jueves, 31 de octubre de 2024

Identidad y memoria, el viaje al pasado de Michael Ignatieff (publicado el 26.10.24 en The Objective)

 

Imaginemos que en algún baúl de recuerdos, de esos que todos tenemos en casa, encontramos las fotos de nuestros abuelos; ahora imaginemos que ellos se ocuparon de escribir unas memorias para sus nietos y que él fue gobernador de Kiev y ministro de educación del último gabinete del Zar Nicolás II, y ella una princesa que nació en una casa legada a la familia por Catalina la Grande a fines del siglo XVII. Si eres un buen escritor, historiador y filósofo como Michael Ignatieff, y decides hacer un libro con ese material, el resultado no puede ser más que una historia fascinante. ¿Su título? El álbum ruso. Una saga familiar entre la revolución, la guerra civil y el exilio.

Reconocido este mismo año en España con el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, Ignatieff, canadiense nacido en 1947 y discípulo de Isaiah Berlin, lleva casi cincuenta años de labor académica entre las universidades más prestigiosas del mundo. Además, participó activamente en la política local como líder del Partido Liberal en una experiencia personal que bien supo narrar en otro libro magnífico: Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política.

Esta segunda edición de El álbum ruso, treinta siete años después de la primera, tiene el valor adicional de permitirnos una lectura en perspectiva tal como el autor expone en el nuevo prefacio. Es que, claro está, uno de los ejes de la historia es una Ucrania que, al momento de la primera edición, todavía era parte de la URSS; una Ucrania con identidad propia y que, al mismo tiempo, tiene una  historia común con Rusia, lo que hace todavía más dramático asimilar el enfrentamiento actual.

Justamente es en Ucrania donde los abuelos de Ignatieff tuvieron una finca desde 1860 hasta la revolución de 1917 y donde se encuentran enterrados los bisabuelos de él, más precisamente, en una pequeña iglesia ortodoxa rusa perteneciente a un pueblo llamado Krupoderyntsi, el cual se encuentra a unas tres horas al suroeste de Kiev.

La historia de los Ignatieff con el zarismo venía de larga data. De hecho, con 19 años, el abuelo Paul había ingresado en la guardia imperial como lo había hecho su padre, su abuelo y su bisabuelo.

Precisamente su padre, Nicholas Ignatieff, bisabuelo de Michael, fue el diplomático ruso que en 1878 participó de las reuniones que concluyeron en el tratado que puso fin a la guerra entre rusos y turcos, y jugó un rol clave en la creación de Bulgaria. Además, en 1860, fue el responsable de la negociación del tratado limítrofe de Amur-Ussuri en el que se definió la frontera entre Rusia y China en la región del Pacífico tal cual la conocemos hasta hoy. A propósito, el viejo Nicholas solía contar, a manera de anécdota, que recorrió en seis semanas la distancia entre Pekín y San Petersburgo para comunicarle la noticia al Zar. Sin embargo, en el trayecto fue sorprendido por una tormenta de nieve en la llanura siberiana a la cual sobrevivió pidiéndole a los jinetes cosacos que formaran un círculo con sus caballos para así poder calentarse con el aliento de los mismos.   

Con esa historia a cuestas, la revolución bolchevique suponía los peores augurios.   

“[Mis abuelos] nacieron en una época en la que su pasado era su futuro. Era una vida predeterminada, no un tejido cuya trama pudieran hilar ellos mismos. Crecieron en una época regida por un protocolo de decoro familiar. Sus vidas acabarían en un exilio amorfo, un tiempo sin futuro y un pasado suspendido fuera de todo alcance”.

Con todo, ese exilio amorfo fue mejor que la muerte segura a la cual Paul pudo eludir gracias a la buena imagen que había dejado en la población sus gestos alejados de toda pertenencia aristocrática. En un periplo que supuso un escape de película a través del Mar Negro y estadías provisorias en varias ciudades, finalmente Paul y Natasha, junto a sus hijos pequeños, recalan en Canadá donde tienen la posibilidad de construir una nueva vida.

Allí, los cuatro hijos formarán familias por fuera de la comunidad rusa, en una decisión que muestra también hasta qué punto el exilio generó una fractura con ese pasado. De hecho, George, el padre de Michael, que al escapar con la familia de Rusia en 1919 contaba apenas seis abriles, no frecuentaba los círculos de exiliados ni hablaba ruso en la casa.  

El vínculo entre Michael y George permite a su vez introducirnos en otro aspecto central del libro que va más allá de la historia en sí. Me refiero a las reflexiones que el autor realiza sobre la memoria y la identidad.

Porque el lugar común, lo que uno espera de un libro que intenta reconstruir una historia familiar, es una reivindicación de los orígenes, la revalorización de las raíces. Y, sin embargo, el enfoque es mucho más complejo.

“Yo tenía un pasado de aventureros zaristas, supervivientes de revoluciones y exiliados heroicos. Pero, cuanto más grande era mi necesidad de echar mano de ese pasado, más fuerte se hacía la necesidad de renegar de él, de labrarme mi propio camino”.

Aparecen entonces los dos aspectos: por un lado, la conciencia de que la identidad personal depende de la continuidad que nos brinda la memoria y está atravesada por la historia familiar como un pasado ineludible; sin embargo, por otro lado, esa identidad es también fruto de decisiones libres que nos separan de esa historia. Esa ambigüedad, ese cerrar un capítulo de la historia familiar para, a su vez, independizarse de él y asumir su influencia relativa, atraviesa todo el libro y explica la tensión que tenemos con las fotografías familiares.

Es que éstas son los únicos objetos que, según Ignatieff, realizan la función religiosa de conectar a los vivos con los muertos: a través de ellas nos damos cuenta que compartimos rasgos, estilos, formas, gestos con nuestros antepasados, lo cual nos ubica en un tiempo y en un espacio. La fotografía nos advierte que la identidad personal es una creación que no se hace desde la nada sino sobre la base de una materialidad donde juega lo genético, lo histórico y lo social.   

“Esta es la razón por la cual las viejas fotografías quedan confinadas en una vieja caja de zapatos en el último cajón de la cómoda. Las necesitamos, pero no queremos oír sus reivindicaciones”.

Este punto es por demás interesante porque la fotografía, según Ignatieff, “documentan las heridas” y por ello lastiman ese proceso trabajoso de la memoria por olvidar las cicatrices del pasado. Así, las fotografías son clave para saber quiénes somos y, al mismo tiempo, desafiando el olvido, irrumpen incomodando eso que somos. Esa es la tensión constante que Ignatieff expresa haciendo un recorrido por una historia de Rusia y de Ucrania que le es constitutiva pero, a la vez, completamente ajena, como él mismo reconoce: “Soy un canadiense tan típico de su tiempo y de su lugar de nacimiento, que me siento fraudulento en mi intento de asimilar la evanescente experiencia de otra generación”.

El libro comienza con un proverbio ruso que sirve como epígrafe y reza: “Si vives en el pasado perderás un ojo. Si ignoras el pasado perderás los dos”. Abriéndole los ojos a ese pasado y rindiéndole un homenaje a esos abuelos remotos, Ignatieff nos enseña que conocer de dónde venimos es esencial para saber quiénes somos. Pero no para romantizarlo, sino para ubicarlo y enfocar la mirada en un futuro donde, sabiendo lo que somos, podamos elegir lo que queremos ser.    

