sábado, 19 de agosto de 2023

La premonición de Truman (publicado el 14/8/23 en www.theobjective.com)

 

Hace algunas semanas se cumplieron 25 años del estreno de The Truman Show, la película protagonizada por Jim Carrey que nos enseña que ser libres es dejar de ser vistos.

Dirigida por Peter Weir y escrita por Andrew Niccol, como ustedes recordarán, The Truman Show cuenta la historia de Truman Burbank, el primer bebé que sería adoptado por una compañía con el fin de hacer un “reality show” de su vida las 24 horas del día.

Aunque él no lo sabe, quienes rodean a Truman, desde su mujer hasta su amigo, su jefe, su padre, etc., son actores y responden a un guion que capta la atención de los televidentes desde hace unos 30 años.

Según la película, millones de fanáticos siguen el día a día de Truman porque la gente se ha cansado de la ficción, necesitan “realidad”, y es evidente que no les faltaba razón.

De hecho, no es casual el hecho de que, aun con antecedentes como Real World en 1992, el boom de los reality surgiera el año posterior al lanzamiento de The Truman Show en ese formato que luego se globalizó y que cínicamente fue llamado “Big Brother”.

¿Por qué hablamos de “cinismo”? Porque, como es harto conocido, la idea del Big Brother tiene su origen en la novela 1984 de Orwell, la cual, a su vez, tenía antecedentes en Un mundo Feliz de Aldous Huxley y, sobre todo, en Nosotros de Yevgueni Zamiatin. En el caso de 1984, la distopía de Orwell es una denuncia a la deriva totalitaria del stalinismo siendo, el Big Brother, el ojo del Estado que todo lo controla y del cual el protagonista intenta escapar. Casi 50 años después de la publicación de la novela, Big Brother devino un programa de TV que viene a cumplir el deseo que tienen los jóvenes de que su vida privada y ordinaria sea expuesta. En otras palabras, mientras el personaje de Truman decide abandonar su mundo de ficción cuando se da cuenta que es el conejillo de indias de un experimento social al servicio del espectáculo, en el caso de las variantes de Big Brother, son los propios participantes los que conscientemente eligen formar parte. Truman quería escapar de la exposición; los “Big brothers” quieren ser vistos.  Ni en sus peores pesadillas se le podría haber ocurrido algo así a Orwell.

Pero a su vez, algo que el autor de Animal Farm difícilmente podría haber tenido en cuenta, The Truman Show muestra que hoy en día hay que temerle menos a los Estados que a las megacorporaciones privadas que se aprovechan de una legislación laxa. En 1998 no existía Facebook, pero evidentemente alguien fue capaz de avizorar un mundo en el que las corporaciones pueden tener más poder y manejar más información que un Estado.    

Ahora bien, habiendo transcurrido 25 años de aquel estreno, con la irrupción de redes sociales donde somos nosotros mismos los que iluminamos nuestra privacidad para que sea vista por los otros, surgen al menos dos preguntas: ¿queremos dejar de ser vistos? Y la segunda es: ¿podemos?

A la primera pregunta se la responde observando las colas infinitas que existen para los castings de los reality o siguiendo cuentas de Instagram o Tiktok donde la única finalidad de sus titulares parece ser la de ser vistos haciendo algo. Entonces, si estuviéramos frente a la puerta de salida del estudio donde todos nos miran, como en la última escena de Truman, ¿decidiríamos salir de escena como lo hizo él?

Para dar cuenta de la segunda pregunta, en cambio, parece necesario ir un paso más allá e interrogarnos cuál sería el costo social de una vida sin e-mail, sin whatsapp, sin internet. Allí el interrogante ya no es lo que decidiríamos; el interrogante es si hay algo más allá. En Truman había un “más allá del estudio de TV”; había “una realidad” allá afuera. ¿Existe para nosotros esa realidad? ¿Hay posibilidad de trabajar, consumir e interactuar socialmente sin un teléfono celular?

Digamos, entonces, que The Truman Show es premonitoria al menos en dos aspectos: el primero y, en todo caso, novedoso, más allá de que podemos encontrar advertencias en este sentido en obras de ficción como las de Philip Dick, por ejemplo, es hacer énfasis en los peligros que supone el avance de las megacorporaciones en lo que respecta a las libertades individuales.

El segundo aspecto, es el modo en que el siglo XXI eliminaría la distinción entre lo público y lo privado. Es que la vida hoy es una vida sin dobleces; todo está para ser visto; todo está orientado hacia el afuera. Es un tiempo pornográfico, en el sentido de que no hay mediaciones y todo debe estar expuesto; todo debe ser “demasiado real”.

Para finalizar, entonces, quizás el giro cándido de la película, aunque necesario para el final feliz que todos esperábamos, es que Truman, el que durante 30 años vivió en una “burbuja”, de repente se escinde de sí y toma una decisión que da un vuelco total en su vida. Es similar a la famosa escena de Matrix, la de la pastilla roja y la azul, en la que el oráculo le pide al protagonista que elija entre continuar una vida de ficción o aceptar las consecuencias de vivir en la monstruosa realidad. Nuestros héroes eligen la realidad siempre. Me permito dudar acerca de qué elegiríamos nosotros.   

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario