Desde que Milei irrumpió en la
escena política, uno de los deportes favoritos de los analistas, tanto de
Argentina como del mundo, fue tratar de categorizarlo. Partiendo de su
autopercibido anarcocapitalismo hasta llegar al mote de “fascista”, todo tipo
de etiquetas han sido utilizadas para definir un fenómeno con características
particulares pero que, a su vez, tiene vasos comunicantes con apariciones que
se han dado en distintos países. Desde este humilde espacio, como para no
esquivar el convite, definimos en su momento a Milei como un libertario en lo
económico, un conservador en lo moral y un populista desde el punto de vista
político. Con todo, aceptamos que pueda ser materia de discusión.
Si tratar de caracterizar a Milei
era ya de por sí una tarea compleja, más difícil aún es determinar las
características de su armado político, sobre todo, separar la hojarasca
estimulada por decisiones improvisadas y amateurs, propias de una fuerza recién
llegada a la gestión y conformada por funcionarios con poca o nula experiencia
en el Estado, de aquellas más estructurales que comienzan a reflejar cierta
identidad.
Por lo pronto, de la amenaza de
gobernar a decreto limpio y/o consultas populares, el gobierno parece estar girando
hacia formas más tradicionales propios de la rosca política. Como si hubiese
una aceptación de que lo que sirvió para ganar no alcanza para gobernar. De
aquí que, se dice, en los pasillos, la perspectiva de una LLA como partido
nacional, busque crear estructuras y presencia territorial que ayude a mitigar
la presencia de librepensadores, oportunistas o, por qué no decirlo,
inversores, que hacen las veces de legisladores. Es
como si Milei hubiera tomado nota de que aún en esquemas con presidencialismos
fuertes, la división de poderes todavía supone un contrapeso; y sobre todo el
gobierno parece haber entendido que estando a tiro del juicio político, estará
siempre en las manos del PRO. Y tiene razón, por cierto.
Con todo, digamos que aun con sus
torpezas a cuestas, el gobierno ha logrado bastante más de lo esperado, pero
está en una carrera contra reloj porque reconoce que este esquema solo puede
sostenerse con un apoyo popular que, en las últimas semanas, empieza a dar
señales de deterioro. ¿Podrá la baja de la inflación ser aquello que pueda
“cobrar” en las urnas el mileismo en 2025 o, antes de la elección, los efectos
de la recesión harán olvidar el desborde inflacionario heredado? No lo sabemos.
El acto en Parque Lezama, con el
flamante lanzamiento de Karina Milei para alguna candidatura en 2025 y una
eventual fórmula Milei-Milei para 2027, es una señal de que el gobierno
entiende que necesita fortalecerse.
Asimismo, desde la disposición
del escenario, más peronista que PRO, hasta el tipo y los modos de la
movilización, LLA parece dejar en claro que no renunciará a ocupar el espacio
callejero incluso cuando la convocatoria goce de todo aquello que el gobierno y
la derecha en general suelen criticar cada vez que se moviliza el peronismo y
la izquierda. De hecho, más allá de la retórica de las últimas semanas con
zonceras como el virus K-Ka y algunos cruces en redes sociales, Milei y el tipo
de construcción política de la LLA tiene mucho más de peronismo que lo que
propios y extraños aceptarían. Sí, efectivamente, hay menos gorilismo en Milei
que en buena parte del radicalismo y el periodismo que apoya al oficialismo,
por solo citar dos ejemplos.
Hablando de peronismo, parece
haber comenzado un operativo clamor para que CFK sea la presidente del PJ y/o
candidata a algo en 2025. No sabemos si ella efectivamente lo desea o da
señales ambiguas como prenda de negociación para fortalecer a su espacio, aquel
que no tiene mucho más que a ella. Mientras tanto, la disputa a cielo abierto
con Kicillof se traduce en canciones y chicanas. Es bastante curioso el caso.
¿Tanto lío por aquella frase de “hay que componer nuevas canciones”? Se trata
de una frase a la cual podría suscribir la propia CFK. De hecho, leyendo los
últimos documentos que divulgó podría inferirse esa misma necesidad. Asimismo,
¿cuál es la diferencia entre Máximo y Kicillof, ideológicamente hablando?
¿Difieren en alguno de los grandes temas? Quizás sean simplemente diferencias
artísticas… discusiones contra gente cansada de repetir estribillos, vaya uno a
saber…
Lo cierto es que la imposibilidad
de responder a estas preguntas lleva a entender la postura de La Cámpora como
un asunto de egos y liderazgos, una disputa de biromes, digamos, a pesar de que
su birome ha determinado tantos candidatos que ya debería estar sin tinta.
Dicho esto, caben otras
preguntas: ¿acaso llegará esta disputa al boicot de un eventual Kicillof 2027
del mismo modo que se hizo con Scioli en 2015 porque “no pertenecía al
espacio”? ¿Volverá a sacrificarse la provincia de Buenos Aires para poner al
candidato presuntamente propio como sucedió en 2015 cuando se eligió apoyar a
Aníbal Fernández en lugar de Julián Domínguez? Imposible saberlo a tanta
distancia, aunque la comodidad que ha sentido hasta ahora el kirchnerismo duro
en su rol de minoría intensa, podría ser una señal.
El incipiente deterioro en los
índices de popularidad del gobierno, parece acelerar los tiempos de la política
electoral. Tal como se vio en la marcha universitaria, la dirigencia opositora,
desde la extrema izquierda hasta exPRO no macristas, buscan subirse a una ola
con aceptación transversal y no partidaria. No mucho más, al menos por ahora.
Como ha sucedido en los últimos
años, en un país como la Argentina, ser opositor es equivalente a ese tenista
que se posiciona en el fondo de la cancha devolviendo todas las pelotas aguardando
el error del rival. El buen político ya no es el que propone sino el que
espera; la acción política depende de la encuesta semanal y del tema del día en
Twitter.
Los une el olor a sangre de todo
oficialismo herido; los ordena la primera puerta que se abre.
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