 

 

Branko Milanovic: la desigualdad a través de la historia (publicado el 11.10.24 en The Objective)

 

Apenas algunos días atrás, en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas, se dio a conocer un nuevo informe de la ONG Oxfam Intermón acerca de la desigualdad en el mundo. Que el 1% más rico del planeta posee más riqueza que el 95% de la población mundial o que, a pesar de poseer el 79% de los habitantes de la Tierra, los países del Sur global solo cuentan con el 31% de la riqueza mundial, fueron algunos de los números que se expusieron. ¿Cuál fue la conclusión que se extrajo de aquí? Existe una suerte de nueva oligarquía global de ultrarricos y megaempresas que pone en jaque los esfuerzos globales en torno al cambio climático y a la mejora de la calidad de vida de las grandes mayorías.

Más allá de titulares, metodologías y modos en que se presentan los números al gran público, en los últimos años nos hemos acostumbrado a este tipo de informes y estudios, los cuales no eran abundantes algunas décadas atrás.

El porqué de este giro es uno de los ejes de Miradas sobre la desigualdad, del execonomista del Banco mundial y referente de la materia, Branko Milanovic, un libro en el que se sigue la evolución de las ideas sobre la desigualdad económica de los últimos dos siglos. Haciendo un fino equilibrio entre la divulgación y la precisión académica, Milanovic se posa en seis economistas, en particular, en aquellos pasajes de sus obras en los que se habla exclusivamente de la distribución de la renta y la desigualdad de ingresos. En ese cruce, por ejemplo, encuentra que Quesnay, Smith, Ricardo y Marx, consideran que la desigualdad es esencialmente un fenómeno de clase; que para Pareto la división clave es entre élite y resto de la población, y que, para Kuznets, la desigualdad se debe a las diferencias de ingresos entre las zonas rurales y las urbanas.

Se trata, entonces, de una verdadera historia del pensamiento económico en torno a la distribución de la renta que no pretende trazar una teleología ni una evolución, sino echar luz a una problemática que, por distintas razones, resultó bastante marginal hasta iniciado el nuevo siglo.

En este sentido, ¿por qué, por ejemplo, prácticamente no hubo estudios sobre desigualdad entre 1945 y 1990 ni en el mundo capitalista ni en los países socialistas?  

Empezando por estos últimos, más allá de que el secretismo y el control hacían casi imposible contar con datos que pudieran dar cuenta de las condiciones de distribución de la renta entre la población, lo cierto es que había un presupuesto ideológico más potente: si la desigualdad está asociada a la existencia de clases sociales y vivimos en países donde, eso se decía, al menos, las clases sociales han sido abolidas, estudiar la desigualdad sería, entonces, estudiar una problemática abstracta.

La situación no era muy distinta en Occidente, aunque, claro está, por otras razones. Más allá de que Milanovic señala el hecho no menor de la proliferación de fundaciones liberales y anarco capitalistas dispuestas a solventar determinado tipo de investigaciones en detrimento de otras, lo cierto es que, una vez más, el paradigma vigente, especialmente en Estados Unidos, lo explica todo. Efectivamente, el “sueño americano” es, también, en un sentido, una sociedad sin clases o con clases que no son determinantes porque, se supone, existe una movilidad social asociada al mérito. Los dos modelos, entonces, entendían que la desigualdad era un problema en extinción y competían, desde paradigmas opuestos, para demostrar cuál era el más igualitario y el menos clasista. 

¿Podría decirse, entonces, que, efectivamente, desde el fin de la segunda guerra mundial hasta la caída del Muro, el problema de la desigualdad era un asunto, llamemos, “menor”? Sí y no.

Si nos posamos en la situación detrás del telón de acero, Milanovic reconoce que la abolición de la propiedad privada es un aspecto que ayuda a disminuir la desigualdad. Sin embargo, como ya sabemos, las economías planificadas no dejaron de ser sociedades jerárquicas en las que los ingresos aumentaban cuanto más se ascendía en el partido y en el Estado. Nada mejor que repasar Animal Farm, de George Orwell, con su fábula acerca de los cerditos, para comprender de qué estamos hablando.

Con todo, no dejan de ser interesantes los pasajes que Milanovic dedica a distinguir las distintas formas que adoptó el paradigma socialista. Allí se puede mencionar a la socialdemocracia que, al fin de cuentas, aceptó la propiedad privada y al capitalismo; al modelo soviético donde había colectivización, centralización y planificación, pero también incentivos a los trabajadores en función del tipo de producción; y, por último, al marxismo maoísta que, por un lado, mantuvo las clases sociales, (obreros, campesinos, pequeños propietarios y “capitalistas patrióticos”), pero igualaba los salarios bajo el supuesto de que el trabajo debe hacerse por altruismo o deber patriótico. El caso chino, al menos el de la época de la “Revolución Cultural”, ofrece, entonces, para Milanovic, “una insólita combinación de extremismo igualitario y preservación formal de la sociedad de clases”.

En cuanto a Occidente, no hizo falta la caída de ningún muro para que la problemática de la desigualdad quedase expuesta. Bastó con la gran crisis de 2008.

En otras palabras, desde el fin de la guerra hasta mediados de los 60, Occidente era una fiesta: crecimiento a tasas insólitas; Estado de Bienestar; aumento de movilidad social y reducción drástica de la desigualdad medida desde distintas perspectivas. Sin embargo, en las décadas posteriores comenzaba a configurarse un proceso de concentración del capital inédito en la historia. Si este fenómeno recién hizo eclosión en 2008 fue porque previamente se sostuvo gracias a la gran burbuja de endeudamiento para clases medias y bajas. Pero, claro está, cuando llegó el crack, se descompuso la matrix y el prisionero salió de la caverna: la creación de riqueza del capitalismo se había repartido de manera inequitativa o, al menos, se había concentrado en pocas manos. ¿Cómo no van a surgir, en este contexto, una impresionante cantidad de estudios sobre desigualdad?

Este elemento es clave porque, aunque resulte obvio, Milanovic hace varias veces hincapié en el carácter histórico de este tipo de estudios y, lo más interesante, en el modo en que aquello que consideramos “justa distribución” varía no solo con los autores sino con las épocas. En este sentido, el autor advierte cómo, a diferencia de los economistas mencionados, quienes no tomaron en cuenta o lo hicieron de manera marginal, ahora no hay estudio que se permita dejar afuera las variables de género y raza al momento del análisis.  

Milanovic concluye el libro con una mirada optimista respecto al futuro inmediato en lo que respecta a los estudios sobre desigualdad, ya que se cuenta con distintas teorías y, sobre todo, con una enorme cantidad de material empírico para contrastarlas. Además, menciona que gracias a la influencia de autores heterodoxos o neomarxistas como los de la teoría de la dependencia, hoy se puede y se debería trabajar sobre tres niveles de análisis: el de la desigualdad entre los países, la desigualdad al interior de los mismos y la desigualdad global entre los ciudadanos del mundo. 

Se podrá acordar o no con esta perspectiva, pero el libro hace un aporte para un debate que es central en nuestras sociedades. Al fin de cuentas, dejando de lado fantasías trasnochadas de igualitarismos extremos, buena parte de las discusiones actuales entre derechas e izquierdas giran en torno a los criterios para determinar qué tipo de desigualdad es aceptable desde lo moral, lo político, lo económico o lo social. Entender que esa es una discusión que es posible dar y que esos criterios, al fin de cuentas, son históricos y, por lo tanto, pueden cambiar, no es un aporte que se pueda pasar por alto sin más.  

 

 

sábado, 26 de octubre de 2024

Una birome para nuevas ideas (editorial del 26.10.24 en No estoy solo)

 

En un sistema político fragmentado, tal como decíamos la semana pasada, los principales actores políticos ya no pretenden canalizar mayorías sino bloquear adversarios, sea de adentro, sea de afuera. CFK y Macri bloquean a cualquiera que ose disputar la conducción del espacio y Milei bloquea, con su tercio en las cámaras, las intentonas de una oposición reunida. En las últimas horas, si de fragmentos hablamos, también encontramos la ruptura de los radicales de modo que puede que allí también aparezca alguna dinámica similar. “Gobernar es bloquear” podría ser la frase de estos tiempos.

Ahora bien, en las próximas horas se debería confirmar la existencia de las dos listas para una interna del PJ Nacional que ha elevado la temperatura a partir de la decisión de CFK y de un gobernador que se anima a enfrentarla. Ha habido impugnaciones cruzadas de modo que no sabemos si alguna de ellas avanzará. Ojalá no sea el caso porque, de ser así, uno de los sectores denunciará proscripción y se oficializará una nueva fragmentación.

Si las dos listas se mantienen en pie, ahí entramos a jugar otro partido. Difícilmente pudiera darse que, con CFK al frente, su lista pierda, pero los números tienen un rol simbólico relevante. Para decirlo groseramente, si CFK gana 80 a 20 habría hasta buenas razones para ser conspirativos e imaginar que el único sentido de una lista alternativa fue la de robustecer a CFK. Pero si el resultado a favor de CFK es 55 a 45 o 60 a 40 la situación es otra. Sin hablar de un triunfo pírrico sería al menos un triunfo que confirmaría una debilidad, un desgaste.

Distinto es si se hace un enfoque desde afuera. Allí es difícil ver algo distinto que una CFK cada vez más encerrada en un círculo de obsecuentes que se benefician con su figura y que contrastan con la adoración genuina que una parte de la población posee todavía por la expresidente. Es un movimiento extraño el del kirchnerismo: cada vez que intenta ampliarse, se infla como un globo y explota para volver a un reducto que es cada vez más pequeño. No se sabe si el problema es la capacidad del globo o el hecho de que, desde adentro, muchos kirchneristas lo pinchen con sus agujas. Ampliación, retracción, ampliación, retracción.

Un ejemplo de esto podría ser el hecho de que, contrariamente a cierto imaginario, el kirchnerismo es una máquina de perder elecciones, salvo cuando juega CFK. Gana 2007, 2011 y 2019 con ella en la fórmula, pero pierde 2009, 2013, 2015, 2017, 2021 y 2023. De las últimas seis ganó una y a nivel nacional y provincial, además, pierde, en algunos casos, elecciones imposibles de perder frente a candidatos que hoy nadie recuerda. Todo se puede revertir pero allí hay un problema. No verlo es una miopía. Y por favor, no me digan que el problema es que la sociedad argentina se derechizó o que los empresarios argentinos son malos, a diferencia de los empresarios del resto del mundo que son buenos.

La actitud sectaria del kirchnerismo, en todos estos años, ha dejado afuera a un sinfín de dirigentes, muchos de ellos deleznables y otros valiosos cuyas diferencias eran menos ideológicas que de formas. Ni siquiera hacía falta realizar investigaciones profundas. Ya apenas comenzado el segundo mandato de CFK, un diálogo con segundas y terceras líneas de dirigentes y militantes peronistas por fuera de AMBA advertía su incomodidad ante el hecho de que el kirchnerismo, casi siempre a través de la Cámpora, “bajaba” a los territorios con dinero de Nación, domiciliaba algún dirigente en la provincia y/o el municipio correspondiente, y al tiempo, cumplidos los requisitos formales, desplazaba a los compañeros de base que estaban trabajando allí durante años. Este atropello de la vanguardia esclarecida porteñocéntrica generó la bronca de todo aquel que no fuera Cámpora y se mantuvo contenida en la medida en que CFK ganara… pero al primer gesto de debilidad se lo iban a facturar. Y tienen razón en hacerlo porque no puede ser que a todo el resto le toque defender la extorsión culposa de abrazar primero la patria y el movimiento, mientras que los hombres (sus nombres en las listas y su titularidad en las grandes cajas) los ponga La Cámpora.

Asimismo, seamos justos, de los dirigentes que fueron quedando en el camino, solo algunos pudieron construir algo más allá de que, en general, funcionaban como imán de todos aquellos peronistas enojados con CFK. Aun con gente valiosa, muchas veces esos espacios se parecían a un tren fantasma. Eso hay que reconocerlo. Y este parece el gran desafío de Quintela: cómo crear un espacio dentro del peronismo que no sea un simple rejunte de los enojados particulares que, por buenas o malas razones, se quedaron afuera de la endogámica birome K.

Pero ahora aparece una novedad: el conflicto entre CFK y Kicillof. Es distinto porque Kicillof no es Scioli, ni Randazzo, ni Alberto, ni Massa, etc. Es decir, no es alguien que plantea un tipo de autonomía desde diferencias ideológicas o procedencias diversas. Kicillof es “hijo” del kirchnerismo y no hay manera de llamarlo “traidor”, “magnettista” o cosas por el estilo. Por eso es tan desafiante la escena. Las otras rupturas se podían justificar desde lo ideológico, como parte de un proceso de purificación hasta alcanzar una identidad K. Pero Kicillof es K. Quitarlo no depura nada. De aquí que exponga groseramente que la disputa es personal, es por ego, por cajas, por nombres. Y en eso, seamos sinceros, no parece haber sido el gobernador el gran agitador. En este sentido suenan exageradas las referencias bíblicas de CFK hablando de Judas, Poncio Pilatos, etc.

Digámoslo claro: es muy probable que el kirchnerismo no pueda crear un candidato competitivo de su riñón, tal como le viene sucediendo desde 2015 porque CFK lo bloquea y porque ninguno de los que la sigue le da la altura para serlo. Entonces debe recurrir a un tercero que, en este caso, sería Kicillof que es propio, pero generó márgenes de autonomía y decisión. ¿Cuál es el plan, entonces? El mismo que con Alberto: vos al frente. Nosotros al control moral, político e ideológico, y a las cajas. Alberto lo aceptó porque era un dirigente sin ningún tipo de aspiración al que le llegó un regalo del cielo que con su incapacidad y soberbia supo desaprovechar. Pero Kicillof puede pararse desde otro lugar tras haber ganado solito dos elecciones en la Provincia de Buenos Aires. ¿Por qué debería aceptar que la birome se la maneje La Cámpora o CFK, expertos en elegir candidatos que han dado más de un dolor de cabeza?       

La disputa es tan obscena que, contra el propio Kicillof, habría que decir que esa declaración casi infantil de “las canciones nuevas” no se ha verificado en ninguna acción concreta. ¿Cómo son esas canciones? ¿Es solo tener la birome y elegir a los propios? Eso sería una misma canción con un cambio en los ejecutantes. ¿Cuál es la canción nueva, entonces? ¿Cuál es la crítica al kirchnerismo que un kirchnerista como Kicillof quiere hacer y no hace?

