jueves, 30 de julio de 2015

El periodismo entre el museo y el kintsugi (publicado el 30/7/15 en Veintitrés)

En noviembre de 2014, en ocasión de la inauguración de la muestra “40 años de periodismo: de Walsh a Lanata” impulsada por Luis Majul, escribí en esta misma revista una nota titulada “La cruzada de la reconciliación”. La principal hipótesis de aquellas líneas era que esta muestra podría verse como el emblema manifiesto del intento por reunificar la corporación periodística. No era de mi parte un gran descubrimiento pues el propio impulsor lo manifestaba abiertamente cuando en una nota del 26/9/14, en La Nación, indicaba que el objetivo de la muestra era “reivindicar el oficio, contagiar el amor por el periodismo, convivir con las diferencias y pasar por encima de la grieta”. Uno de los espacios que forma parte de la muestra fue declarado de Interés ultural y turístico por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y se ha anunciado que brevemente se podrá visitar en provincias como Santa Fe gracias al interés que suscitó en las autoridades del gobierno socialista. Sin embargo, en la nota antes mencionada, algunas semanas antes de la declaración de la Legislatura porteña, Majul exponía de manera flagrante la añoranza de aquellos tiempos que el líder radical César Jaroslavsky había sintetizado en el apotegma: “Clarín ataca como partido político pero se defiende con la libertad de prensa”. Me refiero a la declaración del conductor de La Cornisa en la que indicaba “estoy seguro de que este proyecto [de declaración de Interés cultural y turístico] va a ser aprobado por unanimidad. Si alguien se niega, quiere decir, como símbolo fuerte, que está en contra de la libertad de expresión”.
Más allá de desafortunadas declaraciones como éstas, rayanas en el chantaje, lo cierto es que el proyecto de Majul es claro: el periodismo debe volver a tener la credibilidad que ha perdido y, para ello, hay que acabar con “la grieta”. De aquí la decisión, nunca neutral claro, de presentar una muestra que traza una continuidad entre Walsh y Lanata, glorifica la labor de periodistas opositores pero se permite incluir a alguno de los periodistas afines a la línea editorial del kirchnerismo como Víctor Hugo Morales, a quien no le molestaría ser catalogado de militante, u Horacio Verbitsky quien se siente muy incómodo con esa categorización.
Pero, claro está, aun cuando la apuesta sea por incluir “a todos”, ningún conjunto puede delinearse con claridad si no identifica “un afuera”, porque para haber un “nosotros (los periodistas)” tiene que haber un “otro”, un exterior constitutivo que marque una frontera. Majul eligió un blanco “fácil” como el programa de la Televisión pública 678, y lo signó como el mal de la época, la degradación del periodismo. En tal acusación se sienten cómodos todos los periodistas opositores en tanto opositores y una buena parte de los periodistas oficialistas en tanto periodistas. Porque finalmente a ningún periodista le conviene que le digan que habla desde un determinado lugar porque todos, oficialistas y opositores, quieren seguir defendiendo su espacio privilegiado, aquel de la pretendida asepsia del dato duro, de la información sin carga subjetiva ni valoración alguna. Por eso 678 no es presentado como periodismo sino como “agentes  gubernamentales que propagandizan” y por eso, a buena parte de los candidatos a presidente se le pregunta, ante todo, si van a dejar que continúe 678 pues permitirlo implicaría seguir abonando la grieta.
A su vez, muchos periodistas (e intelectuales) oficialistas, cansados de serlo durante 12 años, esperan con ansias el regreso de aquellos tiempos donde corrían por izquierda al gobierno de turno. Es entendible, porque es difícil ser periodista y oficialista durante 12 años, más allá de que muchos se convirtieron al kirchnerismo bastante más allá del 2003. Pero sería un alivio para toda la corporación estar, por izquierda o por derecha, en contra de un gobierno. Ese sería el fin de la grieta porque sería presentado como el triunfo de la objetividad sobre la ideología a pesar de no ser más que el sostenimiento de una mirada virginal y anacrónica del periodismo, a saber, aquella que indica que ser periodista es ser crítico del poder pero no aclara qué es ser crítico y dónde está el poder. Porque un