lunes, 27 de julio de 2015

¿Hacia un macrismo k? (publicado el 23/7/15 en Veintitrés)

Contra todos los pronósticos, el resultado del balotaje en la Ciudad de Buenos Aires fue muy ajustado y aquellos comunicadores y políticos bien republicanos y bien institucionalistas que instalaron que esta elección sería simplemente un despilfarro de recursos, hicieron mutis por el foro mientras imploran que los programas de archivo se ocupen de otros menesteres.
El voto obtenido por Recalde en la primera vuelta, evidentemente, se mostró, ante todo, antimacrista y masivamente se trasladó al candidato de ECO, Martín Lousteau, quien triunfó en 9 de las 15 comunas mostrando una ciudad partida, o “agrietada” como se suele decir ahora, entre el norte, por un lado, y el centro y el sur, por el otro. El votante del FPV, a su vez, no aceptó el eje de campaña de la propuesta del gobierno nacional en la ciudad que indicaba que Lousteau y Rodríguez Larreta eran parte de un único modelo y que, en tanto tal, votar a uno o al otro era lo mismo, pues con esa lógica, lo que se seguía era votar en blanco y, si bien esta opción tuvo 89000 adeptos (esto es, un 158,3% más que en la primera vuelta), estuvo por debajo de lo que proyectaban las encuestas.
Si bien resulta una exageración hablar de un “fin de ciclo macrista” tras confirmarse que el PRO gobernará, como mínimo, doce años la Ciudad, lo cierto es que del triunfo aplastante, y en primera vuelta, que se presagiaba, se pasó a un triunfo por apenas 3 puntos en balotaje. Sin dudas, varias circunstancias confluyeron para comprender esto y entre todas ellas bien cabe mencionar dos: en primer lugar, la figura de Rodríguez Larreta no tiene la misma atracción que la de un Macri que en el balotaje de 2011 estuvo cerca de obtener el apoyo de 2 de cada 3 votantes porteños. Esto significa que si el candidato hubiera vuelto a ser Macri, el PRO hubiera obtenido, no el 64% de los votos pero, sin dudas, algunos votos más que los de su actual Jefe de Gabinete; en segundo lugar, la merma del caudal de votos PRO tuvo que ver con la propuesta que le aparecía enfrente, esto es, una propuesta light, palermitana, pero revestida del halo socialdemócrata que la progresía porteña suele reivindicar. Solamente una figura así podía canalizar un voto antimacrista, algo que no podría haber conseguido Recalde (en caso de haber llegado al balotaje) porque sobre el voto antimacrista hubiera prevalecido el voto antikirchnerista tal como se vio en la segunda vuelta de 2011.          
En cuanto a ECO y a Lousteau, el tiempo dirá, pues como espacio ha logrado ser la segunda minoría en la legislatura con 14 escaños (frente a los 27 del macrismo y apenas por encima de los 13 del FPV) pero se trata de una coalición que hasta el momento parece estructurada con fines estrictamente electorales. A su vez, cuesta pensar cómo logrará Lousteau mantener su visibilidad sin ocupar cargo alguno más allá de que en esas mismas circunstancias estuvo a punto de lograr ser Jefe de Gobierno. En todo caso, será su responsabilidad construir una fuerza homogénea que sirva de base para ganar la ciudad en 2019. Eso implica inteligencia política, muchísimo trabajo y paciencia, virtudes que el ex ministro de Economía todavía debe demostrar. Asimismo, Lousteau deberá tener conciencia de que ese casi 50% obtenido en el balotaje no se conformó con votos propios sino con una enorme cantidad de “prestados” en una circunstancia completamente excepcional.        
Ahora bien, las elecciones de la Ciudad, a tres semanas de las PASO nacionales, sin dudas, tienen enorme relevancia a tal punto que Macri esperaba una victoria contundente en su bastión para poder desde allí posicionar su candidatura a presidente frente a la fórmula oficialista que hoy lidera todas las encuestas. No fue el caso y si bien, como se indicaba, no dejó de ser una victoria, el resultado estuvo por debajo de las expectativas. Desde una perspectiva general, entonces, tomando los 24 distritos y caída la posibilidad de Santa Fe, el principal candidato opositor llegaría a la elección nacional sin el triunfo de un hombre propio en 23 distritos y habiendo ganado con lo justo el suyo ante un candidato sin trayectoria ni construcción política sólida.   
A su vez, su estrategia electoral ha sido oscilante pues, por un lado, Macri ha jugado a cierto “purismo” rechazando cualquier acuerdo con Massa y constituyendo una fórmula claramente “PRO” y claramente “porteña” a contramano de las prácticas habituales que sugieren que la fórmula sea federal y represente a los partidos de la coalición. Y, por otro lado, más allá de insólitos titubeos y eufemismos, Macri ha zigzagueado entre posicionarse como “lo otro” del kirchnerismo, el adversario del modelo que ha imperado en estos 12 años, y reivindicar conquistas esenciales del kirchnerismo como la AUH, la estatización de Aerolíneas y de YPF.  
De hecho, aprovechó el triunfo de Rodríguez Larreta para, frente a la mirada de todo el país, afirmar que la AUH debe ser una política de Estado y, por ello, debe garantizarse por ley, y que Aerolíneas e YPF continuarán en manos del Estado. La diferencia estaría en que, según indicara el actual Jefe de Gobierno, tales empresas se “administrarían bien”. Afirmar esto implica una concesión enorme y un signo de los tiempos pues que el máximo representante de la derecha vernácula deba prometer la continuidad de planes sociales y defienda la administración estatal de empresas emblemáticas en lo que respecta a la soberanía nacional, implica el triunfo del proyecto kirchnerista, la aceptación de que nadie que quiera ser gobierno puede ir en contra de un conjunto de conquistas que el pueblo ha naturalizado. Me recordaba al momento en que De la Rúa promete, a contramano de lo que indicaba Duhalde, mantener el 1 a 1 como sea. Lo hizo sabiendo que un porcentaje importante de la población quería la continuidad de esa política y en ese mismo instante aceptó que el modelo neoliberal había triunfado. Así, esta nueva versión de  Macri y el de De la Rúa de 1999 coincidirían en ser dos opositores que, en diferentes contextos y circunstancias, pretenden llegar al poder sin poner en tela de juicio el modelo existente sino, simplemente, administrarlo mejor. La semejanza llega hasta allí porque De la Rúa cumplió con su promesa e hizo todo lo posible por sostener la política de convertibilidad a tal punto que, por no ceder, tuvo que abandonar el gobierno. No parece el mismo caso de Macri puesto que las declaraciones del último domingo van a contramano de toda su trayectoria, de su ideología y de las políticas que impulsó como Jefe de Gobierno de la Ciudad, de modo tal que no parecen ser otra cosa que meras promesas de campaña.
Para escándalo de la histérica turba antikirchnerista, aquella que dice vivir en dictadura, que repite el mantra anti estatal del sentido común liberal, que “macarteaba” al comunismo y hoy “macartea” al populismo, Macri, la esperanza blanca que supieron forjar tras una década, el principal opositor a la continuidad del modelo, les muestra que sabe que hoy, para ganar, no alcanza con ser como se es ni con defender los intereses que siempre se defendieron. Hace falta ir bastante más allá y ese ir más allá esconde un horizonte fatal: el de la aceptación de los principios y las conquistas del modelo que tanto aborrecen.   
 



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