremos, si no, el discurso del radical Rodrigo De Loredo, jefe de su bancada, en la última votación que diera la media sanción a la Ley Bases.

Son 15 minutos de una pieza digna de estudio en la que el tono de voz elevado se sostuvo artificialmente durante buena parte de la intervención como se supone que debería corresponder a un opositor. Sin embargo, De Loredo, el diputado que lloró por no poder ayudar al gobierno, comenzó con un repaso interesante y bien articulado de la tradición reformista (no revolucionaria) del radicalismo para justificar las reformas planteadas por su espacio e incorporadas a la redacción final de la ley. El punto es que De Loredo está en una encerrona: Córdoba votó masivamente a Milei de modo que él cree no poder darle la espalda a “su” electorado; al mismo tiempo, necesita diferenciarse de su rival interno, Lousteau, que pretende reivindicar la línea más progresista frente al ala liberal de De Loredo. Pero, a su vez, necesita seguir siendo opositor. Desconozco cuál hubiera sido una salida más digna, aunque defender los principios y los valores que uno tiene es siempre posible y hasta gratificante. Lo cierto es que, De Loredo, tras acusar al gobierno de autoritario, de realizar un ajuste brutal, etc., luego indicó que su bloque acompañaría la ley para quitarle al gobierno la excusa de un congreso que le traba sus iniciativas. El argumento es curiosísimo y si los bloques opositores lo utilizaran, no habría oposición a ningún gobierno solo para eludir las acusaciones de ser la máquina de impedir. Pero además muestra este síntoma de los nuevos políticos que, antes que nada, quieren quitarse responsabilidades y se sienten más cómodos en el rol testimonial de los gritos para luego verse reproducido en youtube o recortado en Instagram. De Loredo habla, también a su tribuna, aunque quizás en ella haya solo un espejo que se llama Narciso.    

Por último, el ejemplo del espacio opositor mayoritario que se abroqueló y sostuvo su negativa. La votación estuvo precedida, justamente, por el discurso del último sábado de quien sigue apareciendo como el liderazgo, menguante, pero mayoritario del espacio: CFK.

Que CFK hable en Quilmes y que lleve ya tiempo haciéndolo en el conurbano que le es más que afín, es el fin de la metáfora de la tribuna. No merecería agregar mucho más. Aun así, podría sumarse que es evidente que esa tribuna es cada vez más chica, tal como muestra que las expectativas por sus palabras ya no sean las mismas de antes, especialmente porque, como bien viralizó un sector minoritario del peronismo enfrentado al kirchnerismo, parece “otra vez sopa” y no hay grandes diferencias entre los discursos de CFK y los de cualquier columnista de C5N, incluso en la repetición de argumentos que no convendría repetir. Pensemos por ejemplo en la idea que se ha escuchado mucho y que indica que Milei miente porque el superávit no es tal y es producto de un dibujo financiero que se basa en el diferimiento del pago de cuentas como las de energía. Efectivamente, el número está dibujado y hay cuentas que no se han pagado, pero no puede ser el kirchnerismo el que salga a alertar ello porque, de ser así, o bien el ajuste de Milei no es tan grande y salvaje como se dice, o bien el desastre que heredó Milei es tan enorme que, aun con el ajuste más grande de la historia contemporánea, es necesario dibujar los números para que cierre el superávit. En cualquiera de los dos casos, el que queda mal parado es el kirchnerismo o bien porque en el primer caso estaría exagerando o bien porque, en el segundo caso, sería, como mínimo, corresponsable del ajuste actual. Dejemos, entonces, que Milei sea corrido por derecha, justamente, por la derecha.    

Pero no se trata de caer solo en la figura de CFK. Los legisladores de Unión por la patria llevan tiempo legislando para la tribuna y legislar para la tribuna no está generando buenos resultados. La ley de alquileres por ejemplo. Sin dudas, se trató de una ley a favor de los inquilinos, el eslabón más débil de la cadena. Pero con la inflación desbordada, el beneficio para los inquilinos fue tan grande que desincentivó a los propietarios. ¿Consecuencia? Se quitan los departamentos de la oferta, sube el precio y ¿quién se perjudica? El eslabón más débil.

