Hace algunas semanas se
cumplieron 25 años del estreno de The Truman Show, la película protagonizada
por Jim Carrey que nos enseña que ser libres es dejar de ser vistos.
Dirigida por Peter Weir y escrita
por Andrew Niccol, como ustedes recordarán, The Truman Show cuenta la historia
de Truman Burbank, el primer bebé que sería adoptado por una compañía con el
fin de hacer un “reality show” de su
vida las 24 horas del día.
Aunque él no lo sabe, quienes
rodean a Truman, desde su mujer hasta su amigo, su jefe, su padre, etc., son
actores y responden a un guion que capta la atención de los televidentes desde
hace unos 30 años.
Según la película, millones de fanáticos
siguen el día a día de Truman porque la gente se ha cansado de la ficción,
necesitan “realidad”, y es evidente que no les faltaba razón.
De hecho, no es casual el hecho
de que, aun con antecedentes como Real
World en 1992, el boom de los reality
surgiera el año posterior al lanzamiento de The Truman Show en ese formato que
luego se globalizó y que cínicamente fue llamado “Big Brother”.
¿Por qué hablamos de “cinismo”?
Porque, como es harto conocido, la idea del Big
Brother tiene su origen en la novela 1984
de Orwell, la cual, a su vez, tenía antecedentes en Un mundo Feliz de Aldous Huxley y, sobre todo, en Nosotros de Yevgueni Zamiatin. En el
caso de 1984, la distopía de Orwell es una denuncia a la deriva totalitaria del
stalinismo siendo, el Big Brother, el
ojo del Estado que todo lo controla y del cual el protagonista intenta escapar.
Casi 50 años después de la publicación de la novela, Big Brother devino un programa de TV que viene a cumplir el deseo
que tienen los jóvenes de que su vida privada y ordinaria sea expuesta. En
otras palabras, mientras el personaje de Truman decide abandonar su mundo de
ficción cuando se da cuenta que es el conejillo de indias de un experimento
social al servicio del espectáculo, en el caso de las variantes de Big Brother, son los propios
participantes los que conscientemente eligen formar parte. Truman quería
escapar de la exposición; los “Big
brothers” quieren ser vistos. Ni en
sus peores pesadillas se le podría haber ocurrido algo así a Orwell.
Pero a su vez, algo que el autor
de Animal Farm difícilmente podría
haber tenido en cuenta, The Truman Show muestra que hoy en día hay que temerle
menos a los Estados que a las megacorporaciones privadas que se aprovechan de
una legislación laxa. En 1998 no existía Facebook, pero evidentemente alguien fue
capaz de avizorar un mundo en el que las corporaciones pueden tener más poder y
manejar más información que un Estado.
Ahora bien, habiendo transcurrido
25 años de aquel estreno, con la irrupción de redes sociales donde somos
nosotros mismos los que iluminamos nuestra privacidad para que sea vista por
los otros, surgen al menos dos preguntas: ¿queremos dejar de ser vistos? Y la
segunda es: ¿podemos?
A la primera pregunta se la
responde observando las colas infinitas que existen para los castings de los reality o siguiendo cuentas de Instagram
o Tiktok donde la única finalidad de sus titulares parece ser la de ser vistos
haciendo algo. Entonces, si estuviéramos frente a la puerta de salida del
estudio donde todos nos miran, como en la última escena de Truman,
¿decidiríamos salir de escena como lo hizo él?
Para dar cuenta de la segunda
pregunta, en cambio, parece necesario ir un paso más allá e interrogarnos cuál
sería el costo social de una vida sin e-mail, sin whatsapp, sin internet. Allí
el interrogante ya no es lo que decidiríamos; el interrogante es si hay algo
más allá. En Truman había un “más allá del estudio de TV”; había “una realidad”
allá afuera. ¿Existe para nosotros esa realidad? ¿Hay posibilidad de trabajar,
consumir e interactuar socialmente sin un teléfono celular?
Digamos, entonces, que The Truman
Show es premonitoria al menos en dos aspectos: el primero y, en todo caso,
novedoso, más allá de que podemos encontrar advertencias en este sentido en
obras de ficción como las de Philip Dick, por ejemplo, es hacer énfasis en los
peligros que supone el avance de las megacorporaciones en lo que respecta a las
libertades individuales.
El segundo aspecto, es el modo en
que el siglo XXI eliminaría la distinción entre lo público y lo privado. Es que
la vida hoy es una vida sin dobleces; todo está para ser visto; todo está
orientado hacia el afuera. Es un tiempo pornográfico, en el sentido de que no
hay mediaciones y todo debe estar expuesto; todo debe ser “demasiado real”.
Para finalizar, entonces, quizás
el giro cándido de la película, aunque necesario para el final feliz que todos
esperábamos, es que Truman, el que durante 30 años vivió en una “burbuja”, de
repente se escinde de sí y toma una decisión que da un vuelco total en su vida.
Es similar a la famosa escena de Matrix, la de la pastilla roja y la azul, en
la que el oráculo le pide al protagonista que elija entre continuar una vida de
ficción o aceptar las consecuencias de vivir en la monstruosa realidad.
Nuestros héroes eligen la realidad siempre. Me permito dudar acerca de qué
elegiríamos nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario