Alejado de sus representantes y de la realidad, un sector importante de los políticos de España y el mundo ha devenido una tecnocracia social cuya agenda hace que los veamos como marcianos. Inmersos en su microclima, la distancia es tan grande que parecen hablar un idioma distinto al de los ciudadanos de a pie, los cuales, por cierto, no tienen la suerte de contar con pinganillos.
Pero también es cierto que existe
otro grupo, el de los políticos payasos, con esa dualidad que tienen los clowns
de, muchas veces, hacernos reír, pero, en otras ocasiones, producirnos un
profundo terror.
Marcianos y payasos no son
categorías que uno pueda encontrar en los manuales de ciencia política, pero
hace tiempo que la literatura ofrece conceptos más explicativos que los que
hallamos en los textos especializados. Así, sin dudas, para entender la
política hoy, es preferible leer novelas y cuentos antes que un paper de ciencias sociales.
Pensemos, si no, en una obra como
la de Ray Bradbury, donde la relación con otros mundos y con el futuro más o
menos lejano, es, en general, una excusa para reflexionar acerca de nuestro
presente.
El comentario resulta pertinente
porque hace poco releía Crónicas
marcianas para toparme con la historia de “El marciano”, un cuento que
podemos usar como metáfora para ilustrar la particular relación existente hoy
entre los líderes políticos y los votantes.
El contexto es la colonización de
Marte, sus montañas azules, sus canales y los primeros contactos entre los
humanos y los marcianos. Los protagonistas son La Farge y su mujer, una pareja
de adultos mayores que decide abandonar la Tierra como una manera de dejar
atrás el doloroso pasado de un hijo muerto.
Sin embargo, ya en Marte, una
noche antes de irse a dormir, el hombre ve una figura familiar que se acercaba
a la casa y, sin dar crédito de lo que observaba, llamó a su mujer para comprobar
lo imposible: se trataba de Tom, el hijo muerto.
Si bien en un principio la pareja
decide aceptar “el milagro”, el hombre sospecha para, finalmente, y tras varias
conversaciones, comprender que ese no es Tom sino un marciano que había
adoptado la fisonomía de su hijo.
El punto es que cuando intentaban
asimilar lo ocurrido, comienzan a circular, entre la comunidad de seres humanos,
comentarios sobre otros casos de personas desaparecidas que, en Marte, habían
“regresado”: primero fue Gillings, un hombre que aparentemente había sido
asesinado y volvía a buscar justicia; luego fue Lavinia, la hija de Spaulding,
quien se creía que había muerto un mes atrás, y así un caso tras otro.
Pero La Farge descubre que en
todos los casos se trataba del mismo marciano que adoptaba las características que
la gente deseaba ver. Efectivamente, su identidad era moldeada según el deseo
del otro, de aquí que pudiera devenir múltiples identidades siempre como
proyección del sueño y la necesidad ajena.
La metáfora, entonces, comienza a
tomar forma: es que el marciano equivale a aquella casta de “políticos arcilla”,
siempre predispuestos a abrazarse a la veleta; y al mismo tiempo, tanto La
Farge como el resto de los humanos que proyectan en él su deseo, se comportan
como esos electorados que no votan por lo que el candidato es sino por lo que
queremos que sea.
Si dejamos de lado los marcianos
y vamos en busca de payasos, la referencia obligada es Stephen King y su novela
IT, llevada al cine con enorme éxito.
Allí aparece un elemento que supe ya destacar en The Objective en ocasión de la previa al 23J y que yo llamo el
“Voto IT”, otra categoría que puede
ser útil para entender el comportamiento de algunos electorados y que fuera,
finalmente, confirmado, en parte, en aquella elección. Es que Pennywise, el
payaso asesino de la novela, no es estrictamente un payaso sino algo
indeterminado que adopta la forma de los miedos de quienes se cruzan con él.
Generalmente encarna en un payaso, pero puede ser una momia, un niño muerto, un
leproso, una araña monstruosa, etc.
La lógica extorsiva que aplican
muchos progresismos a lo largo del mundo lleva al extremo la dinámica del “Voto
IT”: hay que votar progresismo porque
enfrente está el mal absoluto capaz de encarnar todos tus miedos. Si no votas a
Sánchez viene el cuco facho-heteropatriarcal-neoliberal-franquista-misógino-antiinmigrantes
que, para colmo de males, se opone a la transición energética y provocará
ansiedad climática entre las almas sensibles. Contra IT, entonces, vale todo y permitimos todo porque tenemos pánico.
Así, la defensa de las instituciones, la constitución, la verdad y la
coherencia deberá esperar a que nuestro terror disminuya.
Dicho esto, y como una reflexión
final, algunos comentarios más sobre las obras pueden ser útiles. En el caso
del cuento de Bradbury, en la última escena, La Farge intenta llevar al
marciano en una lancha para que se quede con él y allí es emboscado por el
resto de los familiares que se habían ilusionado con recuperar a un ser querido.
También aparece allí un policía para el cual el marciano adoptaba la identidad
del ladrón que perseguía (sobre deseos, evidentemente, no hay nada escrito y cada
uno tiene su fetiche).
Lo cierto es que lo que sucede
allí bien vale un textual: “Ante los ojos
de todos, [el marciano] comenzó a transformarse. Fue Tom, y James, y un tal
Switchman, y un tal Butterfield; fue el alcalde del pueblo, y una muchacha,
Judith; y un marido, William; y una esposa, Clarisse (…) tomaba la forma de
todos los pensamientos. La gente gritó y se acercó a él, suplicando. (…) Quedó
tendido sobre las piedras, como una cera fundida que se enfría lentamente, un
rostro que era todos los rostros, un ojo azul, el otro amarillo; el pelo
castaño, rojo, rubio, negro, una ceja espesa, la otra fina, una mano muy grande,
la otra pequeña”.
Bradbury agrega que, frente
a este marciano, todos los humanos “reclamaban su sueño” pero en su afán de
satisfacerlos a todos, no pudo eludir su destino trágico y acabó muriendo.
En el caso de IT, y más allá de detalles de la novela,
la clave está en comprender el modo en que esa cosa funciona y poder reconocerla
en su forma real. Finalmente, su existencia terrorífica es la proyección de
nuestros miedos y ya hay ejemplos a lo largo de todo el mundo donde la lógica
extorsiva del progresismo no ha funcionado. Incluso en España misma podría
decirse que buena parte de la ciudadanía no aceptó esa imposición y obligó a Sánchez
a un acuerdo fáustico para alcanzar la investidura.
El marciano y el payaso como metáfora del comportamiento electoral y de las adhesiones políticas parecen así dos caras de la misma dinámica: en ambos casos su existencia depende de las proyecciones de la ciudadanía. En el marciano se proyectan nuestros sueños y deseos; en el payaso, lo que se proyecta, es nuestro temor.
Por cierto, que el resultado de este juego de construcciones sociales y ficciones, sea el desasosiego y la insatisfacción permanente, es casi una consecuencia natural de todo este proceso.
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