Ahora bien, aunque esto venía siendo evidente, los legisladores ahora opositores no quisieron dar el brazo a torcer y en la reforma que hicieron en octubre pasado crearon, a partir de una ley mala, una todavía peor: se actualizaban los precios cada 6 meses, lo que favorecía a los propietarios, pero se cambió el índice de actualización por el índice Casa Propia. ¿Qué significa esto? Para decirlo en número redondos, con una inflación de alrededor del 125% en el último semestre, el nuevo índice arrojaba una actualización de 50%. ¿Ustedes creen que algún propietario ofrecería su propiedad en estas condiciones? Sin embargo, al legislador no le importó la realidad. Le importó su tribuna, poder decir en Tiktok que su ley, (la que fomentó de facto el aumento de los precios y la Airbnización), fue derogada por el gobierno cruel que ahora puede mostrar la explosión de oferta como un activo de su gestión.

Ejemplos como estos hay varios. Mencionemos “ganancias”. En lo personal creo que hay buenos argumentos para sostener que “el salario no es ganancia” pero también es verdad que se trataba de un impuesto progresivo y coparticipable. Quitarlo fue una irresponsabilidad electoralista de Massa con complicidad de los gobernadores que ahora lo reclaman. Subir el piso como se lo ha subido en la Ley Bases, con una actualización por inflación y con escalas razonables que comienzan en el 5% y no en el 35% es una medida que parece sensata. Entonces salir a denunciar la inconsistencia de Milei, que como opositor vota por quitar impuestos y como gobierno los sube, es tribunear. Claro que Milei es inconsistente pero el error lo cometió cuando avaló la eliminación de ganancias. No ahora. Y ese error fue propiciado por el candidato del gobierno anterior.

Por último, un párrafo para la reforma previsional. Sin dudas, el gobierno licuó las jubilaciones. Es un dato. También es evidente que la reforma va en línea con la intención de recortar aun más. En números gruesos, 8 de cada 10 argentinos no alcanzan los 30 años de aporte al momento de cumplir la edad para jubilarse. Entonces, hay dos soluciones en los extremos: o no se jubilan o se pone una moratoria eterna. La solución no estuvo ni siquiera en el medio: apareció la figura de una suerte de “pensión” equivalente al 80% de una mínima a la que accederían varones y mujeres de 65 años y a la que luego se le sumaría dinero según la cantidad de años de aporte. ¿Es injusto? Probablemente sí para la mayoría porque buena parte de los que no llegan a los aportes son víctimas de empleadores inescrupulosos o, en otros casos, se trata de amas de casa cuya labor no fue considerada trabajo. ¿El gobierno utiliza doble vara en este punto? Claro. Dice que quien fuga guita es un héroe, abre un blanqueo y elimina la multa para quien no te puso en blanco, pero al momento de “perdonarte” por los años no aportados te dice “no. Acá no entrás”.

Y seguro que hay otras opciones, pero ¿cuál es la opción que plantean los legisladores opositores a la cuestión del sistema previsional? Algo que no sea “el sistema debe ser solidario” porque frente a ese slogan hay que decir: los números solidarios no cierran ni aquí ni en ninguna parte del mundo. Se calcula que se necesitan 4 activos por cada pasivo y en Argentina hay cerca de 1,5 activos por pasivo; Argentina va a tender a un envejecimiento poblacional como el que sufre Europa y tampoco pretende discutir la edad de jubilación, lo cual es un problema. Por ejemplo, la expectativa de vida de las mujeres argentina es de 78 años, eso quiere decir que jubilándose, como lo hacen ahora, a los 60, reciben una jubilación durante 18 años. En el caso de los varones, la expectativa de vida es de 72, de modo que, jubilándose a los 65, reciben 7 años de jubilación. ¿Qué se hace con esta situación? ¿Cómo se resuelve? Se lo están preguntando en todo el mundo, insisto. Pero la solución no puede ser dejar todo como está porque la tribuna chifla, o decir que se soluciona sin pagarle al FMI. Hay que ser serios. ¿Cuál es la solución?              

