La crisis en Juntos por el Cambio
(JxC) parece no tener fondo y ya abundan encuestas que hasta lo ubican tercero,
fuera de un eventual balotaje. Se trata de un fenómeno muy particular porque
desde que la salida de Guzmán inauguró un aumento dramático de la inflación, el
oficialismo sostiene una base electoral, pero quien viene perdiendo apoyo es su
principal adversario.
Sería inexplicable, claro está,
si no se observara que, al mismo tiempo, quien parece canalizar esos votos es
Milei quien, según algunas encuestadoras, hasta podría acercarse a los 40
puntos en una primera vuelta si Rodríguez Larreta venciera a Patricia Bullrich
en la interna. En lo personal, considero que esos números parecen exagerados,
pero ante la coincidencia de los encuestadores me permito abrir siempre un
margen de duda razonable.
Ante este escenario impensable
apenas unos meses atrás, cuando todos daban a JxC como seguro ganador, los
dilemas que se le plantean al espacio son similares a los del oficialismo:
¿abrimos lo más posible casi hasta alcanzar una nueva Unión democrática, o
jugamos con “los propios” y apostamos a que, en una segunda vuelta, el
antiperonismo y la mala administración del oficialismo acerquen los votos
necesarios?
Alguna vez se los comenté en este
espacio: Milei ha sido creado para que JxC parezca de centro. Sin embargo, del
mismo modo que en el oficialismo conviven sectores más ultra con sectores
moderados, JxC también cobija actores que van del centro a la derecha. En otras
palabras, y para que nadie crea que estamos bautizando a una “nueva derecha”,
aun cuando en la práctica muchas veces voten juntos, Macri y Bullrich no son lo
mismo que Lousteau y Manes. Independientemente de quiénes gusten más o menos,
lo cierto es que no parecen lo mismo. De hecho, el electorado del Frente de
Todos en su momento votó a Lousteau en aquella famosa segunda vuelta que casi
quita al PRO de la ciudad de Buenos Aires y, a decir de Carlos Pagni, Wado de
Pedro le habría ofrecido a Facundo Manes ser su segundo en la fórmula.
Dicho esto, y más allá de
halcones y palomas reales o presuntas, lo mismo da, lo que parece haber aquí
son dos concepciones distintas de cómo gobernar a partir del 11 de diciembre.
Para decirlo con precisión: estos armados se basan en razones electorales, pero
también dan algunas pistas de lo que teóricamente se está pensando para el
primer día de un futuro gobierno. Que después eso se efectivice en la práctica
es otro asunto: Macri ganó apoyado en el despliegue del aparato radical a lo
largo del país, pero al momento de gobernar apartó al radicalismo de las
decisiones. De modo que lo que va a suceder no lo sabemos, pero hay mensajes
que se nos quieren dar. En el caso de Rodríguez Larreta, se trata de llevar a
la práctica lo que viene diciendo desde hace un tiempo: para gobernar y cambiar
la Argentina hace falta un consenso del “70%”. Naturalmente, el 30% que queda
afuera es el kirchnerismo y, por supuesto, cuando se habla de un “70%” no se
habla de un porcentaje de votos sino de un 70% de apoyo de los espacios de
poder real y formal. Esto supone, entonces, hacer concesiones al poder real y acercar
al espacio a los Schiaretti y a los Espert, más allá de que el peso del primero
no pueda compararse con el del segundo. Si en el poder económico y en la
justicia, por ejemplo, ese 70% resulta alcanzable, siempre y cuando no quede
demasiado herida el ala de los halcones, no resulta tan sencillo cuando
pensamos en los actores de la política formal. De aquí que haya que negociar con
la superestructura de la política (peronismo no K) para alcanzar el número
mágico.
Se trataría de una suerte de
segundo intento de transversalidad, de derecha hacia al centro, tras el fallido
de aquel primero que fue de izquierda hacia el centro y que llevaba a CFK y a
Cobos en la boleta.
El fracaso de aquella primera
experiencia muestra que es más fácil acordar una lista que un plan de gobierno,
por la sencilla razón de que un frente que triunfe tiene cargos para todos los
participantes.
Patricia Bullrich no es tonta y
por supuesto que en algún momento intentará “abrir”, pero su propuesta es
distinta y en todo caso rememora otro episodio cercano que ustedes recordarán:
buena parte del poder real, incluyendo medios y periodistas, presionando a
Macri para que se una a Massa y así vencer al kirchnerismo en 2015. Sin
embargo, Macri, asesorado por Durán Barba, entendió que los votos de Massa
irían naturalmente hacia él, de modo que el pacto no tenía ningún sentido y
solo conllevaría ceder espacios a quien tarde o temprano “jugaría solo”. Tuvo
razón.
Pero la situación fue diferente
cuando Macri tuvo que gobernar. De hecho, hasta el día de hoy le echa la culpa
al ala dialoguista de su gobierno. Desde su punto de vista, el “diálogo” fue
una maniobra de los “dialogables” para que se pierda tiempo y no se pudiera
avanzar con celeridad en las reformas necesarias. Por cierto, si así fue: ¡Dios
tenga en la gloria al filibusterismo!
Bullrich, entonces, cumpliendo la
performance de pretendida dureza, viene a ofrecer el palo sin la zanahoria mientras
señala que la versión “Rodríguez Larreta en modo zen”, solo ofrece zanahorias
porque se sabe débil (aclaremos igual que, a juzgar por algunos sospechosos
micrófonos que quedan abiertos, Rodríguez Larreta ofrecería zanahorias de color
verdes también a algunos amigos del periodismo, pero podemos pasar de largo
este asunto en la semana en que se celebra el día de una profesión tan noble).
Ahora bien, más allá de estas
hipótesis, el punto es que hay una condición previa que debe cumplirse: JxC
debería ganar. Y allí ambos candidatos tienen problemas: si Bullrich juega
demasiado al sheriff libertario, chocará con el original y, en general, entre
la copia y el original, la gente suele elegir a este último, es decir a Milei;
y en el caso de Rodríguez Larreta, si abre demasiado la bolsa para que entren
todos los gatos, suponiendo que la política electoral es una mera adición de
nombres que traen votos en los bolsillos, el desperfilamiento puede ser tal que
la gente elija las opciones más seguras, si es que las hubiera, claro.
A pesar de que durante años se ha
criticado la grieta y que se ha intentado romperla por la ancha avenida del
medio, la ruptura finalmente ha aparecido por derecha. Más allá de las virtudes
de Milei, el fenómeno se vincula con la decepción que han provocado los últimos
dos gobiernos a sus votantes. Si son solo dos los que juegan y los dos juegan
mal, están dadas las condiciones para que emerja un tercer participante. Lo
cierto es que hemos pasado de una elección en la que JxC ganaba con seguridad, a
un escenario en el que es improbable, pero ya no imposible, un balotaje que lo
tenga como espectador.
Parafraseando a un exgobernador,
digamos que en Argentina los agravios, pero también las proyecciones y los
análisis políticos, prescriben a los 6 meses.
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