La pregunta es importante porque a la gente le importa tres carajos quién maneja la birome y el kirchnerismo perdió elecciones porque, de alguna manera, la gente entendió que hubo errores y que algunas de esas políticas tenían que cambiar. No fueron solo “los medios”. No nos engañemos. A tal punto habrán calado hondo esos errores que tras casi un año del ajuste más grande de la historia, hay una mitad de la población que apoya a Milei. Y como diría Iorio, “Milei (también) existe por ustedes”. 

En el kirchnerismo, y esto incluye a Kicillof, nadie plantea un programa antiinflacionario, solo se critica al vigente, el cual, nobleza obliga y más allá de los costos, está siendo exitoso; se defiende infantilmente el déficit fiscal solo para enfrentarse al dogmatismo liberal; nadie se hace cargo del desastre con los subsidios a la energía y los transportes que algún gobierno iba a tener que pagar; tampoco hay una revisión de un crecimiento del Estado que no siempre estuvo vinculado a la necesidad y menos aún a la búsqueda de la eficiencia. Además, con políticas sobreideologizadas en favor de presuntas minorías que quebraron al electorado y lograron el repudio de sectores que tradicionalmente los votaron; las mismas políticas sobreideologizadas que continúan marcando una total falta de respuesta a la problemática de la inseguridad. Nadie habla de eso. Solo se dice que en frente está el fascismo.  

La lista podría continuar hasta el infinito incluyendo la necesidad de revisar la ley laboral, la ausencia de autocrítica frente a una ley de alquileres que destrozó el mercado y ha llevado a la desregulación total como única salida, la problemática docente cuyo deterioro se da a todo nivel y que se venía dando aún con recursos más generosos.    

Si después del armado de las listas, con los mismos de siempre, queda algo de tinta en la birome, esta podría utilizarse para establecer nuevas ideas que den respuesta a los problemas de los Argentinos sin los versos ni los dogmatismos a los que estamos acostumbrados. Porque los problemas siguen estando. Si no los responde la actual oposición de manera original, los seguirá respondiendo el oficialismo.  

jueves, 24 de octubre de 2024

Zizek: hacer la revolución y también la guerra (publicado el 19.10.24 en www.theobjective.com)

 

Diciembre 2022. En un accidente doméstico, Vladimir Putin rueda por las escaleras. Afortunadamente no sufre lesiones graves sino solo un detalle bastante escatológico: no puede controlar sus esfínteres y se hace encima. Se trata, por cierto, del mismo desenlace que habría sufrido Joe Biden un año antes en su visita al Papa Francisco. Estas dos anécdotas, presuntamente apócrifas, son utilizadas por Slavoj Zizek, el rockstar de la filosofía, como metáfora del actual escenario mundial. Así estamos hoy, afirma: “entre las dos mierdas de la nueva derecha fundamentalista y de la izquierda woke del establishment liberal”.     

Diagnósticos como este son parte de su nuevo libro, Demasiado tarde para despertar. ¿Qué nos espera cuando no hay futuro?, un texto donde el esloveno apunta a la coyuntura y retoma la clásica pregunta leninista del qué hacer.

Como todos sabemos, en Zizek hay un combo entre marxismo y psicoanálisis lacaniano, elementos que, por supuesto, están presentes en el libro, pero combinados con otras perspectivas, entre pragmáticas y arbitrarias, que aparecen en aquellos pasajes donde el autor ofrece cursos de acción exentos de cualquier ambigüedad.

A propósito, si tomamos, por ejemplo, el caso de la conclusión del trabajo, allí encontraremos el siguiente fragmento:

“Para hacer frente a nuestras crisis crecientes, desde las amenazas al medioambiente hasta las guerras, necesitaremos elementos de lo que, en este libro, llamo provocativamente ‘comunismo de guerra’: movilizaciones que tendrán que violar no solo las reglas habituales del mercado, sino también las reglas establecidas de la democracia (aplicar medidas y limitar las libertades sin la aprobación democrática)”.

En este punto, uno no sabe si es más peligroso el remedio que la enfermedad.

Menos atemorizantes y más ricos conceptualmente son los pasajes donde Zizek realiza elaboraciones alrededor de la invasión rusa a Ucrania, probablemente, el gran eje del libro.

Allí indica que, paradójicamente, el conflicto en Ucrania es más peligroso que el escenario de la Guerra Fría porque tanto Rusia como Estados Unidos son más débiles, de lo cual se sigue que habría más incentivos para que alguno de ellos rompa el equilibrio. Asimismo, este intento desesperado de reconstruir el imperio soviético por parte de Putin sería, según Zizek, la estocada final para la eliminación definitiva de la tradición leninista de Rusia. La razón es que, a diferencia de la centralización que más tarde llevó adelante Stalin, Lenin abogaba por un proceso de autodeterminación, soberanía nacional y, eventualmente, separación de las pequeñas naciones que formaron la URSS. De aquí que el florecimiento de la identidad ucraniana se diese en la primera década posrevolución de octubre y de aquí también la respuesta brutal y genocida de Stalin contra Ucrania en las décadas posteriores.       

En esta misma línea, Putin estableció un nuevo mito fundacional: el triunfo en la segunda guerra mundial contra los nazis. El 45 por sobre el 17. Stalin por sobre Lenin y un Stalin que no es reivindicado en tanto comunista sino en tanto comandante supremo. Este giro ha calado profundo en la idiosincrasia rusa, a tal punto que, en una encuesta nacional realizada algunos años atrás, Stalin, que era georgiano, por cierto, fue votado como el tercer ruso más grande de la historia. Lenin, mientras tanto, permanece en el olvido.

Según Zizek, este nuevo mito fundacional es el que explica también que el principal argumento ruso a favor de la invasión a Ucrania sea el de combatir “el nazismo ucraniano”. Y es más: dado que el autor entiende que, en esta guerra, Rusia no está luchando contra Ucrania sino contra la OTAN, esto es, contra toda la cultura del Occidente democrático liberal, no es casual que varios ideólogos rusos tracen una continuidad y presenten al nazismo como el vástago del liberalismo.

En este sentido, Zizek cita a quien aparece como el filósofo de cabecera de Putin, Aleksandr Dugin, en un pasaje que habla por sí solo. Dice Dugin:

“Estamos librando una operación militar escatológica, una operación especial entre la Luz y las Tinieblas en el fin de los tiempos. La Verdad y Dios están de nuestro lado. Combatimos el mal absoluto encarnado en la civilización occidental, su hegemonía liberal-totalitaria, en el nazismo ucraniano”.

Una vez más la escatología, pero en su otra acepción. Si en el primer párrafo nos dio risa, aquí debería darnos miedo.

Ante este escenario, como les indicaba al principio, Zizek avanza en su propuesta de “comunismo de guerra”, una mezcla entre cosmopolitismo, ansiedad climática y marxismo clásico cuya combinación es todo un interrogante, para decirlo de manera benevolente.  

En otras palabras, en principio parecería que la amenaza putinista contra los valores occidentales que representa Europa deben ser repelidos sin ningún tipo de contemplación. De aquí que, por un lado, Zizek afirme que habría que tomarse en serio la idea de que Ucrania reciba armas nucleares y que, por otro lado, acuse de “despreciables” a figuras de la izquierda como Chomsky y Varoufakis por su actitud pacifista.