Para finalizar, la metáfora de la tribuna viene al caso, justamente porque es una metáfora futbolera y encaja perfectamente con una particularidad que hay en nuestro fútbol argentino. Como ustedes sabrán, desde hace años, en la Argentina los partidos de fútbol se juegan sin público visitante, lo cual ha terminado con una de las experiencias más maravillosas del espectáculo, esto es, poder recibir al público visitante y poder asistir a una cancha ajena para acompañar a nuestro equipo. Lamentablemente esto mismo está sucediendo en la política: los visitantes tienen vedada la entrada y nosotros no nos aventuramos a territorios ajenos; abrazamos los aplausos en casa y evitamos las puteadas de afuera; salimos a una cancha donde siempre somos locales; jugamos solo para los nuestros, aquellos que gritan nuestros goles y cuando la tribuna se va despoblando no nos preocupamos porque quedan los más gritones que siguen alentando.

Hasta que un día pasamos por la cancha del adversario. Está llena.  

 

martes, 23 de abril de 2024

Milei y su razón populista (editorial del 20/4/24 en No estoy solo)

 

“El periodismo se ha acostumbrado, a lo largo de las últimas décadas, a que deben ser tratados como profetas de la verdad única e incontrastable, a los que no se puede criticar, ni desmentir, ni corregir. Si alguien osa cometer esa imprudencia, es castigado al unísono por todos los miembros de la corporación y sus agrupaciones”. Quien afirma esto es el presidente de la nación, Javier Milei. Y tiene razón, claro.

El mensaje tuvo mucha repercusión porque además de esta afirmación también habló de extorsiones cometidas por un periodismo que estaría corrompido por “sobres” y “pauta oficial”, lo cual le ha valido una denuncia de Jorge Lanata, un contorsionista que supo cambiar su posición drásticamente al ser contratado por el multimedio al que tanto criticaba.  

Pero la polémica del presidente con el periodismo venía in crescendo desde algunos días atrás cuando, por ejemplo, se burló de Jorge Fontevecchia y celebró una eventual inminente quiebra de Perfil; o cuando insultó varias veces al escritor Jorge Fernández Díaz por haber indicado que el de Milei era un “populismo de derecha”. En este último caso, el presidente, además de los insultos, indicó que Fernández Díaz había leído mal y/o había hecho una “mala traducción” de un artículo de Murray Rothbard, referente ideológico de Milei, en el que consideraba, allá por 1992, que la mejor estrategia para el movimiento paleolibertario era avanzar hacia un “populismo de derecha”. Si bien el Fernández Díaz que escribe enojado suele ser bastante poco interesante y previsible, en este caso hacía una lectura correcta de un texto que, por cierto, es bastante explícito y que, justamente, habíamos desarrollado aquí un par de meses atrás. Se trata de “Populismo de derecha: una estrategia para el paleolibertarismo”. Según Fernández Díaz, Milei es un populista de derecha en el sentido que da Rothbard en ese texto y tal afirmación molestó profundamente al presidente. Es que, evidentemente, Milei no se siente cómodo cargando con la mochila de “populista”, de aquí que, para no entrar en contradicción con quien inspiró el nombre de unos de sus perros, afirmó que Rothbard llamaba a crear un paleolibertarismo “popular” pero no “populista”. Milei, entonces, acusa al escritor de una mala traducción, aunque quizás se haya referido a que Fernández Díaz habría interpretado mal el texto. Y lo cierto es que, en ambos casos, Milei estaría equivocado: en primer lugar, porque la traducción es la correcta ya que el texto original se llama “Right-Wing Populism: A Strategy for The Paleo Movement”; y, en segundo lugar, (lo más importante), porque la propuesta de Rothbard no es popular sino populista, en el sentido que el propio Ernesto Laclau, había expresado. Es decir, Rothbard, y luego Milei, parecen partir de la idea de una sociedad fragmentada en diversos grupos con demandas insatisfechas que se agrupa detrás de un liderazgo carismático que establece un “nosotros” (“los argentinos de bien” persiguiendo su interés privado) frente a un “ellos” que es “el poder” (“la casta”). Aun con la enorme falta de matices que supone una definición de un par de renglones como la recién brindada, se trata de un resumen bastante aproximado de lo que Laclau entiende por populismo en su famoso libro La razón populista.  

