Contra todos los pronósticos, el
resultado del balotaje en la Ciudad de Buenos Aires fue muy ajustado y aquellos
comunicadores y políticos bien republicanos y bien institucionalistas que
instalaron que esta elección sería simplemente un despilfarro de recursos, hicieron
mutis por el foro mientras imploran que los programas de archivo se ocupen de
otros menesteres.
El voto obtenido por Recalde en
la primera vuelta, evidentemente, se mostró, ante todo, antimacrista y
masivamente se trasladó al candidato de ECO, Martín Lousteau, quien triunfó en
9 de las 15 comunas mostrando una ciudad partida, o “agrietada” como se suele
decir ahora, entre el norte, por un lado, y el centro y el sur, por el otro. El
votante del FPV, a su vez, no aceptó el eje de campaña de la propuesta del
gobierno nacional en la ciudad que indicaba que Lousteau y Rodríguez Larreta
eran parte de un único modelo y que, en tanto tal, votar a uno o al otro era lo
mismo, pues con esa lógica, lo que se seguía era votar en blanco y, si bien
esta opción tuvo 89000 adeptos (esto es, un 158,3% más que en la primera
vuelta), estuvo por debajo de lo que proyectaban las encuestas.
Si bien resulta una exageración
hablar de un “fin de ciclo macrista” tras confirmarse que el PRO gobernará,
como mínimo, doce años la Ciudad, lo cierto es que del triunfo aplastante, y en
primera vuelta, que se presagiaba, se pasó a un triunfo por apenas 3 puntos en
balotaje. Sin dudas, varias circunstancias confluyeron para comprender esto y
entre todas ellas bien cabe mencionar dos: en primer lugar, la figura de
Rodríguez Larreta no tiene la misma atracción que la de un Macri que en el
balotaje de 2011 estuvo cerca de obtener el apoyo de 2 de cada 3 votantes
porteños. Esto significa que si el candidato hubiera vuelto a ser Macri, el PRO
hubiera obtenido, no el 64% de los votos pero, sin dudas, algunos votos más que
los de su actual Jefe de Gabinete; en segundo lugar, la merma del caudal de
votos PRO tuvo que ver con la propuesta que le aparecía enfrente, esto es, una
propuesta light, palermitana, pero revestida del halo socialdemócrata que la
progresía porteña suele reivindicar. Solamente una figura así podía canalizar
un voto antimacrista, algo que no podría haber conseguido Recalde (en caso de
haber llegado al balotaje) porque sobre el voto antimacrista hubiera
prevalecido el voto antikirchnerista tal como se vio en la segunda vuelta de 2011.
En cuanto a ECO y a Lousteau, el
tiempo dirá, pues como espacio ha logrado ser la segunda minoría en la
legislatura con 14 escaños (frente a los 27 del macrismo y apenas por encima de
los 13 del FPV) pero se trata de una coalición que hasta el momento parece
estructurada con fines estrictamente electorales. A su vez, cuesta pensar cómo
logrará Lousteau mantener su visibilidad sin ocupar cargo alguno más allá de
que en esas mismas circunstancias estuvo a punto de lograr ser Jefe de
Gobierno. En todo caso, será su responsabilidad construir una fuerza homogénea
que sirva de base para ganar la ciudad en 2019. Eso implica inteligencia política,
muchísimo trabajo y paciencia, virtudes que el ex ministro de Economía todavía
debe demostrar. Asimismo, Lousteau deberá tener conciencia de que ese casi 50% obtenido
en el balotaje no se conformó con votos propios sino con una enorme cantidad de
“prestados” en una circunstancia completamente excepcional.
Ahora bien, las elecciones de la
Ciudad, a tres semanas de las PASO nacionales, sin dudas, tienen enorme
relevancia a tal punto que Macri esperaba una victoria contundente en su
bastión para poder desde allí posicionar su candidatura a presidente frente a
la fórmula oficialista que hoy lidera todas las encuestas. No fue el caso y si
bien, como se indicaba, no dejó de ser una victoria, el resultado estuvo por
debajo de las expectativas. Desde una perspectiva general, entonces, tomando
los 24 distritos y caída la posibilidad de Santa Fe, el principal candidato
opositor llegaría a la elección nacional sin el triunfo de un hombre propio en
23 distritos y habiendo ganado con lo justo el suyo ante un candidato sin
trayectoria ni construcción política sólida.
A su vez, su estrategia electoral
ha sido oscilante pues, por un lado, Macri ha jugado a cierto “purismo”
rechazando cualquier acuerdo con Massa y constituyendo una fórmula claramente “PRO”
y claramente “porteña” a contramano de las prácticas habituales que sugieren
que la fórmula sea federal y represente a los partidos de la coalición. Y, por
otro lado, más allá de insólitos titubeos y eufemismos, Macri ha zigzagueado
entre posicionarse como “lo otro” del kirchnerismo, el adversario del modelo
que ha imperado en estos 12 años, y reivindicar conquistas esenciales del
kirchnerismo como la AUH, la estatización de Aerolíneas y de YPF.
De hecho, aprovechó el triunfo de
Rodríguez Larreta para, frente a la mirada de todo el país, afirmar que la AUH
debe ser una política de Estado y, por ello, debe garantizarse por ley, y que
Aerolíneas e YPF continuarán en manos del Estado. La diferencia estaría en que,
según indicara el actual Jefe de Gobierno, tales empresas se “administrarían
bien”. Afirmar esto implica una concesión enorme y un signo de los tiempos pues
que el máximo representante de la derecha vernácula deba prometer la
continuidad de planes sociales y defienda la administración estatal de empresas
emblemáticas en lo que respecta a la soberanía nacional, implica el triunfo del
proyecto kirchnerista, la aceptación de que nadie que quiera ser gobierno puede
ir en contra de un conjunto de conquistas que el pueblo ha naturalizado. Me
recordaba al momento en que De la Rúa promete, a contramano de lo que indicaba
Duhalde, mantener el 1 a 1 como sea. Lo hizo sabiendo que un porcentaje
importante de la población quería la continuidad de esa política y en ese mismo
instante aceptó que el modelo neoliberal había triunfado. Así, esta nueva
versión de Macri y el de De la Rúa de
1999 coincidirían en ser dos opositores que, en diferentes contextos y
circunstancias, pretenden llegar al poder sin poner en tela de juicio el modelo
existente sino, simplemente, administrarlo mejor. La semejanza llega hasta allí
porque De la Rúa cumplió con su promesa e hizo todo lo posible por sostener la
política de convertibilidad a tal punto que, por no ceder, tuvo que abandonar
el gobierno. No parece el mismo caso de Macri puesto que las declaraciones del
último domingo van a contramano de toda su trayectoria, de su ideología y de
las políticas que impulsó como Jefe de Gobierno de la Ciudad, de modo tal que no
parecen ser otra cosa que meras promesas de campaña.
Para escándalo de la histérica
turba antikirchnerista, aquella que dice vivir en dictadura, que repite el
mantra anti estatal del sentido común liberal, que “macarteaba” al comunismo y
hoy “macartea” al populismo, Macri, la esperanza blanca que supieron forjar
tras una década, el principal opositor a la continuidad del modelo, les muestra
que sabe que hoy, para ganar, no alcanza con ser como se es ni con defender los
intereses que siempre se defendieron. Hace falta ir bastante más allá y ese ir
más allá esconde un horizonte fatal: el de la aceptación de los principios y
las conquistas del modelo que tanto aborrecen.
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