La censura cayó ahora sobre la adaptación teatral de La vida de Brian, la mítica película de los Monty Python estrenada en 1979. En particular sobre una icónica escena que más de 40 años atrás hacía reír por lo absurda que era. Para contextualizar, reunidos en el Coliseo de Jerusalén, los miembros del Frente popular de Judea discuten una agenda de reivindicaciones contra las autoridades y lo primero que aparece allí es una sátira al denominado hoy “lenguaje no sexista” o “lenguaje inclusivo”. Más específicamente, hacia aquello que los lingüistas llamarían la duplicación innecesaria que afecta la economía del lenguaje cuando se dice, por ejemplo “es el derecho inalienable de todo hombre (y de toda mujer) ser liberado (y liberada)…”, etc. En la escena, la necesidad de adicionar el femenino ante cada frase, hace que el protagonista directamente pierda el hilo de la conversación y su idea quede trunca.
Pero el asunto no termina aquí
pues uno de los protagonistas plantea que desea ser llamado Loretta y que, a
pesar de ser un varón, tiene derecho a gestar un hijo. Frente a ello, uno de
los interlocutores, visiblemente escéptico, le indica que por ser un varón no
tiene las condiciones biológicas para parir, a lo cual “Loretta” responde “no
me oprimas”. Finalmente, la mujer del grupo interviene e indica que aun cuando
podemos acordar que “Loretta” no tiene la posibilidad de engendrar un hijo,
puede existir el derecho a que un hombre pueda hacerlo. Frente a ello, el escéptico
pregunta cuál sería el sentido de reivindicar un derecho que en la práctica es
de imposible cumplimiento, a lo cual uno de los interlocutores responde que
sería “un símbolo de nuestra lucha contra la opresión”. Pero el remate lo tiene
el escéptico quien advierte que no es así y que, en todo caso, más bien sería
un símbolo de la lucha de “Loretta” contra la realidad.
Es llamativo el don profético de
la escena, incluso el uso de una terminología que hoy es habitual pero que para
aquella época resultaba ajena; también el modo en que los Monty Python logran
dar en el núcleo de toda una retórica “de los derechos” que en muchos casos
plantea reivindicaciones a veces excesivamente minoritarias, a veces
inexistentes, a veces impracticables.
El caso es que el diario The Telegraph publicó una entrevista a
John Cleese, uno de los fundadores de los Monty Python, quien confiesa que en
los ensayos realizados en Nueva York el año pasado con el fin de la adaptación
al teatro del guion de la película, los actores consideraron que no era
adecuado incluir la escena porque el colectivo trans podía verse ofendido. La
anécdota no hace más que mostrar que la gran perversión de la corrección
política es la autocensura.
Al momento del estreno, La vida
de Brian originó un escándalo porque, en su parodia, cristianos y judíos se
sintieron ofendidos. De hecho, en distintas partes del mundo, sectores
religiosos presionaron con distintos niveles de éxito para que la película no
se estrene o se censure. Sin embargo, y como suele o, al menos, solía ocurrir,
la libertad se impuso y hoy podemos ver la película completa aun sabiendo que
hay quienes pueden sentirse ofendidos.
En todo caso, la anécdota de
Cleese sirve para recordar que la censura sobre el humor siempre es una buena
guía para reconocer dónde está el poder. Porque si hay algo que el poder no
soporta es la manera en que la broma socava tanto su autoridad como el temor
del que el poder se sirve para imponerse. Más allá de que no fue fácil, la
película pudo verse porque ya hacia fines de los 70 el poder de la Iglesia
católica estaba en declive de modo que sus intentos de censura ya no eran
aceptados por una sociedad que, en su mayoría, demandaba una nueva moral.
Ese declive es todavía más
pronunciado hoy, lo cual se confirma cada vez que alguien es capaz de hacer
bromas y críticas feroces sobre el Papa o sobre aspectos de la doctrina y,
afortunadamente, no sufre ninguna consecuencia. Por ello, cabe preguntar:
¿alguien sinceramente cree que desafía al poder arremetiendo contra la Iglesia
hoy en día? ¿Está allí el poder? Tómese en cuenta, por ejemplo, la cantidad de
expresiones artísticas donde se toma la figura de Jesús o de vírgenes para
hacer con ellas lo que vaya en gana sin que eso genere mayor escándalo. Incluso
hacerlo implica para el artista un salto al estrellato del compromiso. Sin
embargo, no sucede lo mismo con quien hace bromas u osa poner en tela de juicio
algún aspecto de la ideología queer;
en ese caso perderá su condición de artista para recibir, como mínimo, la
acusación de nazi, facha y ultraderecha conservador; y si el osado tiene algún
tipo de intervención pública u ocupa un cargo en alguna institución, lo que
sobrevendrá es su cancelación total, esto es, la muerte civil. Porque hoy se
puede decir que Jesucristo era trans; lo que no se puede decir es que un varón
es incapaz de gestar.
La paradoja es que la retórica
del progresismo woke y las políticas
identitarias dicen luchar contra un poder opresor, pero casos como el de la
autocensura de la escena de La vida de Brian, parecieran mostrar que la
hegemonía cultural con ubicua presencia estatal e institucional, la posee hoy
ese progresismo sobre el cual no es posible bromear.
Si la generación del 68 luchaba
más contra sus padres que contra el capitalismo, sus hijos y sus nietos ya no
luchan ni siquiera contra sus mayores, sino que hacen causa común para luchar
contra los fantasmas y las caricaturas de lo que en los años 60 era un poder
verdadero.
Qué ha ocurrido en estos últimos
cuarenta años para que el mismo progresismo que defendió a La vida de Brian de
la censura en los años 70, sea el que hoy impone las condiciones para una nueva
censura, es algo que no podemos resumir en estas líneas. Lo que sí podemos
decir es que hoy no es la Iglesia precisamente la que impone qué películas se
pueden ver, qué comer, cómo hablar y cómo y a quién debemos amar.
A manera de conclusión, el
neopuritanismo progresista ha podido lo que la Iglesia no consiguió en el año
79. Lo ha logrado sin un uso explícito de la fuerza sino a través de la
autocensura de los intérpretes. El poder está del lado de Loretta y para
probarlo simplemente se necesita un test muy simple: piense sobre qué cosa no
es posible bromear. Efectivamente: ahí es donde está el poder.
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