Ahora bien, como el propio Milei dijo en campaña y ejerciendo ya la presidencia, lo que se entiende por “casta” va mucho más allá de los políticos estrictamente. Incluye, entonces, otros actores de poder y, entre ellos, a los periodistas, incluso a aquellos que creen estar combatiendo “la casta” y pretenden erigirse como garantes de la democracia y las instituciones, aun por encima de los representantes del pueblo elegidos a través del voto.

¿Se trata de una idea original de Milei? No, de hecho está presente en el artículo que el presidente dice que ha sido “mal leído”. En palabras del propio Rothbard:

“El antiguo Estados Unidos de la libertad individual, la propiedad privada y el minarquismo, ha sido reemplazado por una coalición de políticos y burócratas aliados con, e incluso dominados por, poderosas corporaciones y élites financieras antiguas (…); y la Nueva Clase de tecnócratas e intelectuales, incluyendo los académicos de la Ivy League y las élites de los medios de comunicación, que es la clase formadora de opinión social”.

El artículo es de 1992, de modo que Rothbard no podía prever el rol que tendrían las redes sociales al momento de comunicar y hacer política, pero si hay algo que caracteriza, por definición, al populismo, sea de izquierda o de derecha, es su pretensión de eliminar las intermediaciones entre el líder y el pueblo. En este sentido, las redes libertarias e incluso su criticada presunta cadena de trolls y bots van en esa línea: comunicación “directa”, sin filtros; el líder habla y el Tik Tok hace el resto. 

Aun cuando Milei sea ingrato con las corporaciones de medios que fueron las que lo catapultaron haciendo de él, por varios años, el economista con más minutos de aire en radio y televisión, es probable que esté convencido de lo acertado de la descripción de Rothbard y que sepa también que más allá de las veleidades y los sesgos de confirmación de las audiencias, lo cierto es que buena parte de la sociedad considera, con acierto, que el periodismo es parte de la casta.    

Es más, el comentario de Milei lo podría haber firmado cualquier kirchnerista en el medio de la disputa por la ley de medios, no por ser (presuntamente) populista, sino, sobre todo porque, como indicamos al principio, tanto Milei como los kirchneristas tendrían razón.     

Asimismo, si es inteligente, Milei también debería saber que los periodistas a los que les da notas asiduamente y que, deberíamos creer, no serían los ensobrados ni manipulados por la pauta a pesar de haber cambiado abruptamente su posicionamiento tras la salida de Bullrich de la contienda electoral, serán los últimos, pero serán, al fin, los que también le van a soltar la mano y van a levantar el dedo cuando regresen a su estadio republicano, ese que abrazaban cuando las políticas económicas no eran de su agrado.  

Probablemente nunca sabremos si la concepción que tiene el presidente de los periodistas responde a convicciones profundas y bien fundamentadas o se trata de raptos de ira donde es lo mismo un mercenario que alguien que, equivocado o no, simplemente piensa distinto que él. Pero el presidente debería saber que aun cuando la descentralización de facto que trajeron las redes hace que hoy sea más fácil resistir dos tapas de Clarín que la viralización de un tweet desafortunado, los mismos que lo elevaron al pedestal, aguardan agazapados la señal de los tiempos nuevos que en algún momento llegarán.

Como indicamos al inicio, en la nota publicada en este espacio algunas semanas atrás, decíamos que había que leer a Rothbard para entender a Milei y mostrábamos que de los 8 puntos que Rothbard estipulaba como camino populista a seguir, Milei abrazaba siete y solo se separaba en uno.

Efectivamente Milei impulsó el recorte de impuestos y de subvenciones, la abolición de políticas de discriminación positiva, la recuperación de las calles eliminando criminales y vagabundos, la defensa de los valores familiares y el cierre del equivalente al BCRA argentino, y solo se diferenció de la propuesta de Rothbard en lo que respecta a hacer “América grande otra vez” protegiendo al trabajador medio contra la euforia globalista (algo que sí hizo Donald Trump). 