Al mismo tiempo, un elemento que aparece obsesivamente a lo largo del libro es la cuestión climática. Para Zizek no hay dudas: vamos hacia la catástrofe climática, catástrofe que parece mucho más inevitable y decisiva que una eventual tercera guerra mundial. Frente a eso, una vez más, pareciera que cualquier cosa estaría permitida, incluso pasar por encima de la “fetichizada” democracia multipartidista. De hecho, Zizek se suma a las propuestas de los partidos verdes de tomar la crisis del gas en Europa como una oportunidad para un cambio radical anticapitalista y ecológicamente sostenible.

Por último, el autor de El sublime objeto de la ideología, intenta desmarcarse de “las dos mierdas”: ni populismo de derecha ni wokismo. Tampoco acepta tomar partido por el falso dilema “China o Elon Musk”. En una nueva versión del “proletarios del mundo uníos”, Zizek indica que la respuesta debe ser universal y reunir a todos los oprimidos del planeta dado que no se trata de un enfrentamiento entre civilizaciones sino de un choque al interior de cada sociedad entre los poderosos y los sojuzgados.

Más globalización, aunque desde el punto de vista de los desaventajados, para dar una respuesta universal a la guerra y, sobre todo, a la catástrofe climática. Y si las instituciones globales no estuvieran a la altura de la crisis, decisionismo y al carajo, sea contra un Estado fallido como Rusia, sea contra el modo de vida capitalista que conspira contra la sustentabilidad del planeta. He aquí un resumen.           

Para concluir, entonces, Zizek cita dos veces la frase de Lenin “o la revolución impedirá la guerra o la guerra desencadenará la revolución”. Ante este dilema, para Zizek, sin dudas, se debe optar por una revolución. Lo que no queda claro es revolución hacia dónde, a qué costo y cómo esta revolución podrá evitar una nueva guerra.      

 

domingo, 20 de octubre de 2024

La política del bloqueo permanente (editorial del 19.10.24 en No estoy solo)

 

El largo proceso de fragmentación del sistema político argentino pos 2001 se ha profundizado con la sorprendente irrupción de Milei y este novedoso escenario de tres tercios.

Es imposible saber si este fenómeno ha llegado para quedarse, si el mileismo acabará fagocitando al PRO y a parte del radicalismo o si, por el contrario, una crisis en el gobierno deriva en el resurgimiento de una derecha presuntamente republicana y de buenos modos que se llamará Juntos por el Cambio o algo parecido. Tampoco sabemos si el peronismo logrará unirse detrás de una figura de cara al 2027. Lo único que parece cierto es que, al menos hoy, dado que las grandes figuras de cada uno de los tres espacios son incapaces de generar mayorías, su rol se reduce a protagonizar bloqueos y/o condicionamientos. La consecuencia es, naturalmente, una mayor crisis de representación, la obturación de cualquier dirigente o línea novedosa dentro de los espacios y una particular forma de llevar adelante un gobierno. Analicemos cada caso en particular.

Macri. Con encuestas que en 2023 mostraban que su triunfo sería imposible en un balotaje, lejos de impulsar al candidato natural, Horacio Rodríguez Larreta, jugó al misterio hasta que, presuntamente, dejó hacer e impulsó una interna fratricida que le hizo perder al espacio una elección que estaba ganada. Lo hizo suponiendo que Rodríguez Larreta barrería con él y, a cambio, apoyó a una candidata con pocas luces, pero mismo ímpetu para llevárselo puesto. Era eso o hacerse a un costado. Eligió eso. Hoy apuesta a ser el interlocutor de la gobernabilidad hasta que las encuestas exhiban la profundización del descontento con la actual administración. Su bloqueo ya ha corrido al ala bullrichista hacia la LLA y ha roto puentes con sectores del radicalismo. Si el mileismo no le quita muchos votos al PRO en 2025, será, como mínimo, el condicionante. Si el ingeniero confirma que con él solo no alcanza, intentará que sin él no se pueda.

Cristina. En estas horas se estaría resolviendo su llegada al PJ Nacional. Aparentemente con lista de unidad. En esta semana continuaron las presiones sobre Kicillof desde diferentes sectores de La Cámpora y hay distintas versiones sobre la existencia o no de una reunión que habría tenido con la expresidente. Sin embargo, en su discurso, el gobernador afirmó que los días más felices fueron con CFK. Si hay canciones nuevas, al menos el disco todavía no salió y en los recitales suenan muchos covers.

Ahora bien, si ya en 2019 con CFK sola no alcanzaba, es de suponer que después de una experiencia como la de Alberto Fernández, sus números, al menos, no hayan mejorado. Podrá darle bien en el conurbano, su gran bastión, pero ya en 2017, esa concentración de votos no le alcanzó para ganarle a Esteban Bullrich en la provincia.

Los pasillos indican, además, que no está en ella la intención de candidatearse ni para 2025 ni para 2027. Y agreguemos a esto que, se descuenta, Casación confirmaría su inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Seguramente la última palabra la tendrá la Corte y eso le podría dar tiempo para presentarse el año que viene, pero difícilmente los jueces del máximo tribunal se mantengan en silencio hasta 2027. De modo que la jugada pareciera ser la de bloquear y/o crear un condicionamiento hacia el interior del peronismo tras el fracaso de imponer a la figura de su hijo. Control ideológico y control político. Yo sola no puedo, pero ustedes van a tener que pasar por acá si quieren hacer algo. Eso incluye al gobernador que, sin duda, no hubiera hecho carrera política sin el padrinazgo de CFK, pero que, también, ha tenido mérito propio en sus dos triunfos en la provincia. Porque, digámoslo: jóvenes apañados por CFK hubo muchos. Pero muy pocos consiguieron votos y solo Kicillof ganó la provincia, incluso en 2023 siendo parte del espacio que encumbró y fracasó junto a Alberto Fernández. Entonces, es una hipótesis, claro, pero podemos suponer que CFK sale a jugar porque La Cámpora sigue sin hacer pie y porque sin ella en el medio, el peronismo adoptaría otras formas, probablemente con una mezcla entre nuevos dirigentes y muchos de aquellos que tienen varias facturas para pasarle al hijo de la expresidente.   

Mover la dama, como viene sucediendo desde 2017, entonces, es más una señal de debilidad que una confirmación de permanencia. El trasvasamiento generacional no llega porque los trasvasados no parecen estar a la altura. Y sin CFK no hay Cámpora, máxime si el plan de la agrupación de Máximo es continuar con la misma lógica de imposición de candidatos y control de cajas.              

Milei. A diferencia de Macri y CFK, Milei no tiene “interna” ni candidatos que pretendan hacerle sombra. La LLA es él y además es el presidente. Sin embargo, el problema lo tiene hacia afuera: terminado el sueño populista afiebrado de gobernar con referéndums, Milei hace los números y se da cuenta que, al menos hasta el 2025, está a tiro de un juicio político y a tiro de que el Congreso le imponga leyes. De aquí que, paradójicamente, a pesar de ser gobierno, su objetivo esté en bloquear a la oposición. Por eso, para Milei, hoy gobernar es bloquear. Para ello necesita garantizarse el tercio del Congreso, número mágico para impedir que “le volteen los vetos”. En las próximas legislativas, su performance le permitirá ganar bancas, pero él no necesita de mayorías para gobernar. Con Ley Bases, decretos, vetos y el tercio para bloquear la insistencia de la oposición alcanza. Es muy probable que, desde diciembre de 2025, incluso sin tener que recurrir a aliados y sin tener que negociar con Macri, esté muy cerca de lograrlo.

