A días, por fin, de la segunda
vuelta, ya se encuentra bien definida la estrategia de La Libertad Avanza después
del sacudón que significó el triunfo de Massa y el casi inmediato apoyo
posterior de Macri y Bullrich a su candidato.
Por lo pronto, después del
amateurismo librepensadoril de las últimas semanas previas a la general, se les
prohibió a todos los presuntos piantavotos hacer declaraciones públicas. Así,
se centró la comunicación en las versiones clonazepaneadas del candidato junto
a periodistas cómplices, y algunos pocos dirigentes: Mondino, Villarruel,
Pagano y no mucho más.
En el mientras tanto, es tan
evidente el recelo de Milei hacia Macri, sabedor el libertario de que aun
llegando a la presidencia será la próxima víctima, que ni siquiera pudieron
sacarse una foto juntos. En todo caso, pareciera que el apoyo PRO se
circunscribe a algunas intervenciones reñidas con el castellano de Patricia
Bullrich y, lo más importante, la fiscalización. Nada más y nada menos. Con el
resultado puesto, llegará la factura y como suele ocurrir con las deudas de
Macri, promete ser eterna e impagable.
En cuanto a lo discursivo, no hay
mucha sorpresa: énfasis en el clivaje cambio vs continuidad e intento de pegar
a Massa con el kirchnerismo (algo que no cree nadie en el oficialismo,
empezando por el propio kirchnerismo). Igualmente puede que con eso alcance
porque parecemos haber llegado al último escalón del “que se vayan todos”. Lo
decíamos la semana pasada cuando hablábamos del intento de instalación del
“cambio” como significante vacío, esto es, la idea de que hay que cambiar, no
importa hacia dónde ni con quién; solo cambiar como un bien en sí mismo, como
cuando vamos a la peluquería y pedimos un corte nuevo porque vale más la novedad
que el hecho de que el corte sea el adecuado para nuestra fisonomía.
Esta glorificación del cambio en
sí mismo como último escalón del “que se vayan todos” es el “que venga
cualquiera”. Y nótese que aunque parece lo mismo, o una consecuencia directa,
no lo es. De hecho, podría decirse que la crisis de representación de 2001 no
fomentaba “que venga cualquiera”. En todo caso, afirmaba que los que estaban
eran responsables y que lo que tenía que venir era mejor. Tenía que ser
distinto y mejor, no cualquiera. Si el resultado nos gustó más o menos es otra
cosa pero mucha gente, al menos hasta el 2015, creyó que lo que vino fue mejor.
Ocho años y dos malos gobiernos después, el escenario es otro.
De aquí que podría decirse que
hoy hemos trepado, o descendido, según como se lo mire, claro está, un escalón
más en la degradación del sistema y la crisis de representación. Como cualquier
cosa es mejor que lo que hay, se equivocan quienes consideran que la ruptura
del sentido común, la racionalidad y todos los consensos democráticos básicos
que realiza Milei y su tropa suponen un costo político para su espacio. Es al
revés, justamente: es porque rompen con todo que son votados.
Entonces ni siquiera hace falta
una promesa de futuro o una esperanza. Alcanza con prometer que lo que hay ya
no va a estar. Lo decía Milei en la entrevista donde él confiesa pretender que
estalle todo. Allí, cuando el periodista le responde que eso perjudicaría a
mucha gente, especialmente a los que menos tienen, Milei lo acepta pero agrega
que, si bien será así, al menos, esta vez, también pagará el estallido la casta
privilegiada. Sabemos que esto es falso pero va en línea con el sentir de mucha
gente que cree no tener nada que perder, y lo único que quiere es igualdad en
el desamparo. No es una promesa de estar mejor sino una certeza de que todos
van a estar tan mal como ellos. En este sentido, la “justicia social” de Milei,
que no es, claro está, la abrazada por el peronismo, es una revancha contra
determinados privilegios. Es un “yo me voy a hacer mierda pero ustedes
también”.
Luego, claro, está la versión
algo más matizada que se tiene que dar para convencer a parte de ese 70% que no
votó a Milei para que lo apoye. Si como ya indicamos, la metáfora utilizada por
Macri de tirarse del auto a 100 km para evitar una muerte segura aun cuando esa
acción también pueda generar la muerte, no era la más feliz, lo insólito es que
el propio Milei la hizo propia con otro ejemplo. En este caso, habló de alguien
que está en una caverna protegido de las alimañas que están afuera pero que, al
estar allí sin poder moverse, termina muriendo de inanición. La caverna que nos
protege es el Estado y el “afuera lleno de alimañas” es el mundo real, donde,
naturalmente, rige el mercado. En este marco, Milei dice: “Al menos por
dominancia estocástica [buen nombre para banda de punk rock, por cierto] es
mejor [mi proyecto], porque usted sale de la caverna y puede haber bichos
peligrosos pero al menos tiene una chance de sobrevivir. Adentro de la caverna
se muere”. La metáfora es la misma y en ambas es menos importante la propuesta
de salida que la instalación falsa de que con el escenario actual el destino
fatal es inexorable. En otras palabras, para que su plan funcione no necesitan
que decir cuál es el plan. Les alcanza con imponer que lo que hay lleva al desastre.
Este aspecto también se ve en una
de las razones más frecuentes que esgrimen los que apoyarían a Milei en esta
segunda vuelta sin haberlo hecho ni en las PASO ni en las generales. Como no
pueden mirarse al espejo y reconocer que apoyan algunas de las peligrosas
medidas de Milei ni sus coqueteos al límite del consenso democrático, juegan al
politólogo de café y afirman “lo voto porque no va a poder hacer lo que propone”.
Si ya existía el voto vergonzante, ese que se oculta y se expresa el día de la
elección, acá inauguramos un “argumento vergonzante” por el cual se animan a
decir que votan a Milei pero para justificarlo públicamente indican que están
en desacuerdo con la mayoría de sus propuestas pero lo votan porque no va a
poder cumplir lo que promete. No sé si habrá otro caso en la historia mundial
donde un candidato llega a presidente porque sus votantes confían en que,
afortunadamente, será incapaz de hacer lo que quiere. Naturalmente no será así
en todos los casos, pero en muchos de estos votantes aparece un antiperonismo
flagrante que los lleva a otros delirios como afirmar que Massa es bolivariano
o que sigue el modelo cubano. Frente a
ello cabe decir, parafraseando al filósofo italiano Diego Fusaro lo siguiente:
son antiperonistas en ausencia del peronismo para no ser antiderechistas en
presencia de la derecha.
Esta misma idea, con una mínima
sofisticación, es la que se ha escuchado de boca de periodistas de gesto adusto
que de manera independiente hicieron el mismo giro que hizo JxC desde las
elecciones generales hasta aquí: “mejor 4 años de Milei que 20 de Massa”, se
les ha escuchado como argumento. Es decir, apoyemos al que no va a poder
gobernar porque el otro va a poder hacerlo y se va a quedar. Así, a Massa no
hay que votarlo para evitar que haga lo que propone y a Milei hay que votarlo
porque no va a poder hacer lo que dice.
Si agregamos que este escenario
distópico se da en el marco de un país paralizado, con crisis social y
violencia latente que convive ya con una inflación instalada en los dos dígitos
mensuales, queda poco lugar para la esperanza.
Si un eventual triunfo de Milei
traerá para los analistas políticos la incógnita de cómo se estructurará el
nuevo mapa de poder en la Argentina con un Macri estableciendo las condiciones
desde las sombras, más preocupante parecería ser el hecho de una Argentina que el
10 de diciembre no solo será distinta sino bastante peor que la que conocemos.
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