crítico de cine que diga que todas las películas son malas, no estaría siendo crítico sino un idiota. En otras palabras, hay periodistas que parecen no conocer la plurivocidad del término “crítico” y entienden que la crítica solo puede ser negativa. Lejos de ello, ser crítico significa capacidad de valorar, y se puede valorar negativamente o positivamente tanto una película como una gestión o acción de gobierno. De otro modo, solo serían periodistas los opositores recalcitrantes al gobierno de turno y tal perspectiva resultaría muy sectaria porque la corporación estaría seleccionando en función de la ideología y no en función de la profesión. Respecto al poder, resulta claro que la labor del periodista es denunciarlo pero el poder no está hoy en los gobiernos sino en las empresas periodísticas tal como muestra, por ejemplo, la encuesta de la Asociación de Prensa de Madrid que denunció que, en 2014, el 80% de los periodistas entrevistados admitió haber recibido censuras que, en su inmensa mayoría, provienen de su empleador (privado) o de las empresas que pautan en su medio.             
Pero Luis Majul no es el único que busca la reconciliación corporativa. De hecho, hace apenas algunas semanas, el director del diario Perfil, Jorge Fontevecchia, publicó un libro titulado Quiénes fuimos en la era k, donde en medio de pasajes y recortes a los que costosamente se les intenta dar un orden, aparece la interesante metáfora del kintsugi. Según su propia definición, se trata del “arte japonés de reparar objetos de cerámica rotos rellenando las fracturas con resina mezclada con oro o plata para enaltecer la zona dañada. No solo para repararla sino también para hacerla más fuerte que la original. En vez de ocultar las grietas escondiendo señales de fragilidad, el kintsugi resalta y acentúa las marcas de la resiliencia. Asume que haber sobrevivido tras una rotura, prueba que se trata de un objeto valioso, merecedor de haber invertido en su reconstrucción. Para los japoneses, el objeto es más bello por haber estado roto, haciendo que piezas reparadas con kintsugi sean más costosas aun que las que siempre estuvieron sanas”.   
La metáfora es un verdadero hallazgo y su sentido está a la vista: no solo hay que recomponer la corporación sino que la supervivencia de la misma la ha transformado, de repente, en un objeto valioso. Asimismo, la apuesta no es por la mera recomposición de lo que alguna vez existió sino por la creación de una entidad mucho más potente, con cicatrices a la vista, pero más monolítica que nunca.
No deja de sorprender que se puedan verter abiertamente pretensiones de restitución corporativas y que haya ciudadanos de a pie que entiendan tal restitución como algo esencial para la vida democrática, pero sin dudas, la famosa “grieta” ha obligado a que los intereses se expongan con mayor nitidez y sin eufemismos. Desde mi punto de vista, tal exposición es positiva más allá de que parte de las audiencias hoy sienta una profunda angustia por sospechar del medio con el cual se informaba y por darse cuenta que, en buena medida, elegimos informarnos por aquellos canales cuya línea editorial confirma nuestra perspectiva. Claro que sería mejor una entidad individual o colectiva que tuviera acceso a un punto de vista privilegiado y que generosamente nos lo acercara a los hombres comunes en un gesto prometeico. Pero tal entidad no existe y tal pretensión hoy se puede visitar en museos donde todos quieren ser curadores o se puede rememorar en cada una de las manos que intentan revivir un objeto de cerámica roto.  


2 comentarios:

  1. Dante, pusiste en palabras los que muchos apreciamos dia a dia, pero nos cuesta expresar. Excelente nota.

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  2. Sería muy interesante ver 6,7,8 después de pasado este gobierno pagado del bolsillo de los auspiciantes del partido hoy gobernantes y no del presupuesto de los contribuyentes argentinos, y en tal caso ahora podrían transparentar no solo sus posiciones políticas sino sus recibos de sueldo y patrimonios durante el período que han sido panelistas del programa. Saludo a Ud. Humildemente. NI Clarín Ni la militancia periodística ambas nos hunden ambas viven de lo ajeno, ambos son poder para sí y para todos y todas.

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