Naturalmente este escenario puede cambiar pues, tal como decíamos al principio, un fracaso de Milei podría erigir a Macri como alternativa de derecha, pero posicionaría al peronismo como fuerza favorita, dependiendo también de quién sea el candidato. Asimismo, un gobierno exitoso de Milei obligaría, probablemente, tanto a Macri como a CFK a cambiar la estrategia y a buscar consensos más amplios para poder enfrentarlo o, en el caso del PRO, para cogobernar.

Mientras tanto, el incentivo a retraerse en la minoría intensa y a garantizar esa representación necesaria para bloquear al rival (interno o externo) es todo lo que se puede ver en el horizonte.     

 

 

martes, 15 de octubre de 2024

Hay que matar al Joker (una mirada política) [publicada el 8.10.24 en www.disidentia.com]

 

Llegó Joker: Folie à Deux, la segunda entrega de la saga tras una primera que, allá por 2019, fue aclamada por la crítica. Con expectativas tan altas, era difícil que esta segunda parte pudiera colmarlas y, efectivamente, los malos vaticinios se cumplieron.

En todo caso, cabría decir que el problema del Joker 2 es que todos la comparamos con la 1. Si la primera no hubiera existido, seguramente estaríamos hablando de sus muchas virtudes y no solamente de los defectos. Con todo, este no es un espacio para hablar de cine sino de política y, en este sentido, Folie à Deux viene despertando diversas interpretaciones, gran mayoría de las cuales, podrían, como mínimo, necesitar alguna complementación. 

Pero antes de entrar en ello, de la película en sí podemos decir que la actuación de Phoenix vuelve a ser descollante y que Lady Gaga no está mal, a pesar de que, desde el guion, su personaje parece tener menos desarrollo. Asimismo, su director, Todd Phillips, vuelve a lograr atmósferas increíbles, una fotografía excepcional con decenas de imágenes que conformarían posters que todos quisiéramos colgados en la pared de casa y, sobre todo, sale airoso de la osada apuesta por transformar esta segunda parte en un musical, algo que no le sienta mal a la lógica bufonesca del personaje.

En contra podría decirse que ese recurso del musical, por momentos, parece forzado y algo repetitivo, al igual que la trama girando todo el tiempo alrededor del juicio que se le lleva adelante a Arthur Fleck (el Joker) por haber asesinado a cinco personas, tal como se vio en la primera entrega.

Dicho esto, consideramos que una clave interpretativa viene dada ya desde el título: Folie à Deux. Podemos traducirlo simplemente como “locura de dos” o hacer referencia a una lectura más técnica que habla de un “trastorno psíquico compartido”, fenómeno muy poco frecuente por el cual la psicosis de una persona induce la psicosis de otra. Si, como les indicaba antes, este no es un espacio de crítica de cine, tampoco es un consultorio de psiquiatría, con lo cual, alcanza con esta definición algo básica para descifrar el mensaje que nos quiere dejar la película.       

De modo que, desde el vamos, se nos dice que hay locura y que esa locura se comparte. Si tomamos en cuenta la decisión de incluir al personaje de Lady Gaga, Lee, aquella que más insiste a lo largo de la película en la idea de que el atormentado Arthur es el Guasón, la lectura es clara: él está loco y ella comparte esa locura. Folie à Deux.

Dicho esto, hay que indicar que, políticamente hablando, en un sentido, la película tiene menos de política que la primera y, lo que es más frustrante aún, es que aquellos elementos que habían hecho de la primera entrega una película de culto, son traídos en esta segunda con el fin de aclaraciones varias. Sinceramente, hubiera sido preferible no hacerlo.  

Dicho de otra manera, si en la primera, en el mejor de los casos, había una inquietante ambigüedad que estimuló lecturas políticas varias, entre ellas, las de una película que hacía una apología de las olas reaccionarias, el anarquismo y/o el nihilismo de una sociedad completamente rota en la que un eventual demente acaba siendo el emblema de una explosión de violencia por la violencia misma, en esta segunda el director parece estar demasiado preocupado en echar por tierra los “malos entendidos”. Es curioso, pero es como si el director estuviera enojado con la audiencia que hizo de la primera entrega un éxito. De aquí que rompiera todo lo esperado haciendo de la segunda un musical donde el Joker acaba “compartiendo cartel” con una coprotagonista, y que, en términos de lecturas políticas, se intente acabar con el conjunto de interpretaciones que habían llevado al primer Joker a un lugar incómodo para los tiempos de corrección política.     

Para decirlo con nombres propios, nunca lo sabremos, pero hasta da la sensación de que la riqueza de sentidos que otorgaba la primera entrega, por ejemplo, para entender sin condenar necesariamente, a fenómenos como el de Trump o Milei, fue demasiado lejos para el director. De aquí que hubiera que “matar” al Joker o, al menos, a “ese” Joker, el Joker “de derechas”, el Joker que glorificaba la violencia de individuos rotos por el sistema, individuos que, en su mayoría, eran varones, a contramano de lo que indica el canon del pensamiento hegemónico progresista.      

¿Cómo se lo “mata” al Joker? Cuando, y disculpen por adelantar aspectos de la trama, él acaba reconociendo que no es el Joker, sino simplemente Arthur Fleck, o sea, cuando afirma que al haber matado a cinco personas, e incluso a una sexta, no estaba “poseído” por una “segunda personalidad”. Es en este momento, casi al final de la película, donde aparece lo más rico políticamente y lo que, considero, es el mensaje hacia el que apunta el director. Porque la trama deja ver la decepción que eso genera en varios pasajes de la película, a saber: en la reacción de Lee, su enamorada, ante la “confesión” de Fleck; en la propia sala de audiencia del juicio cuando muchos de sus seguidores se retiran indignados y, para finalizar, en la última escena de la película, aquella en la que sucede algo muy relevante para la trama que no vamos a revelar pero que también puede interpretarse como la reacción de un fanático ante una decepción profunda.

Y en este punto, podemos, como hipótesis, aventurar lo siguiente: si efectivamente el director entendió que las interpretaciones de la primera entrega fueron hacia un lugar que él nunca se propuso, alimentando o, al menos, ofreciendo alguna explicación y/o justificación a los ascensos de las derechas populistas en distintas partes del mundo, ahora hacía falta apuntar hacia el público por ello. En otras palabras, si Joker 1 se posó en el personaje de Joaquin Phoenix, Folie à Deux hará énfasis en la otra parte, que no es el personaje de Lady Gaga, sino el público y/o, eventualmente, aquellos que siguen a “los Jokers” de carne y hueso que gobiernan, gobernaron o pretenden gobernar. El guion es claro en este sentido cuando, por ejemplo, el personaje de Lee le dice al Joker que es un entretenimiento que cumple una función o cuando, por razones que no hace falta revelar, el Joker sale corriendo del auto en el que unos fanáticos con la careta de payaso lo llevaban para “hacer la revolución”. Si en la primera hubo ambigüedad, aquí no: el Joker es un pobre tipo que es usado por una turba violenta o, en todo caso, un hombre con problemas mentales que en sus actos de violencia acabó canalizando todo ese odio larvado que existe en nuestras sociedades. Pero aquí no aparece un odio a las elites, o a los poderosos, ni la violencia de una sociedad injusta como se veía en la primera. Solo un trastornado y una masa de chiflados que lo sigue como si fuera el líder que no es.