Dicho esto, sin musculatura política, a Milei no le va a quedar otra que hacerle caso a la propuesta de Rothbard y, mal que le pese, seguir una estrategia populista también en lo que refiere a su relación con la gente y en lo que respecta al esquema “nosotros/ellos” que tan buenos resultados le ha dado. No lo podrá sostener por siempre y, sin los grandes actores de poder de su lado, el “ellos” será demasiado potente. Mientras tanto, que entre motosierras y licuaciones se filtre alguna que otra verdad no viene mal. Es que algo de razón tiene, aunque ésta sea una “razón populista”.

 

A propósito de la cuestión trans (publicado el 12/4/24 en www.theobjective.com)

 

Desde la ola de militares y policías trans sospechados de cometer “fraude de ley” hasta el episodio en Televisión Canaria con Emma Colao, no hay semana en la que la “cuestión trans” esté ausente del debate público.

No se trata, claro está, de un fenómeno estrictamente español. De hecho, en estos días, Escocia se ve envuelta en una polémica nacional a propósito de la entrada en vigencia de una ley sobre los denominados “delitos de odio”; las principales portadas de los diarios ingleses dan cuenta de la publicación del “Informe Cass”, impulsado por el gobierno británico, cuyas conclusiones son lapidarias respecto a las consecuencias de los tratamientos de hormonización sobre menores que manifiestan disforia de género; y las más importantes publicaciones del mundo dedican sus páginas a reseñas a favor y en contra de Who’s Afraid of Gender?, el nuevo libro de Judith Butler, probablemente, una de las máximas referentes de la teoría de género abrazada por los nuevos feminismos.

Es imposible resumir en pocas líneas toda la riqueza del debate, pero cabe preguntarse por qué el feminismo, originalmente circunscripto a reivindicar la igualdad de las mujeres, digamos, “biológicas”, abraza la causa trans. Y allí puede haber muchas respuestas, pero lo que no se puede pasar por alto es que “lo trans” es cosustancial a cierto feminismo constructivista en su cruzada antibiologicista. ¿Por qué? Porque si el género (y, para algunos, el sexo mismo) son construcciones sociales, la biología solo puede ser un límite material a ser superado tras el proceso de deconstrucción cultural.  

Pero, claro, si no hay una base material/biológica, si todo es una construcción social, aparece el problema de la definición, es decir, qué es, al fin de cuentas, una mujer (la misma pregunta valdría para los varones, claro está). Y en este punto es que nos enfrentamos a episodios risueños. Como aquel joven que, interpelado por un periodista en una manifestación, dijo que una mujer es una “comunidad política”; o la propia Irene Montero, que definió a la mujer como “una persona que sufre de más violencia, de más pobreza y de más discriminación”, pero luego se quedó sin palabras cuando el entrevistador advirtió que, según esa definición, la propia Montero no podría ser considerada una mujer. Es más, según esta perspectiva, todos los varones que sufren más violencia, más discriminación y más pobreza que la propia Montero, probablemente una importante cantidad de los varones españoles, serían mujeres.

Una perplejidad similar encontramos en ese documental del activista Matt Walsh, What is a Woman?, que interroga a diversas personalidades, intelectuales, etc., acerca de qué es una mujer. Más allá del evidente sesgo que tiene Walsh y de los valores de la familia tradicional que pretende defender, el documental es esclarecedor porque muestra que, al intentar eludir la respuesta “biológica”, nadie puede dar una explicación satisfactoria a la pregunta, aparentemente simple, de qué es lo que define a una mujer.      

