Como era previsible, el escándalo
en torno al expresidente continúa. Desde el punto de vista legal, la
denunciante apuntó a diversos tipos de “violencia”, más allá de la violencia
física que se evidenciaría en las fotos, y hasta señaló haber sido presionada
para realizarse un aborto que, en aquellos tiempos, era ilegal en Argentina. En
estas horas, el fiscal ha imputado a Fernández por lesiones graves y amenazas
coactivas, y luego serán los tiempos de la Justicia, que no son ni los de los
medios ni los de la gente, los que determinen o no la culpabilidad. No apto
para apresurados.
Lo que sí promete mayor
permanencia y, sobre todo, morbo, es aquello que rodea la vida íntima y que,
salvo alguna revelación, no sería denunciable penalmente. Esto incluye desde su
presunto affaire con la community manager
de la cuenta oficial del perro (sí, uno lo escribe, lo lee y sigue sin poder
creerlo), y encuentros sexuales con amantes famosas y no tanto. La propia Yañez
declaró que podía aportar videos sexuales del expresidente en la Casa Rosada
y/o en la Residencia de Olivos y, si bien la Justicia entendió que no hacían a
la causa, es de esperar que, como suele suceder, de repente, esos videos “se
filtren”.
Si la reputación y el buen honor del
expresidente ya estaban mancillados, agreguemos a esto el hecho, siempre según
la denunciante, de ser un asiduo consumidor de alcohol (aparentemente con el
dinero de los contribuyentes) y de marihuana (un homenaje al hippismo, quizás).
Por último, Yáñez culpa al expresidente de haberla presionado para que se
desprendiera de su perro Pomerania llamado “Calabaza” porque no sería un perro
acorde a una primera dama y porque no se llevaba bien con el perro de Alberto.
No debería sorprendernos, en breve, escuchar “Dylan, basura, vos sos la
dictadura” u observar en una próxima marcha una remera con la leyenda “Je Suis
Calabaza”.
Lo cierto es que, como dijimos la
semana pasada, si Alberto ya era un cadáver político siendo presidente, ahora
son interminables las filas de los que pretenden orinar sobre su tumba pero que
tuvieron la vejiga tímida mientras formaron parte de su gobierno.
A propósito, continúa la
operación despegue. Nadie lo conoce. Nadie estuvo allí. Gobernó solo y gobernó
mal porque su machirulismo le impidió escuchar a CFK, un mal del que estaría
impregnada toda la estructura del peronismo a pesar de que, desde hace casi dieciocho
años, la que toma las decisiones, para bien o para mal, es una mujer. Y ya
está. Todo resuelto. Nadie explica por qué, desde el 2007, de las nueve
elecciones, el peronismo perdió seis (ganando solo aquellas en la que CFK se
presentó para cargos ejecutivos). El problema es la ultraderecha, las redes y
el lenguaje de odio, dicen.
Lo que también resultó novedoso
esta semana fue la inversión de los posicionamientos alrededor de la denuncia
por violencia. Es que la derecha, aquella que siempre acusó el “yo te creo,
hermana” de ser un lema corporativo, divisorio de la sociedad, que atentaba contra
el derecho al debido proceso, de repente abrazó la equivalencia entre
denunciante y víctima, y dio por hecho la veracidad de los dichos de Yáñez. A
favor de ese cambio de actitud está lo que parecería ser una evidencia
abrumadora que no pudo ser respondida por los balbuceos que el presidente
ofreció en el diario El País ni en su
conversación en Off con Verbitsky.
Pero justo sería esperar los tiempos del Poder Judicial.
Asimismo, por izquierda, de
repente el progresismo recordó su compromiso con los DD.HH. y la presunción de
inocencia, al tiempo que advirtió de los peligros jurídicos de la instalación
de la inversión de la carga de la prueba. La mera creencia dejó de alcanzar y
se volvieron a pedir pruebas; sí, esa creencia que funcionaba como sentencia y
condena automática, ahora es matizada y hasta se dejó entrever que habría
hermanas más hermanas que otras, introduciendo allí una dimensión de clase por
sobre el género. En síntesis, se admitió que una mujer también puede mentir y
que en el juego de las solidaridades, juegan otros factores.
En este escenario, claro está,
como era de prever, el oficialismo encontró lo que sería la prueba de la
utilización política de una agenda “igualitaria”, del mismo modo que había
señalado al kirchnerismo de haberse apropiado de la agenda de los DD.HH. Y si
alguna confirmación se necesitaba, la declaración de Yáñez señalando con nombre
y apellido a la principal responsable del ministerio de mujeres, género y
diversidad, es elocuente. Dado que Mazzina negó tener conocimiento de la
presunta violencia contra Yáñez, será la Justicia quien determine cuál de las
dos miente, pero esa misma eventualidad (la mentira de la denunciante o la
mentira de la exministro) dejaría herida, o bien la credibilidad de la (presunta)
Víctima, o bien la credibilidad del ministerio que siempre aseguró no hacer una
instrumentalización política de su agenda.
Mientras la causa de los Seguros
se ve opacada por este escándalo, causa que salpica demasiado cerca al
expresidente, es de esperar que la estrategia judicial de Fernández y, por qué
no, mediática, apunte a la desacreditación de Yañez.
Ahora bien, en el juego de
descréditos, y ante la opinión pública, le va a costar, no solo por lo que
parecen ser evidencias, sino porque su palabra, desde aquella foto de Olivos,
cada día vale menos. Puede que apunte a un presunto intento de extorsión a
cambio de dinero, o que se tome de lo que parecerían ser algunas exageraciones
de la declaración de Yañez quien se ha anticipado a la acusación de “alcohólica”
indicando que su presunto alcoholismo comenzó después de las agresiones; o
cuando intenta despegarse absolutamente de la organización de aquellos festejos
de Olivos que habrían afectado el resultado de las elecciones (como intentó
despegarse, por cierto, el expresidente el día de “mi querida Fabiola”).
Frente a los apresurados que
hablan de la enésima muerte del peronismo, solo cabe decir que es mejor esperar
el desarrollo de los acontecimientos. En todo caso podría ser la enésima muerte
de la política porque la sensación que ha atravesado a la sociedad es la de
cansancio, pero como ya ha quedado demostrado a lo largo de la historia, los
espacios vacantes en política se ocupan y se resignifican.
Con todo, lo que parece claro es
que, hoy, lo otro del discurso antipolítica de Milei no es un discurso a favor
de la política, sino también un discurso de bronca, resignación y decepción con
la clase dirigente, lo cual paradójicamente también está a la base del discurso
de Milei. De aquí que escuchar a alguien que diga “creo en la política como
herramienta de transformación” suene a candidez voluntarista. Hoy
“antipolíticos somos todos”.
En todo caso, la diferencia es
que una mitad de la Argentina tiene esperanza en que la destrucción de todo sea
la solución mientras que la otra mitad solo implora que no se siga rompiendo lo
que hay.
De cara al futuro, no parece un
escenario demasiado esperanzador.
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