La locura de dos es, entonces, la locura del loco que es funcional a la locura de la turba deseosa del espectáculo de la violencia. Se trata de un giro que echa por tierra la valiente apuesta de la primera entrega para en ese mismo giro ofrecer un mensaje más previsible y, por ello mismo, claro está, bastante menos interesante.     

       

     

sábado, 5 de octubre de 2024

Olor a sangre (editorial de No estoy solo del 5.10.24)

 

Desde que Milei irrumpió en la escena política, uno de los deportes favoritos de los analistas, tanto de Argentina como del mundo, fue tratar de categorizarlo. Partiendo de su autopercibido anarcocapitalismo hasta llegar al mote de “fascista”, todo tipo de etiquetas han sido utilizadas para definir un fenómeno con características particulares pero que, a su vez, tiene vasos comunicantes con apariciones que se han dado en distintos países. Desde este humilde espacio, como para no esquivar el convite, definimos en su momento a Milei como un libertario en lo económico, un conservador en lo moral y un populista desde el punto de vista político. Con todo, aceptamos que pueda ser materia de discusión.

Si tratar de caracterizar a Milei era ya de por sí una tarea compleja, más difícil aún es determinar las características de su armado político, sobre todo, separar la hojarasca estimulada por decisiones improvisadas y amateurs, propias de una fuerza recién llegada a la gestión y conformada por funcionarios con poca o nula experiencia en el Estado, de aquellas más estructurales que comienzan a reflejar cierta identidad.

Por lo pronto, de la amenaza de gobernar a decreto limpio y/o consultas populares, el gobierno parece estar girando hacia formas más tradicionales propios de la rosca política. Como si hubiese una aceptación de que lo que sirvió para ganar no alcanza para gobernar. De aquí que, se dice, en los pasillos, la perspectiva de una LLA como partido nacional, busque crear estructuras y presencia territorial que ayude a mitigar la presencia de librepensadores, oportunistas o, por qué no decirlo, inversores, que hacen las veces de legisladores.   Es como si Milei hubiera tomado nota de que aún en esquemas con presidencialismos fuertes, la división de poderes todavía supone un contrapeso; y sobre todo el gobierno parece haber entendido que estando a tiro del juicio político, estará siempre en las manos del PRO. Y tiene razón, por cierto.        

Con todo, digamos que aun con sus torpezas a cuestas, el gobierno ha logrado bastante más de lo esperado, pero está en una carrera contra reloj porque reconoce que este esquema solo puede sostenerse con un apoyo popular que, en las últimas semanas, empieza a dar señales de deterioro. ¿Podrá la baja de la inflación ser aquello que pueda “cobrar” en las urnas el mileismo en 2025 o, antes de la elección, los efectos de la recesión harán olvidar el desborde inflacionario heredado? No lo sabemos.  

El acto en Parque Lezama, con el flamante lanzamiento de Karina Milei para alguna candidatura en 2025 y una eventual fórmula Milei-Milei para 2027, es una señal de que el gobierno entiende que necesita fortalecerse.

Asimismo, desde la disposición del escenario, más peronista que PRO, hasta el tipo y los modos de la movilización, LLA parece dejar en claro que no renunciará a ocupar el espacio callejero incluso cuando la convocatoria goce de todo aquello que el gobierno y la derecha en general suelen criticar cada vez que se moviliza el peronismo y la izquierda. De hecho, más allá de la retórica de las últimas semanas con zonceras como el virus K-Ka y algunos cruces en redes sociales, Milei y el tipo de construcción política de la LLA tiene mucho más de peronismo que lo que propios y extraños aceptarían. Sí, efectivamente, hay menos gorilismo en Milei que en buena parte del radicalismo y el periodismo que apoya al oficialismo, por solo citar dos ejemplos.

Hablando de peronismo, parece haber comenzado un operativo clamor para que CFK sea la presidente del PJ y/o candidata a algo en 2025. No sabemos si ella efectivamente lo desea o da señales ambiguas como prenda de negociación para fortalecer a su espacio, aquel que no tiene mucho más que a ella. Mientras tanto, la disputa a cielo abierto con Kicillof se traduce en canciones y chicanas. Es bastante curioso el caso. ¿Tanto lío por aquella frase de “hay que componer nuevas canciones”? Se trata de una frase a la cual podría suscribir la propia CFK. De hecho, leyendo los últimos documentos que divulgó podría inferirse esa misma necesidad. Asimismo, ¿cuál es la diferencia entre Máximo y Kicillof, ideológicamente hablando? ¿Difieren en alguno de los grandes temas? Quizás sean simplemente diferencias artísticas… discusiones contra gente cansada de repetir estribillos, vaya uno a saber…

Lo cierto es que la imposibilidad de responder a estas preguntas lleva a entender la postura de La Cámpora como un asunto de egos y liderazgos, una disputa de biromes, digamos, a pesar de que su birome ha determinado tantos candidatos que ya debería estar sin tinta.

Dicho esto, caben otras preguntas: ¿acaso llegará esta disputa al boicot de un eventual Kicillof 2027 del mismo modo que se hizo con Scioli en 2015 porque “no pertenecía al espacio”? ¿Volverá a sacrificarse la provincia de Buenos Aires para poner al candidato presuntamente propio como sucedió en 2015 cuando se eligió apoyar a Aníbal Fernández en lugar de Julián Domínguez? Imposible saberlo a tanta distancia, aunque la comodidad que ha sentido hasta ahora el kirchnerismo duro en su rol de minoría intensa, podría ser una señal.      

El incipiente deterioro en los índices de popularidad del gobierno, parece acelerar los tiempos de la política electoral. Tal como se vio en la marcha universitaria, la dirigencia opositora, desde la extrema izquierda hasta exPRO no macristas, buscan subirse a una ola con aceptación transversal y no partidaria. No mucho más, al menos por ahora.  

Como ha sucedido en los últimos años, en un país como la Argentina, ser opositor es equivalente a ese tenista que se posiciona en el fondo de la cancha devolviendo todas las pelotas aguardando el error del rival. El buen político ya no es el que propone sino el que espera; la acción política depende de la encuesta semanal y del tema del día en Twitter.

Los une el olor a sangre de todo oficialismo herido; los ordena la primera puerta que se abre.    

 

viernes, 4 de octubre de 2024

"Código roto": la zona oscura de Facebook (publicada el 3.10.24 en www.theobjective.com)

 

Más de veinticinco mil páginas de documentación interna proporcionadas por una exempleada arrepentida, sumado a más de sesenta entrevistas que incluyen a los más altos ejecutivos, constituyen la robusta base documental del libro que narra con exquisito detalle el escándalo conocido como “Papeles de Facebook”.   

Código roto es el nombre de la obra y el autor es Jeff Horwitz, el mismo periodista que publicara la investigación allá por octubre de 2021 en el The Wall Street Journal con unas derivaciones inquietantes. Es que no solo se repasa el modo en que los usuarios de Facebook se encuentran a merced de una real experimentación de ingeniería social que es planificada y, a la vez, peligrosamente improvisada; sino que también se expone el modo en que, una y otra vez, Facebook fue, como mínimo, negligente, al momento de enfrentar las consecuencias de su dinámica expansiva.  

