Llegó Joker: Folie à
Deux, la segunda entrega de la saga tras una primera que, allá por 2019, fue
aclamada por la crítica. Con expectativas tan altas, era difícil que esta
segunda parte pudiera colmarlas y, efectivamente, los malos vaticinios se
cumplieron.
En todo caso, cabría decir que el problema del Joker 2 es que todos la
comparamos con la 1. Si la primera no hubiera existido, seguramente estaríamos
hablando de sus muchas virtudes y no solamente de los defectos. Con todo, este
no es un espacio para hablar de cine sino de política y, en este sentido, Folie
à Deux viene despertando
diversas interpretaciones, gran mayoría de las cuales, podrían, como mínimo,
necesitar alguna complementación.
Pero antes de entrar en ello, de la película en sí podemos decir que la
actuación de Phoenix vuelve a ser descollante y que Lady Gaga no está mal, a
pesar de que, desde el guion, su personaje parece tener menos desarrollo.
Asimismo, su director, Todd Phillips, vuelve a lograr atmósferas increíbles,
una fotografía excepcional con decenas de imágenes que conformarían posters que
todos quisiéramos colgados en la pared de casa y, sobre todo, sale airoso de la
osada apuesta por transformar esta segunda parte en un musical, algo que no le
sienta mal a la lógica bufonesca del personaje.
En contra podría decirse que ese recurso del musical, por momentos, parece
forzado y algo repetitivo, al igual que la trama girando todo el tiempo
alrededor del juicio que se le lleva adelante a Arthur Fleck (el Joker) por
haber asesinado a cinco personas, tal como se vio en la primera entrega.
Dicho esto, consideramos que una clave interpretativa viene dada ya desde
el título: Folie à Deux.
Podemos traducirlo simplemente como “locura de dos” o hacer referencia a una
lectura más técnica que habla de un “trastorno psíquico compartido”, fenómeno
muy poco frecuente por el cual la psicosis de una persona induce la psicosis de
otra. Si, como les indicaba antes, este no es un espacio de crítica de cine,
tampoco es un consultorio de psiquiatría, con lo cual, alcanza con esta
definición algo básica para descifrar el mensaje que nos quiere dejar la
película.
De modo que, desde el vamos, se nos dice que hay locura y que esa locura se
comparte. Si tomamos en cuenta la decisión de incluir al personaje de Lady
Gaga, Lee, aquella que más insiste a lo largo de la película en la idea de que
el atormentado Arthur es el Guasón, la lectura es clara: él está loco y ella
comparte esa locura. Folie à
Deux.
Dicho esto, hay que indicar que, políticamente hablando, en un sentido, la
película tiene menos de política que la primera y, lo que es más frustrante aún,
es que aquellos elementos que habían hecho de la primera entrega una película
de culto, son traídos en esta segunda con el fin de aclaraciones varias.
Sinceramente, hubiera sido preferible no hacerlo.
Dicho de otra manera, si en la primera, en el mejor de los casos, había una
inquietante ambigüedad que estimuló lecturas políticas varias, entre ellas, las
de una película que hacía una apología de las olas reaccionarias, el anarquismo
y/o el nihilismo de una sociedad completamente rota en la que un eventual
demente acaba siendo el emblema de una explosión de violencia por la violencia
misma, en esta segunda el director parece estar demasiado preocupado en echar
por tierra los “malos entendidos”. Es curioso, pero es como si el director
estuviera enojado con la audiencia que hizo de la primera entrega un éxito. De
aquí que rompiera todo lo esperado haciendo de la segunda un musical donde el
Joker acaba “compartiendo cartel” con una coprotagonista, y que, en términos de
lecturas políticas, se intente acabar con el conjunto de interpretaciones que
habían llevado al primer Joker a un lugar incómodo para los tiempos de
corrección política.
Para decirlo con nombres propios, nunca lo sabremos, pero hasta da la
sensación de que la riqueza de sentidos que otorgaba la primera entrega, por
ejemplo, para entender sin condenar necesariamente, a fenómenos como el de
Trump o Milei, fue demasiado lejos para el director. De aquí que hubiera que
“matar” al Joker o, al menos, a “ese” Joker, el Joker “de derechas”, el Joker
que glorificaba la violencia de individuos rotos por el sistema, individuos
que, en su mayoría, eran varones, a contramano de lo que indica el canon del
pensamiento hegemónico progresista.
¿Cómo se lo “mata” al Joker? Cuando, y disculpen por adelantar aspectos de
la trama, él acaba reconociendo que no es el Joker, sino simplemente Arthur
Fleck, o sea, cuando afirma que al haber matado a cinco personas, e incluso a
una sexta, no estaba “poseído” por una “segunda personalidad”. Es en este
momento, casi al final de la película, donde aparece lo más rico políticamente
y lo que, considero, es el mensaje hacia el que apunta el director. Porque la
trama deja ver la decepción que eso genera en varios pasajes de la película, a
saber: en la reacción de Lee, su enamorada, ante la “confesión” de Fleck; en la
propia sala de audiencia del juicio cuando muchos de sus seguidores se retiran
indignados y, para finalizar, en la última escena de la película, aquella en la
que sucede algo muy relevante para la trama que no vamos a revelar pero que también
puede interpretarse como la reacción de un fanático ante una decepción
profunda.
Y en este punto, podemos, como hipótesis, aventurar lo siguiente: si
efectivamente el director entendió que las interpretaciones de la primera
entrega fueron hacia un lugar que él nunca se propuso, alimentando o, al menos,
ofreciendo alguna explicación y/o justificación a los ascensos de las derechas
populistas en distintas partes del mundo, ahora hacía falta apuntar hacia el
público por ello. En otras palabras, si Joker 1 se posó en el personaje de
Joaquin Phoenix, Folie à
Deux hará énfasis en la otra parte, que no es el personaje de Lady Gaga, sino
el público y/o, eventualmente, aquellos que siguen a “los Jokers” de carne y
hueso que gobiernan, gobernaron o pretenden gobernar. El guion es claro en este
sentido cuando, por ejemplo, el personaje de Lee le dice al Joker que es un
entretenimiento que cumple una función o cuando, por razones que no hace falta
revelar, el Joker sale corriendo del auto en el que unos fanáticos con la
careta de payaso lo llevaban para “hacer la revolución”. Si en la primera hubo
ambigüedad, aquí no: el Joker es un pobre tipo que es usado por una turba
violenta o, en todo caso, un hombre con problemas mentales que en sus actos de
violencia acabó canalizando todo ese odio larvado que existe en nuestras
sociedades. Pero aquí no aparece un odio a las elites, o a los poderosos, ni la
violencia de una sociedad injusta como se veía en la primera. Solo un
trastornado y una masa de chiflados que lo sigue como si fuera el líder que no
es.
La locura de dos es, entonces, la locura del loco que es funcional a la
locura de la turba deseosa del espectáculo de la violencia. Se trata de un giro
que echa por tierra la valiente apuesta de la primera entrega para en ese mismo
giro ofrecer un mensaje más previsible y, por ello mismo, claro está, bastante menos
interesante.
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