¿No sería
parte de mi libertad de expresión proferirle, a una señorita, una grosería
vinculada a sus atributos físicos y a sus potenciales capacidades amatorias? La
pregunta es pertinente aunque profundamente incómoda y a pesar de haber sido
tan básica no ha estado presente en el debate que se ha instalado acerca de esa
práctica mayoritariamente urbana que, a falta de una categoría más precisa,
llamaremos “piropear”. Pero para que quede bien claro, no me refiero solamente
al acto de galantería que podría sintetizarse en un “¡qué linda que sos!” sino
en aquellas frases vulgares y hasta ofensivas que no escatiman la palabra
“culo”, “tetas” y toda aquella actividad sexual que pueda realizarse con culos
y tetas.
Desde mi punto
de vista la discusión puede enmarcarse en el debate que se ha realizado en
Estados Unidos alrededor del “lenguaje de odio” (hate speech). Esta denominación engloba todas aquellas expresiones
ofensivas dirigidas contra grupos humanos e incluyen no solo mujeres sino
también a gays, lesbianas, minorías étnicas y religiosas entre otros grupos
considerados “diferentes”.
Ahora bien,
usted se preguntará cómo es que se vincula el elogio a un culo y a un par de
tetas de una desconocida con el odio. Resulta pertinente tal interrogación
pero, para decirlo de manera general, parece claro que detrás de ese tipo de
expresiones se esconde una objetualización de la mujer y una forma de acoso que
no por ser cotidiana estaría justificada. En este sentido hay quienes denuncian
que el transformar a un sujeto (la mujer) en un objeto no es otra cosa que la
manifestación de una lógica patriarcal en la que los varones se sienten dueños
de las mujeres. Esto lleva a conflictos de los varones entre sí (“no la mires
que está conmigo”, es decir, “no la mires porque es mía”) y a desenlaces
trágicos en las relaciones entre los varones y sus propias mujeres como bien ha
quedado demostrado con los reiterados casos de femicidio.
Para que quede
claro, no estoy diciendo que del elogiar un culo se siga necesariamente el
femicidio. Solo estoy diciendo que la mirada feminista explicaría tales
fenómenos en los términos del modo en que se ha constituido nuestra cultura patriarcal.
Pero volviendo
a la pregunta inicial, es posible encuadrar la problemática del lenguaje
estigmatizador de grupos como algo a discutir en el marco de una de las grandes
conquistas de la modernidad occidental: la libertad de expresión.
Entonces,
¿debieran prohibirse este tipo de expresiones? ¿Pero hacerlo no podría
interpretarse como una forma de censura? En las últimas décadas, decíamos, en
los Estados Unidos ha habido intensos debates públicos y académicos en torno a
casos específicos como el de la pornografía, género que muchas mujeres han
denunciado como degradante, estigmatizante y reproductor de la mirada
masculina. A su vez, está claro, y así lo entendió la propia Corte Suprema de
ese país, existen una serie de expresiones que no son protegidas por la Primera
Enmienda, esto es, la vinculada a la libertad de culto, asociación y expresión.
En otras palabras, insultos, obscenidades o una publicidad engañosa y con
información falsa no pueden ser justificados por “mi derecho libre a
expresarme”.
Sin embargo,
la perspectiva liberal tiende a absolutizar el derecho a la libertad de
expresión aun cuando esto conlleve el riesgo de afectar a determinados grupos.
Quienes, por ejemplo, aduzcan que no debiera permitirse una expresión que
afectara a terceros recibirán una respuesta contundente: si no se pudieran
realizar expresiones que afectaran a terceros sería prácticamente nula la
comunicación entre los hombres, la proliferación de ideas diversas y, sobre
todo, los debates públicos. Nadie podría criticar gobiernos porque eso estaría
afectando a las personas que forman el gobierno o nadie podría criticar a un
periodista porque tal crítica podría afectar tanto a él como a sus familiares y
seguidores.
Un argumento
adicional, aunque suene paradójico, afirmaría que hay que ser tolerantes
incluso con los intolerantes porque el riesgo de no serlo podría transformarse
en un boomerang: una vez que se prohíben un conjunto de expresiones y que en
tal prohibición interviene el Estado, es posible que, como una pendiente resbaladiza,
cada vez se cercene más el conjunto de derechos y libertades de los individuos.
De aquí que quienes defienden esta posición consideren, incluso, que no se
deben prohibir, por ejemplo, las manifestaciones que niegan el holocausto o que
hacen apología del terrorismo de Estado aun cuando éstas nos resulten
indignantes.
En la vereda
opuesta al pensamiento liberal, se encuentran aquellos que desde diferentes
ideologías abogan por la prohibición del lenguaje de odio. Los argumentos son
variados pero uno de los más intuitivos es la igualdad. En otras palabras, se
podría afirmar que este tipo de expresiones estigmatizan a determinados grupos
generando fracturas sociales y condenando a los miembros de esos grupos a una
situación de discriminación que afecta las diversas áreas de su plan de vida. En
este sentido, prohibir este tipo de expresiones sería un tipo de
“discriminación positiva” o “acción afirmativa”, esto es, un derecho que se le
otorga a determinado grupo que por diversas razones históricas ha sido
postergado.
De lo dicho
surge que, expuesto en estos términos, lo que parece simple en algunos casos
nos traslada a callejones sin salida en otros. ¿Se debe ser tolerante con los
intolerantes en nombre de la libertad de expresión aun cuando esa decisión
afecte a otros seres humanos inclusive, quizás, a uno mismo? ¿Es más importante
proteger la libertad de expresarse que la condena social que sufren
determinados grupos? A su vez, ¿la prohibición de determinado tipo de
expresiones en tanto afectan a terceros no podría ser la llave que permita
justificar actos de censura? Es decir, si se prohíben expresiones porque
afectan, en este caso, al colectivo de las mujeres, ¿no podrían, por ejemplo,
los católicos exigirles a las feministas que no se discuta sobre aborto porque
eso va contra sus más profundas creencias?
Este tipo de
preguntas estuvieron presentes en aquel conflicto que se generó hace algunos
años con las caricaturas de Mahoma publicadas en un diario danés, algo que
despertó la ira de sectores musulmanes en todo el mundo.
Hubo quienes
consecuentemente defendieron la publicación en nombre de la libertad de
expresión pero existieron dueños de diarios y revistas que, con un doble
estándar, enarbolaban la bandera de la libertad de prensa al tiempo que
ocultaban las normas, a veces explícitas, a veces implícitas, de prohibir la
publicación, en tanto “blasfema”, de cualquier manifestación que afecte al
dogma cristiano.
Como se ve,
detrás de las expresiones dirigidas a una mujer con buen culo se esconde algo
más: un abierto, complejo e incómodo debate en el que no hay que dejarse tentar
por las salidas fáciles.
1 comentario:
muy buena nota Dant.!
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