El origen de la investigación de Horwitz probablemente haya sido una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿cómo determinan los algoritmos qué mensajes priorizar o qué nuevos perfiles de usuarios agregar? Aleatorio no es. Entonces, ¿quién lo decide y con qué fines? Por último, ¿tienen razón aquellos que acusan a Facebook de fomentar la polarización de nuestras sociedades? En otras palabras, ¿es Facebook un simple canal neutral de comunicación entre personas donde se expone lo mejor y lo peor de la naturaleza humana o hay algo inherente al diseño y al plan de negocios de la compañía que estimula determinadas pasiones?

Con la intención de responder a esos interrogantes digamos, por lo pronto, que la filtración arrojó, entre otras cosas, que a través de la plataforma se facilitó el tráfico de mujeres con fines laborales y/o sexuales en el Golfo Pérsico; se promovió la limpieza étnica contra musulmanes tanto en Birmania como en la India y se desinformó acerca de la vacuna contra la covid-19, entre otras cosas.

Una vez más, este listado puede hablar simplemente de la naturaleza humana y del uso de una herramienta. Sin embargo, la conclusión del libro es clara: Facebook conocía perfectamente estos hechos y actuó con mayor o menor énfasis para dar cuenta de ello siempre y cuando esas acciones no afectaran la dinámica expansiva de la plataforma.

Como se ve, la investigación tiene muchas aristas, pero Horwitz hace especial hincapié en XCheck, un programa de Facebook a través del cual se le daba un trato preferencial a usuarios VIP de todo el mundo. Se trataba de una salida para un gran dilema: Mark Zuckerberg quiso ser siempre un paladín de la libertad de expresión, pero sucesos como los de la India o Birmania lo hicieron tomar conciencia de que, a veces, era necesario bloquear contenido. Efectivamente, las redes sociales podían generar una revolución liberal como la primavera árabe pero también ser el canal a través del cual se difundieran bulos para legitimar genocidios. Entonces era necesario actuar. Por ello se establecieron criterios razonables para impedir contenido que fomentara la violencia, el racismo, la trata de personas, la pornografía infantil, etc. Sin embargo, como no se disponía de recursos técnicos ni humanos para controlar todas las publicaciones y, al mismo tiempo, se generaría gran escándalo en caso de que se censuraran cuentas con muchos seguidores, se decidió que unas siete millones de personas en el mundo, políticos, influencers, famosos, etc., serían inmunes a la censura que le cabría a cualquier usuario que incumpliera las normas. “Facebook Casta” podría haber sido el nombre del nuevo programa.  

Pero esto es menor al lado del modo en que se descubrió que Facebook modificó el algoritmo de modo tal que acabó fomentando la proliferación de opciones radicales y violentas.  

Efectivamente, ahora se animaba a los usuarios a hacer clic sobre contenido de gente que no conocen, como así también se les sugería formar parte de grupos con presuntos intereses comunes. Ya en 2016 Facebook sabía que esto generaba interacciones y más usuarios pero era, a su vez, echar fuego hacia grupos fanáticos proclives a difundir noticias falsas. Sin embargo, en 2020, hicieron muy poco para impedir que Facebook sugiriera participar en algunos de los grupos de QAnon, aquellos que estuvieron implicados en la toma del Capitolio. Para tener una idea de lo que la plataforma permite, un solo usuario envió, a lo largo de seis meses, cuatrocientas mil invitaciones a participar en esos grupos. Aunque la violencia, el odio y la información falsa podrían haberse mitigado restringiendo las posibilidades de compartir contenido mediante enlaces, como sucede en Instagram, Facebook, al igual que Bartleby, prefirió no hacerlo.

En esta misma línea, los esfuerzos fueron escasos para revertir aquello que denunciara Eli Pariser en una ya mítica charla TED que resultó viral y luego devino libro. Lo que el autor advierte es que Facebook está sesgando la información que recibimos. Por ejemplo, si eres progresista, el algoritmo te muestra las noticias que coinciden con ese ideario y suprime las entradas de signo contrario.

Para reforzar este punto, Pariser hizo una prueba bastante simple, pero, en este caso, con Google. Le pidió a dos amigos que escriban “Egipto” en el motor de búsqueda. Frente a la opinión intuitiva que suponía que el resultado sería el mismo para los dos, el algoritmo había filtrado automáticamente las noticias que, presumía, podían interesarle más a cada uno. Así, a uno de ellos, activista, le ofreció información sobre las últimas protestas en aquel país, pero, al otro, mucho menos politizado, le ofreció paquetes turísticos para visitar las pirámides. La prueba estaba a la vista: los algoritmos, en su afán de generar interacciones, Me gustas y dopamina, nos conectan con audiencias redundantes que se retroalimentan. Nada bueno puede salir de allí. 

Al condicionamiento del negocio se le debe agregar, a su vez, la ya mencionada improvisación negligente. Para graficarlo con algunos números, antes de bloquear a los ciento cincuenta mil usuarios que desinformaban sobre la vacuna contra la covid-19, notaron que el 5% generaba la mitad de las publicaciones y que solamente mil cuatrocientos eran responsables de invitar a la mitad de los miembros de esos grupos. De haber actuado de otra manera se hubiera evitado que los usuarios de lengua inglesa recibieran unas setecientas setenta y cinco millones de veces al día comentarios escépticos respecto a la efectividad de la vacuna; algo similar sucedió respecto a la incidencia de los rusos, especialmente en el marco de las elecciones de 2016, a pesar de que estos últimos hicieron ciento veintiséis millones de publicaciones.

En esta misma línea, tragicómico es lo sucedido en Birmania: no pudieron hacer nada para frenar la espiral genocida porque no contrataron a nadie que hablara la lengua local, de modo que los mensajes de odio o los llamados a masacres no fueron detectados porque el algoritmo es bueno para vender cosas y generar cámaras de eco que confirman nuestros prejuicios, pero no es políglota. Por último, una empresa que para 2022 había llegado a un pico de más de ochenta mil empleados, solo tenía un equipo de seis personas en todo el mundo dedicado a controlar la compra y venta de personas a través de su plataforma con fines de explotación laboral y/o sexual, o, incluso, la venta de órganos.  

Para que se comprenda la magnitud del problema que Facebook no quiere/no puede controlar, tengamos en cuenta algunos números más: la desnudez prohibida solo abarca el 0,05% de las publicaciones visualizadas y los discursos de odio el 0,2. Sin embargo, si se incluyen casos fronterizos, el número sube a 10% y si se agregan ciberanzuelos, e información falsa y engañosa, el número escala a cerca del 20%, es decir, una de cada cinco publicaciones es mierda. Una verdadera cloaca.

Como les indicaba al principio, el libro de Horwitz tuvo como principal protagonista a una exempleada, Frances Haugen, que se ocupó durante meses de copiar todos los documentos posibles con el fin de denunciar lo que ocurría dentro de la empresa.

Curiosamente, en la última búsqueda de información que hizo antes de renunciar, escribió “No odio a Facebook. Me encanta Facebook. Quiero salvarlo”. Luego pulsó “Enter” y apagó el ordenador.