Así observamos que la mujer está en el centro del debate público, pero quienes dicen reivindicar sus derechos, no pueden ofrecer una definición básica de qué entienden por tal, y lo hacen por intentar evitar un presunto esencialismo y, sobre todo, por rechazar algún tipo de conexión material/biológica con el género/sexo. Este punto es curioso porque no son pocos los trans, gays y lesbianas que acuden a la biología y/o a razones innatas para dar cuenta de su identidad. De hecho, son mayoría los relatos de los miembros de la comunidad LGBT afirmando “ya desde niño/a yo me sentía diferente… jugaba a vestirme de… sentía atracción por …, etc.” En esos relatos, entonces, aparece el elemento “precultural” como una potencia que los mandatos y las imposiciones de la sociedad no pudieron dominar.   

Asimismo, el constructivismo social que, desde la academia, ha irradiado a la agenda pública y a la legislación, ofrece una serie de inconsistencias de cara a una mayoría de la sociedad que va bastante más allá de los sectores ultraconservadores. Dicho en otras palabras, no hace falta ser misógino, homofóbico o transfóbico para advertir que algunas consecuencias de la legislación trans son problemáticas, paradójicamente, en especial, para las mujeres.

El mejor ejemplo de esto se da en el modo en que las mujeres trans obtienen una ostensible ventaja sobre las mujeres biológicas en determinados deportes. No hay que ser un experto para observar que, evidentemente, en determinadas disciplinas, la biología de quienes nacieron varones corre con ventaja.

Una manera más indirecta en la que las mujeres se ven afectadas, es cuando se producen casos que, podría sospecharse, son fraudulentos, en el sentido de que son realizados por varones que en el cambio de sexo a nivel legal obtienen algún privilegio. ¿En qué sentido las afecta? En el hecho de que expone que hoy en día ser mujer supone también algunas ventajas de discriminación positiva, lo cual contradice el discurso oficial. Pero esto se vio claramente en el caso de los militares mencionados y en otro sinnúmero de ejemplos donde, dependiendo el país, una mujer puede jubilarse antes que un varón, o tener un trato preferencial respecto de la tenencia de los hijos en caso de un divorcio conflictivo, por citar solo algunos.

En este mismo sentido, si la autopercepción deviene criterio suficiente para un reconocimiento estatal, lo que puede aparecer como privilegio es todo aquello vinculado a la agenda de género porque rápidamente alguien podría preguntarse por qué el Estado debe aceptar mi autopercepción de género, pero no la autopercepción de mi edad, mi nacionalidad o mi etnia. Al fin de cuentas, todas serían categorías políticas, constructos sociales que, como diría Butler respecto del género, se van confirmando performativamente en cada acto que realizamos.  

Asimismo, si bien es evidente que hay fraudes, el hecho de una legislación cuyo único criterio es la autopercepción, elimina la posibilidad de determinar cuándo se producen los mismos. Si no importa la palabra de terceros, ni especialistas; si no hay determinados hechos contra los que contrastar, y lo único a ser tenido en cuenta es lo que la persona dice de sí misma y de lo que siente, ¿cómo es posible determinar su mala fe?                

Por último, aunque resulte más inasible, probablemente el elemento más nocivo es que la discusión acerca de “lo trans” ha llevado al feminismo a quedar preso de cierta endogamia academicista y lo ha alejado de las reivindicaciones más concretas de los feminismos clásicos.   

Lamentablemente, frente a esas inconsistencias, en vez de dar un paso atrás para repensar otras opciones, (porque entre el determinismo biológico más burdo y el constructivismo social más radical habría muchos puntos intermedios donde acordar), se avanza hacia legislaciones punitivistas. El ejemplo de la nueva ley contra los delitos de odio que ha entrado recientemente en vigencia en Escocia y que mencionamos al principio, es una muestra. Por ésta, J. K. Rowling, la autora de Harry Potter, podría ir a la cárcel tras insistir en su posición de que una mujer trans no es una mujer.

Para finalizar, soy de los que cree que los Estados deben dar alguna respuesta a la cuestión trans y que la solución no puede ser un regreso al estadio existente apenas algunos años atrás, donde asumirse como tal suponía sufrir discriminación, violencia y/o estar condenado a la prostitución. Pero esconder o, peor aún, intentar censurar o cancelar a quienes exponen algunos de los problemas a los que están llevando algunas teorizaciones que se han encarnado en legislaciones, no parece el más adecuado de los caminos.